Buscar este blog

martes, 19 de mayo de 2015

VIERNES SANTO CÓRDOBA... EN EL ENTIERRO DE DIOS.

Llegado el día crucial de la conmemoración, el que como siempre vengo denominando, el día más triste del año, bueno ese más bien es el Domingo de Resurrección pero si el día que conmemoramos la peor inmundicia de la humanidad, por la simple razón de que se trata del viernes en que murió o matamos al Hijo de Dios, porque triste también lo es porque para muchos, para la gran mayoría es el adiós que se consumará con los siempre más desolados Resucitados. Llegó el santo viernes, uno más donde tres bandas bajo mi ventana no pueden desvelarme, mi Semana Santa desde hace muchos años no tiene Madrugá, la que también entregó el testigo del VHS grabador a la comodidad del youtube,  y este aún más porque volví cansado, como volví el año anterior de Linares, con el chit ya totalmente cambiado y mira que el pasado año lo comencé a eso de las 04:30 h de la mañana levantándome para trabajar. Pero este fue distinto, no me explico como este año me pudo dar tanto en lo alto el Soberano que me tiré al sofá al medio día viendo como en San Gil y en la calle Larga de la Cava, a través de la televisión de solo unos andaluces,  las Esperanzas “rivalizaban” absurdamente a ver quién entraba después o a la vez después de una Madrugá movidita… obviamente “rivalizaban” sus cofrades. Cansado sería poco lo que estaba, que casi les digo que buscaba el termómetro a escondidas para que mi madre no me riñera, y es que quería saber si me iba a ir con fiebre al entierro de Dios en Córdoba…
Y es que un Jesús con rasgos de finales del XVI, yacente Él me esperaba en su sepulcro refulgente de sinuosas y perfectas líneas manieristas. Un año más, dos Viernes Santos ya, tocaron dibujarlos de las extensiones de la vieja tierra califal a las faldas del cerro Muriano. Tocó un año más arcángel futbolero y saludo al arcángel del puente, torre de la Calahorra incluida, y también al del Triunfo donde el resbaladizo suelo nos abría imponente la diosa catedral y mezquita aunque quien mande ahí es el Al-lāh de los cristianos mientras parecía que entrabamos por una antigua e imaginaria puerta a la ciudad de Córdoba. Con el coche cargado de bailenenses queriendo absorber la jornada triste de la vieja ciudad volvió el reencuentro, ataviado de la sudadera de Cruz de Jerusalén al corazón que derretía con esta veraniega Semana Santa que hemos vivido, volví a la Compañía donde ya me espera con su sonrisa agotada Federico, ávido por la experiencia de que el corte de tráfico no le hiciera llegar  con la hora justa. Y es que tocaba nuevamente cambio de chit en todos los sentidos mientras por Jesús María me escapaba a contemplar los pasos de la popular y clásica hermandad de los Dolores, donde el Hijo de la Señora de Córdoba venia dibujando y expandiendo su Clemencia hasta muerto en un figurado paso que parecía hacer levantarse al mismísimo Cristo de piedra de la plaza de Capuchinos. Curioso paso, curiosa hermandad y curiosa interpretación de los que es o deberá ser un acolito. Redención llenaba el triste aire del son de agrupación mientras la hora apretaba y en la distancia la inconfundible silueta de la Madre de Dios para el cordobés te trasportaba a los costumbristas lienzos de Romero de Torres.






Y cómo sería un lienzo del genio cordobés si hoy viviese y quisiese plasmar a la cofradía que esperaba levantarse del letargo y salir a enmudecer a toda la ciudad. En la plaza, Curro nuevamente nos daba la charla, pero de esas que gusta escuchar, de esas que activa al costalero, al devoto y al que es los dos en una misma persona. Embutidos en un chaqué, que me gusta este detalle, dan el aldabonazo a la semana que ellos también esperan con ansiedad, haciéndolo con la hermandad del paladar de la ciudad, la que sin duda se puede catalogar como de las del “punto y aparte” o el “primer orden” en la Semana Santa de la ciudad donde se veneran a los Santos Mártires. Nuevo repaso a las séptimas, casi todas tocadas porque casi todos sacan más pasos, es una de las cofradías sin duda donde la afición resalta sobremanera, pero de una devoción muy especial, porque todos llevan a sus mañas y maneras al antiguo Cristo del Santo Sepulcro, a su “Muerto” y también, muchos, llevan esa pequeña Cruz de Jerusalén también colgada a sus cuellos, algo que me gustaría colgase de mi cama todo el año. Gracias Curro (y Fede que lo hizo nada más llegar) por esa felicitación por el pregón y es que para todo sabes estar en las formas y en el momento preciso, que me alegro también que reconozcan a ese pequeño capataz, costalero de María, que un día comencé a contarles tenia a un cierto sector de su tierra en contra por simplemente conseguir el éxito en el trabajo de sacar cofradías que otros no pueden, pero haciéndolo honestamente y con las cosas y los conceptos muy claros… ahora lo nombran cofrade ejemplar.
La plaza de la Compañía se llenaba y este año tocaba hacerse la ropa en la misma, que me hizo recordar historias que he escuchado sobre cómo eran el mundo de los profesiones, donde me hizo el costal, alguien que parece una máquina por la perfección que derrocha con los temas de la ropa, el que me ha hecho este año esa nuevo costal con saco de doble trama que ya apuntan algunos no es apto, algo que curiosamente comentamos y que Alberto me respondió con simpleza: “¿es que no coges kilos?” pues sí cojo, Alberto Montoro, muchas gracias por todos los consejos que me has aportado este año, como a todos tus amigos y compañeros de la Carolina como el Topi, viejo amigo de las fatigas cofradieras y Luismi que fue quien me enfundó esa simple tela, para mi sagrada que me llevaría hasta las galeras de la pesada urna manierista.





















La Compañía rezumaba a esencia, rancidez, elegancia, sabor y ese siempre respeto, casi miedo a no hacer algo que pueda ofender. Los pasazos tenían hambre de calle, donde me acerqué hasta el palio de la sacra-conversación de la Virgen del Desconsuelo a observar de cerca el manto que estaba siendo la comidilla en toda Andalucía, y es que la técnica en que está realizado ha sido nueva para todos los capillitas del mundo, o eso creo, les aseguro que su hermano mayor es un genio de la historia del arte de cuidado. Los nazarenos de ruan salían en estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral y la baja volvíamos a tocar el palo sagrado de este paso netamente de madera donde dormía Dios y nosotros teníamos la misión de no despertarlo. La música de capilla, el golpe seco de llamador, el ruido a plomo al recibir el galeón, el racheo, era la única música cuando el retablo comenzó a dejar nuevamente embobado a la muchedumbre que lo espera mientras parecía nacer por las puertas de la Compañía, el que caminaba con su son cansino, este año estrenándome un poquito más alto, en corriente de tercera donde el Señor me quitó definitivamente el mal cuerpo con que me levanté y me fui para Córdoba, los kilos caían y escocían porque uno ya llega tocado, como todos creo, que me pregunto cómo sería esta corría si saliésemos Domingo de Ramos.
Madera, silencio, las ordenes de Curro, después David Arce y también la de Fede, racheo y más racheo apretando los dientes mientras aun aguantábamos no encender los fogones de las cafeteras. Martin arengando en voz baja a sus “cañoneros”, recordando que por ahí abajo han pasado lo mejor de la historia de las costalería y que había que estar a la altura… que buena gente es este humilde costalero, que no me di cuenta yo solo, este año nuevos compañeros de la escuela de Mondéjar, Nacho y Nieves también se han dado cuenta de quién es pura esencia de la cuadrilla del “Muerto”. Gallardo pidiéndole más paso, pero sin acelerarse, a nuestro son, templado…por cierto para los que hayan visto “La Caja Mágica de la Semana Santa” en la Setas de Sevilla, cuando se ve el besamanos del Gran Poder, quien limpia su mano… ese es Gallardo. Tarde de calor en el entierro del Hijo de Dios que se paseaba en un suntuoso paso que retrotrae como todo en esta hermandad a la noche de los tiempos, como tantas veces he dicho; manierismo en los tiempos futuristas, aquel que muchos de los más expertos señalan como el mejor paso, en arte pero sobre todo en lo que aporta de lo que llevábamos de siglo XXI.
Aunque el encanto es más soberbio cuando pasa por donde pasa, cuando nuevamente en Blanco Belmonte me lo dejé, necesitando refrescar el sofocante calor en la barra del Anticuario del maestro y a las puertas de la catedral, la magnificencia parecía brotar por las apreturas de Deanes. Nuevamente a la “casita” del Dios de la Compañía, a su galeón para entrar en su casa bendita, esa que levantaron los moros y que ahora es epicentro del cristianismo en la ciudad. Visualizando el video que les adjunto he disfrutado de lo que llevo dos sintiendo y no poder verlo. Si alguien me pregunta si he ido recientemente a la mezquita, tendría que decirle que sí, que dos veces en los dos últimos años pero que ver no vi nada, solo sentir el mármol de la casa del Padre. Por el embriagador patio bajaba el retablo errante sorteando los desniveles, quizás por eso es un poco raro el andar hasta que entra y gracias al video por fin me he enterado que es lo que se desarrolla. Entrado hasta el fondo, donde ahí se me ponen los pelos de punta al contemplar con que poderío camina la urna, no me extrañaría que el Señor más que estar en los infiernos, estaría ya soñando dulces sueños en el paraíso que a eso de las doce de la noche volvería abrirnos, casi dos mil años después, un año más. El eco del son en el mármol, las órdenes, allí se me hizo más corto de lo que se vislumbra en la grabación. Los nazarenos rodean las naves del templo y los pasos se quedan al fondo, cuando llega el paliazo del Desconsuelo, a las órdenes de Curro y de Ángel Muñoz, otra gran persona dentro del grupo humano que mueve el discípulo cordobés de Manolo Santiago. Es especial esto, merece muchísimo la pena hacer estación de penitencia, si se puede en una cofradía, porque una estación solo será cuando se estacione, a algún templo, lo demás siempre será una simple procesión. Los sentimientos que volví a vivir llenan del misticismo, de la espiritualidad cargado de kilos hasta arriba mientras escuchaba la voz del cura que cada año nos da la charla en el primer ensayo, supongo que será el párroco de la Compañía, ese que este año dijo algo que me marcó y que deseo que dijeran todos los curas del mundo… “no valoraré el qué os mueve a venir aquí, pero lleváis el evangelio a las calles, en tiempos difíciles para ello, hacéis entonces un servicio a Él y su iglesia y eso hay que agradecerlo…” creo que con esta filosofía, las iglesias estarían más llenas.



















El murmullo del patio de los naranjos nos sacaba de la burbuja mística que solo los que estamos dentro podemos sentir, en la revirá que taladra el alma hasta que manda “venga de frente” y la urna vuelve a rajar el aire del cielo que comienza a vestirse como el día, de luto… corto relevo, la verdad yo creo que la cuadrilla baja es la que saca al Muerto en Córdoba, la alta parece más bien un refresco, eso sí, refresco de categoría y eso se nota en el lomo, sin duda un privilegio, filosofías de cada casa… en Cardenal González lo volvíamos a esperar mientras los niños te bombardeaban pidiendo “papel sagrado”, yo hubiese llevado este año pero si nadie lleva por precaución mejor quedarse quieto. El telón de fondo de la Mezquita y la noche enmarcaba a la encendía urna, parecía un ascua enorme, como un sol flotando por las calles con el son que le daba la alta, donde la magnificencia ya era indescriptible, todo como el año pasado pero todo parecía nuevo. Los kilos caían en buscan de la calle San Fernando, los resoplos que parecen cafeteras aparecían, pero ganándole la batalla, porque aquí sientes que nadie viene a engañar, que todos viene a pelear con el palo. Cuando me salí en la calle de la Feria la oscuridad entre naranjos parecía dibujar un paraíso si allí existiese la noche, la estampa es solo para verla, no hay palabras que la cuenten, porque si salen a ver al Sepulcro de Córdoba hay que verlo enmarcado por el olor de la flor que engalana a su madre bendita subiendo en busca de la carrera oficial la vieja calle de la Feria. Por el palquillo alcanzaba la cruz guía de manguilla, que menos, entre el son de la carraca que nos avisa de la muerte de las muertes entre servidores de otros tiempos y la Señora de Córdoba me dibujaba su estampa por detrás adentrándose en Claudio Marcelo, y caía al estómago un pescado raro que no había visto nunca en un montadito, este año no quería pecar… mientras casi se me cuela el nuevo relevo.
Seguía Dios dormido y el galeón de la Compañía se encaminó a una dura travesía, subir la calle de la carrea oficial hasta Tendillas donde la urna parecía flotar, aunque se apretasen los dientes en cada chicotá. El eco de la amplitud, las blancas luces que estropean el momento se adentraban por los recovecos del manierismo andante junto a la voz de Curro que venía a pasar al Señor por tribuna, con su cortas llamadas, un simple “llama atrás que nos vamos”, que es hermandad de estarse callado, de pedir con la voz del alma y de mirar al frente y tirar para arriba pero antes de atravesar la oficialísima plaza, Curro se sacó de su chistera el arte y dedicó lo que iba a pasar “al primer capataz de esta cofradía, por Gonzalo Santiago el pingüino” algo que desconocía, seguramente el hermano de Manolo Santiago, aquel taxista exclusivo del padre Balboa, el que le riñó bajo la Virgen de los Reyes sobre como rezaba un costalero, sería el capataz de esta hermandad en tiempos de los profesionales supongo, donde comprendí aquello que leí en la magna de que la familia Santiago estaba muy unida a la hermandad y es que no era simplemente porque Curro o la hermandad invitase aquel día a su capataz en glorias, Antonio Santiago y su hijo.
El rimbombante faldón trasero se abría nuevamente para que la alta se despidiese del Señor de la costalería de categoría en Córdoba mientras la urna no dejaba de dejarte mudo con el dosel de la calle que le pusieras, en esta ocasión con los edificios de la calle. Las “columnas” me recibieron un Viernes Santo más, cansado, pero no sé, me sentía mejor que el año pasado donde comenzó la despedida con estos hombres que me hacen quitarme el sombreo del mundo de abajo… qué fácil sería todo si todos los costaleros tuviesen la filosofía que desprenden los costaleros del Muerto, del Dios yacente de Córdoba. Fotos para el recuerdo, conversaciones de corazón sin sentirnos hermanos de esos de puñetazo en el pecho, es bonito aunque sea solo una vez, juntarse para disfrutar del arte de pasear a Dios que venía con son de cansado, aunque fuese dormido, le esperaba mucho ajetreo por allá donde la ciudad despidió hasta siempre al genio de Manolete. Se abrió el faldón y se abrió la caja de los recuerdos, subiendo la rampa, siempre con el rigor de la jornada, con el sabor del entierro volvimos a sentir la alfombra de la Compañía con la esperanza de volver a vivir algo que merecía mucho la pena, solo apto para privilegiados como era ver entrar desde el interior a su Madre bendita. El año pasado lo intenté narrar de la mejor forma posible, la verdad no le hizo justicia, obviamente no se permite ni una cámara pero este año, deseo que no fuese porque yo lo contase al universo cofradiero, nos quedamos debajo, en su casita, apoyando la frente en la trabajadera, no pudimos salirnos, tampoco nadie nos lo dijo y aquí la obediencia y el pico cerrado es el primer mandamiento, solo fue sentir como bienaventurados que nos funciona el oído como vive un costalero la Semana Santa, en ciega galera como diría Barbeito, escuchamos las voces angelicales que dirige ese genio que escribió “La Vía Sacra”, le siguieron las voces de Curro, con su deje tan peculiar y escuchamos el cimbreo del palio de plata y el racheo de sus valientes costaleros mientras en nuestra mente se dibujaba la estampa de los ciriales y del palio llenándolo todo en la prieta revira. Se posó, habló entre el ensordecedor silencio el obispo y se hizo la luz en la Compañía mientras seguíamos en la tiniebla bendita, porque su imagen seguía dormida pero Dios volvía a la vida para el gozo de todos los desterrados. La urna, el galeón de la Compañía volvía a alzarse, y el manierismo dibujaba sus últimas dentelladas de oro y sabor de luto. Lo dejamos en el letargo donde vive la espera tras un telón de su púrpura de Rey para un próximo Viernes Santo de paladar y kilos.




















Curro, Federico, Arce y también Martin no se me escapaban este año, necesitaba esa foto para el baúl de los recuerdos, delante de la joya más conseguida del siglo, la que se mueve a la misma categoría y eso es gracias a este capataz -y su gente- que en tan poco tiempo me enseña a pasos agigantados, y es que es un honor paladear este premio que Dios me ha dado de llevarlo  siempre a su voz, culminando un año más, para ellos en el noble oficio de llevar a Dios y su bendita Madre, como él siempre dice, al pueblo que los necesita, enseñanza que llevo guardada en la memoria que ya a más de uno le he dicho que siempre piense en aquel que sin saberlo le llevamos a Dios y a la Virgen para que le ayuden. Un abrazo fugaz, este año no tenía tanta prisa, esa misma mañana me llamaron para empezar a trabajar el lunes, por ello podría culminar la jornada viendo lo que quedaba de Viernes Santo en la ciudad para acabar la semana volviendo a la vieja Híspalis, a su glorioso sábado aunque ya no sea de gloria y culminar en gloria una semana que fue la gloria junto a Jesús Resucitado que como en Córdoba también sale de una iglesia en honor a Santa Marina y con ojiva.
Una despoblada carrera oficial nos llevaba hasta San Pablo con las columnas del templo romano por mudo testigo por donde comenzaba a entrar la hermandad de la Expiración. Como en Sevilla, aquí también se nota el público de las “rancias” que nos trajo al cordobés paso del Cristo de la Expiración, silente, como había estado toda la tarde como la advocación de su Madre al pie de la cruz. Me gustó la sensaciones que llevo desde entonces, entre Éste y lo vivido en Sevilla con los Javieres volviendo a soñar con un son para el Cristo que lleva más años en mi corazón pero… detrás del Expirante cordobés venia nuevamente su Madre bajo palio, bajo suntuoso palio más bien, estábamos ante otra de las joyas de las cofradías cordobesas. Seriedad suntuosa de palio de cajón bordado hasta “las cejas”, algo cortas vi las bambalinas, entre la orfebrería del “platero Roncero” como le indiqué a mi viejo amigo Juan Pepe, venía recubierta de manto real una de las coronadas de la ciudad, la bellísima Virgen del Rosario. Venia por San Fernando con mucha majestad, que menos con “Valle de Sevilla”, después creo que sonó “Tus Dolores son mis Penas” y así nos llegó el palio con el mismo sabor del día en que le beso su mano, el día de Todos los Santos, de una cofradía que bien mereció la pena acercarse a ver aunque las horas de la madrugada se nos echasen encima. Buen son, vi que su capataz era un costalero de Curro de otras cofradías, se tenía que notar cuando la bella estampa del palio se nos perdió por el compás de San Pablo al son de “Expirando en tu Rosario”, gran marcha y es que he aquí la categoría de esta hermandad que pocos pueden decir que tengan una marcha de Antonio Pantión.














El viernes se diluía como el azahar de la vieja calle de la Feria que está a la vuelta de la esquina en mis manos. En el Compás de San Francisco me quise llevar el recuerdo de estas vivencias, bajo el popular azulejo del Dios de Ortega Bru en la ciudad, con un entorno como su misma advocación señala, en silencio, este año la fotografía no sería en el puente romano, sino en un lugar con tanto sabor a cofradías llevando a gala la Cruz del Santo Sepulcro y yo fui su costalero. En el puente aun retumba a cofradías en esta noche donde Córdoba dice adiós a la penitencia de la gracia. El Descendimiento volvía a la figurada Triana cordobesa, a su Campo de la Verdad. La Virgen del Buen Fin conquistaba casi la Calahorra y antes de llegar a la rotonda de la iglesia el misterio y cofradía que marcan el contra punto de barrio en la jornada se prestaba sin prisa a saeta tras saeta, alcanzando los relojes las dos de la mañana, solo quedó eso si con equivocación a la hora de salir de Córdoba, volver hasta casa a ver como se levantarían los ánimos para echar el aldabonazo a esta Semana Santa antológica para lo que a mí respecta.

Fotos: Juan José Villar Sánchez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario