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jueves, 16 de abril de 2020

ÉL TAMBIEN ROGÓ... EN GETSEMANI


Tenía muchas ganas de caminar por aquella campiña. Siempre me había imaginado en mis andanzas (ya sea trabajando o por ocio) por los campos de olivares de nuestra tierra aquellos sucesos en Getsemaní. Cuando vi por primera vez la primera escena de la película La Pasión de Mel Gibson, consiguieron llevarme a aquella agónica noche para Jesús. Mientras la cámara sorteaba las ramas de los olivos, me veía a mi contemplando y tocando tantas veces las singulares ramas de nuestros árboles más icónicos, aquellos del que sacamos el oro líquido más preciado en todos los rincones del mundo. Es curioso, un mes después a lo que voy a contar, la gente se agolpaba en IFEMA, en la feria Fitur “devorando” el aceite que llevaba el stand de Bailén y otro mes después está lleno de enfermos por la pandemia.
Descendimos el monte de los olivos de Jerusalén. Ya habíamos dejado el triunfal cortejo tirando de la borriquita y habíamos aprendido el Padre Nuestro donde Él lo enseñó (ahí compré unos rosarios para a quien he querido regalarselo, uno de ellos duerme junto a un luchador en los hospitales, otro hombre de Getsemaní). Con unas vistas impresionantes saboreábamos el placer del turismo en contraposición con las lágrimas de Jesús sabiendo lo que le esperaba a la ciudad santa. También había unos cementerios que quitaban el hipo entre callejuelas que me recordaban a unas de Baeza o Santiago de Compostela. Nos cruzamos con más templos católicos u ortodoxos recordando gestos del maestro. De verdad, no terminaba de asimilar como aquel país o aquella ciudad, la mayoría no era cristiana. Me parece increíble aún que su mandato en Galilea se asentara más “en los confines del mundo” que allí donde eligió “escribir” el evangelio con sus hechos y sus actos, por si no crían en las letras… está claro que Jesús también sufrió lo de no ser profeta en su tierra.









Llegamos al legendario Getsemaní y la verdad me dio cierta decepción, porque aquello no era un haza de olivos. Aquello era un nuevo lugar de recordatorio. Una nueva iglesia sobre el lugar donde tuvo que ocurrir su agónica oración. Solo un pequeño vergel, como si entráramos a un moderno jardín nos mostraba unos pocos olivos centenarios, pero para nada ninguno era de aquella primera noche del jueves al viernes santo. Incluso hoy me pregunto: ¿Dónde cogen las piedras aquellos que las traen para hermandades con iconografías representativas en el huerto de Getsemaní? No vi ni una… todo baldosas (quería traerme una piedra, pero como no me hubiese llevado una baldosa…), y el poco “campo” de los olivos era tierra, diría que campiña. Encima con la valla que ven en las fotos, con guardias, nadie se iba a atrever a saltar a por una minúscula piedra, que bueno, estaba allí, pero no la pisaría Jesús. Pero bueno, piedras de Israel se traen...
La basílica de la Agonía en Getsemaní descansa sobre los cimientos de dos templos anteriores, una basílica bizantina del siglo IV, destruida por un terremoto en el año 746 y una capilla cruzada del siglo XII, abandonada en 1345. ​ Las obras del edificio actual, diseñado por el arquitecto Antonio Barluzzi,​ se llevaron a cabo entre 1919 y 1924. Curiosamente después en mi vuelta, investigando en la prensa me encontraba noticias de la construcción de la misma en los periódicos católicos de Jaén de aquellos años y me daba cuenta de lo fugaz del tiempo, y por qué los templos son tan modernos. Pero bueno daba igual. Los antiguos cristianos veneraban allí aquel trance de Jesús, y con eso bastaba. Si alguien tiene la ilusión de hacer la peregrinación tiene que ir con ese chip metido en la cabeza. Todo es bello. Es difícil saber si es el lugar exacto. Pero la fe solo se basa en estar allí y sentir lo que allí ocurrió. La tierra, la luz, el cielo, el clima… eso nadie lo ha destruido.
Dentro había misa y la riqueza visual de los mosaicos me abrían las puertas a otras artes, a otros recursos, me enriquecía la cultura artística (pero donde se pongan imágenes para rezar…). Pero allí estaba la piedra que solo te puedes llevar en el corazón… es Israel tierra de poco árbol y mucha piedra. Lo cierto es que casi todas las películas en referencia al paisaje lo clavan. Dura piedra de Jerusalén donde Jesús se arrodillaba, caería desvanecido y sufriría el tormento del miedo al futuro. A algunos les sonará eso que hoy nos diagnostican como: Ansiedad. Esa ansiedad que lo llevó al extremo de sudar sangre. Sobre esa piedra se hizo más humano. Nos mostró que era como nosotros. En aquel momento solo pude besar aquel lugar, y sentir en el silencio (¿sabéis que el silencio en la ansiedad es una agonía?). La piedra me supo a una mejilla de una carita dulce. Y mi corazón comenzaba a hablar cuando tenía que hacerlo. No es postureo para la foto que me hizo el bueno de Juan Ángel. Que me lo dijo quizás temeroso de haberme fotografiado así y que no me gustara. Justo al revés, se lo agradeceré siempre, no me importa el que dirán ni de lo que me tachen el día de mañana. Sobre todo, la hizo porque algo le transmitió al verlo, en su voz y sus ojos lo sentí. Ahí Jesús nos mostró que se puede temblar de miedo… el otro día, no les dije bien que quedó en mi cuando el viernes santo volví a ver la película protagonizada con una colosal interpretación Jim Caviezel. La respuesta a estas dudas y frustraciones ante la pandemia, Jesús me las dio nada más comenzar la cinta… “yo también pasé miedo al presente y al futuro, también pedí misericordia, y no me libró de mi cáliz, pero confié en Él, y aun con todo lo que vino después, esperé y la recompensa fue grande…” deberíamos cada día leer o recordar lo que Jesús vino a pasar al mundo antes de señalarlo siempre, que fue sufrir todos los dolores que todos pasamos, así tal vez toda cambiará a mejor… dicen que Jesús ha estado en los hospitales. Miren, para los que vivimos todo el año con Él muy presente sabemos que no hace falta que llegue semana santa ni una pandemia porque Jesús siempre está consolando al que sufre, se llene más o menos un hospital, y bueno, quizas no entendais hasta donde jesús encuentra el dolor. Le preguntamos ¿por qué? Pero solo nos queda en verdad el para qué. Está viendo que su mandato (dicho con el ejemplo) no ha caído en saco roto, incluso allí donde no se le reconoce como Dios. Ayudaos los unos a los otros (amaos como yo os he amado), ojalá después de todo esto haya más humanidad entre sus hermanos.













Por cierto, al parecer Jesús se retiró a esperar su destino en una grutita que está justamente al lado, junto al ya seco torrente del Cedrón (hoy no haría falta a sus cofradías representativas el puente) donde atraviesa una amplia avenida (con el nefasto sentido de la circulación de los residentes) donde se apostan los autobuses de las tantas peregrinaciones. De esa pequeña gruta llamada del Prendimiento saldría a preguntar: ¿a quién buscáis?. En aquel íntimo lugar me acordé del olivo que ha formado parte de mi vida y le mostré al Soberano (que siempre formará parte de mi corazón) el lugar donde se reunía con sus amigos. Pero Él también sufrió otros de nuestros males, la traición o yo diría; el aprovechamiento de los demás, el cariño interesado y es que a esas puertas esperaba Judas Iscariote, representada en esa pobre humanidad que no comprende aun sus palabras y gestos… ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?...







viernes, 10 de abril de 2020

VIERNES SANTO EN EL LUGAR DE LA MUERTE... Y LA VIDA.


Salieron a un lugar llamado Gólgota (que significa «Lugar de la Calavera»)...” [Mateo 27:33]
Algo así podría decir que ocurrió. Eran las 04:30 de la mañana. El vencedor absoluto de todos los madrugones que había todos los días. 29 de diciembre de 2019, podría pensarse que era navidad, pero parecía la Madrugá… fuimos a pie, atravesando las vacías avenidas de la nueva ciudad. Apresurados (como siempre), cruzándonos a los nativos que el trabajo ya los tenía en pie. Estoy seguro de que no se sorprendían al ver a ese grupo de extranjeros por lo que seguramente iban a hacer. La puerta de Damasco se nos presentaba abierta de par en par, con su correspondiente policía (nada que no se parezca a lo que aquí podemos ver, mucho miedo nos da la prensa) esperando que la vieja y legendaria Jerusalén nos engullera en un discurrir único e irrepetible. Los callejones se nos abrían como un laberinto buscando el lugar de la Calavera.
Parecían los relentes de este tiempo esperado, cuando en el único murmullo que íbamos produciendo se abrió la plaza del lugar, la basílica del Santo Sepulcro. Yo creo que todos estábamos indignados con la hora que los ortodoxos nos dejaban celebrar la misa. ¿Quién podría haber a esa hora? Lo bueno de las iglesias ortodoxas (aunque esta es de todos los cristianos, los ortodoxos son los que más poder tienen en ella) es que a los “rancios” nos producía más intimismo, más sabor a lo que siempre fue… nos recordaba más a lo nuestro. Fueron tan fugaces los momentos, que apenas acertabas el que mirar o el que sentir mientras los cánticos frente al Sepulcro nos trasladaban a otra época. Nos apostamos a la entrada de la antiquísima iglesia y nos indican a subir unas escaleras… y subimos al calvario (escasamente 5 o 6 metros). Apenas quedaban minutos para las cinco de la mañana y el íntimo espacio se presentaban casi lleno de fieles. Primer impacto. La decoración ortodoxa de las lámparas nos cubría y un icono, un calvario pintado sobre tablas recortadas con las figuras de los personajes (Cristo, María y Juan) entre suntuosidades de plata nos indicaban que ahí estaba el lugar exacto que desde niño siempre despertó mi curiosidad.















Todos nos imaginamos como un gran cerro lo que tuvo que ser el calvario, pero no. Si aquello era el lugar sobre el que construyeron un templo para cubrirlo no superaría de altura mucho más que un piso normal. Costaba imaginarse cómo pudo ser aquel peñasco del siglo I. Habíamos recorrido callejones que hace dos mil años eran “to campo”, es más, el calvario era una vieja cantera. Pero viendo los iconos, el cristal o metacrilato nos volvía a mostrar una piedra, la sencilla y rústica piedra donde aquel primer viernes santo el Señor se vació entero por todos nosotros, dándonoslo todo, su vida y su amor. Es muy difícil describir esas sensaciones, mientras atónitos mirábamos el lugar entendiendo muchas cosas sobre todo lo que nos rodeaba. Y formamos una fila para besar la santa piedra donde derramó su preciosísima sangre.
Subimos pensando que íbamos a ver, venerar lo que nos encontrásemos para después escuchar misa en el lugar donde el Hijo del Hombre murió y se levantó de entre los muertos. La noche anterior, bueno horas antes, había visto videos de las misas de peregrinos en la basílica del Santo Sepulcro y veía que se alojaban en una curiosa capilla, que está allí, pero no tenía el encanto y la magia de ese lugar. Ni por un asomo me esperaba que allí se diera la misa. Pero no me dio tiempo a llegar a la roca cuando Alfonso y Nacho (un futuro sacerdote que nos acompañaba) salieron ya vestidos, para que comenzara el rito de la misa (con regañina del ortodoxo para que no se cantara). Se daba justamente en un lado del Calvario (zona ortodoxa), la zona donde se clavó a Jesús en la cruz (zona católica). Ese momento queda reflejado en un mosaico en el altar donde al lado había ¡una imagen de una dolorosa!. Por fin una obra que me recordarse a la iglesia española (la guía, después nos dijo: "está hecha en España", pero no he conseguido aún conocer su historia).
La misa iba a ser especial para mí, pero no al nivel que yo me imaginaba. Cada jornada nos pedían que leyéramos las lecturas de las misas. No sé por qué, a mí, Claudia (la guia) me insistió varias veces y le dije que yo lo haría en Jerusalén. No tenia ni idea donde sería. Es más, el día anterior fue en el Cenáculo y pensaba que iba a ser ahí, pero no. Pensé que ya ni se acordaban de mi petición o deseo… Qué mejor recuerdo que leer en la única vez que quizás asista a misa en el Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero la emoción recorrió mi cuerpo viendo que sería justo en el lugar que lo clavaron, justo en el lugar donde fue exaltado para abrirnos las puertas de la vida eterna. Además, quedó guardado para mi memoria con una rotunda emoción… días antes le pedí a Puche (que oficiaba todas las misas) que si allí se podían nombrar a nuestros difuntos. Me contestó que no había ningún problema y le pedí que nombrase mi difunto más próximo, obviamente el que más me ha dolido despedir. Qué cosas, tomando aquel café en Belén, le recordé aquel día de mayo de 1994, algo que aquella tarde él me dijo. Esta vida es un puzle que Dios va construyendo y que solo Él sabe su conclusión. Quien me lo iba a decir que sería en el mismo lugar donde Jesús salvó su alma derramando su sangre, que mi amigo Puche pediría por el alma de mi hermano Cristóbal. Yo le dije: “no sé si le hará falta, yo estoy seguro que no, que él ve su rostro y que algún servicio le estará haciendo, pero estoy seguro que a mi madre se le clavará en el corazón” (me dio tiempo hasta a grabarlo). No fue casualidad, yo que pensaba que sería en otro lugar, fue en el mismo lugar del calvario, allí donde se dio el momento que él tanto adoró, y que en nuestra casa tanto nos cala, la crucifixión. Fue nuestro Señor en su eterna Expiración y él los que me dieron a mí el regalo, ellos me volvieron a hablar de que estaban conmigo, que ellos me habían preparado este viaje de felicidad. ¿Casualidad? Seguro que no quisieron que se me olvidara nunca el día que estuve en el lugar que en hebreo significa “la calavera”, donde murió aquel que me ama sin pedir nada a cambio, aquel que remueve siempre mis inmundicias, mis defectos, mis vergüenzas, aquel como ya dije en el pregón, al que ya me gustaría ser digno de desabrocharle las sandalias…













Volvió a ser viernes santo, volvió Dios a morirse. ¿Cómo es aquello? Me preguntan los que tiene fe y los que la conocen menos. Cada uno sentirá algo muy suyo y personal. Entre aquellas tinieblas sientes que Jesús expira a cada segundo. Qué temprano era, pero ya había otra peregrinación esperando para su misa y volvimos a bajar del Gólgota donde bajo una cúpula imponente se levantaba como una pequeña y suntuosa "ermita". Ante ella los ortodoxos cantaban y tras ellos los armenios, con su extrema humildad por no decir pobreza. Había que esperar a que todo aquello terminara y entráramos en el lugar como lo hicieron las santas mujeres. La sepultura que cedió José de Arimatea se encuentra a escasos metros del calvario, por eso la iglesia cubre ambos lugares. Entendí como allí arriba todo estaba más que planeado para que siglos después todos fuéramos buscando el lugar de la muerte y de la vida.
Y digo lugar, porque es la palabra más idónea que encuentro para ello, porque tras entrar en el indescriptible y pequeño lugar solo estaba la losa. La losa que nos hablaba de la muerte. La losa de un dulce olor (como a azahar y jazmín) que besé dando gracias a Dios por estar allí, por morir por mí, y por levantarse para coger las llaves de la gloria, con la promesa de algún día disfrutar de ella. Como lo tiene que estar mi hermano, como todos los que entregaron confiadamente su corazón a Jesús o tan solo, creo yo, fueron buenos seres humanos, aunque nunca lo conocieran. Quien me iba a decir entonces lo que estamos viviendo. Que aquel día sería mi viernes santo y mi domingo de resurrección.
Caminando en la noche intenté sentir las horas de los juicios, los trasladados a las casas del sanedrín, el palacio de Herodes o la torre Antonia donde estaría Pilatos. El madrugón sirvió para eso y para la intimidad del sacrificio de la misa. Pero también sirvió para ver amanecer como aquel glorioso domingo de resurrección donde Jesús nos dio paso a la vida eterna. Me perdí la visita turística de la basílica para no irme de Jerusalén sin visitar la explanada de la mezquita de la Roca, visualizando en el muro de las lamentaciones una boda judía… la verdad, es estremecedor, parece que estas en una película bíblica. Y después vino el vía crucis. Fue mi procesión de este año, rememorando en un silencio encantador (que paz recuerdo) aquel camino al lugar de la calavera. En el lugar que empieza, cumplí mi promesa, besar el camino por donde cargó con la cruz y bajando aquella cuesta me traje un recuerdo de su dolor, la corona de espinas que esta triste cuaresma ha portado la Madre del Cristo de la Expiración… que hoy se hubiese muerto como lleva ya los años, mirando al cielo, buscando a todos los que se extasiaron en su imponente figura. Cuando volví de Jerusalén lo primero que hice (casi como en una necesidad) fue volver a ver la película de La Pasión de Mel Gibson (comprobando lo bien hecha que está sobre las escrituras y la tradición cristiana) y este viernes santo he vuelto hacer lo mismo, intentando buscar un mensaje ante esta situación. Solo me he quedado con una cosa… Señor escúchanos, pero que sea tu voluntad, no la nuestra. Y es que no sabemos lo que hacemos… dicen que no hay camino que frene a la esperanza… en Jerusalén me encontré a la Esperanza (de Málaga) poniendo nuestra huella cofrade en la ciudad donde ocurrió la primera semana santa.