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domingo, 19 de abril de 2015

LUNES SANTO SEVILLA... EL AÑO DEL REY.

La tranquilidad de la primera noche para la gloria, nos trajo un trajín de ruidos en un hotel donde se escuchaba todo, menos mal que no había intención de dormir hasta las tantas de la mañana, porque pensamos en darlo todo y por ello el lunes más santo del año empezaría pronto. Ya sé cómo ir desde Puerta Triana hasta la mismísima puerta de la parroquia de San Ignacio de Loyola, en el Polígono de San Pablo en autobús urbano, porque el mismo, en la tranquilidad y a su vez ajetreo de la mañana, de un día que florecía como si fuese otro más nos llevó hasta el otro extremo de la ciudad donde la idea era caminar acompañando al Señor. Obviamente el autobús no nos dejó en la puerta, por ello hubo que andar, vamos me di cuenta que bastante y en mi mente comenzó a idearse el agotamiento cuando esta hermandad llegue de vuelta, en el otro extremo del día hasta su barrio. Amplias avenidas, con gentío pero obviamente sin apreturas que acabaron allá donde la marea era más densa, sin aglomeración y sintiendo que el calor un día más no iba a perdonar aun sin sobrepasar las doce de la mañana. Este año a comparación del último llegué antes y mucho más atrás, vamos no dio tiempo a situarse cuando el contraste del barraco se abría paso entre los modernistas y escuetos bloques de pisos de los periféricos barrios de la ciudad. Sonaba “Abrazado a Triana” de una Triana más corta en integrantes cuando el Cautivo del Polígono comenzó a apuntarse a aquello de trianear sin ser de Triana y después… a caminar, como pocos días antes me apuntara su capataz, ese es el estilo, andar y ganar metros pero con ciertos lugares donde se tomaría la forma de andar que inventara el Vizcaya. Sin duda esta cuadrilla cada año es mejor. Aun no nos habíamos quitado las lagañas y me veía bajo el azulejo de la contemporánea iglesia, la primera vez ante sus puertas viendo salir a la Virgen del Rosario, con el saludo de algún costalero linarense bajo sus trabajaderas a Cris, que se nos incorporaba en este día, que aunque la viéramos de perfil, la música invita a mirarle “Esos tus Ojos” verdes. Seguimos el son, magnifico del misterio, en una día donde seriamos más de Cristo que de palio, donde se notaba el día que era y quien salía en la jornada cuando la invasión linarense nos avisaba cruzándonos con Antonio, Nieves o su hermano, el “Ripi” que se “lamentaban” de la necesidad de esta hermandad, que es andar y por ello escuchar mucho “divino tambor” como me apuntaba mí ya viejo amigo Topi.




Se me descuadraba un poco lo programado, aunque quedaba mucho que andar y el calor no se aguantaría fácilmente en las amplias avenidas que desembocan en la vieja Híspalis. Así que un taxi volvió a atravesar la ciudad, incluso el rio, casi llevándonos a orillas del Aljarafe para desembocar en ese mercado de abastos que cada Lunes Santo parece un templo, su nombre lo dice todo… San Gonzalo. Tocaba el reencuentro con mi otro Soberano, con el del barrio León, tomando antes en el Emilio unas gambitas tan blancas como las túnicas de cola de los más de dos mil nazarenos que esperaban al Soberano Poder y su Madre de la Salud. Otra cosa nueva para el recuerdo, ver salir San Gonzalo que me resultó curioso que aquello no estuviese hasta la bandera, tenía entendido lo contrario… sería el calor. Hasta que se abrieron la puertas y no sé cómo la “serpiente blanca” no levantaba mareos hasta que por fin apareció el dúo de Ortega Bru para detener los pulsos. La marea de Linares (sobre todo del Prendimiento) se concentraba, como no, en este rincón de Sevilla, es sin duda el gran reclamo que hasta me pregunto, el alcance al que ha llegado hoy día la pasión que transmitía Caparros por el Dios del Tardón... lo malo, por decirlo de alguna manera es que cada vez se ven menos los antiguos y lo bueno es que los más nuevos están tomando buena costumbre. El galeón echó los costeros a tierra, y muy poquito a poco pero con decisión salió como el genio de la lámpara hasta que la marcha real nos anunció que nos llegaba el Dios del izquierdo por delante, que se tiraría así toda la tarde, dándose de bruces con su barrio, con Sevilla… Izquierdo tras otro comenzó el caminar del Soberano ante Caifás que por fin lo veía vestido de verde, mientras se colocaban potencias, plumas y el “gorrito” del sanedrita y el enorme galeón comenzó a deslumbrar a toda Sevilla al son de la “Cruz Gitana”. Pensamos hacer la costumbre que nos enseñaron los de Linares, meterse detrás hasta el Puente de Triana, pero cambiamos de opción, había que ver la grandeza de más Lunes Santo, por lo que cambiamos Triana por el Arenal donde el otro Cautivo de la ciudad conquistaba la doble revirá de la Puerta del Arenal. Al igual que con la Paz el domingo, poquísima gente en las aceras, y donde cascaba el sol, vamos… nadie. Sones clásicos de esa su banda que me da en la nariz que tampoco llegará a cuajar como ya ha pasado en el pasado. Pero tan bello paso nos traía a este devoto Cristo Cautivo que llenó todo de solemnidad, elegancia y majestad, curioso a esas horas un rey terrenal acaparaba las noticias en la jornada donde tantos reyes, siendo todos uno conquistaban la ciudad. Los planes nos hacían mirar hasta San Andrés y las ganas nos invitaban a vivir otra nueva estampa como es la salida de Santa Marta, aunque por ello nos perdiésemos esa curiosa estampa de ver a las Mercedes del Tiro de Línea con el palio liso, como en los años fundacionales. La verdad que fue un Lunes Santo grandioso y extraño, donde no pude repetir la proeza de hace dos; ver todos los pasos, siendo este día el que más me dejé en la cuneta. Por ello atravesamos la ciudad, mientras el palio del Rocío ya conquistaba Lasso de la Vega y nos hacía dar un rodeo por el Pozo Santo –templo aun pendiente de visita-para apostarnos a una coqueta plaza de San Andrés que más de una hora antes prácticamente ya se encontraba llena. Los pies comenzaron hacer mella del intenso domingo y el cuerpo pedía asiento, aunque fuese un bordillo y a la sombra ya que ni la gorra sofocaba el aplastante calor. Al rato y de repente la muchedumbre se puso nerviosa, a Félix le preguntaba que pasaba… que si unas cámaras, que si Andalucía Directo... lo que le gusta a la gente salir en la tele pensé… pero surge el rumor… “viene el Rey”, y el mismo estaba en Sevilla y podía ser cierto. La curiosidad nos atrapó más cuando se abre un pasillo entre la gente, con tipos que parecían sacados de la película de “El Guardaespaldas” y la histeria se apodera de los presentes, todo el mundo alzando sus móviles al cielo para captar… que sí, que llegó el rey, al que aún me cuesta no llamar el príncipe Felipe, tuve la suerte de verlo entre un hueco que se hizo entre sobaco y sobaco y sentir que este Lunes Santo ya sería aquel en que vi por primera vez al rey de España en persona. Llegó desde la Campana para presenciar salir Santa Marta desde dentro, aprobado en cabildo de oficiales… a ver quién dice que no entre el Rey, yo que soy de un sentimiento monárquico extraño, no los quiero, pero estos Borbones siempre me han caído bien y punto a favor para ellos es su identificación y afiliación con las cosas que son “muy de España”, y la Semana Santa es una de ellas, por eso se llevó una ovación y ningún silbido como ya estarán preparando para la próxima final futbolera que lleva su nombre. Más de uno creo, estábamos esperando incluso que saliera en la presidencia, pero no fue así, que podemos esperar de Santa Marta, que nos hizo volver a la realidad y aquello por lo que estábamos allí, para ver salir aquel Rey que no era de este mundo, no sé sí Felipe VI llegaría a meditar aquello en su interior mientras la única cuadrilla de profesionales comenzaban el traslado de la caridad divina al sepulcro. Majestad tuvo la salida, el silencio con la luz achicharrante, con las densas, siempre, nubes de incienso y salió el barco y sobre él la genialidad de Bru. Espeso silencio que se amasaba con el eco a duelo, a difuntos de la campana – supongo que cada entierro levantará los repelucos del Lunes Santo a sus vecinos…- hasta que lo que fue tan fugaz, se marchó tan fugaz abriendo ese su compás tan de Santa Marta.





Por Cuna volvía el Polígono por lo que por Puente y Pellón nos acercamos  hasta el Salvador donde la muchedumbre recibía al Rosario del Polígono, que estando sumergidos en la burbuja solo parecía que la habíamos dejado hace unos minutos en la salida de su casa. Otra nueva experiencia se dibujó en la aledaña Cuesta del Rosario, aunque ya lo viví hace unos años arriba en la plaza, este podría disfrutar de la famosa subida de la calle del misterio del Besos de Judas. Esperando al Señor de la Redención, un visitante madrileño nos preguntaba cualquier duda, que acabó convirtiéndose en toda una clase de lo que es el verdadero trasfondo de la Semana Santa andaluza y obviamente sevillana. Escuchó tan detenidamente, que cuando el olivo de Santiago se fue acercando escuchaba, entendía y se maravillaba aún más cuando le iba explicando que son los cambios de paso y como un costalero de abajo los iba mandando. Y así nos llegó ese otro gran galeón de la jornada, comiéndose la cuesta, sobrados de fuerza. Magnitud que quita el hipo y su ya inconfundible son de sus costaleros al compás de la banda de la Redención, hizo que el pellizco de la gracia nos enmudeciera mientras ascendía poco a poco en busca de la Alfalfa. Nos encontrábamos con Alejandro Marjalizo que nos saludaba y nos incentivaba a tomar su camino, que como nosotros se dejaba en la profundidad de la vía el verde palio de la almonteña dolorosa de Sevilla. El madrileño nos agradecía la sesión –que tal vez pocos sevillanos podrían darle- y nuestros pies se marchaban dejándose otro palio para buscar un nuevo galeón. Por Carlos Cañal, como la última vez, en la misma revirá, el misterio  de las Aguas levantaba el asombro, al compás, creo,  de “Triana”, la marcha de esa banda que en la mañana acompañaba a Dios en los confines de Sevilla. Algo lejana, pero es lo que había, pero pudimos irnos con el sabor de contemplar otra cofradía, aunque nuevamente nos quedábamos sin María, Guadalupe fue como las otras, un ligero pellizco en la distancia. Sabroso pescaito de Blanco Cerrillo que nos llevó un año más al reencuentro con el Soberano colapsando toda la calle Adriano. No cabía un alfiler, pero éste tiene que verlo bien y por ello la espera se hizo eterna en Arfe esperando su llegada, pero llegó y como llegó, apretándome el nudo y mojándome los ojos de la emoción. Venia poderoso mi Soberano Poder sevillano y al alma me vino al que porto desde hace más de una década de la forma que sea, con música o costal. Y me vino al corazón, más que a la mente, aquel que nos inculcó todo esto. ¿Recuerdan la última vez que les hablé del capitán? Era sobre un video de San Gonzalo del Correo en el Postigo, donde pasaba al compás de la marcha “Señor de Sevilla”… Lunes Santo, 20 años después… las Cigarreras fueron al corte y los herederos de Bienvenido Puelles mandaban el compás de Triana mientras sonaba aquella marcha… ¿casualidad? No conozco a ese dios que llaman “casualidad”, solo conozco al que iba en lo alto de la luciérnaga del barrio León y no sé si fue Él o Andrés, o los dos juntos los que me estaban… no sé, ¿dándome las gracias? Por aquel recuerdo que siempre les cuento con la misma emoción con la que me conquistó el galeón, el que me llenó de pan de oro la punta de la nariz y al que me colgué de su pata hasta la puerta de las baratilleras… al capitán le debo esta bendita afición de sumergirme en la gracia sevillana.





La bulla caminaba tras la butaca, un año más tras la butaca del Caifás, mientras desde los lados amigos de tantos lugares me enviaban la sonrisa de la amistad hasta que el Soberano se plantó nuevamente ante la capillita que despide  a los trianeros que se van de Sevilla. Derroche de arte, de buen hacer, con sus fallos que también los tienen, pero con la sapiencia de disimularnos como pocos. La música… “Cordies Mariae”, “María, Reina y Madre” y sobre todo la que ya tildo como la marcha del año, una autentica genialidad dedicada al que extasiaba a toda Sevilla asomado a su balconada bendita… “Ante Caifás, el Hijo de Dios”, que menos para volver a levantar el éxtasis con “Alegoría de la Fe”, con esas despedidas que solo el Zapatero y el Soberano saben dibujar cada año… que más contarles, las gracias por permitirme un año más disfrutar de Él, que siempre nos tiene preparada la recompensa a la paciencia. Un año más nos fuimos con la bulla, porque hasta Reyes Católicos la marea humana era aplastante, donde con Josito, Emilio o Ángel despedimos al Soberano Poder al compás carretero de “A los pies de tu Santa Cruz”, que dejaba el Arenal y buscaba el faro blanco de su barrio.
El Lunes Santo caminaba perfecto aun dejándome tantos pasos, como a la Salud pero había que volver a paladear ese final mustio que atesora el Lunes Santo. Tal vez por ir relajados, en la Concordia, más llena que nunca –ahí hemos estado solos viendo Vera Cruz- se marchaba apresurado el sencillo palio de la Virgen de las Tristezas, fue tan fugaz como fugaz fue su contemplación. “Habrá entrado ya el Señor” pensamos, pero en la distancia lo encontramos llenando de luz verde las tinieblas de la noche antes de sumergirse en el adiós de su capilla. La verdad que fue un Lunes Santo muy incompleto pero a su vez de momentos inolvidables. Volvimos a revivir lo de tantos años, pero ese arte efímero volvió a ser siempre distinto. Los pies pedían clemencia a las puertas de San Vicente, pero más doloridos irían los del Señor de las Penas que volvía enmudeciendo al selecto público –la verdad, así da gusto-. De rodillas, sus plantas sentirían la brisa casi de verano de la noche. Que joyero su paso, otro de los grandes desconocidos, viniéndonos con la zancada poderosa mientras el impresionante Cristo parecía traspasar con su mirada los muros de su casa. El momento quedó para el recuerdo cuando por fin tuve la oportunidad de escuchar en vivo y en directo a Manuel Cuevas que volvió a estremecer los corazones de los presentes… esto prácticamente solo se puede recrear allí y solo nos queda aprovechar las oportunidades que se nos presenten. El Señor desapareció apagándose poco a poco como absorbido por la iglesia, como acabó aquella saeta a la espera de que llegase uno de los palios, para mí, más especiales de Sevilla, aquel que llevó mi capataz cordobés, Curro, cuando eran un joven peón de Manolo Santiago. La estampa que se dibuja en esta recogía, no hay poeta que la describa y mejor así, que este año se ha abierto la veda en busca y captura de todo aquel que quiere insuflar a todo esto de sentimiento y emoción, y es que ya criticamos todo, y con permiso de ustedes y perdiendo un poco las formas… ¡una mierda! para todos esos…
Lo que decía, el embrujo y ese no sé qué, que se sentía al ver en la distancia el palio de cajón y crestería cubriendo a la bella dama con tintes decimonónicos en sus grafismos era para quedarse en la burbuja para siempre. Tejera entonaba “La Madruga” en la lejanía y “Tus Dolores son mis Penas” mientras los hombres de Santiago daban lecciones de buen hacer a cada paso llevando a la Virgen de los Dolores. Cuevas volvió en ese lugar a cantar, a dúo parecía con alguien rompiéndose la garganta como cada vez que le canta a María. Silencio, y sobriedad suntuosa, que paladar como diría un viejo costalero suyo hasta que la banda de la plaza de toros bordó en el aire “Jesús de las Penas” y la oscuridad, que este año apagaron la recogía fue fugazmente vencida por la luminosa candelería, que se apagó en el templo como si se muriera una estrella. El Lunes Santo se moría en el reloj, en el alma se quedaba detenido para siempre, seguramente el rey ya estaría en Zarzuela intentado asimilar el sueño vivido. Tocaba el fin, un día más a altas horas de la madrugada, este año, ese madrugón en el polígono me estaba pasado y bien factura.









Por Alfonso XII, calle de un rey que le gustó las cofradías –no extrañarse de que le den una calle a Felipe VI por esta visita- volvía el Museo itinerante de Sevilla. Volvíamos a las tinieblas para saborear esa Semana Santa inigualable. Dios se retorcía entre la oscuridad mientras la luz de la cera parecía más que iluminarlo, como si lo abrasara, como si esa serpenteante Expiración fuese un martirio digno de las parrillas de San Lorenzo. Que grandioso paso, de Fernández del Toro, un conjunto de excelso éxtasis cuando sobre él descansa el Cristo del Museo. Para mi hay pasos que en el directo ganan un encanto que no hay foto o vídeo que pueda igualar, este es uno, más cuando llega con esa candencia, abierta, como me gusta, que poco a poco vayan cogiendo todos los pasos de Cristo en silencio. Es casi de recibo volver a recordar lo mismo ante esta hermandad; su contraste. Llegó el primero, a mí el que más me gusta, el de la sobriedad, callando el Señor a los últimos locos ansiosos de pasión para perderse por la plaza y en su vieja capilla mientras el Padre Nuestro final volvía a salir de los labios de la ciudad y qué de menos se hecha al Perejil… Entre bordillo y no poder estar a pie quieto, nos llegó la algarabía que cierra el lunes más grande del año en el centro de Sevilla. La Virgen monjil, la de la estética inconfundible, la que se le movía el palio de tal forma que a mi Rubén solo pude decirle: “va acompasado por lo menos…”, era esa estampa de los ochenta que tanto lo tienen atrapado, pero aun así siempre disfruto, llegaba la Madre de Dios, la inmaculada dolorosa de Sevilla, ya sin el tabernero saetero pero con saeta desde el balcón, sonó “Aguas” y con su sonar me vino la melodía de swing que cantaba aquello de “inmensa luz que alumbra el existir y en primavera y a tu vera hay cielo al fin…” que decía Silvio… y el giro se me hizo tan eterno que creía que me vencía al suelo. Pude aguantar, más aguantó María de las Aguas, se acabó una nueva jornada, allá donde quería estar, ahora tocaba descansar, rompíamos el principio de la mañana siguiente y es que lo del lunes no se podía aguantar, aun así había ganas de lo que me llegaba y es que desde 2010 ya está bien. Este año por fin pude volver, y ¡vaya día!, pero eso ya os lo contaré en la próxima.

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