En realidad, se trataba de una peana de camarín, pero he utilizado el término que antaño se usaba para definir estas piezas ornamentales que se utilizaban en los altares, retablos, capillas o camarines para realzar el esplendor de las imágenes. Si, la Virgen de Zocueca tuvo un trono o peana de camarín del mismísimo Sebastián de Solís, el artista más reputado de la historiografía jiennense que vivió entre el siglo XVI y XVII.
Recuerdo cuando era un niño que
en las pocas oportunidades que tuve de acceder al camarín de la Virgen de Zocueca
en su santuario de la aldea del Rumblar, sentía esas espeluznantes vibraciones
como cuando aún sigo extasiándome al contemplar el arte del pasado. Esa extraña sensación
que nos transporta a tiempos muy lejanos. Los avatares del tiempo, los gustos,
la desidia, las sustracciones indebidas y finalmente la Guerra Civil dejaron
tan poco, que para volver a sentir esas emociones tenía que salir indudablemente
de Bailén. No solo eran las yeserías dieciochescas que envolvían a aquella otra
imagen que estaba en la aldea, la que apenas solo veíamos cuando llegaba la romería.
Arte barroco cubriendo a la escuela valenciana con sede en Madrid. Todo eso lo aprendería
y lo valoraría mucho después. Pero también recordaba que la Virgen se alzaba y sostenía
sobre una peana con ese mismo sabor, con ese mismo encanto de las obras antiguas…
pero sobre ella nada se decía, ni nada encontraba.
Como ocurre tantas veces, nadie
le prestaba valor, poca atención despertaba la pobre peana. Pero algún día me encontré
esta foto en la red y la guardé hasta que el pregonero de romería de este año
me la recordarse al añadirla en el espectáculo visual que completó su exaltación.
Y por eso estoy aquí, y nace esta entrada para que no sea solo un mero recuerdo
de unos pocos.
Desde mi niñez, creo que cuando volví
a visitar el camarín (con la suficiente madurez compresiva), la Virgen ya descansaba
sobre la actual mesa, donde se han ido alternando sobre ella desde la segunda
peana original del paso de los talleres de Angulo de Lucena, a la peanita de Orovio
de la Torre de Torralba de Calatrava que sustituyó a la anterior en el paso con
el estreno del templete o desde el año pasado en sus actuales andas de traslado,
las realizadas por la Casa Meneses estrenadas en 1908.
Sobre las peanas del camarín,
publiqué en 2017 que a la Virgen le querían hacer entre 1787-1791 un trono de camarín
de plata diseñado por el polifacético artista academicista de Jaén, D. Manuel López,
que parece que no llegó a buen puerto. Por cierto, en ése artículo tengo la espinita
clavada del error que cometí al interpretar los documentos donde encontré los
datos. Por culpa de la costumbre de esta tierra de llamar a los pasos como
tronos, creía que en realidad querían hacer una pieza que hiciese las veces de
peana en el camarín y de andas procesionales de la imagen. Precisamente por
estas peanas en muchos lugares se les llama a los pasos: tronos, porque muchos
de ellos eran colocados también en las andas para procesionar de manera más
suntuosa a las imágenes, y en Sevilla con las glorias tenemos aún ejemplos de
aquello. La palabra “peana” en referencia al ornato sagrado parece que es más
reciente. Torpe de mí, sabiendo que tanto la palabra “trono” como los pasos de
mayor tamaño, a imitación de Sevilla, no llegarían a esta provincia hasta
finales del XIX e incluso no se asentarían hasta la segunda mitad del XX.
Estudiados desde entonces más
estos asuntos de nombres y expresiones del pasado, creemos que lo más normal es
que la Virgen pudo tener un trono desde el estreno del camarín, tras la finalización
de las yeserías sobre 1754-1758. No sabemos cómo, de qué autor, pero
probablemente de madera que corrobora el arreglo sobre el mismo que acometió en
1820 el carpintero José Cabrera por lo que la cofradía pagó (junto al desplazamiento
del artesano al santuario) 10 reales. Este trabajo también lo confundí con unas
posibles andas. Por cierto, un pago que no realizó la parroquia de la “Asunción
del Rumblar”, entonces la propietaria de todo desde que la aldea se convirtiese
en una de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. Una pequeña muestra de que
la cofradía siguió sufragando costes y no solo la Intendencia y independiente parroquia, aunque aquel Fuero de Carlos III le arrebatara a Bailén su santuario y le complicase mucho la vida con el
culto a su patrona, solución que resolvimos de la forma tal vez menos ortodoxa…
Pero ese trono o peana que nos
muestra la fotografía que abre esta entrada (desconozco su propietario, la tuve
que encontrar en Facebook hace años), nunca fue encargado a Sebastián de Solís,
ni estuvo en el camarín desde los tiempos del manierismo. De hecho, para cuando
se entronizara la Virgen en el primer nicho u hornacina del nuevo testero del santuario (a
mediados del siglo XVII), el artista toledano ya habría muerto (en 1630 es la última
noticia que se tiene de él en Jaén).
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Lo que sí realizó Sebastián de Solís
para Bailén fue el que tal vez fue su mayor obra retablística, el retablo mayor
de la iglesia de la Encarnación, obra que tuvo que culminar en torno 1586 y que
fue destruido en los episodios iconoclastas de la Guerra Civil. Aunque aún
siguen muchos misterios por resolver sobre cómo y qué se destruyó de los bienes-muebles
de la iglesia y ermitas de Bailén (santuario incluido), del que recientemente
he leído que todo fue transportado al lugar por donde hoy se encuentra la estación
de autobuses y fue quemado, lo cierto, es que algunas o muchas piezas, aunque
fueran solo fragmentos, se salvaron. Todas ellas desperdigadas por la iglesia o
por las calles por donde fueron arrastradas y ultrajadas, muchas tuvieron que ser
recogidas por los vecinos, las que luego guardaron en sus domicilios. A algunos
se les llegó a denunciar por ello, e incluso se les juzgó, aludiendo aquellos en
sus defensas que lo hacían para salvar las piezas y después devolverlas. Esto, claro
está, viendo que la guerra la había ganado los que defendían a la iglesia. Fue una
tónica general en muchas poblaciones este tipo de actos y confusiones en la represión.
Así, algunas columnas y tablas de
aquel retablo y quizás de muchos otros se devolvieron en la posguerra a la
iglesia. Las columnas estuvieron decorando la iglesia, la sacristía y
finalmente acabarían insertadas en el nuevo retablo de la Virgen de Zocueca en
la parroquia de Bailén. Tristemente no de la forma más correcta, desvirtuando
su primigenio valor, aunque sabemos de las buenas intenciones con la que
obraron los promotores. Y es que cuando ignoramos algo es fácil equivocarse,
como a mi mismo me pasó y he reconocido renglones más atrás. De aquellas
columnas solo queda en su aspecto original una y se encuentra en la iglesia de
San José Obrero junto al Cristo de la Humildad y Misericordia.
Pues bien, con aquellas tablas, supongo
que algún carpintero tuvo que crear esta singular peana o trono de camarín
cuando se restauró el santuario y se devolvió el culto en el mismo y se
colocase una nueva imagen de la Virgen en el camarín. Desconozco quien lo hizo
y desde cuando ha venido sustentado a la imagen, pero la misma fue sustituida a
partir de 2008, cuando se estrena el templete del paso de la Virgen por el
bicentenario de la Batalla de Bailén y hay que remodelar su paso, cambiando la
peana superior que acabó sobre una mesa haciendo de trono o peana de camarín. Suprimido
el templete del paso en los últimos años, la sobre-peana ha vuelto a su lugar
en el paso. Aquella singular peana, sin sentido arquitectónico, pero fácilmente
reconocibles sus características manieristas y la impronta de Sebastián de Solís,
fue desmontada y las piezas se colocaron en la sacristía a modo decorativo o expositivo
por el párroco de entonces. Hasta que un nuevo párroco eliminó aquella decoración,
guardando las tablas en la misma sacristía donde aún se conservan.