Buscar este blog

domingo, 29 de junio de 2014

LUNES SANTO... RESQUICIOS DE PASIÓN POR LA AMARGURA JAENERA...

Se me hizo extraño levantarme un Lunes Santo y encaminarme después de unos cuantos años ya, al trabajo. Tocaba volver a una realidad que sabía que algún día tendría que regresar, a Dios gracias para cómo está el patio, y se me hacía raro no dedicar por entero las nuevas horas en la semana de la gracia sin disfrutar de pasos. Aun así, las alternativas estaban programadas, algo al terminar la jornada iría a ver. En un momento pensé incluso ir a Granada o Córdoba, donde echaron la tarde los amigos David y Pedro, pero pensé en que quizás sería un gran desgaste y opté por los Lunes Santos que ofrecen mi provincia, incluso viendo hermandades en varias localidades, como Jaén y Linares. Pero lo programado se rompía nada más llegar, la particularidades de mi trabajo, hicieron que se reprogramase la jornada prevista, así que estaría trabajando hasta las tres y media de la tarde, volvería a casa a descansar para volver a las diez de la noche y desarrollar la jornada del Martes Santo durante la noche, hasta las ocho de la mañana. Esto me dejaba sin Lunes Santo, peor lo pasó un compañero que en la tarde noche salía debajo de un paso en el pueblo…  como para meterse uno a sacas pasos y luego encontrarte estas sorpresas… aun así los que saqué me tuvieron en vilo hasta el mismo Jueves Santo y ya saben lo que vino después del Viernes Santo.
Pero era Semana Santa, no podía ser un lunes más del año, peor incluso que esos Martes Santos sin pasos en las calles pero donde por lo menos veías la magia que no se hizo detenida en los templos. Había una opción… después de comer, podía ver la salida de la Oración en el Huerto en Linares y volver a casa a dormir algo o también ir, algo más lejos, hasta Jaén y ver solo una salida de las dos corporaciones que se ponen en la calle en la capital del Santo Reino. Me decanté por las propuestas que me ofrecía la hermandad de la Amargura de Jaén, con un misterio, una Virgen impresionante, una apuesta cofradiera que comparto y el trabajo de unos hombres comandados por alguien con el que me identifico en sus formas, no de mandar sus pasos ya, sino en sus formas de hacer cuadrillas de costaleros, volver a disfrutar del trabajo humilde de Rafael Mondéjar.
Un viaje quizás demasiado rápido, había que ir, ver y volver en unas tres horas que me puse como tope. Pensaba que iba a llegar ya con la cofradía en la calle, pero cuando dejé mi coche en el parking cercano del Gran Eje y me acerqué hasta el contemporáneo templo el Salvador, estaba casi asomando las maniguetas del misterio de Jesús Despojado. Era la segunda vez, tras la magna que veía salir a este Cristo moreno tostado por las tardes de sol en el bajo Jaén, siempre mirando al cielo, quizás perdiéndose en la belleza del Castillo de Santa Catalina, una de las joyas a mi gusto de esta provincia. Quizás miraba la cruz que corona el cerro, como Gólgota en el que se encontraba y donde se alzaría como trono real, para cambiarlo todo para siempre… hermandad joven, que aún sigue presentando su construcción, como en la talla del gran paso de misterio o en la conformación del conjunto iconográfico, ese día estrenaban una secundaria más para este diferente conjunto del expolio de las vestiduras de Cristo en el monte Gólgota. Es el Despojado, pero nadie lo desnuda, es el único pero que encuentro en esta escena de José Antonio Cabello, aunque por lo demás veo muy rica la investigación a la hora de conformar la escenografía.








Poco a poco comienza a bajar la empinada rampa con Cruz de Malta grabada, bajo un cielo que en contraposición de la jornada de ayer se encontraba nublado pero sin miedo a precipitaciones, con un clima algo más propio de la primavera. De burdeos y oro baja el Señor del Salvador al compás del himno nacional, Él que es Rey inamovible de nuestras vidas, y su gran agrupación musical entonado la primera marcha, sino me equivoco que se le dedicó a la imagen tallada por Miguel Zúñiga. “Lágrimas de Pasión” se alzaba al cielo jaenero deseoso de cofradías, y tras la revirá su otro gran himno, “Señor del Salvador”, una de las mejores marchas que ha escrito Emilio Muñoz Serna para mi gusto, y es que esta hermandad también cuida mucho los detalles musicales cuando se hacen cofradía, el ramillete de marchas dedicadas a la corporación es extenso y en la salida del paso de misterio, esto suele ser casi de sagrado cumplimiento.
Rafa mandaba la salida, como capataz general de esta hermandad, con el misterio que implantó, se podría decir así, muchos cánones nuevos en la Semana Santa de esta provincia, y es que aquí, al no tener su capital un numero alto de hermandades, se busca más la grandeza de la Semana Santa jiennense elevando el computo de las de la provincia. Se puede decir que esta cofradía conforma la primera esencia de capataces al modo sevillano, porque Rafa no venía de entre sus hermanos, era un capataz, incluso de fuera que viene hacerse cargo de la misma y enseñarles las esencias de la carga sevillana a una ciudad que trabajaba de diferente manera. Poco a poco, aun se le nota los vicios de antaño y aún le queda por pulir, seguramente Rafa esté conmigo, porque a él le gusta hacer las cosas lo mejor posible, que lleguen según sus cauces naturales, aunque tarde una vida en hacerlo. No le gusta que diga estas cosas en este blog donde tantos ojos miran, porque piensa que la gente va a decir que ha conseguido que sea su “acolito”, y lo triste es que no se equivoca, le pesa que el que me guste destacar su trabajo y sus formas haya hecho que haya gente que me minusvalore, pero lo cierto es que digo lo que veo o como lo veo, y aprendo de él una cosa, a intentar decir lo que se pueda y con el mayor tacto posible, aunque aún así uno siga siendo un hijo de…, y perdonen la insinuación, porque el querer aportar con las más buena voluntad, siga habiendo gente que los peores valores de la raza humana, son los que llevan siempre se sustentan.


Pero me gustó el nivel que tiene el misterio con el que revolucionó Jaén, así creo que es la historia, aun cuando iba a dos varales y no a costal, pero que intentaba caminar con los cánones hispalenses que ya existían en Linares y su Andújar, incluso optando por el “trianerismo”, porque como él considera, era la única forma de que la gente se sintiese atraído a meterse bajo ese barco que había que subirlo hasta la Catedral, aunque no se haga estación de penitencia y devolverlo a ese nuevo Jaén donde prendió la mecha de la religiosidad popular. Grandes cosas, quizás inadvertidas ha aportado esta cofradía a su ciudad. El paso rompía y marcaba elegancia aunque no me gusté que si influya como tantísimos otros por el exceso de cambios, en lugar de la búsqueda de la chipa y la sorpresa –aunque yo creo que esto se fue con la retirada de Bienvenido Puelles de los pasos…-, es para mí lo malo que le ha traído que los costaleros cada vez aprendan más rápido, que hacen del dominio una monotonía. Había Lunes Santo, poco pero había mientras entre el contemporáneo escenario se dibujaba elevando su cabeza al cielo el Dios Despojado de Jaén, pasando tan cerca donde alguien muy especial para mí vivió los tres últimos meses de su vida...











Pero curiosamente, quizás la mayor razón de ir hasta Jaén era porque tenía ganas de ver andar a la Amargura, últimamente me estoy haciendo mucho de palio. Así, como por estas tierras los cortejos son muy cortitos, pronto comenzó a aparecer el limpio burdeos del palio de la Reina torera de la ciudad. Si es que en todas las facetas posibles donde se vinculan las cofradías, se ha involucrado esta. Llevaba años sin verlo, y me volvió a sorprender sus dimensiones, es lo que tiene también que se construya la iglesia después que la hermandad, que les hicieron puerta imponente aunque se la llenaran de escalones, proporciones de paso palio de verdad. Marcha Real para la Reina del universo y comienza a bajar la rampa de una manera que fue lo que pronto me llamó la atención y que minutos después se lo destaqué a su capataz. También cuenta la hermandad con banda de palio propia para su segundo paso, la cual sonaba a gran nivel como la del misterio, alzando sus marchas “lopezfarfanianas” de cornetas, seguramente una de las tantas marchas que tiene dedicas la Amargura de Jaén, en verdad el rato que los acompañé no conocí ninguna marcha, aunque esta es "Amargura Soberana". Nada más bajar, con una finura que me atrapó comenzó a revirar muy ligero el paso, pero con mucha clase en busca de la banda, supongo que cumplirían alguna efeméride para esto, ahora que se está poniendo de moda estos actos, que no terminan de convencerme, pero supongo que si pasan es porque así lo quiere Jesús y así lo quiere María. Compas rápido, sin recrearse, supongo porque son muchas horas, un largo camino, encima subiendo siempre hacia arriba, el que se llevaba la Reina del Salvador, la cual bajo su palio burdeos se presentaba maravillosamente bella, es una de las dolorosas que más me gustan dentro de los confines jiennenses. Granadino puro del XVII que a Dios gracias no se perdió y se implantó en Jaén para mayor gloria de su cofradía y su tierra, no dudaría que pronto se les ocurriese una coronación canónica para Ella, hoy que este hecho a trascendido a otros requisitos, y Ella sin duda los cumpliría. Se ha hecho dolorosa indispensable de la ciudad, de las pocas que seguramente la gente busca con la misma pasión que los pasos de cristo, Ella es como para Linares el Rosario o para Andújar el Buen Remedio.
Quizás su costalería, hoy que muchos se espantan cuando se acepta que lo secundario atrae más que la mera devoción, cuando no se dan cuenta que es un recurso más para atraer a las gentes a las faldas de María. Yo en cuanto le vi el compás que traía no me separé un segundo de sus grandes y poderosos respiraderos, me encanta la apuesta y las formas de la cofradía con su nuevo patrimonio, ahora están luchando por los candelabros de cola que iluminen el manto real de esta grandiosa Reina entre edificios y avenidas. Ella no miraba al castillo, Ella mira hacia abajo, donde lleva toda su vida procesional contemplando al que le ha dado tanto y el que le manda las más bellas palabras de amor, porque el amigo Rafael Mondéjar también es de esos capataces poetas…
Como se reía cuando por detrás le dije “oiga que el paso parece un coche” y se dio la vuelta y me dijo “muchas gracias”. Una anécdota de su vida, que alguien le dijo como queja y que él se tomó como un elogio porque así le gusta que se muevan los palios, el paso con el compás de la gracia, y el palio como suspendido en el firmamento y así me gustan a mí que se muevan… ¿peloteo? Yo diría más bien coincidencia en los gustos, de siempre así se han forjado las amistades, ya saben que hay muchos capataces a los que aplaudo que no conozco ni pretendo nada de ellos, simplemente siempre pretendo hablar al mundo de cofradías, mi pasión y de los que yo creo que hacen bien su trabajo, si incluso lo hago con aquellos que al parecer no quieren a Rafa ni en pintura, y esto es por la simple razón de que soy capillita y amigo del que quiere ser mi amigo con todas la consecuencias y tristemente a veces tienes que abstraerte de cosas que te duelen que le hacen a los amigos, y es que Dios nos dejó en un mundo que lo llenamos de injusticias que no tienen sentido, pero que le damos más valor, muchísimo más de lo que debería tener.

Eso fue lo que me encantó aquella tarde, cortita de cofradías, de la Virgen de la Amargura, su solemne compás del palio, “sin bordados” como me decía Rafael, y el compás de sus costaleros, me dieron una lección de cómo tiene que andar un palio comiendo calle, pero que parezca un palio, no otra cosa como aun vemos en la gran mayoría de los palios de esta provincia. Un abrazo a Rafael y a Jesús Joyanes para la despedida, y otra verdad, creo firmemente que lo es… “es la primera vez que disfruto con un palio de verdad en tierras jiennenses, diría que sois a día de hoy los mejores que saben pasear con la excelencia de la costalería sevillana a la Madre de Dios en toda la provincia”… no es peloteo, es lo que sentí, quizás sea también que yo de esto no tengo ni… idea.

sábado, 28 de junio de 2014

DOMINGO DE RAMOS... SEVILLA, PARAÍSO COFRADIERO. (y V)

Se nos iba el Amor, un crucificado en Domingo de Ramos como muchos de mis paisanos se extrañan al contemplar de que no se siga como un orden cronológico de la Pasión, Muerte y Resurrección. Pero Él es el último crucificado del primer día de la gran gloria, y este se temía que se iba a perder un Domingo de Ramos más al primer crucificado de la Semana Santa, que al mediodía sobrecoge con su morena muerte al barrio de San Julián. La última vez y única que lo he contemplado por la calle fue en el 2009, entrando a la plaza de la Encarnación desde Puente y Pellón y desde entonces los avatares de los Domingo de Ramos me han hecho perdérmelo, los dos últimos por culpa de la lluvia que hizo que no traspasara las fronteras de su barrio. Pasaba el Amor y los ecos inconfundibles de su banda de acompañamiento se presentían en la distancia. Cuando fui en busca del Amor, la banda de cruz de guía se encontraba en aquel mismo punto y aquello me hizo pensar que mientras vería el Amor, Él ya habría pasado. Aquel 2009, después de verlo, en Cuna-Orfila solo pudimos ver a la Virgen del Socorro, en esa idea me iba basando pero quizás el Cristo de San Julián no quería que me fuera con la pena de un Domingo de Ramos más de no disfrutar de su esencia, quizás eso motivó el retraso en la salida del Amor, porque cuando el Amor aún no se perdía por Lasso de la Vega, ya íbamos corriendo, Laraña arriba en busca de esta oportunidad única de extasiarnos con el crucificado de los crucificados de Castillo Lastrucci, otro que tuvo que renacer de las cenizas en los tiempos en que en España no había rey.






Pero correr, no andar rápido, para que así, Antonio no se fuera con el disgusto de perderse el Socorro. El paso de caoba y plata y cirios color tiniebla no se encontraba en la setas, sino casi lamiendo la iglesia de San Pedro, lo que hacía más largo el camino, sorteando a la gran cantidad de personas que se encontraba en la Encarnación. Pero hubo suerte, al fin nos encontrábamos con la hermandad de la Hiniesta entera, aunque fuesen partidas, podíamos contemplar cofradía enteras al fin y al cabo. Buscaba Doña María Coronel, que bella es esa calle, para adentrase en busca de los callejones de su barrio. Ciertamente me hubiese gustado verla por ahí, pero no podía ser, así que nos conformamos con el no menos bello telón de gracia que dibujó la arboleda de la plaza del Cristo de Burgos, donde una maravillosa luna llena, la más ansiada por los capillitas iluminaba la tostada piel del Señor de la Buena Muerte, y el hombro desnudo de esta atrevida María Magdalena, la imagen más representativa de la pecadora arrepentida de Magdala de todo el cofradierismo sevillano. Fue un alarde de hermosura, todo, fue fugaz, no podíamos darnos más lujos al tiempo, pero los hombres de Ariza continuaron su trabajo de vuelta a San Julián mientras por la luna asomaba una batuta que en todo el domingo fue guiando a sus legendarios músicos. No sé si fue las ansias o que de verdad Manuel Rodríguez Ruíz desde arriba los empujaba, pero me quedé absorto con la potencia y finura que desprendía por sus instrumentos la agrupación musical de Santa María Magdalena del Arahal, alzando al cielo, que hasta la luna se introdujo en la burbuja de la gracia mientras sonaba su mítico “Puente de San Bernardo”. Lo cierto es que no voy a negar de que siempre me he considerado contrario a estas marchas con un crucificado, pero es que la esencia de décadas pasadas que desprendió el momento te hacia viajar a mis años de niñez y mi incipiente ilusión que me desprendía la Semana Santa de Sevilla. Hoy, el Cristo de la Hiniesta es la bandera que se alza por Sevilla guardando aun los aires de aquellos tiempos, y lo cierto es que el sabor y el paladar que nos dejó ese momento efímero, valió la pena para que en próximos Domingos de Ramos, Él no se me vuelva a escapar.


Tan breve fue, como la nueva carrera en busca nuevamente de la hermandad del Amor, que en apenas dos minutos ya estábamos otra vez entre Cuna y Orfila esperando a la Virgen del Socorro. Le espetaba a Antonio que podía ser, y así fue, cuando poco a poco, al son de una solitaria caja vino el palio fúnebre del Amor, serio por la idiosincrasia de la cofradía, y por la música que se le toca hoy en día, aunque las trazas de su imponente catedral errante nos pueda evocar a hermandades más “gloriosas”. Pero la malla tan fina de su palio, nos alude igualmente a finura y elegancia, no desentona, las paradojas de Sevilla cuando esta bella Señora, con mucha esencia del maestro Buiza, aunque dicen que con un posible corazón Mesino se nos aproximó con su cara anaranjada por el poder embelesador de las candelerías de los pasos de palio. “Parece que suena a Marvizón”, esa fue la impresión escuchando las improntas sonoras, porque la música también se influencia de la personalidad artística de sus autores, así era, “Amor” de Manuel Marvizón fue el telón de fondo con el que caminaba el Socorro de Sevilla en busca de la Campana, sones fúnebres del siglo XXI para esta joya de hermandad que hunde sus raíces en los confines de los tiempos. Majestuosidad, apoteosis, éxtasis del arte errante que se nos marchaba fugaz, con ese compás con que me gusta ver andar a los palios, de un palio que se cierra con una de las más portentosas obras de arte que haya salido para honra de Dios y su Madre bendita, con el manto que Joaquín Castilla ideara para la dulce Señora del Divino Salvador, esa fue otra de las traseras que como le comentaba a Antonio, elevaban a Sevilla a la cúspide del cofradierismo… esa era la Sevilla que le prometí que le enseñaría.





Se apagaban las luces de la gloria, se mascaba el adiós, y esa despedida se volvería flamenca y jubilosa, porque no me podía ir de Sevilla, aunque ya fueran casi las doce de la noche sin ver caminar a los “seises de Triana” que llevaban las Penas más alegres de Triana por los confines baratilleros. Seguí confiando en el radar mental, les señalé el punto donde cogeríamos al Cristo de la hermandad de la Estrella, por lo que la búsqueda del Arenal no la hicimos con prisas. Ahora que lo recuerdo, va a ser verdad eso de que el Domingo de Ramos fue más tranquilo que otros años, por la calle Cuna no había la bulla imponente de todos los años. Aun así al llegar al cruce de la plaza de San Francisco, el mismo si se encontraba bien cargado, mientras por la carrera oficial caminaba la serpiente blanca de San Juan de la Palma. ¿Eran del Cristo o de la Virgen? Comenzó la policía a dejar paso, y como siempre me pasa la bulla me arrastra para atrás y mis acompañantes se me alejan y pasan antes que yo, y cuando voy a cruzar me paran en primera fila y mis amigos se marchan. Me preocupaba que el parón nos complicara el Baratillo pero cuando miro para Sierpes, la gracia bendita se alzaba nuevamente, la silueta más inconfundible de dolorosa en Sevilla descasaba bajo un jardín de oro. Ella seguía mirado a su derecha, seguía pasando de toda palabra de ánimo, que Juan, el magistral discípulo amado de Sevilla le iba susurrando a la Madre de Dios. Otra sorpresa que nos regalaba Dios en la Semana Santa de este 2014, que era ver alzarse nuevamente a la Amargura y volver a sentir el silencio ensordecedor de la salida, mientras nuevamente los ecos de su marcha volvían a electrizar los repelucos por todo nuestro ser. Se hizo nuevamente la burbuja, quien se acordaba ahora del Baratillo, con ese mismo compás, ni rápido ni lento vino y paso la Amargura haciéndonos a todos una vez más, por segundos, iguales ante sus ojos irrepetibles. A mi lado se apostaba mi amigo Carlos Madueño, que llevaba mí mismo rumbo. Ni se dio cuenta, le di un toque y su mirada se fue hacia mí como la que tenían todos, como hipnotizados por la magia del momento, seguro que él también sintió que fue uno de los regalos inesperados de la jornada. Me decía “mira que nos vemos en los mismos sitios” y yo le decía “que nos gustan las mismas <<discotecas>> y que mal tienes que estar aquí con todas estas cosas…”


Yo creo que la Amargura nos quería regalar un momento más de su fragancia porque cuando pasas el cruce, la policía no deja que se vuelvan los que ya han pasado, pero Pradas y Guerrero se volvieron y también lo vieron en primera fila, pero en la de enfrente y nadie les dijo nada, eso seguramente, fue un pequeñito milagro de la Amargura para que por lo menos los que nos íbamos nos fuéramos llenos de la gracia de su mirada, llenos de la gracia que solo en su tierra se desprende.

Ahora sí, tocaba atravesar el laberinto que nos llevara hasta la Puerta de Arenal, a ver si ya había llegado la cruz de guía, o si teníamos que irnos otra vez al Postigo, la verdad que este año iba casi descentrado. Al llegar a Arfe parecía que no había ni llegado la cruz de guía, pero no, fue un efecto óptico porque lo que había allí entre la masa de gente eran los músicos de la Presentación al Pueblo de Dos Hermanas… casi llegamos tarde, pero se llegó justo, también el Dios de la calle San Jacinto nos iría echando una mano. Me alteraba, correr sin miedo, atravesando el público y buscando un año más la trasera donde un centurión controla los preparativos de la crucifixión. Entre las prisas, Pedro parecía querer intentar detenerse y asimilar que estaba tras el “Zapatero” bendito de Triana. Ahora tocaba cambio de esencia, de todo lo que habíamos saboreado en toda una tarde de gloria. Llegaba la otra filosofa que algunos no entienden, en esta vida parece que tiene que haber los que son de un lado y los que son de otro, pero yo intento ser de centro, y si venía de disfrutar de mucha esencia seria y recta como siempre ha sido, ahora tocaba sentir como los costaleros de Triana “bailan” a Dios en sus congojas y lamentos mirando al cielo.
Obviamente para mí no lo van bailando, van moviéndolo al compás de otros tipos de pasos, pero evidentemente como ya hasta un famoso capataz lo ha definido, van dibujando coreografías al son de la música de las bandas. Otra forma de entender la Semana Santa, pero tan sevillana como las demás, quizás no es correcta, pero a mí me llena y me traspasa la fibra. Adriano estaba a rebosar, quizás para deleitarse con un espectáculo, pero un espectáculo que estoy seguro, pone los pelos de punta a toda la masa que allí se agolpaba, una masa que durante el año, cuando pasen por San Jacinto tenía que ir a rezarle al “sentaito” de Triana, soñando y pidiéndole izquierdos que les consuelen las penas, para eso Él es el Dios de las Penas de Triana. En nada el galeón del Vizcaya se plantó en el esperado encuentro con las Reinas del Baratillo, este año en la banda parecían que se comprometieron a que allí no se metiera nadie, había menos gente, pero éste se metió, porque así es como se le presentó el Domingo de Ramos. Todo un año soñando con el reencuentro, lo siento señores pero el Domingo de Ramos sigue siendo sagrado para este que suscribe, el vivirlo en Sevilla, son demasiadas emociones y devociones a Dios y a sus esencias la que se presentan en la calle. Venía de lejos, y me quedaba enfrentarme a un viaje de vuelta, algo que el que quería echarme constantemente de ahí no sabría, aunque ya está uno enseñado, y con no hacerle ni caso había suficiente, aunque Antonio se nos agobiara, lo cogí del brazo y le dije que aguantara, era el único precio que el que iba “sentao y sobrao de compás” nos pedía. “Una Vida de Esperanza” salía de la banda nazarena, y comenzó “el espectáculo”, costero, izquierdo, tres pasos, etc… la esencia del “Flamenco de Triana”, como así lo llamaba aquella noche de ensayo su capataz Manolo Vizcaya y la tensión se mascaba entre la multitud que rodeaba sus suntuosas andas. Apretujones, el cansino –pensé incluso que habrían leído mis crónicas y que me tenían fichado, porque solo me lo decía a mí…- que me decía que me saliera, pero a donde voy a ir con esta masa… daba igual, y la cuadrilla trianera le daba aire hasta llegar al Baratillo, revirá y la Piedad dibujaba una leve sonrisa, porque se aguantaba tirarle un olé a su Hijo que venía apenado con la alegría de Triana. En las aceras saludaba a Cris con Rubén, al final todos nos reencontraríamos, yo seguía el camino de cada año, solo así pude disfrutar de mi único día en la ciudad de la Semana Santa por excelencia.
Ojos entornados, miradas fijas, cientos de personas viendo venir a Dios, que con su particular gracia recluta a sus pies ejércitos enteros de almas, todo por un izquierdo por delante... Aire para el Señor y “Aire para mis Penas” en el reencuentro baratillero, emociones difíciles de contar, repelucos a más no poder, casi las lágrimas saltadas, este año se ponía complicado y Él me concedió que me reencontrara aunque solo fuese mirándolo con sus manos entrelazadas mirando al cielo baratillero. Se detenía el tiempo, aunque pareció que todo pasó en segundo, la verdad es que este año pareció que nos metimos como en una catarata y lo vivido pasó intenso pero rápido. Dicen que es una coreografía, pero estas coreografías me acercaron hasta Jesús en dos caras diferentes, Penas y Soberano. Que la gente ve esto como un espectáculo… pero lo cierto es que los repelucos explotaron, viendo el perfil de las Penas de Dios y en mi interior surgió uno de los Padre Nuestros más profundos que yo haya rezado, fue la emoción por la recompensa, entre empujones que ni sentía, con el tío diciéndome “salgase por ahí”, que hacia su trabajo, pero no sabía que el jefe bendito me iba a dejar que me acercara a Él…







Le mostraba a Pradas el premio al mal momento, la gloria hecha misterio ante la capilla del Baratillo. El aldabonazo se echaba mientras Palazin espetaba a su músicos: “el refugio…”, la corneta avisaba, encima el culmen iba a ser grandioso, cuando Dios siguió trianeando, a la mañas y maneras del barrio más universal, diciéndole adiós a la Piedad y la Caridad como Él mejor sabe, con izquierdos por delante, la pura esencia más elegante, para este que les habla, de Triana, será que al martillo va el hijo del que envenenó a la Sevilla actual con esta gracia. Los ecos de “El Refugio de una Madre” me trasportaban a otras vivencias del recuerdo en este mismo lugar, me sobrecoge esta marcha, criticada por los que solo quieren vivir en los momentos que sentí minutos antes con el Arahal, pero que traspasa la nuevas esencias de la música cofradiera. Todo culminaba, nuevamente la trasera con el romano era nuestra estampa, un izquierdo y aire para sus penas que se marchaban una vez más poniendo en pie al Baratillo, colmando del éxtasis a todos, haciéndonos a todos aunque hubiese sido por unos momentos, mejores hijos de Dios.
Ahora le daba una alegría al que quería echarme, cuando le dije que en la primera calle me saldría, que ya tocaba la despedida hasta otro nuevo año con la Semana Santa que marca mi pulso, mi existencia, ¿habrá algo que un día me borre esta pasión? Nos íbamos para el puente, que los dos querían cenar y se nos había olvidado que tenían que comer las criaturas, la hora casi rozaba las una de la madrugada y nos adelantábamos por fuera de la masa para verle la cara al Señor de las Penas que se marchaba por Pastor y Landero, y decir nuevamente adiós, yo ya no volvería en esta bendita semana de Dios a la vieja Híspalis. En Puerta Triana, observando el minarete catedralicio, hasta el Giraldillo me parecía que me alzaba la mano para despedirse, de un intenso día que comenzó a las ocho de la mañana, viviendo mi mayor afición al máximo, con sinsabores que ya no importan, dejándome en el tintero al Cristo de las Penas de San Roque y la Valiente de Triana, todo no pudo ser. Había que cruzar Andalucía, en un viaje que fue duro y el desgate de todo el día hizo mella, pero menos mal que Dios según Sevilla seguramente se vino a nuestra vera para afrontar una nueva Semana Santa que se abría  por la puerta grande…

viernes, 27 de junio de 2014

DOMINGO DE RAMOS... SEVILLA, PARAÍSO COFRADIERO. (IV)

La estrechura horaria que marcaba mi Domingo de Ramos en Sevilla me hacía dibujar viejas experiencias, volver a caminar lo caminado en el pasado. Ya sé que la Semana Santa siempre es igual y a la vez siempre es diferente, es el arte efímero, es la iglesia de Cristo en movimiento, buscando en lugar de recibir, pero no me gusta repetir situaciones, me encanta encontrar nuevos paisajes y nuevos momentos. Así que el Domingo de Ramos sería de mismos escenarios, en el mismo plató de la vida. San Roque siempre me sabía a plaza de la Encarnación o más bien plaza de San Pedro porque tras lo mismo había que situarse con antelación, porque el motivo lo requería, en uno de los momentos que hacen de la Semana Santa de Sevilla, una celebración que traspasa las fronteras de lo conocido. Así, mientras un manto “garduñense” se alejaba entre suntuosos barroquismos bajo la “nave espacial” de la Encarnación, el rumbo volvía a ser el de todos mis Domingos de Ramos a excepción del anterior. Me llevaba a Pedro y Antonio por Santa Ángela, ante la puertecita de su convento y el clamor de la calle ya tomaba el sabor de los nazarenos blancos que más pellizcan el alma en Sevilla. Se volvía a repetir el rito, aun a sabiendas de que no me iba a parecer ya rutinario. Lo cierto es que si no me hubiese tenido que volver traspasada la media noche, quizás este año la hubiese cambiado por la recogía, solo por vivir nuevas experiencias, quizás hubiese hecho como Cristóbal que a esas horas estaba viviendo una Cuesta del Bacalao en Domingo de Ramos y yo eso aún no lo he sentido como mandan los cánones.
Una hora antes, otros años podías llegar bien cerca de la puerta, aunque no podíamos moverte mucho del sitio en esos pocos más de sesenta minutos de impaciencia. Obviamente las puertas de San Juan de la Palma ya tenían gente, según algunos desde las tres de la tarde. Pero este año aquello estaba irrespirable… decían que poca gente este año, allí no, allí había ya una marea que en un principio me hacía sentir que vaya racha llevaba, que la salida de la Amargura no se disfrutaría como siempre. Seguramente hacia más calor que hoy, sin exagerar, pues imagínense meterte en la locura de una bulla buscando, la verdad, no sé qué… pero se hizo el milagro y pudimos llegar hasta al sitio más o menos privilegiado de estar casi frente a frente al portón donde sale la hermandad que hace del negro, el color blanco… el silencio; ecos de cornetas y tambores y una melodía siempre cargada de Amargura, que llamaba al silencio...










La hora se completó muy apretados, con mucha sudor, calor, con nuestro Antonio sintiendo lo que le advertí, los malos momentos de Sevilla para poder alcanzar la gloria. En algún momento tenía que llegarnos, pero hubo suerte, un año más teníamos lugar más que digno para contemplar la salida de una de las cofradías de “champions” como dirían algunos. Suerte es la que tuvieron Félix, Óscar y David que por el lugar más complicado aún, nos aparecían de la nada, habían conseguido el reto, pudieron completar el itinerario que les marque por tlf, que la verdad dudaba mucho que pudieran, y con algunos fallos y rodeos se introdujeron en la masa y nos encontraron, “menos mal” como decía Félix… sería que el Señor de la túnica blanca y su Madre la Amargura nos quería juntos otra vez, Ellos que saben de nuestra pasión por sus esencias. Por fin, como siempre, se abrían las puertas. Los toques planos de corneta afinando cesaron y la cruz de guía parecía un muñidor silencioso que llamaba a la calma, al silencio y a la impaciencia interior. La serpiente blanca de la Cruz de San Juan volvía a dibujar esas cosas que pocos saben describir, abriendo casi desde el principio la burbuja donde nos sumergiríamos hasta que viéramos por la esquina de Feria difuminarse un apoteosis de bordados juanmanuelinos…
Se mascaba un momento de nudo en la garganta, de pellizco, éste se encuentra sin necesidad de la sorpresa, quien quiera sentir lo inigualable y la supremacía de la Semana Santa de Sevilla que se vaya a ver salir la cofradía del Silencio Blanco. Silencio parecía gritar las paredes, porque yo creo que con la plaza vacía se escucharía más ruido, porque este pueblo cofrade sabe hacerse partícipe del Señor y guardar silencio ante palabras necias. Los ciriales advirtieron su llegada, mientras cientos de nazarenos dieron muestras de que se puede andar más rápido y no aburrir al personal. Poco a poco, como el que no sabe asimilar lo que se le avecina, su canasto con forma de peana con aroma a Madrugás, fue emergiendo, con esas trazas que nos muestra la grandeza de antaño y la presente solera que eso produce hoy día. Candelabro personalísimo, magnifico, esencial, no le cabe otro, iluminaba la desviada mirada del Señor del Silencio, ese grande y omnipotente Cristo de San Juan de la Palma, con su también perfecta túnica, porque en la Amargura todo es perfecto…
Poco a poco, otra rama de Villanuevas sacaban como si de una caja de cerillas se tratase el galeón del Silencio ante el desprecio de Herodes. Y como pasa siempre, otra vez me sabio a nuevo, una banda aflamencada sacaba su esencia más sevillana y aun con el trinar de cornetas en la plaza seguía escuchándose el Silencio… ¿qué palabras puedo utilizar para describir esas sensaciones? Se iba el calor, el sudor, el dolor de pies, para que todo fuese como siempre… Triana y su Silencio Blanco, paradójicamente como dirían los cantores, la magia de una corneta llamaba al silencio. La cuadrilla ya andaba sobre los pies, parecían como un barco fantasma pero sin sábana, como si allí no hubiese nadie, reviraban mientras le perdíamos la vista a los perfiles de Dios, con esa su nariz algo respingona. David decía que en la otra calle hubiese sido mejor, porque lo ves venir poderoso, quizás tenga razón, pero cómo perderse ese clima que se recrea con el galeón del Herodes en su plaza, con su silencio, con su marcha. Es curioso, en cuaresma vi ensayar su cuadrilla y me fui extrañado, no me había impactado, pero sería porque no llevaban ese particular paso en forma de V del arte de la rocalla, será la experiencia que hace que se permitan fallos de principiante, total, a cualquier estrella de fútbol se le va un control de balón. Pero ellos, al terminar la revirá me mostraron unos de los pellizcos de la Semana Santa de Sevilla, que no es otra que ver una revirá del barco de San Juan de la Palma, y ver con que poderío, único, imcopiable ves marcharse a Herodes, sentado en su trono, entre esos candelabros tan personalísimos comiéndose las calles de Sevilla… se había hecho la gracia, pasó como siempre y como siempre fue distinto e irrepetible, la magia del arte efímero, donde el mago es un pobre carpintero nacido en Belén hace dos mil años, que vive en esta plaza todo el año revestido de relucientes vestiduras…











Miraba la cara de Pedro y observaba que estaba ensimismado en la burbuja, parecía no despertar del sueño, había sido todo tan bello y a la vez embrujador que hasta se me olvidó que quedaba un plato aún más fuerte de cómo la música puede llamar al silencio. El lugar nos hacía ver como los hombres de Ollero movían a “paso templo” el palio de los palios del Domingo de Ramos para plantarlo ante el dintel por donde la amargura más deseada de los sevillanos saldría a enmudecer a la ciudad hispalense. Y nuevamente se prendió la chispa, y el poco murmullo desapareció. Un jardín de oro colgado entre varales parecía querer rozar el dintel, enroscarse como enredadera e igualmente ensortijado entre planchas de plata parecía querer besar los lados del portón, y una ascua de luz anaranjada, única, solo de Ella nos trajo la magnificencia del arte cristiano según Sevilla. Un caudal de mensajes envueltos entre María de la Amargura y su fiel acompañante, “Juanillo de la Palma” como me espetaba el amigo Guerrero. Recordaba mi vieja entrada sobre el mismo, cuando el pellizco me surgía cuando veía como se movía con tanto arte hasta su nimbo, y la verdad no sé si es un efecto que pasa porque si o buscado por la esencia estética de esta hermandad, porque en el Señor, el movimiento de sus potencias, es también una de las estampas indispensables que surgen dentro del universo de detalles que nace en la medula espinal de la Semana Santa sevillana. Absorto en el apoteosis que emergía de la verdaderamente llamada iglesia de San Juan Bautista, comenzó a sonar el himno no oficial de la Semana Santa de la ciudad, sin ninguna duda, por fin me encontraba con mis marchas favoritas, por fin Sevilla sonaba a rancio abolengo, a solera, era la cofradía que más le gustaba a David aunque me destacase que las restauración de los bordados, ciertamente lo que hace es re-bordar la joya que cosiera la hermana de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Aun así su esencia sigue ahí viva, mientras la cuadrilla movía el palio como creo que debe moverse ese palio, y digo esto, porque en otros lugares varía el movimiento de este palio, y aquí es cuando más retenido y firme va el asombroso conjunto artístico. Miraba a Antonio, todos con la mirada fija en un solo objetivo, ensimismados, sepa Dios lo que cada mente estaría pensando, y me decía a mí mismo “esto es la Semana Santa de Sevilla Antonio”, la que no deja indiferente a nadie. Es todo tan fugaz que te es imposible observarlo todo, de ahí que viniese bien la visita mañanera, porque aquí el arte efímero colmaba su techo, la joya en movimiento, con la joya de Font de Anta, igual que su Hijo seguía su marcha como si por ahí solo estuviesen los costaleros y el dúo de la Amargura más inconfundible de la ciudad, porque como ya dije una vez, San Juan forma parte de la silueta de la Amargura, y buscando la Feria, con la cascada de oro por bandera, así me lo volvió a descubrir dos años después… la Amargura ya caminaba por Sevilla, para algunos ya había comenzado la Semana Santa de Sevilla…
Todo acabó dejándonos llevar por una marea humana por Santa Ángela otra vez, Félix decía que era la calle que buscaba y no alcanzaba, ya se han enseñado y un día me pegan la patá… pero bueno, él gusta vivir la Semana Santa muy parecido a mí, seguramente que volveremos, así lo quiera Dios. Me los llevé a mostrarles esa carta, que ya les dije, tenía guardada en la manga, cosas de la experiencia, ya les dije que volví a trazar sendas que mis pies ya habían pisado. Por San Pedro, una calle prieta se abriría para recibir en su seno la cena más famosa de todos los tiempos…














Hace unos días les contaba mi pasión por La Cena de Sevilla, junto a su Señor, y la magia que desprende en un entramado de esquinas conformadas por Odreros, Boteros y Sales y Ferré cuando ya sea el Corpus o Domingo de Ramos vuelve de recogía a su templo. Hace unos años fue la sorpresa de la jornada que nos colmó de pura gracia, pellizco y todos los calificativos que le damos a las sensaciones sin nombre en el diccionario. Dudábamos donde colocarnos hasta el extremo, de que mis amigos nos dejaban nuevamente porque les parecía más atractivo llegarse más abajo a contemplar la salida del Amor. Y no pongo en duda que no lo sea, la he visto entrar y el momento fue irrepetible, pero para mí hay solo un Domingo de Ramos al año, y en mi objetivo es poder verlo todo, y encima uno de mis pasos sagrados de la jornada es el que formó Sebastian Santos con Luis Ortega Bru sobre ese paso que dicen que no le encaja… nos quedábamos, queríamos ración de cena y no precisamente el cordero de la cena de pascua. No sabíamos donde colocarnos y al final acabamos en la Alfalfa, donde la bulla era más densa con el consiguiente disgusto que me provocó una señora que con su carrito se apropió de la calle… perdóname Señor el cabreo que pillé porque no me dejaba pasar, ya sé que algún día le darás con la carrito en la cabeza por su egoísmo y a mí por guardársela…
Pero hay gente con más buen corazón y conocimiento de donde está y las molestias que se van a encontrar. Como ven Dios nos revolvió a todos mientras en la lejanía sonaba “En tus manos Soberanas”, entre pequeñitos puntos de luz que comenzaban a destacar porque la noche de ramos se hacía sobre la ciudad. Venia el galeón de la Cena y a todos esos tan dispares que estábamos juntitos esperándolo, nos hizo iguales los segundos que tardó en pasar ante nosotros. Venia el galeón, dicen que apretado, parco en su formas comandado por los Palacios, Rafael Díaz Talaverón y sus dos hijos, que siempre toman el segundo apellido del patriarca de la saga; Rafael Díaz Palacios como el distintivo de su grupo, equipo o como quieran llamarlo ustedes. El mismo “Fali” Palacios en televisión apuntaba estas cosas, que igualmente se las había trasmitido a la junta y también dio su opinión ante una de las novedades en el paso este año, la vuelta a los más conocidos faroles dorados que escoltan el cenáculo sevillano. Comparto aquella opinión, lo estaba viendo con mis ojos, incluso les dejo fotografías malas donde se puede apreciar, solo valen para eso, como muestra. Un farol a este paso no le da apenas luz ni belleza, parecía como un mastodonte de madera apagada, sin la gracia de la luz de la cera. Yo estoy en que este año han vuelto a los faroles por alguna superstición de que con los candelabros se quedó dos años en casa. Aun así el candelabro de los costeros lo llevaba y la verdad a mi parecer no calzaba con la estética tan rectilínea de los faroles.
Pero si además de toda la esencia artística que atesora este paso, de la magnificencia de la banda que lleva tras su pasos, es el andar que la familia Palacios le ha insuflado a un paso que hace diez años, ciertamente no era una locura verlo andar, lo que también me llevaba a no poder dejarme en el tintero al misterio de la Sagrada Cena. La fuerza y el poderío que traía el paso, con trece figuras en lo alto, era digna de ponerse el babero. No podía quedarse en ese paso fugaz ante mí adentrándose en Odreros, y la gente buena se abrió nuevamente para que nos encaramáramos a una trasera de un paso. Nueva experiencia para Pedro y Antonio, este último más reacio y cortado a estas cosas que parecen osadías, pero luego la satisfacción era tan enorme, que a veces me sentía como un padre haciendo disfrutar a sus hijos. Como el paso no es de los más demandados por los capillitas, no pega izquierdos ni nada por el estilo, tras la espalda blanca y burdeos del Señor apenas habíamos unos cuantos, donde iba Luisca, un viejo amigo del Rosario de Linares que iba impregnándose de la banda de sus amores. “María, Reina y Madre” marcaba el poderoso compás del Señor que llegaba a la estrechez de Boteros bajo la fragancia que la noche le da, mucho más sabor. Ciertamente se lo dije posteriormente a David, que me acordé de él sobre todo, por haberse ido y perderse el recital costalero que los hombres de los Palacios derrocharon. Nada más que como colocaron en la estrecha calle el barco para la revirá llamó poderosamente mi atención. El mismo se apretaba contra la acera en su costero derecho y dejaba el izquierdo bastante libre como para pasar por allí casi un coche. Lo cierto es que la revirá fue medida como si arquitectos de los pasos fuesen, aunque la gente sintiese en sus narices las maniguetas de caoba y el contraguía, el “Canina” guiase al mismo patero, que en su vida de costalero desempeña igualmente. Parecía ilógico, pero el barco quedó encuadrado perfectamente en Boteros para salir a ese “llanete” de Sales y Ferré. Las Cigarreras entonaban sus tristes melodías, “Stabat Mater Lacrimosa” y “Cordis Mariae” que enmudecieron al recoveco de ciudad que se extasiaba. Nosotros en una primera fila de privilegio, el Señor de la Cena nos esperaba, y seguía su camino poderoso, seguro que nos quería dar su personal pellizco como en la tarde nos lo dio su Madre.


Pedro se percataba del que el Cristo, más genialidad aun, posee una pequeña zancadita, que le gusta a Sevilla sus Cristos caminantes, que al estar más atrasado en la trasera se podía vislumbrar fácilmente, seguramente sea lo que le de ese señorío y personalidad al Señor de Sebastian Santos. Las agónicas conversaciones de las cornetas parecían preludiar la angustia de Juan y Pedro ante las palabras de traición que premonizaba, así, adelantando un poquito la zancadita. Seguramente en el arranque o tras la estrechura salió corriendo el pobre de Judas, que seguía sin comprender nada, como muchos de los que nos agolpábamos ante el pasar de la cena más famosa de todos los tiempos, pero que digo una cosa… ¡muchas gracias Judas! Fuerza y más fuerza, mesura, buen hacer, quien no lo sepa aun que lo busque, la Cena de Sevilla por fin cerró la parte indispensable para afianzar la magnificencia de su arte, con el efímero que crean los de abajo, la poderosa zancada en la estrechura acabó por regalarme un caudal de repelucos dignos de uno de los mejores Domingos de Ramos, el sello Palacios es muy grande.







Contemplando el video que les adjunto, me hubiese quedado allí toda la cofradía, nada más ver la revirá del palio hubiese sido impresionante, pero las circunstancias seguían marcando la tarde, y como ya daba casi por vista esta hermandad, ahora siguió tocando completar una hermandad más, en unos tiempos muy ajustados. Volvíamos sobre nuestros pasos, y atravesábamos en la noche la nave nodriza de Metroparasol por donde una banda de cornetas y tambores le tocaba a Sevilla, anunciándole que San Julián lloraba de pena porque no estaban su Cristo y su Madre de la Hiniesta. Pero este no era el objetivo, o casi… ahora tocaba buscar en Cuna a la hermandad del Amor. Nuevamente buscando las últimas del día, las más grandes como dirían muchos aunque al llegar a la confluencia entre Laraña, Orfila y tal y tal, allí aún no había llegado la cruz de guía. El motivo; se acumulaba retraso en carrera oficial y la hermandad decidía salir media hora más tarde antes que estar parada en la calle, decisión rara, más propia de una jornada de lluvia. ¡Pero qué iba a llover!, lo que seguía lloviendo era sudor y sudor, que calor hizo aquel día, no sé ni cómo no le daba a la gente esos desplomes que en otros años menos calurosos hemos contemplado. Pero eso lo sé ahora, en ese momento pensaba que simplemente nos habíamos adelantado, por ello quizás hubiésemos podido ver toda la cofradía de la Cena, pero fue lo que nos tocó en la lotería de cada Semana Santa…
Así pase al bar de la esquina, a desahogar la vejiga, pero uno estaba tan fresquito y las fresquitas pasaban tan escarchadas que al final me tome una, y dos y al final acabé cenando, mientras mis amigos se preguntaban por qué tardaba tanto. La verdad es que ya había llegado el cortejo, y gusta ver nazarenos de tan sabroso sabor a elegancia por la ventana, con una tan sabrosa en los morros, que me tintaba el bigote de blanco, que a ver quién era el que me levantaba. Pero salí y me quede en la otra acera, nuevamente con mucha gente pero con espacio para estar relajado tranquilamente, al final van a tener razón de que el Domingo de Ramos estuvo más despoblado que otros años. Así, al final, entre un mar de cirios color tiniebla venia dos cosas: la mundana, que no es otra que la portentosa figura del crucificado de Juan de Mesa, el Dios que hace más grande el título de su iglesia… el Salvador. Dios hecho hombre, y como la razón es mundana, era un Dios lleno de perfección humana, genialidad suprema heredada de unos tiempos donde Dios supo que se tendría que formar la bases esenciales de una de las mayores gracias para su iglesia, la religiosidad de los sencillos, el evangelio de los pobres. Esa era la razón mundana, la otra, la mística, era que venía el Amor crucificado, un niño abrió la magia de la gracia con “A Dios por el Amor” y Él crucificado, silente, sobrecogedor venía diciéndonoslo muerto en la cruz, aunque pareciese el Zeus cristiano, el Júpiter nacido en un pesebre, la belleza humana para explicar su belleza espiritual, sobre un suntuoso paso, dibujando la estampa más clásica de la Semana Santa sevillana. Todo fue rápido, con ese pasito cortito de los costaleros de silencio que cada vez me gustan menos, aunque a Él le siente tan bien, aunque quizás ver a este portento del arte y la divinidad con el compás más abierto tiene que ser otro de esos éxtasis escondidos que esperan la llegada del descubrimiento, porque en este mundo, nadie inventamos nada, descubrimos algo que se podía hacer pero no sabíamos como… las noches suelen acabar con negro ruan, con sobriedad, la herencia de los siglos, aún quedaban algunas cositas más, y una de ellas fue la sorpresa inesperada, cuando en la lejanía resonaban ecos de Arahal…

CONTINUARÁ…

 Fotos: Juan Pedro Lendinez, Antonio Pradas y Oscar Ortega.