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viernes, 1 de mayo de 2020

EN LA CARPINTERÍA DE DIOS...


Estuve en la carpintería de José. En el día que recordamos su patronazgo sobre los trabajadores, ha venido a mi memoria la visita al lugar donde Jesús crecería ayudando a su padre adoptivo en sus labores artesanales y donde ya estaría forjando la misión de su Padre Eterno. Hoy día, aquel lugar es espacio para ello… la iglesia de San José en Nazaret. Es una iglesia que se halla en el mismo recinto de la basílica de la Anunciación, un templo que se levanta sobre las ruinas arqueológicas de la Nazaret del siglo I (en aquel Nazaret vivían sólo 40 familias). Estuvimos en el pueblo de María, en el pueblo donde creció el Mesías, y la palabra del Padre la escuchamos en la carpintería de José.
La iglesia construida en 1914, se decora en su ábside con tres frescos, el más grande de la Sagrada Familia que preside el altar y dos más pequeños a ambos lados en los que se representa El sueño de José y la Muerte de José en brazos de María y su hijo Jesús, obras de A.Della Torre en 1950. Contemplando este último, me llamó poderosamente la iconografía, creo que poco tratada en occidente. Y sobre todo me traspasó cuando nuestra guía nos explicó la historia difusa del padre putativo. Poco se conoce de San José, tal vez porque los escritores sagrados no consideraron que había mucho más que contar sobre su participación en la vida de Jesús, en la Historia de la Salvación. Incluso no se puede saber con certeza si murió antes que Jesús y María.


Aunque la tradición así lo cree. Claudia, la guía, nos habló de la muerte feliz que tuvo que tener José, muriendo ante la presencia de ese chaval que había criado y que era el mismo Dios. Nos habló que a San José se le considera el santo patrón de una “muerte feliz”. Y nos contó cómo podemos encomendar la muerte feliz de un ser querido a San José. Seguro que aquello les tuvo que tocar la fibra a más de uno, el cómo le pidió que su padre se fuese apagando ante su enfermedad con la paz siempre presente y sin dolor. Y que así se cumplió… Muchos estarán en esa situación, ¿verdad? Viendo a un ser querido apagarse poco a poco, y solo pudiendo desear que lo hiciese sin sufrimiento. Vi en ese fresco que el Jesús artesano estaba a punto de emprender el oficio del salvador del mundo, y me dejó mudo, como en esa burbuja de la semana de la gracia… y yo, como me acabaron de enseñar en la carpintería divina obré de la misma forma y cada vez que veo un San José le pido lo mismo.
Son los fogonazos que se quedan clavados en el alma. Por ello les dejo este emocionante relato que pertenece a los escritos de la Venerable Madre María de Jesús de Ágreda, también conocida como la monja con el don de la bilocación. Escribió acerca del episodio en Mística Ciudad de Dios, y se encuentra registrado como una revelación privada. Dice así:
«Entonces, este hombre de Dios [San José] se giró hacia Cristo, nuestro Señor, y en una profunda reverencia, deseó postrarse ante Él. Pero el dulce Jesús se acercó y lo recibió en sus brazos y, reclinando su cabeza hacia él, José dijo: “Mi altísimo Señor y Dios, Hijo del eterno Padre, Creador y Redentor del Mundo, dad vuestra bendición a vuestros siervos y el trabajo de sus manos. Oh Misericordioso, perdona los errores que he cometido en vuestro servicio y relación. Le alabo y magnifico y lo represento eterno y comprensivo. Gracias por haberme elegido, con condescendencia inexpresable, para ser el esposo de la verdadera Madre, que sea su grandeza y gloria mi acción de gracias para toda la eternidad”.
El Redentor del mundo le dio su bendición y añadió: “Padre mío, descanse en paz y en la gracia de mi eterno Padre y mía, y para los profetas y santos que lo esperan en el limbo, lléveles las felices nuevas de la llegada de su redención”. Ante estas palabras de Jesús, y reclinado en sus brazos, el afortunado San José falleció y el propio Señor cerró sus ojos».
¿Por qué no creer que pasó así? José murió en la paz segura de que el niño al que crió como hombre venía a redimir a todos los hombres para abrir las puertas de la eternidad. “díselo a los que esperan que pronto bajaré a por ellos…”. Como no morir feliz en el regazo de Jesús…








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