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miércoles, 6 de mayo de 2020

EL MILAGRO DE LA SEÑORA DE LA CAPA COLORÁ



A quien siga mi página de Facebook ha podido encontrar como he compartido un trabajo de investigación histórica que viene a enriquecer aún más la historia de las bordadoras (las hermanas Gilart, con fotos y retratos de ellas incluidos) que realizaron el manto rojo que la reina Isabel II le regaló a la Virgen de Zocueca en 1862. Su autor, Carlos Elipe Pérez, es un madrileño interesado en investigar a este cada vez más conocido taller de bordado al servicio de la Casa Real durante el reinado de Isabel II. Se interesó por la historia de nuestro manto para poder realizar un nuevo trabajo sobre el conjunto textil para su web. Por ello, contactó conmigo tras encontrar mis trabajos (internet y las RRSS también prestan sus buenos servicios) y me realizó todas las consultas y dudas que tenía al respecto. Una de las preguntas que me hizo me resultó hasta un poco espiritual… “¿es importante para vosotros el manto?”. Pues claro que es importante le dije, por cómo llegó y quien lo regaló, por su calidad y belleza. Era el que vestía en sus más grandes solemnidades, sobre todo cada día 20 de julio. Y es que es sin duda el manto de la reina es pieza indisoluble unida al icono inconfundible de la Virgen de Zocueca en el imaginario de los bailenenses, sobre todo en esa famosa y extendida fotografía que te la puedes encontrar en cualquier casa, en cualquier azulejo y hasta en el lugar más insospechado  (nunca olvido el verlo desde el paseo marítimo en una marisquería de Benidorm).
Pero la pregunta me hizo traspasar la frontera de lo humano… pensé, ¿importante? hasta Ella se apareció con el puesto. Si, escuchan bien, existe una leyenda de una aparición o experiencia milagrosa donde solo podemos concluir (los que tenemos fe) que era la Virgen de Zocueca por el color de su manto. Ella obró un milagro cuidando de una niña que había desaparecido y aquella chiquilla solo supo decir que había estado con una mujer con “la capa colorá”.
Esta historia que les voy a contar ya no es nueva para los bailenenses, pero creo que la Virgen me ha empujado a contarla de nuevo para extenderla, parafraseando a su hijo en Galilea… para que llegue hasta los confines del mundo. Ya en 2002, uno de los buenos cronistas que se han dejado su tiempo altruistamente por las cosas de Bailén (tristemente fallecido) Juan José Izquierdo Rizos (1947-2005) fue el primero en narrarnos tan emocionante historia en el programa de la romería del año 2002[1]. Aun recuerdo emocionado leyendo aquel artículo, pero las cosas de la vida lo perdí.  Pero recientemente pude volver a saborear aquella historia gracias a otro gran impulsor del noble arte de contar las historias de nuestro pueblo, el amigo Francisco Antonio Linares Lucena, que con la edición de su delicioso trabajo bibliográfico “Intervenciones milagrosas de la Virgen de Zocueca” (2016)[2], muchos se deleitaron con las muchas, curiosas y sorprendentes historias de nuestra patrona y como no, con la historia vivida el 23 de enero de 1909 por una joven niña llamada Sampedro Gómez Ramírez.
Juanjo Izquierdo comenzó la investigación tras habérsela narrado su madre, Paco Linares la completó un poco más y yo quizás le introduzca algunos datos más, insignificantes, tan solo desde algún aspecto histórico como ratón de archivo. Mi misión, ya que hoy hace tres años que fue coronada canónicamente, es contarles una historia de la Virgen de Zocueca, y como siempre, que su nombre llegue a todos los rincones del planeta.
He de apuntar que esta señora formaba parte de mi árbol genealógico ya que se casó con Marcos Soriano Martínez, hermano de mi bisabuela Josefa Soriano Martínez (1895-1986), esposa de Juan Garrido Raya (c. 1885) [para los más viejos “El Polonio”]. Sampedro, según el Padrón de vecinos del Archivo Municipal de Bailén realizado en el año 1930 era hija de Antonio Gómez Valero (c. Arjonilla 1870) y Josefa Ramírez Carrión (c Bailén 1870). Aunque según este censo poblacional señala a Antonio Gómez como jornalero era conocida su labor como cordelero, razón por lo que a Sampedro se la conoció siempre como la cordelera. Según el Padrón, Sampedro nació en 1906, por lo que cuando ocurrió el suceso debería contar con 3 años y no con los cuatro que de memoria se narró en la primera entrevista de Izquierdo Rizos. Pero he de advertir las muchas fechas erróneas de estos padrones que muchos bailenenses ya han expresado al buscar sus antepasados. Lo que si se confirma tanto con los relatos orales y la documentación es que vivían en la calle Pérez Galdós (antigua calle del Santo), en el tiempo que se realizó este Padrón vecinal (1930) habitaban la casa número 46. Además, figura aún soltera a sus 24 años. Probablemente sus tres hermanos (dos varones y una hembra) ya estarían casados y residentes en otras viviendas, ya que ella era la pequeña. Sampedro tuvo tres hijos; Marcos, Ana y Antonio Soriano Gómez.
El relato fue transmitido a Juanjo Izquierdo por su hija Ana (antiguos vecinos), prima hermana de mi abuela Isabel Garrido Soriano (que Dios y su Santísima Madre te tengan en el gozo de la eterna luz de su mirada) y vecina durante muchos años en la calle Granada, ya que Ana se mudó a esta calle.
La historia ocurrió el sábado, día 23 de enero de 1909 en que la joven niña fue con sus padres y hermanos hasta la cercana aldea de Zocueca en busca de las lavadoras de entonces… el río Rumblar. Aunque citaron que fueron a la huerta Carrucha, Paco Linares aportó el dato de que aquella desaparecida huerta se encontraba a la mitad de la actual calle María Bellido en pleno centro de Bailén, por lo que ve más lógico que fueran a lavar la ropa al Rumblar (y en la narración de la historia hubiese alguna confusión, lógica al pasar tantos años), junto a la aldea que todos llamamos de Zocueca por estar allí nuestro legendario santuario y donde la niña apareció.
Sampedro Gómez Ramírez
Porque para eso tuvo que desaparecer. Como así ocurrió cuando al acabar la jornada de luz solar y había que volver a Bailén, la niña desapareció de la vista de sus padres. Se dieron cuenta que Sampedro no estaba por ningún lado y comenzaron una desesperada búsqueda de la niña en una zona donde entonces abundaban los lobos. Su padre Antonio dio parte a la Guardia Civil y los empleados muleros de los hacendados don Manuel Corchado Medrano y don José Barreda Contreras se unieron a la búsqueda sin éxito (ya que conocían a Antonio porque les hacía cordeles). Temieron que hubiese caído al rio y que se hubiese ahogado. Es fácil de imaginar la angustia de sus padres y hermanos. Muchos se unieron a una incansable búsqueda. Finalmente, su madre Josefa se encomendó a la protectora de Bailén, a la Virgen de Zocueca, Emperadora desde la noche de los tiempos de los contornos donde la niña desapareció. Pero Reina y Señora de todos los que eran como aquella niña, bailenense.
La noche tuvo que ser eterna, hasta que en la amanecida el panadero de la antigua población del Rumblar, que iba a lomos de su mula como cada día a su trabajo en busca  del antiguo humilladero del Ventorrillo se encontró a la criatura en el camino de la Colá. La niña estaba perfectamente, nada hacía ver que la niña pudo estar a la intemperie en una noche de enero. Parecía recién llegada a aquel lugar.
El panadero observaría si algún adulto estaría cerca con ella, pero no vio a nadie y le preguntó que si estaba sola. “No estoy sola” contestó la niña mientras el desconcertado hombre no veía ni un signo de vida a su alrededor. Le volvió a preguntar con quién estaba y ella contestó: “Con la mujer de la capa colorá”. Sampedro le contó que había estado toda la noche con esa señora que estaba con ella en un lugar con muchos candiles encendidos y que la había cubierto del frío con su capa colorá. El confuso tahonero solo pudo decirle “pues vete con esa señora”, a lo que ella respondió extendiendo el brazo como si se cogiera de la mano de un adulto, pero el solo veía a la niña. Superado por la escena surrealista que estaba viendo, finalmente cogió a la niña y se la llevó al que era el alcalde de la pedanía guarromanera (Ventorrillo y Zocueca) porque no veía aquello normal. Aquel alcalde era mi tatarabuelo Marcos Soriano Muñoz (1853-1952) [su hijo Juan Soriano Martínez acabaría siendo también alcalde de la pedanía] que cosas del destino acabó siendo suegro de Sampedro al casarse con su hijo Marcos Soriano Martínez. En un censo de la población del Rumblar fechado en 1877 he podido encontrar empadronados a mi tatatarabuela María Josefa Muñoz Ramos (c. 1835) y sus hijos Mateo (c.1861), Marcos y Angela Soriano Muñoz (c. 1865). Una rama familiar por mi parte materna muy unida a Zocueca y el Ventorrillo (donde muchos duermen el sueño de los justos en su colonial cementerio). Parece que la Virgen quería a Sampedro con las gentes de su legendarios dominios.
Así, felizmente Sampedro volvió a los brazos de sus padres. La circunstancia tuvo su revuelo en Bailén, no era para menos, tanto que los que creían a la niña la visitaban mientras que las familias hacendadas se repartieron trozos de la bata que vistió aquella noche la niña pensando que había estado en contacto con la mismísima Virgen, haciéndole regalos, como el medallón con figuras de ángeles que le regalaron los Rentero que se llevaron una manga. Otros, como es lógico pensar no se lo tomarían tan en serio que rápidamente la marcaron con el desatinado desprecio que sufrimos el ser humano, como pasa en los pueblos pequeños y la llamaron “la perdía” cuestión por lo que a Sampedro no le agradó nunca hablar de aquel suceso conforme fue creciendo.
La aldea del Rumblar en 1908.
La familia, y muchos (y yo lo creo), creyeron que la Virgen de Zocueca ayudó a aquella niña y quiso vestirse con su manto más famoso, el rojo de la reina para que no quedara duda de que quien es la protectora de Bailén y el Rumblar. Para reafirmarlo más, también se contó, que un día la niña, entró, no sabemos si a la iglesia de la Encarnación (donde estaba la antiquísima imagen) o al santuario (que probablemente contaba con una copia de la original) y al ver a la imagen de la Virgen se llenó de júbilo diciendo: “¡Mamá, mamá, esa, esa es la Señora que estuvo conmigo la otra noche!”. Otro hecho estremecedor fue cuando, tras pasar 23 años del fallecimiento de Sampedro, murió su hijo Antonio, al que dieron sepultura junto a su madre en el mismo féretro. Al descubrir el ataúd se encontraron que Sampedro no tenía las manos cruzadas como cristianamente fue enterrada y que su diestra caía hacia un lado. Inexplicablemente la mano izquierda (sobre su pecho) aún conservaba la carne como si estuviese viva y su cuerpo incorrupto con la carne seca bajo la piel. Estaba perfectamente reconocible, la muerte no había dejado huella en ella. ¿Sería esa mano la que extendió ante el atónito panadero que no veía a nadie que se la sostuviera? ¿fue la mano que tocó las más bendita de las nacidas? ¿Era un signo de que todo lo que Ella toca es VIDA?
Tras esto, su madre Josefa y después Sampedro vivieron hasta el final de sus días vistiendo un hábito marrón e hicieron promesa de que cada noche del 23 de enero dejarían la puerta abierta por si la Virgen volvía. Nadie más sabe si la Madre de Dios volvió con la viva eternidad con que Sampedro la vio, lo que sí es cierto, es que (pasada la guerra civil) cada año, la Virgen de Zocueca  comenzó a pasar ante su casa cuando en su romería caminaba hasta su primitiva morada en la aldea del Rumblar donde Ella la cobijó en esa gruta de fastuoso barroquísimo entre la luz  (los candiles) de la fe de su pueblo. Y qué cosas, la Virgen, hace tres años por hoy, coronada canónicamente volvió a bajar por la calle del Santo, ante el lugar donde vivió Sampedro. Seguro que desde el cielo bajó a recibirla por fin. La Virgen no iba con su “capa colorá”, iba de tisú de plata y oro que aquellos que creen en Ella le regalaron en gracias por todos estos siglos de protección para con sus Hijos de Bailén. Tal vez el niño Jesús le preguntó a la Virgen: “Madre, no te va a reconocer con el manto blanco”, y Ella le contestaría: “el manto era para que los demás creyeran, ella jamás se olvidará de mi…”. Me preguntaba Carlos Elipe Pérez que si el manto era importante… se lo puso para mostrarnos que nunca nos deja solos…



[1]IZQUIERDO RIZOS, Juan José: “Leyenda-realidad”. Programa de Romería de Zocueca (2002). s/p. Desde aquí mi agradecimiento a su sobrino y amigo Pedro Mimbrera Izquierdo por pasarme copias sobre el artículo.
[2] LINARES LUCENA, Francisco Antonio: “Intervenciones milagrosas de la Virgen de Zocueca”, Bailén (2016). Pág. 40-42.

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