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jueves, 8 de octubre de 2015

DIEZ AÑOS DEL DÍA JUNTO A LA PALMA...

¿Dónde estaría a estas horas justamente hace diez años? Seguramente saboreando el aroma del incienso mientras el mismo combatía con el mismo humo de la castañera que le espetó a Carlos; “no te gastes mucho miarma” –al pedir el cartucho más barato- cuando el mismo quiso saborear una de las estampas de la época en Sevilla, las castañas asadas. Ambos humos luchaban entre los varales de un palio, uno de los más singulares por cierto, mientras el son de unas bambalinas volvía a despertar aquellos primeros repelucos. Hace justamente diez años, que era sábado, tras la comida, cañones de la que fue la primera recreación de la batalla de Bailén resonaban ante la expectación de lo nuevo mientras yo guardaba silencio en el asiento pasajero de mi entonces amigo bailenero, que con cosas como la de aquel día comenzó a asentar su aspiración de ser lo que es hoy día, un sevillano más, que uno es de donde nace y donde paga sus impuestos. Llenaba el depósito y se disponía, la verdad,  para darme a mí el gusto de emprender un viaje de ida y vuelta para adéntranos en la gracia de vivir un paso palio sevillano en la calle. Ya había pasado aquel día en el Cerro, también llegó el día de Montesión e incluso aquel día, recién empezada una nueva vida laboral y rotundamente apartado de mi vida musical, ya podía decir que había sentido la éffeta en los días grandes de la vieja Híspalis. Pero aún era tan poco, que la ilusión era mayúscula, y así completé una de aquellas jornadas que con los años, voy amontonando en el cajón de los grandes recuerdos, y les digo un secreto y verdad de las más claras y puras que podré decir, esos son los más grandiosos recuerdos que tengo en el mundo cofradiero, siempre en Sevilla, hay más, pero diferentes…
Llegamos bajo la noche, aun ni siquiera sabia situarme por donde nos movíamos, fue la primera vez que entré al parking del Duque como lo llamó Madueño y como desde entonces lo vengo llamando, incluso ya puedo decir que he metido mi coche –bordillazo y susto incluido-, porque aquel día aun le faltaba un año para sacarme el carnet. Iba tan contadas veces que el reencuentro con la ciudad me hacía sentir sensaciones similares como las que tiene que sentir un ánima cuando pisa los terrenos celestiales, mientras una arrugada castañera levantaba mi asombro por el desparpajo mostrado y es que aún tenía que conocer más la idiosincrasia tan particular de Sevilla.
Hace diez años fue día de coronación, cuando comenzó lo que dicen muchos a perderse el sentido del valor de una coronación canónica a una imagen en concreto de la Virgen, porque a  María, la Madre de Dios, sin más, ya la coronaron hace muchos siglos en mayor e inigualable catedral. Dicen que una envidiable obra de caridad hizo que unos niños necesitados de  más apoyo ciñeran las benditas sienes de María de la Palma, la Madre del Cristo del Buen Fin, la Reina de los nazarenos más franciscanos de Sevilla, aquella que la verdad no creo que traspase su devoción más allá de los límites de su cofradía y su collación, pero que cosas de los nuevos tiempos, cosas de su hermano más ilustre, el cardenal Amigo Vallejo, ha convertido en un premio más, robándole extensión de fe y los siglos a las normas que cimentaron lo que son las coronaciones canónicas. El palio ya había salido, miren ustedes sin aún era novato, que por la S-30 le decía a Carlos que pusiese la radio para saber por dónde iba, como si aquel día de hace diez años fuese Miércoles Santo y la voz de López de Paz nos trasladase los repelucos radiofónicos de las noches de la gloria. El murmullo, los señores siempre de traje vaticinaban el cortejo por donde venía, por Tetuán, el palio de la Reina del convento de San Antonio. A partir de ahí fue todo saborear los momentos, comentar todo lo que captara mi alma, como ese singular palio que entonces ya me daba el palpito que el movimiento que le imprimía su cuadrilla no le hacía justicia al rompedor diseño de Ignacio Gómez Millán, de cuando en Sevilla se intentaba innovar, dibujos como estos ya solo se pueden soñar en los pinceles de los nuevos diseñadores cofradieros de fuera de las murallas de la vieja Isbiliya. Diez años de conversaciones por el Duque o aquella oscuridad en Cardenal Spínola que se llenaba con el son inconfundible del maestro Hidalgo y su Centuria Macarena, la primera vez que la escuchaba en persona. Viaje relámpago que acabó en la plaza que preside el maese Mesa a las puertas de la casa de su más grandioso hijo, él que gubió a Dios en la madera para gloria universal de la iglesia sevillana. Diez años de la bulla que se formaba a los pies de la basílica mientras los macarenos entonaban la marcha que le dedicó un trianero del barrio León a la Madre por antonomasia del Gran Poder y el actor-presentador Antonio Garrido me pedía que me fuese para atrás mientras organizaba el cortejo de la cofradía. Diez años y no puedo olvidar a un grupo de amigos de Carlos que llegaron y uno de ellos le faltó decir que si el Betis fuese una mujer se casaba con ella aquel mismo día, que pasión por Dios… hasta que llegó el palio, rozando las dos de la madrugada, sonaban sus marchas de coronación, alguien decía aquello de “¿es que Abel Moreno ya no sabe hacer otra cosa?...” y el palio se perdió en el interior de la casa del Padre en Sevilla, y salió, nos atrapó y se fue para su casa dibujando un recuerdo de esos que como dije, son imborrables. Es curioso, años después, me he hinchado de Sevilla y Miércoles Santo y no terminaba por volver a encontrarme con María de la Palma, como Ella merece. Pasaron los años y Marvizon sí que le dedicó un “marchón”, y me lo propuse, casi me lo obligué… “este año disfruto del Buen Fin”, y allí, en el mismo lugar este pasado Miércoles Santo me volví a encontrar con la Virgen de la Palma a los sones de su marcha, desde aquel día de hace diez años, coronada para gloria universal de la iglesia y las cofradías sevillanas…

Fue la única vez que Carlos hizo la locura de volver en un mismo día, siempre se quedaba en casa de su familia de Dos Hermanas y ya no lo volvió a hacer, yo volví por mi cuenta, él se afincó allí pero me concedió y no lo olvido diez años después el placer de vivir aquella jornada. Cada vez que volvía en la noche observaba las gasolineras donde paraba a beber Redbull, el sueño nos agotaba solo por disfrutar de nuestro sueño que hoy, diez años después sigo teniendo claro que es Sevilla.

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