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martes, 7 de abril de 2020

30 AÑOS DE BUEN MORIR EN LA SOLEDAD


Me gusta que empecemos a preocuparnos por la historia. Sin ella no somos nada, sin ella no podemos aprender para mejorar y no equivocarnos. Sin historia estamos condenados a tropezar en la misma piedra. Hoy la cofradía de Nuestra Señora de los Dolores (y del Cristo de la Soledad) de Bailén nos ha recordado un día feliz de su historia en estos históricos días tristes de la Semana Santa. Hoy su titular cristífero, el Cristo del Buen Morir (entonces), poco después el Cristo de la Soledad fue bendecido en su vieja y primitiva ermita de Santiago, San Marcos, San Nicasio y hoy (y entonces también) de la Soledad. Treinta años de aquel 7 de abril de 1990. 30 años cumple el crucificado muerto de Bailén. Quién lo iba a decir, que parece que fue ayer. ¿No es cierto que a todos los que vivimos aquello aún nos parece nuevo? Hoy hay hombres y mujeres hechas y derechas que nacieron con Él ya entre nosotros. Pensar en esas cosas son las que me hacen sentir con cierta pátina sobre los hombros.
En la historia, está la que se cuenta a través de los documentos y la que se cuenta de forma oral. Yo también tengo mi historia de forma oral, la que se guarda en la memoria. Por ello, en felicitaciones por esos treinta años entre nosotros del “crucificado de la Virgen” (otra de las formas de referirnos a Él), como no podemos estar donde deberíamos estar, les dejo esta entrada por si les sirve de entretenimiento. Entonces tenía 8 años recién cumplidos y la víspera de la llegada de la mágica semana se reducía a escuchar en la lejanía desde mi azotea, los ensayos de las bandas del pueblo. Pero mi alma no despertaba del letargo hasta que llegaba el Saludo. Para aquel día ya había pasado y seguramente en casa no pararíamos de jugar a las procesiones. Aquella jornada de la bendición era sábado de pasión (¿puede que lluvioso?), al día siguiente un nazareno, perdón, un penitente rojiblanco con una palma despertaría la mayor ilusión de la vida a este niño que hoy calza 38 primaveras. Ya había pasado un saludo salpicado por la llovizna de la mano de mi abuela Isabel tras el manto de la Virgen.
Me sorprendo al comprobar como hoy es la vida de un niño de 8 años (super protegidos por los padres) y como lo era entonces, porque éste salía a jugar a la calle y se alejaba en cierto modo de los confines de su casa sin ningún miedo. En una de esas aún recuerdo por sombras el apresurado traslado de la Virgen en su trono hacia la ermita, cuando no es lo normal. La Virgen de los Dolores tras el septenario se queda en la iglesia desde donde emprende sus procesiones de Semana Santa. Lo que no se, es cuando volvería, porque el Jueves Santo ya salió de la iglesia. La Virgen iba a recibir a su hijo.
Desde 1661 la Virgen había estado siempre como la llamaban, la Soledad, aunque en su casa ya hubiese estado el Santo Sepulcro (pero ahí podemos decir que dejó de ser suyo) y San Juan. Aunque también hubiese estado un enigmático Cristo de la Paz… ya que estamos y aún no hay título oficial, ¿rescatamos esta advocación…? Ahí lo dejo… La Virgen estaba para ocupar su lugar en la escenografía procesional que conformaban todas las cofradías. Sus cristos eran los de la cofradía de Jesús, y para la cofradía de Jesús, su Virgen era Ella.
Pero continuamos, que quiero hablar desde la memoria, no desde los papeles viejos. La guinda del pastel de aquella revolución juvenil que llegó a la cofradía y con ella a toda la Semana Santa, fue precisamente cambiar aquella tónica, la Virgen ya no estaría sola en su dieciochesco camarín. Que por cierto, de forma oral me contaron que la idea primigenia es que ambos estuviesen en el camarín creando un Stábat Mater, luego en el lugar de la bendición y después donde está, recibiendo al fiel nada más entrar… pero es relato oral, no digo que sea verdad.
Aquel sábado de pasión, salimos de casa como cualquier sábado pensando que acabaríamos en “La Tinaja” saboreando un rico mosto del Puntal con las mejores gambas rebozadas que mi paladar haya degustado. Y tal vez acabar como siempre en un bar del Cojo que ya rezumaría pasión por los cuatros costados con la cartelería inundando el bar mientras con otro mosto caería ese rico pan aceite con bacalao “del que no para” (esta expresión es solo apta para mis allegados). Pero no, íbamos por la calle de Baeza en busca de la Soledad, como cuando íbamos por allí nada más que para la velada de septiembre.
Aun recuerdo entrar por la rampa del legendario atrio rodeado de aquellas cruces que tanto encanto de otra época rezumaban y rezuman. Yo diría que cuando llegamos ya terminó la bendición, aunque se que lo bendijo don Manuel (que con alguien lo admiraba y comentaba a sus pies), el cura que forma parte de mis recuerdos en aquel tiempo, el que me dio la primera comunión. La ermita aún tenía gente, que se notaba que estaba como en los momentos de ser un día importante. Aquel trono de plata me imponía en mi pequeñez. Entonces aquel paso de palio marcó el antes y el después en la semana santa, donde reinaba una Virgen que cosas del destino, Romero Tena (Romero Tene entonces) nos la regaló extremadamente bella, pero más que guapa, lo que esa Virgen tiene es un pellizco espiritual o llámenlo como quieran, que nunca deja indiferente a nadie, aun así a como se vestía entonces.
A su lado se mostraba imponente el crucificado. Le pregunté a mi padre que era eso (vamos toda la situación) y me dijo que la cofradía iba a sacar un Cristo nuevo. Desde entonces ese Cristo, para mi familia y creo que muchos bailenenses era “el cristo nuevo”. Como los cofrades somos tan nacionalistas y guerrilleros, rápidamente los empezamos a comparar con el otro crucificado de Bailén, que encima era el nuestro: “el enclavao nuestro es mejor, a qué sí, papá?”. Mi padre me dijo, “pero este está muerto, el nuestro está vivo”. Así me explicaba la idea que la cofradía tuvo para aportar algo nuevo, algo que no había en Bailén pues prácticamente desde que al Santo Entierro, cuando estaba en esta ermita, saldría así, crucificado, para posteriormente realizar el descendimiento y convertirlo en el Santo Sepulcro. Quedándose así su “Cruz sola” en las andas… y dando lugar a la escuadra de nuestra cofradía. ¡Vaya hombre!, ya he vuelto otra vez a los papeles viejos.
No se me olvida el silencio ante la nueva talla. La verdad nunca había visto un Cristo de estas características. Entonces llamó tanto la atención el mechón de pelo que caía por efecto de la gravedad, al inclinar hacia delante su cabeza en muestra de la muerte. Fue uno de los grandes “peros” que le puso el pueblo, hasta el punto, como también me contaron, que la cofradía llegó a pedirle a Arjona Navarro que se lo quitase. El imaginero, como celoso artista se negó y se quedó, y ya nadie ve extraño ese mechón, incluso me pregunto ahora qué le veíamos de extraño, si es lo más normal. Arjona Navarro les explicaba que era lo que se hubiese formado entre sus cabellos al estar empapados de sangre semiseca.
1990-2020

Stabat Mater 2020

La presidenta (hija del presidente que lo trajo) entrega en los pasado cultos un recuerdo al sobrino de Arjona Navarro que falleció en 2012.
Llegó el Cristo y salió en la jornada vacía de entonces, el Miércoles Santo (que acabaría siendo su jornada y su día) en un vía crucis que realizaba la parroquia del Salvador hasta la otra parroquia sin cofradías, la de San José Obrero. Fue un vía crucis parroquial en conjunto con la cofradía, pero sin nazarenos. Pero de eso luego me enteraría al verlo en el video Beta que mi padre nos compró tras la Semana Santa. Con el tiempo descubrí que entonces la agrupación de cofradías (ahora que se ha ido el ideólogo de Bailén, puedo decir que no me gusta nada eso de UNIÓN) los encargaba todos los años. Esos mismos que he buscado recientemente y colgué en la red para que todo el mundo los viera. Me resulta gracioso cuando aún me llega cualquiera y me dice: “Juan Pedro he visto en internet unos videos antiguos de Bailén que te tienen que encantar” y pienso… “¡anda ya!”.
Via crucis de 1990 por el barrio del Salvador
Después salió el Viernes Santo en la procesión del Viernes Santo (1990-91), integrado en aquella mítica procesión general del Santo Entierro, sobre el viejo trono de madera de la Virgen. Es curioso que no tengo recuerdos en mi mente de ese trono llevando a la Virgen, para que vean que no soy una máquina para todo. Pero ahí apenas lo disfruté porque iba con mi Cristo de la Expiración, solo lo llegué a ver cuando pasó ante Él en el cruce de despedida, calle Isabel la Católica y García Lorca. La historia de después, fue buscar su sitio en Bailén. En 1991 pasó a la procesión del medio día del Viernes Santo, junto al Calvario y la Piedad (os dejo el video de 1990 y 1991). Incluso su nombre, que si era del Buen Morir, pero luego de la Soledad, y luego el Miércoles Santo se llenó de una procesión sin música, de respeto, de algo que sin saberlo se convirtió en la procesión que seguramente todo bailenense más valora (más desde que es más rápida andando), y es que el silencio, el respeto, lo bien hecho le puede a todo populismo, y a el acudiremos, tal vez, para salvarlo todo algún día…

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