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Retablo Mayor del Santuario de Linarejos (1910-1936) |
En estos primeros compases de
agosto no me voy a olvidar de la celebración de la festividad, también en 5 de
agosto, de la patrona de Linares: la Virgen de Linarejos, aprovechando que
recientemente hemos desvelado un pequeño aspecto de su historia[1].
El santuario de la Virgen de
Linarejos en Linares, como otros muchos templos, no ha conservado hasta la
actualidad su antiguo aspecto, y con ello también, su anterior mobiliario. En lo
que a sus retablos se refiere, el historiador D. Miguel Ruiz Calvente nos
desveló cuales fueron los distintos retablos mayores del santuario[2], y
entre tantas buenas investigaciones, cómo y quien realizó el que tuvo desde el
siglo XVIII, tras las obras del nuevo camarín[3].
Un tallista muy desconocido, señalado
como natural de Linares y respondiendo al nombre de Sebastián García realizó el
retablo mayor (además de los colaterales) tras firmar el contrato para la
hechura el 9 de mayo de 1716. Este trabajo fue supervisado por el maestro
afincado en Baeza, Diego Briones, el gran entallador que acaparó gran protagonismo
en la comarca norte de la diocesís jiennense, y del que recientemente hemos
publicado un trabajo monográfico sobre su figura.
El santuario ha sufrido el cambio
de varios retablos por distintas circunstancias. Este retablo dieciochesco se sabía
a través de fotografías que no fue el que llegó a la destrucción iconoclasta de
la Guerra Civil Española (1936-39), porque no presentaba las características estilísticas
propias de la retablística del XVIII, si no más bien unas trazas más afines al neoclasicismo
que no surgió hasta los últimos años del siglo XVIII y se afianzó durante el
XIX.
En mi trabajo, puede aportar la
historia del ese retablo que sufrió la destrucción del 36 consultando entre la sección
correspondencia de la parroquia de San Francisco en el Archivo Histórico
Diocesano de Jaén[4]. En realidad, este retablo (probablemente
desechado el de Sebastián García) se tuvo que estrenar o contratar en torno a
1910 ante un aparente gran deterioro según se desprende de una serie de misivas
entre el hermano mayor de la cofradía, D. Gregorio Cobo y el párroco de San
Francisco (demarcación a la que ya pertenecía el santuario) D. Francisco
Martínez Baeza con el obispado para solicitar licencia para colocar un nuevo
retablo. El hermano mayor expone en carta fechada el 13 de abril de 1910 que
según los hermanos habían acordado “la colocación de un retablo, en el altar
mayor de la ermita, en sustitución del que hoy existe, por encontrarse este en estado
ruinoso”.
El informe del párroco de San
Francisco fechado el mismo día expresa que el nuevo retablo sería “una
mejora de gran importancia que embellecerá el expresado santuario y de
imprescindible necesidad por encontrarse ruinoso el retablo que se trata de
sustituir con uno nuevo. El actual retablo, ya por su malísimo estado, pues de
el se han desprendido algunos trozos, ya por ser de estilo barroco, en la peor
de sus fases, contrasta lastimosamente con el resto de la iglesia…”.
Como el párroco estaba de acuerdo
con todas las reformas que se estaban acometiendo en el santuario, recibió el
beneplácito del obispado el 15 de abril para que se ejecutase el nuevo altar. Una
pena que en estas misivas no citaran el autor o la ciudad donde se acometerían los
trabajos. En algunas ocasiones estas cartas forman parte de expedientes con
los presupuestos recabados por los párrocos, cofrades o generosos donantes para
la aprobación episcopal.
El profesor Ruiz Calvente los describió
en los siguientes términos:
“Efectivamente, este destruido
retablo ocupaba casi la totalidad del testero de la capilla mayor y su traza
responde al eclecticismo historicista del siglo XIX, aunque también se advierten
permanencias neoclásicas propias de la centuria anterior. Labrado en madera policromada
y tallada, estuvo conformado por un sólo piso con tres calles, elevado sobre un
sotabanco y con mesa de altar con su sagrario correspondiente de bella factura,
en el que destaca el elemento central, que alberga y cobija un gran vano de
medio punto, desde el que se contempla la Virgen en su camarín; este elemento
arquitectónico está formado por pares de columnas de orden compuesto que
soportan un gran frontón curvo embellecido con una moldura de nubes y
querubines con el anagrama de María sobre rayos sostenida por ángeles sedentes.
A los lados, en las calles laterales, y en sencillas hornacinas de medio punto
flanqueadas por pilastras, las referidas imágenes de Santo Domingo de Guzmán y
San Francisco Javier asentados en ménsulas y coronados por anacrónicos
doseletes arquitectónicos. Diversas tallas vegetales figuran en los paneles del
banco, mesa de altar y a los lados del frontón, sobre el que también descansan
basamentos con jarrones. Sin duda alguna se trataba de un bello retablo, que guardaba
buena armonía con otras piezas del interior del tiempo, y que podemos
relacionar con los retablos neoclásicos de la catedral de Jaén, tanto en su articulación
arquitectónica como decorativa, especialmente en la incorporación de los ángeles
tenantes del anagrama mariano”.[5]
Conocida la noticia de que este
retablo se hizo en pleno siglo XX, debemos de advertir que, aunque presenta características
neoclásicas, más bien responde a la tipología de retablo que se comercializó en
nuestra diocesís desde las últimas décadas del siglo anterior y que tenia como
centro de operaciones el levante español, con la llamada “escuela valenciana”. Un
gremio semi-industrializado que se extendió también con mucha fuerza en la
capital de España con aquellos negocios donde se hacía de todo concerniente a
los usos religiosos y eclesiásticos.
Observando la fotografía podemos constatar
casi sin ninguna duda esta teoría, de que el retablo fuese fabricado en alguno
de estos talleres, tanto por las líneas de su diseño, las formas y acabados de
sus tallas y la inconfundible estética imaginera de sus esculturas con los ángeles
que coronan el ático, aunque parece que las imágenes de los nichos o repisas
laterales pueden ser anteriores reaprovechadas en el nuevo retablo. En aquellos talleres, que con sus catálogos
inundaron España se trabajaba como hemos dicho, casi en serie, sus particulares
diseños que conjugaban el rescate de las trazas de distintas épocas, donde
sobresalieron el aún muy cercano neoclasicismo como es este caso o el neogótico.
Un ejemplo de ello, lo tenemos por el optó la parroquia de Bailén en 1914 con
un retablo contratado al valenciano José Romero Tena[6]
para colmar las viejas y obsesivas expectativas del pueblo de Bailén de conseguirle
un lugar preminente a su patrona en la parroquia desde que por circunstancias
de la historia (desavenencias político-religiosas) la sustrajeron de su santuario
en la antigua población del Rumblar para venerarla definitivamente en Bailén. Aunque
ello supusiese “tapar” con esta obra el que quizás fue la mayor obra retablística
del inmortal Sebastián de Solís. Tristemente la guerra nos lo arrebató todo.
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Retablo de la Virgen de Zocueca obra de Romero Tena (1914) |
[1] LENDÍNEZ PADILLA, J.P. (2021): «La
talla sacra en la ciudad de Baeza durante el siglo XVIII (I): Diego Briones y
Juan de Arias». Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 223,
pp. 103-141.
[2] RUIZ CALVENTE, M. (2013): «Los
antiguos retablos de la ermita de la Virgen de Linarejos». Ecos de Linarejos,
n°38, pp. 22-25.
[3] RUIZ CALVENTE, M. (2019): «El
santuario de la Virgen de Linarejos, en Linares (Jaén): arquitectura y ornato
(siglo XVII-XVIII)». Siete Esquinas, nº 13, pp. 33-55.
[4] Archivo Histórico Diocesano de Jaén,
correspondencia Linares, legajo C. O. 73 Linares (1900-1923) - Lopera
(1852-1879), parroquia de San Francisco, s/f.
[5]
RUIZ CALVENTE, M. (2013):
«Los antiguos retablos de la ermita de la Virgen de Linarejos». Ecos de
Linarejos, n°38, pp. 23-24.
[6] La Correspondencia de España, 28
de enero de 1914, nº 20.440, pp. 6.
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