En esta tarea de la investigación
local, sin quererlo, te encuentras datos de tus antepasados por casualidad que
te invitan a dirigir tu búsqueda intencionada. Cierto día
quise saber el nacimiento de mis bisabuelos y leyendo las partidas del Registro
Civil de Bailén me llevé una sorpresa y a la vez me hice una pregunta. La pregunta
es, ¿qué tanto somos de los lugares en que nacimos o crecimos? Un día descubrí
que mi tatarabuela, Águeda Salmerón Agudo, era de la Mota del Cuervo en Cuenca
y pensé: “tengo sangre manchega”.
Y posteriormente me encuentro que
su hijo, el alfarero Cristóbal Lendínez Salmerón (a veces citado como García Lendínez,
incluso en su partida de nacimiento en el registro solo figura como Lendínez García
desapareciendo el Salmerón que le otorgó ese tatarabuelo moteño llamado Valentín),
se casó con mi bisabuela Inés (Sampedro Félix) Jiménez Perales (ambos nacieron
100 años antes que yo, en 1882). La madre de mi bisabuela, Ana Perales García
(c 1851) (curioso que mi tía Ana Lendínez Jiménez no se llamase Águeda como correspondía
por tradición, que el primer nombre fuese el de la abuela paterna), era hija de un albañil
de la calle Santa Gertrudis (calle del Castillo) llamado Julián Perales Castro (c
1821) e Inés García Rentero (+1881), naturales de Bailén. El padre de mi
bisabuela fue un tintorero llamado Ildefonso Jiménez Blanco, natural de Bailén y
domiciliados en la misma calle de la copatrona (aunque un año antes vivían en
la calle del Hospital), siendo hijo de Gregorio Giménez Cabrera y de Isabel
Blanco Nájera, naturales de Jabalquinto. ¡Tenía también sangre del pueblo
vecino!
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Fotos: http://www.nuestropadrejesusdejabalquinto.com/Historia.html |
Allí conocí su iglesia, otra de
las tantas joyas arquitectónicas de nuestro patrimonio eclesiástico que como es
lo más normal (incluso por ahí tengo un contrato dieciochesco de obras en la
iglesia de Miguel de Landeras), la Guerra Civil, destrozó el encanto que tuvo
que tener en su interior del que poco se sabe, que yo sepa. Sobre eso encontré un
testamento en la escribanía de Bailén de un jabalquinteño llamado Miguel López,
que vivía en Bailén para 1753 que dejó 100 reales para el dorado de un retablo
que se estaba dorando en su pueblo, seguramente el mayor, que obviamente hoy no
existe.
Allí conocí al patrón del pueblo
que es Nuestro Padre Jesús Nazareno. Un Cristo que desde niño, si no me falla
la memoria lo tenía mi tía Juani enmarcado en su floristería y me contaba que
(la verdad no sé por qué sabía esa historia) que en la guerra, una valiente devota
cogió su cabeza del montón que los milicianos (o simplemente atrevidos vecinos
que se echaron a sus espaldas las responsabilidades de contraataque del golpe de
estado del 18 de julio de 1936 contra la República), se lo metió entre las
piernas, lo tapó con la falda y pudo salvarlo para que hoy siga siendo la misma
imagen a la que rezaron los jabalquinteños en el pasado. Es curioso, que entre
la documentación franquista de la represión existe un juicio a una señora de la
que se la acusó del ataque a esta imagen. Se narra que utilizó el cuerpo del
Señor para cocinar morcillas, y que se mofaba diciendo que al ser madera de
santo saldrían más sabrosas. En su declaración, dijo que ella, aunque era
votante de izquierdas no atacó la iglesia y que a su casa le llevaron unas
maderas con las que cocinó las morcillas, pero viendo entre ellas la cabeza del
Cristo, la guardó entregándola después de la guerra a la iglesia. En otro
juicio se narra la mofa de otro miliciano que fue con un brazo de la imagen a
la cárcel a mofarse de los detenidos de derechas.
La imagen era en su plenitud una excepcional
obra del arte barroco. Creo que ningún experto en historia del arte ha
intentado clasificarla a alguna escuela o imaginero. Actualmente se palpa que
la imagen tuvo que ser reconstruida o retocada tras aquellos sucesos, pero
contemplando las fotografías antiguas me recuerda a la escuela barroca
granadina, con ese giro de cuello tan particular que insuflaba los Mora, Risueño
o Ruiz del Peral. En cierto modo me retrotrae al famoso “chino”, el Santísimo Cristo
de la Tres Caídas del Realejo de Granada, aunque viva casi todo el año en el Albaicín.
Pues el otro día, dándole una
vuelta a mi padre con el coche, me dijo: “vamos a Jabalquinto”. No era la
primera vez. Incluso volví en marzo para contemplar desde aquel mismo lugar del
Viernes de Dolores de 2004 que bello se veía Bailén desde allí con la
anochecida de la primavera. La visita fue la típica, vuelta por las calles, “vaya
cuestas, que calles antiguas más bonitas” y vámonos. Pero esta vez, era hora de
estar abierta la iglesia y las campanas de misa nada más pasar por su lado me
lo recordó y efectivamente estaba abierta la puerta. En un segundo pensé que
llevaba más de una década sin entrar y dejando el coche en un lugar prohibido
de aparcar (me dije, va a ser rápido) entré a visitar la parroquia de mis antepasados.
Por eso pensé al enfrentarme nuevamente ante Jesús Nazareno: Esta cara, era la
que mis tatarabuelos (supongo que serían devotos), y quizás sus ancestros (tendría
que investigar más) era la que recibía sus oraciones, sus peticiones, sus desdichas
y sus alegrías. A cuantos de mis ancestros vería desde su capilla bautizarse,
casarse o presentes en su funeral. A veces, en segundos todas estas cosas pasan
por tu mente, y acabé rezándole por el alma de todos ellos… ¿fui de casualidad
a Jabalquinto?, no lo sé… de paso les dejo las fotos que eché, volviendo a ver
a la Virgen que acompañé (a todas les guardo un trocito en mi corazón) y pude cerciorar
una vez más las sensaciones vividas en Fátima… en cada pueblo de España hay
una, esta por cierto adquirida en la tienda madrileña “La Fortuna” de la calle
Hortaleza, nº 9.