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domingo, 5 de abril de 2020

MI DOMINGO DE RAMOS FUE EN BETFAGÉ...


Con tanto tiempo para reflexionar, creo que he llegado a una conclusión para entender por qué fui a Tierra Santa las pasadas navidades. Nadie se piense que lo estuve preparando durante meses. Eso lo hicieron el resto de compañeros de la peregrinación. Por si alguien quiere saber más datos, el viaje lo organizó una parroquia de Madrid, la del Buen Suceso, donde está como en una especie de coadjutor un bailenense, un viejo amigo desde la guardería, el sacerdote Alfonso Puche Rubio. Pues bien, en ese viaje no solo fueron los feligreses del Buen Suceso, sino otros muchos pues que se enteraron por estos mismos feligreses, la mayoría familiares de ellos.
Como el cura era de Bailén, pues sus padres cumplieron el sueño de visitar lo lugares donde caminó y vivió el Hijo de Dios. Y por ellos fueron dos familias más de Bailén. Por cierto, como uno era Zagalaz, quien lo diría, de su padre y mi abuelo y de la Santa Vera Cruz de Bailén estuvimos hablando mientras comíamos espagueti a eso de las 12 de la mañana (en frente) tras visitar la basílica de la Anunciación de Nazaret…
Volviendo a la historia, para entonces ya había comenzado a trabajar la mano del de allí arriba y yo no lo sabía... hay que advertir que este tiempo no suelo trabajar, por eso yo estaba en mis cosas, investigado y de repente mi madre entró a interrumpirme y me dijo que el hermano de la vecina (gracias por todo Juan Angel y Rosa) se iba a Tierra Santa el sábado (era lunes) con un viaje organizado por Puche, "¿quieres que pregunte si puedes ir? ¿te atreves a ir?" Sin mucho para pensar, dije que sí. Tras informarse me dijo que había dos problemas, yo no tenía pasaporte y ya era demasiado tarde para hacer las gestiones. Una pequeña decepción, que respondí con: “pues me lo busco por otro lado, pero yo me voy a Tierra Santa”.
Viendo el problema que suponía no tener pasaporte para un imprevisto de este tipo, fui a pedir cita, que pensaría me la darían para tres semanas, pero no, podía ir al día siguiente, y al otro, y al otro... y que como yo seguía con mi investigación me la cogí para el jueves, que ponía lluvia y no iba a viajar a investigar mientras por Internet buscaba alguna oferta que me interesase, pero para enero o febrero… nada más llegar, me llamó una agencia para ir en enero, pero más por Jordania que Israel… “um esperen que lo tengo que pensar” les dije. Nada más colgar, al medio día, mi madre emocionada me buscaba diciéndome que la había llamado Candi, la madre de Puche, que había un hueco, pero ella pensaba que ¡no tenía pasaporte!, ¡lo tenían bien fresco!. hay que ver, se organiza el viaje cuando estoy libre de trabajo. Además, iba una madre con su hijo y una amiga de la madre, dejando el muchacho la triple para irse conmigo a la doble… todo así se fue cocinando en apenas dos días…
Juzguen ustedes mismos, algo estaba amasando aquel al que iba a visitar su tierra. En un día tuve que prepararlo todo, pasé de ni pensarlo a estar sobrevolando en la noche de Tel-Aviv en una experiencia única en mi vida, hablando con una media sevillana-israelí que visitaba su medio país (madre sevillana [de la Macarena] y padre de Haifa) por ser un capillita y que su otra media ciudad tenía mucha culpa... qué cosas, llegué a Israel hablando con una judía sevillana…
En fin, no vengo a contarles nada de la peregrinación. Pero me detendré en el día 28 de diciembre, que junto a la mañana del día 29 se condensó sin saberlo mi semana santa, dejémoslo en la de 2020. Fue la mañana donde por fin podía pisar y conocer cómo fue aquel caminar del rabí de Galilea. Había estado en su portal de Belén y en su casa de Nazaret. Navegué el mar por el que Él caminó, me bauticé en las mismas aguas (bautizado por mi primer amigo capillita) donde se echó todos los pecados del mundo, subí a la cima llena de calma donde se transfiguró, en fin tantos lugares… pero la ciudad santa se abría ante mis sentidos. Aquel día 28 caminamos por una larga y pendiente cuesta, una calle que desilusionaría a cualquiera y llegamos a un lugar donde había una iglesia. He de decir que la mayoría son iglesias modernas que tal vez a muchos no impactarán. Pero es que ir allí, más que a ver… es a sentir.

Salve Regina...


La casa de María

Hablando de Zagalaz, Lendinez y la Cruz....
Buscando el pesebre



En el lugar había dinero...

El Tabor

¿Pedro me amas?¿Pedro me amas?¿Pedro me amas?
No solo fue el bautizo... si no que lo hiciera mi amigo
Aquella iglesia estaba llena de motivos decorativos a Jesús a lomos de una borriquita. Obviamente estábamos en el lugar donde Jesús eligió su humilde “vehículo” real para entrar en la ciudad donde se consumaría la entrega por la salvación de los hombres. Aquel día sentí que la chispa se había encendido como nunca antes, empezaba la Pasión, Muerte y Resurrección, ¡empezaba la Semana Santa! aquello por lo que había soñado tantos años. Mosaicos, pinturas (las iglesias no son como las de aquí, o más bien como algunas modernas) algún vestigio de las iglesias bizantinas que nos recuerdan que los primitivos cristianos señalaron esos lugares como los “Lugares Santos” y una imagen en bronce, curiosamente realizada en España y regalada por españoles (no estaba mal, pero pensé que se podían haber pasado por un taller andaluz), que tantos recuerdos a un día como hoy nos trae una imagen de Jesús a lomos de una mula en su entrada en Jerusalén. Como dije había que sentir, la vista no te podía decir mucho. Pero pronto en mi mente vi esas colinas vacías de edificios, de ese campo tosco de Israel y sobre todo la orografía del terreno. Pude ver y entender por dónde venía Jesús con sus discípulos y qué dirección tomó, y vi aquellos hombres del siglo I subiendo esa misma cuesta que luego a todos nos destrozó al volver. Sentí a Jesús subiendo a la cima para volver a descender hasta Getsemaní (con un río Cedrón seco). Me pregunté qué sentiría Jesús al ver la magnificencia de la ciudad antigua que se asomaba ante mi para que nos bombardeáramos de fotografías. La imagen que vi no era la que Él vio (Él vio el templo y yo la mezquita de la cúpula dorada, la de "Omar" o de la "Roca"), pero como digo, es un viaje para ver maravillas, pero sobre todo para sentir dónde estás pisando. A cada paso había un lugar donde ocurrió esto o aquello, hasta que terminamos en el famoso huerto de los olivos.
Hoy en este triste Domingo de Ramos para los capillitas, he llegado a la conclusión, de que ese improvisado viaje a Tierra Santa era porque Él sabía que esa iba a ser mi Semana Santa. No cogí las riendas de la mulica de bronce en un mero postureo, quería sentir que yo era uno de los doce y llevar al Rey de Reyes una vez más a su entrega de amor por donde todo ocurrió… quise caminar tirando de su burra aquellas pendientes, fue un nuevo Domingo de Ramos, pero el más diferente. Dios me lo concedió. Me dio respuesta a los sinsabores del año, a los sinsabores de la vida cuando a veces la mente se apodera del ser y te hace lamentarte porque crees que no lo tienes todo. Solo se, que justamente lo contrario pudo hacer realidad ese viaje en un solo día… mi Domingo de Ramos fue el 28 de diciembre en la misma Betfagé tirando de la burra del Señor en busca de la Jerusalén eterna…





¡venga de frente... Señor!


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