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viernes, 24 de abril de 2015

¿TITO, TÚ VAS AHÍ DEBAJO?

Subía el Soberano poderoso esa corredera en cuesta en honor de aquel que amansa a un león con su palabra escrita en el evangelio de los cielos. Cómo subía el galeón en una tarde de sueños encontrados, de sentimientos fugaces que a veces me pregunto si pasaron de verdad. Subía ensimismado en el horizonte oscuro, esperando el nuevo turno para el final del sueño de los kilos, entre los suyos, entre los nuestros, entre ese desorden perfecto cuando el Getsemaní del jueves vuelve a la casa del que nombra ese otro tiempo mejor en la vieja Cástulo cuando agosto aplasta con un sol que se parece mucho al de aquella tarde. De repente alguien aparecía entre la bulla de la zona del caballo del Pisar y me señala a alguien muy especial, más para ella que lo parió. Una mirada inocente se clavaba en mi pecho, con esos mofletes dignos del más bello querubín y esos labios que pareciesen pintados por el dorador de la vida, su cara parecía sacada del respiradero sin fin del Prendimiento. Tan pequeño, agarrado a la pierna de su padre que salió por el mismo lugar que el que os habla, se encontraba más asustado que extasiado.
Un pequeño que miren ustedes cumple las mismas primaveras que yo en el interior de una galera bendita. Cuanto tiempo esperando, si no fuera por la realidad de los años, pensaría que ya habría hecho hasta la mili, como se decía no tan antiguamente. Dice su abuela qué le dará su tito y padrino que no le rechista nunca un beso, ese que me dio mientras la doble trama rozaba su minúscula frente. Ha pasado tanto tiempo que cuando he cumplido el sueño ya habla tanto que aun pensamos que algún día se tuvo que tragar un viejo de lo que sabe el zagalín. Estaba acobardado, tan imponente barco le tendrá que empequeñecer más, qué cosas, tal vez con su misma edad, un poco más arriba, en la Santa Margarita que cobija el reinado de albero, éste que os habla sintió iguales escalofríos ante la cena más universal de la ciudad que aún resuena a mina. Preguntaba asustado: “¿tito, tú vas ahí debajo? ¡No te metas!” Nunca antes una preocupación me ha llegado tan dentro. “¿Y cómo lo lleváis?”, “pues mira con un palo que cae aquí…” nunca antes he disfrutado tanto enseñando mi pasión a nadie.

Y lo robé finalmente, lo agarré fuerte y me pregunto que se le figurará aquello que se retorcía entre mis brazos buscando el auxilio de su padre. Se tranquilizó cuando le dije que nos íbamos a echar una foto a la que se prestó el comandante del barco –el puesto de capitán se quitó por exclusividad una triste noche de fiestas en Bailén-, para que la misma tuviese más caché, más sabor mientras el pequeñajo se preguntaba quién era ese desconocido de traje oscuro que le hacía mimos, y es que Parrita es muy “niñero”. Qué miedo tendría que se agarró a la palometa de la arpillera, la que soltó rápidamente, tal vez sintió la electricidad de la divinidad de la que se empapa esta humilde tela y una poderosa mano, desde arriba intentó amansarlo. Temía que lo metiera debajo, qué cosas, si supiera la pasión que todo eso desprende en su tío, si sintiera que Él desde arriba lo miraba y le susurraba… “acércate a mí, no temas, ojalá todos fuesen como tú que en el cielo no cabríamos”. Se elevó el galeón y Dios siguió a lo suyo, con su mirada gacha y mi Alejandro en mis brazos caminando a su vera, y le conté quien era Aquel al que llevaba yo debajo, como mi madre y mi padre hicieron conmigo, ahora me tocó mostrarle quien es mi Soberano, “¡El Soberano!” le gritaba con su pequeña voz mientras se lo repetía en su oído, ojalá que siempre camines tomándolo como modelo, con el mismo poderío que subía la cuesta… mi pequeño. Dicen que en el colé les explicaba explícitamente y con gestos a sus amiguitos como su tito levantaba el faldón y se metía “en un tono mu gande”.

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