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miércoles, 23 de abril de 2014

LA GRACIA CONCENTRADA EN EL PAPEL...

Si el anónimo espectador que se aposta a las aceras por donde pasa el Hijo de Dios y su Madre Bendita la Virgen Maria o incluso los mismos costaleros o músicos de las bandas que los portan y los acompañan con su música se vieran la cara de felicidad que se les pone cuando la mano se extiende y sacan a la luz el preciado y humilde regalo de la faz del bendito, el mejor de los nacidos y de su Santísima Madre, muchos nos daríamos cuenta de la simplicidad y a la vez grandeza que esconde la medula de la gracia de la Semana Santa, o las cofradías o mejor, la religiosidad popular. Cuanta duda recorre nuestro mundo ante lo que los ojos mundanos llegan a percibir cuando ven ante sí la teatralidad que desprende el misterio inexplicable, casi no razonable de los pasos y las imágenes. Un protestante hace poco me llamaba idólatra, equivocado en mi fe, mal encaminado en la verdad… nos recordaba el sagrado mandamiento donde Él nos prohibía a través de las tablas de Moisés la hechura de ídolos, esculturas o imágenes de nuestro único Dios, que son tres en una sola persona como una tarde de sábado, y no el santo, puede contemplar en una grandilocuente iglesia de viejos aires trinitarios y frescores salesianos.
Ilusos ellos que no entienden la verdadera esencia del creyente ante nuestras imágenes y su toma de vida por las calles en la eclosión de la primavera, en la llegada de los tiempos alegres y llenos de la luz que se abren con una historia de Pasión, Muerte y siempre a Dios gracias, de Resurrección… una cuantas veces llevo ya con la dichosa comparación de la fotito del ser querido en lo alto de la repisa, en la mesita de noche o en el corazón de la cartera para explicar el sentido de algo tan grande como la religiosidad popular y su explosión embrujadora en la puesta en escena de las calles, viviéndolas y llenándolas de vida, en esta nuestra tierra, razón de sobrado peso, para que me costase la vida algún día tener que abandonarla arrastrado por la contundencia del reloj de los tiempos al que estamos adheridos.
Por eso la ilusión en una antológica noche de Jueves Santo se dibujaba en la cara de niños y de los que peinaban canas cuando de mi bolsillo salía el pequeñito rostro de mi Dios, hecho Soberano cada Jueves Santo. Una de esas estampitas vuelve a dibujar la memoria más agradable, en unos días por cierto donde veo que esta sociedad se detiene más en lo negativo que en la verdadera gracia que nos envolvió… ¿tan triste es este mundo?
Y las estampitas vuelven a dibujar una crónica sentimental un año más en este rincón solo apto para capillitas, o por lo menos serán ellos los que mejor lo digerirán. En ellas podremos encontrar nuevamente una Semana Santa nueva en mi vida, la que Dios quiso concederme, que se abrió en las vísperas del gozo, aunque el gozo comenzó como desde siempre han mandado los cánones, el Domingo de Ramos. Aunque para estar estas dos jornadas en la diosa Híspalis, no recibí el preciado regalo de manos de quien deben de darlo, aunque si me traje una mañana de ramos antológica para el recuerdo, comenzando la visita por la alcoba de la Madre de Dios allá por los confines macarenos mientras dejándonos atrás el arco nos adentrábamos en un laberintico recorrido de capillas e iglesias abiertas para mostrarnos las grandezas, que este año si, por fin el tiempo nos iban a regalar para el estaxis de los sentidos. Una mañana de ramos, muchos de ellos en manos de sevillanos que venían de la misa de palmas buscando la gracia y la alegría del día pero que para el recuerdo se tornó con el sabor rancio en visitas a la capillita de los Servitas, de donde me traje un corazón traspasado por siete dagas de dolor que ansiaba desde hace tiempo, aun rezumante de la fragancia del incienso, el que llenaba las bóvedas de San Juan de la Palma mientras nuestros sentidos se disparaban ante tanta magnificencia estética, para llevarnos a la gracia bendita del Hijo de Dios despreciado y la congoja más amarga de su Madre, Amargura, siempre acompañada del “Juanillo de la Palma”, hasta en la estampita de la mesa petitoria… quizás este detalle se le pasó por alto al altísimo cuando grabó a fuego su mandamiento, y es que siempre el razonamiento mundano es el que ha intentado entender a Dios, nosotros sus desterrados expuestos al premio final de la gracia y vuelta al paraíso.
Una nueva experiencia se hizo realidad en un día donde llevaba tres años sin saber que era vivir sus horas sin una cofradía en las calles. Fue la diosa nazarí que corona una Alhambra la que me devolvió el Martes Santo, disfrutando de la fastuosidad de la ciudad y sorprendiéndome con sus cofradías. Quizás una dulce Dama vestida como las viudas castellanas nobles de la corte de Felipe II movió los hilos para que la Effetá me traspasase los sentidos en un lugar que llaman “Paseo de los Tristes”, ante una hermandad rancia, la del Albaicín, que paradojas del destino nos hizo muy felices mientras los repelucos del alma se quedaban detenidos en el tiempo ante tal estampa sonando una evocadora “Getsemaní” en la amplitud de la magia calle granadina, quizás fue Ella la que me llevó hasta Granada y Ella hecha estampa se vino conmigo, en el corazón de la cartera para siempre.
Quizás fue la mejor tarde noche de Jueves Santo de las cinco que llevo ya sobre mi séptima vertebra donde German o Medina me buscaban para darme sus nuevas producciones para repartir fe por las calles de Linares, ellos sabedores de mi predilección con estas cosas, esta entrada es una muestra de ello. Qué mejor regalo que ponerte el babero para ver pasar al Prendimiento y llevarte la tierna mirada de sus titulares en la cartera. Es curioso, que en este año haya recibido estampas sin estar ante esas imágenes, pero me las dieron de la Oración y Vera Cruz de Linares e incluso de los Estudiantes de Jaén, el cuñado de mi hermano que es costalero del llamado Cristo del Bambú. Un regalo especial vino del Zaidín de Granada hasta las entrañas de la bodega del Soberano, la Luz y el Trabajo de un barrio personificado en Raúl, uno de los granadinos que tienen el gozo de ser los pies del Soberano por Linares, por eso se lo llevamos a la gloria, gloria a Dios en San Agustín y gloria para todo el Zaidín.

Simple papel, pero qué papel, pareciese de oro el que me marcó la senda de mi Semana Santa interior bajo dos grandes pasos junto a grandes costaleros, y grandes capataces, para el recuerdo queda ya el trabajo que me dio David Parra, posiblemente ganándome en los ensayos la calle de los rosarieros de pura cepa y el trabajo distinto, nuevo, de otro canon, de otras maneras, pero sin duda inolvidable que viví bajo el paso de tintes basilicales, errante por las calles de Córdoba, sintiéndome un privilegiado costalero del Santo Sepulcro, llevando en el pecho una sobria cruz de Jerusalén y a las órdenes de un grande de este oficio tan bonito que es llevar a Dios y su Bendita Madre al encuentro del que los necesita, siendo costalero de Curro, ya si puedo decir que he sido costalero del Muerto de Córdoba, pero todo esto aún resta por ampliarse y rebuscar en el lugar más recóndito donde surgieron las emociones de un tiempo que aunque se vislumbre lejano ya se comienza a contar al revés…

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