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sábado, 7 de agosto de 2021

EL RETABLO MAYOR DEL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LINAREJOS DE LINARES DE 1910

 




Retablo Mayor del Santuario de Linarejos (1910-1936)



En estos primeros compases de agosto no me voy a olvidar de la celebración de la festividad, también en 5 de agosto, de la patrona de Linares: la Virgen de Linarejos, aprovechando que recientemente hemos desvelado un pequeño aspecto de su historia[1].

El santuario de la Virgen de Linarejos en Linares, como otros muchos templos, no ha conservado hasta la actualidad su antiguo aspecto, y con ello también, su anterior mobiliario. En lo que a sus retablos se refiere, el historiador D. Miguel Ruiz Calvente nos desveló cuales fueron los distintos retablos mayores del santuario[2], y entre tantas buenas investigaciones, cómo y quien realizó el que tuvo desde el siglo XVIII, tras las obras del nuevo camarín[3].

Un tallista muy desconocido, señalado como natural de Linares y respondiendo al nombre de Sebastián García realizó el retablo mayor (además de los colaterales) tras firmar el contrato para la hechura el 9 de mayo de 1716. Este trabajo fue supervisado por el maestro afincado en Baeza, Diego Briones, el gran entallador que acaparó gran protagonismo en la comarca norte de la diocesís jiennense, y del que recientemente hemos publicado un trabajo monográfico sobre su figura.

El santuario ha sufrido el cambio de varios retablos por distintas circunstancias. Este retablo dieciochesco se sabía a través de fotografías que no fue el que llegó a la destrucción iconoclasta de la Guerra Civil Española (1936-39), porque no presentaba las características estilísticas propias de la retablística del XVIII, si no más bien unas trazas más afines al neoclasicismo que no surgió hasta los últimos años del siglo XVIII y se afianzó durante el XIX.

En mi trabajo, puede aportar la historia del ese retablo que sufrió la destrucción del 36 consultando entre la sección correspondencia de la parroquia de San Francisco en el Archivo Histórico Diocesano de Jaén[4]. En realidad, este retablo (probablemente desechado el de Sebastián García) se tuvo que estrenar o contratar en torno a 1910 ante un aparente gran deterioro según se desprende de una serie de misivas entre el hermano mayor de la cofradía, D. Gregorio Cobo y el párroco de San Francisco (demarcación a la que ya pertenecía el santuario) D. Francisco Martínez Baeza con el obispado para solicitar licencia para colocar un nuevo retablo. El hermano mayor expone en carta fechada el 13 de abril de 1910 que según los hermanos habían acordado “la colocación de un retablo, en el altar mayor de la ermita, en sustitución del que hoy existe, por encontrarse este en estado ruinoso”.

El informe del párroco de San Francisco fechado el mismo día expresa que el nuevo retablo sería “una mejora de gran importancia que embellecerá el expresado santuario y de imprescindible necesidad por encontrarse ruinoso el retablo que se trata de sustituir con uno nuevo. El actual retablo, ya por su malísimo estado, pues de el se han desprendido algunos trozos, ya por ser de estilo barroco, en la peor de sus fases, contrasta lastimosamente con el resto de la iglesia…”.

Como el párroco estaba de acuerdo con todas las reformas que se estaban acometiendo en el santuario, recibió el beneplácito del obispado el 15 de abril para que se ejecutase el nuevo altar. Una pena que en estas misivas no citaran el autor o la ciudad donde se acometerían los trabajos. En algunas ocasiones estas cartas forman parte de expedientes con los presupuestos recabados por los párrocos, cofrades o generosos donantes para la aprobación episcopal.





El profesor Ruiz Calvente los describió en los siguientes términos:

Efectivamente, este destruido retablo ocupaba casi la totalidad del testero de la capilla mayor y su traza responde al eclecticismo historicista del siglo XIX, aunque también se advierten permanencias neoclásicas propias de la centuria anterior. Labrado en madera policromada y tallada, estuvo conformado por un sólo piso con tres calles, elevado sobre un sotabanco y con mesa de altar con su sagrario correspondiente de bella factura, en el que destaca el elemento central, que alberga y cobija un gran vano de medio punto, desde el que se contempla la Virgen en su camarín; este elemento arquitectónico está formado por pares de columnas de orden compuesto que soportan un gran frontón curvo embellecido con una moldura de nubes y querubines con el anagrama de María sobre rayos sostenida por ángeles sedentes. A los lados, en las calles laterales, y en sencillas hornacinas de medio punto flanqueadas por pilastras, las referidas imágenes de Santo Domingo de Guzmán y San Francisco Javier asentados en ménsulas y coronados por anacrónicos doseletes arquitectónicos. Diversas tallas vegetales figuran en los paneles del banco, mesa de altar y a los lados del frontón, sobre el que también descansan basamentos con jarrones. Sin duda alguna se trataba de un bello retablo, que guardaba buena armonía con otras piezas del interior del tiempo, y que podemos relacionar con los retablos neoclásicos de la catedral de Jaén, tanto en su articulación arquitectónica como decorativa, especialmente en la incorporación de los ángeles tenantes del anagrama mariano”.[5]



Conocida la noticia de que este retablo se hizo en pleno siglo XX, debemos de advertir que, aunque presenta características neoclásicas, más bien responde a la tipología de retablo que se comercializó en nuestra diocesís desde las últimas décadas del siglo anterior y que tenia como centro de operaciones el levante español, con la llamada “escuela valenciana”. Un gremio semi-industrializado que se extendió también con mucha fuerza en la capital de España con aquellos negocios donde se hacía de todo concerniente a los usos religiosos y eclesiásticos.

Observando la fotografía podemos constatar casi sin ninguna duda esta teoría, de que el retablo fuese fabricado en alguno de estos talleres, tanto por las líneas de su diseño, las formas y acabados de sus tallas y la inconfundible estética imaginera de sus esculturas con los ángeles que coronan el ático, aunque parece que las imágenes de los nichos o repisas laterales pueden ser anteriores reaprovechadas en el nuevo retablo.  En aquellos talleres, que con sus catálogos inundaron España se trabajaba como hemos dicho, casi en serie, sus particulares diseños que conjugaban el rescate de las trazas de distintas épocas, donde sobresalieron el aún muy cercano neoclasicismo como es este caso o el neogótico. Un ejemplo de ello, lo tenemos por el optó la parroquia de Bailén en 1914 con un retablo contratado al valenciano José Romero Tena[6] para colmar las viejas y obsesivas expectativas del pueblo de Bailén de conseguirle un lugar preminente a su patrona en la parroquia desde que por circunstancias de la historia (desavenencias político-religiosas) la sustrajeron de su santuario en la antigua población del Rumblar para venerarla definitivamente en Bailén. Aunque ello supusiese “tapar” con esta obra el que quizás fue la mayor obra retablística del inmortal Sebastián de Solís. Tristemente la guerra nos lo arrebató todo.

 

Retablo de la Virgen de Zocueca obra de Romero Tena (1914)



[1] LENDÍNEZ PADILLA, J.P. (2021): «La talla sacra en la ciudad de Baeza durante el siglo XVIII (I): Diego Briones y Juan de Arias». Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 223, pp. 103-141.

[2] RUIZ CALVENTE, M. (2013): «Los antiguos retablos de la ermita de la Virgen de Linarejos». Ecos de Linarejos, n°38, pp. 22-25.

[3] RUIZ CALVENTE, M. (2019): «El santuario de la Virgen de Linarejos, en Linares (Jaén): arquitectura y ornato (siglo XVII-XVIII)». Siete Esquinas, nº 13, pp. 33-55.

[4] Archivo Histórico Diocesano de Jaén, correspondencia Linares, legajo C. O. 73 Linares (1900-1923) - Lopera (1852-1879), parroquia de San Francisco, s/f.

[5] RUIZ CALVENTE, M. (2013): «Los antiguos retablos de la ermita de la Virgen de Linarejos». Ecos de Linarejos, n°38, pp. 23-24.

[6] La Correspondencia de España, 28 de enero de 1914, nº 20.440, pp. 6.







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