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viernes, 11 de marzo de 2016

AL DIOS DE LA CIUDAD...

El próximo sábado, deshojando la margarita morada volveré a encontrarme con el presente que me brindará el recuerdo de una cita especial, como fue el día que pregoné la Semana Santa de Bailén. Ha pasado un año valorando, saboreando, escuchando todo tipo de valoraciones sobre que supuso aquel día. A pocos días de que se cumpla en el año exacto de aquel día he llegado a la conclusión de que fui un privilegiado sin duda porque según mis circunstancias, que están ahí y no engaño a nadie, ni maquillo mis pensamientos, fue una auténtica elección de allí arriba para que yo con mi edad y mi actual vida cofradiera pudiese subirme al atril para más que tener la papeleta de tener qué no hacer el ridículo, llevarme una especie de homenaje que es lo que veo es lo que siente la gente que es, que te elijan para no sé… ¿destacar durante lo que dure la exhortación?¿pasar a la historia? Pero yo os digo, que al final todo pasa, me llegan ecos por ahí del impacto que supuso para muchos aunque luego camine por la calle, llegue a cualquier rincón cofradiero y sientan que sigue todo igual, como si nunca me hubiese subido al escenario de la casa de la cultura. Ante eso siempre queda la satisfacción personal, la que siente tu familia y quedarme con la certeza de que hice lo que creía que tenía que hacer, hacerle un bien al Señor, y si le haces un bien eso recae en los demás. No vine a contar mi vida, pero si tuve que sumergirme en la época donde más la viví para poder trasmitir ese localismo que tanto se demanda o demandan algunos. Hay quien dijo que cambiándole nombres, el pregón hubiese valido para cualquier otra ciudad, y la verdad que si esto es así, creo que eso es un logro porque eso es motivo de que fui a hacer lo que debe de hacer un pregón, anunciar la Semana Santa, y la esencia de ella es la misma en todos lados.
Siempre es esta semana preludio del pregón, semana de quinario al que catalogué y creo que nadie lo pone en duda, como “Señor de Bailén”, el Cristo de Medinaceli y para hablarles de él hice lo que hacen todos, basarse en otros, como en la vida misma, siempre hay referentes como puede ser Romero Murube cuando explicaba esa sensación que siente un pueblo cuando su imagen más venerada sale a la calle aunque durante el año no esté nunca sola o lo que significa para el devoto o como en ese final “donde fue a buscar el aplauso” sentí que del Medinaceli se podía decir algo similar como lo que dijo Antonio Bustos en aquellos “Toques de Triana” al Cristo gitano, curiosamente como en mi época llamábamos al Medinaceli, por su piel tostada, como el Gitano.
Finaliza hoy su quinario y qué mejor que recordar mis palabras para el Señor que hace de los Martes Santo el enorme templo de la ciudad y también haciéndolo con un documento gráfico de especial significancia, como fue la primera vez que salió sobre el ya antiguo trono que labrase el cordobés Francisco Díaz Roncero, un paso que la verdad me habla mucho de aquellos tiempos donde con mucha ilusión tenía que extender el brazo completamente hacia arriba para poder llegar al varal…

“Este es mi Cristo, yo diría que este es el Cristo de los hermanos cruceros aun con tal alto número de representaciones plásticas de Nuestro Señor en su Pasión y Muerte. Habrá pocos lugares como el Santo Cristo donde se pueda buscar la mirada congelada del Hijo de Dios con tantas opciones y en una sola cofradía. Pero allí, en la cima de esa empinada cuesta, en esa su esquina bendita bañada por la gracia es donde habita Dios, el capataz divino de los bailenenses, el que se escapa de las manos de su cofradía. Cada ciudad tiene el Cristo del pueblo, su Señor, el que trasciende más allá de las fronteras de las a veces muy privatizadas hermandades. Ese Cristo que no entiende de colores, ni de nóminas cofradieras, ni de campañas enfocadas para que sus titulares lleguen al conocimiento de la sociedad. Hace más de medio siglo vino a Bailén si hacer mucho ruido, su nombre, su cuerpo, su gesto, su mirada… pocos lo esperaban, pero vino para quedarse y bendita decisión la suya. Pero llegó vestido de fría y morada túnica, cautivo, con la cabeza gacha porque sabía que desde abajo es donde lo buscarían cada viernes del año y desde donde nos concedería el consuelo y la aceptación de nuestras culpas con su profunda mirada. Ya vino como bañado por la esencia de los siglos, fue como si Madrid nos regalara uno de sus más preciados tesoros, que brillan paradójicamente por la piel tostada, como de un gitano bendito que aun detenido en el tiempo, adelantó su pie derecho y lo descubrió por su estática túnica, para que Bailén entero estuviese contenido en el pie de su Dios, aquel que su nombre ahoga el alma, al que apellidan como un grande de España, Él es Jesús de Medinaceli, Él es el Señor de Bailén. O acaso es mentira esto que digo cuando parece que el letargo de la espera de un nuevo Martes Santo, para Él no parece pasar nunca por las hojas del calendario, ni parece importar mucho el día escogido que nos sabe a su figura. ¿Cuántas cosas escuchas Moreno, desde lo alto de tu capilla? ¿Qué te piden? ¿Qué te reprochan? o qué gracias te dan. Cuantos alumbramientos has cubierto con Tú aliento, a cuantos has curado con el roce de tus dedos, a cuántos has abrazado con tus manos siempre atadas cuando ante ti en el cielo se han presentado esperando un guiño tuyo en la tierra y luego les ha mostrado por qué ibas coronado de espinas, por qué ibas maniatado, por qué tu gesto de dolor, por qué tu cuerpo desgastado, enseñándoles que todo eso era la llave para abrir la puertas del cielo y hacerlos vivir, como quisiéramos todos vivir… para siempre. Que tiene tu acongojada figura cuando dibujas los senderos del Martes Sagrado, donde los nazarenos de capa blanca no pueden con el poder del pueblo que te hace suyo mientras navegas en un galeón de almas que te siguen a tus espaldas, haciendo brotar la lágrima sin fin ni escapatoria cuando tu melena parece besar el escapulario de aquellos que te elevaron como icono rescatador de los cautivos de todo el mundo, siendo Tú el cautivo más inocente de todos los tiempos. El Martes Santo es quizás el día que menos sabe a Semana Santa aunque todo parezca un día más de tu pasión, aunque tu Madre traspasada por siete dagas de dolor te siga al compás de Andalucía que se borda a las bambalinas de un palio y la expectación cofradiera cuando vuelves de recogía seguido por una larga serpiente sin espigados capirotes, sin señoriales capas ni penitenciales túnicas buscando como cada viernes, que sabe Dios, qué sabes Tú, en tu capilla o sobre el paso de los hermanos cruceros que seguramente ni imaginaron que viniste a Bailén para ser el receptor que todos ansiamos desde que de niños comienzan a hablarnos de Jesús de Nazaret, que tu figura nos recuerda que Dios habita entre nosotros durante todo el año y que Bailén se hace gigantesca catedral para recibir los tiernos pasos de tus pies hechos costaleros y sentir lo que dijo un viejo romántico de las letras, de que el Martes Santo no hay que buscarte en los templos porque en Bailén es el día escogido en que las puertas se cuelga aquello que dice… ¡Dios está en la ciudad!, ¡porque Tú eres el Cristo!, ¡el Cristo Moreno!, ¡el Cristo más Cristo de los Cristos Baileneros!”

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