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lunes, 11 de abril de 2016

LUNES SANTO... EL FRACASO DE LA PRECAUCIÓN

La tristeza por despedir el primer día de la semana tan ansiada, aun con el sabor a la gloria alcanzada, se mezcló con la incertidumbre de saber que, según los meteorólogos, el lunes era el peor día dentro de esa horquilla que iba del domingo al miércoles donde sin duda podría aparecer la lluvia. Los pronósticos de este año han sido la verdad, para un cero en aciertos a todos aquellos que nos han tenido en vilo. Pero estábamos más que preparados para vivir una semana con las nubes como segundas protagonistas. Amaneció en el ruidoso ir y venir del hotel mientras al parecer el lunes sagrado era bautizado con una gran manta de agua como ocurrió en el Domingo de Ramos.
Creo recordar que sentados sobre la cama, por Canal Sur Radio nos dieron el primer sinsabor, este año no habría locura de ir hasta esos confines de Sevilla por donde se haría la magia de la Semana Santa. Este 2016 sería el de volver a sentir que es aquello de un Lunes Santo sin los penetrantes ojos verdes del Hijo de Dios y su Santísima Madre. Dijeron los que estudian los cielos, que el cielo no llegaría cautivo y rescatado sobre un galeón dorado, que el ancla de Triana se quedaría sin su matinée cofradiera y que habría que esperar al Jueves Santo para entonar el Santo Rosario ante la presencia de la Virgen. No había dado tiempo a quitarse las lagañas y el Polígono de San Pablo anunciaba que esta Semana Santa no iba a ser completa.

En la calle una cola visitaba al Traslado al Sepulcro, majestuoso, puro éxtasis del arte esperando un milagrito, pero eso solo lo hace el que por caridad iba muerto en las manos de los santos varones. Volví a pedir el milagrito mientras no llovía y volví a recrear estampas de aquel primer año en que con mi coche comencé a visitar las cofradías de Sevilla, llevándomelo desde el carísimo parking hasta las puertas del IAPH donde descansaría toda la semana. Los recuerdos volvieron a aflorar en mi cabeza cruzando la pasarela de la Cartuja y es que gracias a Dios han pasado muchos años cargados de fotogramas de gloria. El cielo sobre el rio era enmarcado por unos nubarrones a los que daba miedo mirar, sin duda que la torre Pelli parecía poner el complemento ideal para una película de tintes futuristas donde la fatalidad ambiental colma toda la temática. Un Cautivo se quedaba en casa y el otro, el del Tiro de Línea le echaba arrojo y decidía hacer realidad el milagro aunque la verdad no recuerdo si para ese momento ya lo habían decidido o fue durante la comida que ya buscábamos, este día si, en nuestro lugar de costumbre.
No hubo arrojo de coger el taxi e irnos hasta los dominios de Santa Genoveva, el domingo había hecho mella y solo quedaba encender la radio y esperar el efecto dominó del milagro a las puertas de ese templo, desde donde debería hacerse el milagro que esperaba el taxista de la jornada anterior, que no era otra que ver relucir al Beso de Judas por las calles de Sevilla. Las gentes se agolpaban por las aceras de la calle Santiago aunque curiosamente la zona superior de la plaza del Señor de la Redención se encontraba prácticamente vacía. Fue día de llenar la mano además del paraguas de la sillita, tan criticada pero sin la cual no podría haber echado la semana que eché. Sentados sobre la misma, nos llegó Rubén y David y comenzamos a deshojar el tiempo que no se detenía, sino que aplastaba inmersos en la agonía de la luz que por Santa Genoveva se echaba a la calle. Pero todo se truncó, la hermandad del Cautivo se volvía cuando su recién reestrenado palio llevaba poco en la calle. Al poco comenzó a caer una leve lluvia que comenzó a dar con todo al traste, tristemente, cuando tan poca cantidad se convertiría en lo único que caería en la jornada para llevarse por delante el sueño de ver al Soberano dándose de bruces con Sevilla, viniendo siempre desde Triana con el izquierdo por delante. El galeón del Caifás se quedaba en el Tardón y la Princesa que espera ser coronada repartió salud para solo aquellos que se acercaron a su casa blanca de San Gonzalo a rendirle pleitesía. Nos quedábamos igual sin el Beso, sin el poderío de su galeón llenándolo todo con el olivo y sin ver como su madre Rocío no podría lucir ese elemento mundano que la hace más Reina si cabe, el nuevo manto bordado.
Se rompía la ilusión aun con la promesa de que llegaría el ultimo intervalo de la tarde donde no llovería, con la esperanza aun intacta, Santa Marta no dudó en volver a asestarnos el golpe que más duele, aunque de ellos no extrañe, el embriagador caminar del traslado al sepulcro tampoco surcaría por la Jerusalén de Sevilla. Pero la esperanza seguía intacta aun confiando en aquellos que decían que iba a llover y luego no llovía, por ello podría pasar al contrario por lo que recordé las palabras de mi amigo Eugenio y recordé viejos pasados Lunes Santos donde sin cofradías una gran opción es  sumergirse en la colegiata del Divino Salvador para contemplar cómo se sube una imagen a un paso, como Dios manda y es que si nos referimos a Pasión que se puede esperar… aunque sin duda lo que más me pellizcó el alma es cuando rememoré mi pregón en lo que recordé aquel día de párvulos donde se me invitó a buscar piedrecitas para “adornar altares errantes de amor”, es decir pasos para jugar a las cofradías, y es que el que me invitó y se convirtió en mi primer gran amigo capillita se encontraba celebrando la ceremonia junto a más sacerdotes y el arzobispo Asenjo ante la capilla sacramental donde el Señor de Pasión esperaba sobre las andas ser elevado sobre su joyero de plata. La verdad que encontrarme a mi viejo amigo Alfonso Puche en tan magno acontecimiento me llenó el alma al comprobar que todos los que empezamos acabamos en la universidad de las cofradías y es que debería estar obligado en los estatutos de todo el mundo, el querer aprender y disfrutar de la Semana Santa de Sevilla, sin ninguna duda que a todos les haría más bien que mal… y es que lo que vino después, tras la eucaristía, donde comí del banquete de la vida eterna, llegó algo material pero que te hacia entrar en los fogonazos de eternidad que de vez en cuando sentimos los mundanos. El rezo, el rigor, la sobriedad elegante, el silencio, el eco, el templo y siempre el perfil del Dios de Montañés caminando sobre las cabezas, entrecortándose entre los palios del Socorro y su madre Merced, entre los candelabros de la Borriquita, volvió a situarse en el “ascensor” y nos pareció que se nos fue al cielo, ese cielo real que le creamos los hombres donde la filigrana de Cayetano pareció revestir las paredes de la gloria…
Así quedaría para los anales este Lunes Santo donde al salir a la inmortal plaza nos encontramos a Parrita, Félix, Moro y señora y un cielo que no anunciaba agua pero que si traía las aguas bautismales del costado del Dios de la calle Dos de Mayo que se convertiría en la primera de un Lunes Santo que pintaban en blanco…
La tónica siguió su curso, se esperaba y al final se salía y por los aledaños de su capilla no cabía un alfiler una hora antes de plantar el galeón dorado del Señor de las Aguas en la calle. Por ello nos quedamos en la Puerta del Arenal, donde la revirá daría para el lucimiento y para rascarle al tiempo unos minutos más de eternidad. Pasó la hora entre un tentempié, sentados entre la gran masa que se apostaba y recordando ante los nazarenos blancos y morados aquella anécdota de nuestro amigo Óscar que ya ha pasado a los anales de nuestras Semanas Santas. Las Aguas salieron y el inmenso calvario con recodos de alegórico lo llenó todo al son de la percusión de las Tres Caídas. Y si el domingo acabó en San Juan de la Palma, los sones nos trasladaron a aquel embrujo cuando Dios hundía la cabeza en su pecho en signo de muerte, la Virgen de tintes de Montes de Oca bajaba la resignada mirada mientras Juan miraba al cielo que se apagaba por la boca del Señor, sin ver el ángel que recogía su sangre y el agua que bautizó a esa humanidad que comenzaba a caminar en el mismo lugar del gran martirio, ese calvario del Arenal que se mecía ante una muchedumbre callada y agradecida por tocar la gloria una jornada más. “En tus Lagrimas Amargura” dio paso a los sones del clasicismo corneteril y el gran paso nos entornaba los ojos mientras parecía superarnos y al compás se iba por Castelar… se hacia la Semana Santa mientras por detrás venía el que dicen es el palio más grande de la ciudad, la niña de nuestro Pradas, al son de una marcha que no recuerdo pero que como varias veces comentaríamos en la semana, serían de esas que no te entra nada y no te explicas con lo que hay como pueden tocarle eso… la jovencísima Virgen de Guadalupe llenó la Puerta del Arenal con la magnitud de sus bambalinas donde florece la sevillanía de esta Virgen de tintes devocionales arraigados en Extremadura y en México… Señora de Duarte que no conoció a las Aguas de Triana y de la que aún colean aires de la Judería, esta bella Emperatriz del Arenal que llenaba de la gracia, del son de la gracia a las calles de Sevilla.








Todo se rompió y pudo haber sido un Lunes Santo como lo fue el domingo… glorioso, pero no hubo valentía. Pero las cuatro últimas salieron sin miedo, era a esas horas ya todo más fiable y como había que esperar que viniesen de la otra parte de Sevilla, buscamos nuevamente a las únicas aguas que nos trajeron la éffeta de los sentidos. Un acierto el cambio de itinerario de esta hermandad, y es que con las masas que se calzan ya en Sevilla es mejor buscar lugares más amplios que las estrecheces de antaño. Además, si el marco es sublime, como es la plaza de San Pablo o como todo el mundo la conoce, como la Magdalena. A los pies del que dicen es el templo más granadino de Sevilla Dios volvió a morir en la cruz buscando la carrera oficial. Los “banderos” esperábamos en el nuevo reencuentro algo más novedoso de Triana, pero cual sorpresa y mira qué extraña sensación, que al sonar “La Pasión”, la marcha me pareció como desfasada, las cosas de montar tanto y tanto sin control. Guadalupe llegó más sobria, más mustia y como tantas quiso homenajear a una de las ilustres vecinas cuando “La Quinta Angustia” abrazó la congoja de la Señora que talló Álvarez Duarte, la que caminó en un amplia chicotá que no dio tregua al tambor y a los contrastes, de Quinta Angustia a una marcha que me suena mucho a mi pueblo, y es que “Calvario” fue explotada hasta la saciedad… tal vez sonó también por el otro ilustre vecino que conoceríamos en el mismo lugar, días después en la santa Madrugá.
La idea fue buscar la chicotá del Padre Nuestro en Placentines donde antes el rigor de la noche de los tiempos traspasa con los escalofríos la vuelta de la catedral de Vera Cruz. Pero por el Salvador ya había bulla y las calles por donde deberían venir las dos más rancias de la jornada. Por la Alfalfa encontramos uno de esos garitos donde merece la pena dejarse los cuartos en un bocadillo para cenar en un Salvador, en el que sentados parecíamos emular al mismísimo Montañés de bronce. Pesando el tiempo de la espera (con los lingotazos ¿eh Rubén?), llegó el que quitó todo peso, entrecortándose en la distancia, consiguió crear el milagro, que es callar a todo el Salvador. La verdad, me sorprendió, como algunas cofradías de silencio podían hacer eso y otras no. Venia Vera Cruz y con ella venia los nazarenos de la cruz y el verde crucero por antonomasia. Admito que Vera Cruz es de las cofradías que menos pellizcos me ha prendido en las Semanas Santas en Sevilla y que siempre me la dejaba para la Gavidia donde la verdad… poco más encanto que poder contar. Pero estos Lunes Santos son los que te abren a poder conocer y descubrir estas cofradías en lugares donde puedan dar más al “jubileo de la pestaña”. Y la verdad es que, en el Salvador, no esperaba gran cosa pero el pequeño crucificado nos hizo volar a otro tiempo, parecimos aquellos cristianos que observaron a los primeros cofrades purgar sus culpas. La solemnidad estuvo a tal altura que creo que ninguno olvidaremos como el Cristo de la Vera Cruz se nos crucificó en el alma, incluso su poca popular cuadrilla nos dio una lección de cómo hay que andar para que un paso de ese tamaño venga andado como si fuese todo un galeón. Y qué menos María de las Tristezas, estuvo al mismo nivel de gracia y pellizco que su hijo, remontándonos a otras épocas con su sobrio paso de palio donde la Virgen con la cara de la señora Salcedo nos dio una lección de contemporaneidad calzando tan sublimemente con una cofradía que hunde sus raíces en los cimientos del catolicismo tras la recuperación de estas tierras a la santa mano de Dios. El don y el acierto, el buen gusto de un vestidor fue el definitivo telón de fondo a las sensaciones que Vera Cruz nos dejó clavadas como los clavos del Señor a su paso por el Salvador.
Negro sobre negro, más rancidez y la que venía no era cualquier cosa. Nuevamente, en la lejanía pareció nacer como de la nada nuevamente el Hijo de Dios sobre un paso. Dios de las Penas de los parroquianos de San Vicente, caído, aplastado por la suntuosidad del carey sobre un paso que parece un enorme cojín donde el Señor consuela sus caídas. Nuevos ecos de silencio en el respetable y poco a poco, sin darnos tiempo a saborearlo todo, nos fue llegando el primero de los pasos sobre esa joya totalmente desconocida de la retablística en pasos procesionales que son las andas del Cristo de las Penas. El sello Santiago presente, como siempre digo, andando mínimamente como hay que andar dentro de las altas categorías, siendo este el Cristo en silencio que a mi modo, mejor mueven o dejan mover a Antonio Santiago. Él no se marchaba por Cuna, sino que buscaba por Jovellanos la calle Tetuán cuando por fin ya sabíamos porque desde el balcón, encima de la heladería se asomaba tanto Manuel Cuevas… el paso reviraba y siguió el son hasta que se posó ante el quebranto de una voz que no dejó a nadie indiferente, que más decir de este hombre que ha conseguido que me guste lo único que no me gustaba de la Semana Santa; la saeta, pero es que escuchar a este hombre es de otro mundo. Parecía que no pero el Salvador nos regaló momentos de burbuja para saborearlos para siempre, y es que parecía que no se había ido el Señor y nuevamente de las brumas oscuras de la distancia comenzó a sonar Chopin y el palio de María Dolores acabó por prendernos de una sobredosis de gloria. Levantaba el paso y el ruido levantaba la expectación, el techo cayendo a plomo y es que vaya categoría calzan estos chiquitines elegidos de Antonio Santiago. Se abrió la magia, pero pasó tan fugaz, con el son que debe de llevar siempre la Madre de Dios –que me acordaría de esto días después…- que cuando nos arriaron el farol de cola sobre nuestras conciencias, pareció que todos necesitáramos hincharnos de la fragancia de sus formas. Guerrero me decía: “y que no le guste a…” y es que el paladar de esta dulce Señora… qué aires a la antigua, clavando su mirada en los cielos, eso solo es de paladares tocados por el don de descubrir el éxtasis de la gracia.
Ahora tocaba la decana y la que siempre cierra la jornada, en busca de la catedral me llevaba la sorpresa de abrazar a dos compañeros de trabajo, de los buenos, Felipe y mi corneta Fran, que con sus respetivas señoras decidieron conocer el verdadero paraíso en la tierra que no es otra cosa que Sevilla en Semana Santa… aun en la hora del bocata, Felipe, me comenta los grandioso que le pareció todo. Buscamos el Museo y por Alemanes nos encontramos a la Virgen murillesca de Sevilla. Digno fue el momento de haber sido plasmado por el mítico Bartolomé Esteban y es que cuando la Giralda se presta como dosel a un paso de palio, todo torna otro color. Contemplando primeramente el palio, la Expiración ya iba camino de su primera vez por Molviedro, donde la malla cubre a María, tocada de un muy glorioso tocado, con un manto digno de una princesa de las que marcan tendencia y el júbilo de las cornetas de la Oliva tocando “Virgen de la Estrella” de Gámez Laserna, ¿quién no hubiese pensando que estábamos ante una cofradía que buscaba su populoso barrio? pero no, el contraste del Museo aún tenía que esperar porque por San Vicente había que volver a recrear la gloria de la rancidez.













Corrimos y por Virgen de los Buenos Libros ya era conquistada por la inconfundible silueta del Nazareno derrumbado de las Penas. Seguimos nuestro son hasta alcanzar lo más cercana la puerta de San Vicente, aunque este año algo más alejadillos, la oscuridad volvió a parecernos la luz de la gloria mientras el perfil del Señor se grababa como entre tinieblas en los viejos edificios que llenan de más sabor el entorno. El silencio se podía cortar, el señorío hacía el resto mientras entre los fogonazos de los flashes el Señor fue buscando su fin sin mediar duda, mientras la saeta convirtió la recogía en esos momentos que todos los capillitas llevados esperando todo un año. Manuel Lombo puede ser que fuera uno y el otro sin lugar a dudas, nuevamente Manuel Cuevas, creo que la ración de arte en la garganta en la jornada fue digna de satisfacción, no sé qué opinaría nuestra linarense amiga Mari Ángeles de la experiencia…


Y todo volvió a parecer como siempre, pero nunca nada es igual cuando el aire deja pasar la catedral errante por donde venía María de los Dolores, al son de “La Madrugá”, al son de sus “Tus Dolores son mis Penas”, mientras el Cuevas le volvía a rezar con la agonía del cante español hasta que el son medido, el derroche de arte efímero nos conquistó entre negros naranjos mientras el azahar y el incienso parecía dirigir al Maestro Tejera que volvía a apagar los sueños inenarrables cuando con “Jesús de las Penas” el palio se apagó y volvimos a estar atrapados por el tiempo, aquel que no pareció nunca haber pasado…





Así el lunes acabó como si a esa hora estuviese el Polígono entrando, como si no hubiese pasado nada y estuviésemos comentando el Baratillo de San Gonzalo, pero no, el broche al lunes era el de siempre, pero el lunes fue diferente. Y diferente la recogía del Museo, que acertadamente dejó la fría Alfonso XII y buscó el calor de las apreturas por donde nace como una serpiente la calle de la tierra que me dio la vida. Por Bailén venia la muerte curvada como diría el maestro Herrera, venia la Expiración de Marcos Cabrera… Bailén-Expiración que coctel de tantos recuerdos aunque la estampa fuese tan diferente. Qué me gusta este Cristo como va, en silencio aunque mis acompañantes apostaban de que ese Cristo con el palio que lleva detrás necesitaba unas cornetas y tambores. Pero aparte del contraste de la cofradía, la sobriedad del Señor me tiene atrapado desde la primera vez… qué altura, qué torsión, qué manierismo barroquizado, qué candelabros, qué luz entre tanta tiniebla, qué monte, qué canasto, qué evangelistas y qué son más bueno para callar al firmamento que se asomaba al Museo mientras entre la pinacoteca hispalense nos pareciese ver una muestra de arte total en movimiento.












Qué belleza y qué entrada de gente tendría si fuera a hora más temprana porque vivir la recogía de la Expiración del Museo es algo que no se borra jamás mientras el padre nuestro de la saeta retumba en el fresco de ese relente de la noche que otra vez encontré al recogerse el Museo. Tras Él venía la alegría de la casa, no me extrañaría que así lo tildaran aunque María de las Aguas emergió del itinerario de vuelta que necesitaba con el son del himno no oficial. Volvíamos a acabar la gloria escuchando a Font de Anta mientras el son que tanto le gusta a mi Rubén llenaba como la luz de la candelería las sombras de la plaza. La Inmaculada dolorosa miraba a los cielos y se elevaba  al son de la última saeta del día para volver a llenar del estruendo de su ser a toda la plaza del Museo, con esa potencia de la Oliva que nos hizo pensar que así pocos dormirían por la zona, cuando arrancó la marcha “Virgen de las Aguas”, la gracia de los palios le dio la vuelta y con su mirada clavada en la luna fue desapareciendo bajo el dintel y cerrando un Lunes Santo, que fue el que Dios nos dispuso… ahora tocaba dormir con la incredulidad de no saber que nos depararía el Martes Santo… que me traería el reencuentro con una princesa casi como los enamorados, amarrado a su ventana…

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