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miércoles, 17 de junio de 2015

LA COLOSAL SANTA CENA...

En este tiempo o junio eucarístico, como dirían en Sevilla, porque aquí pasa el Corpus y hasta el año que viene… volveré a coger la máquina del tiempo, esa que últimamente estoy utilizando demasiado para recordar un pasaje de mi vida en aquellos años en que les muestro mi más remota niñez. Pero esta vez no será unido a las cosas de mi entorno más próximo, esta vez iremos a la ciudad cercana, la que se erige como una especie de capital de la comarca al ser la población con mayor potencial de servicios y atractivos que ofrecer a razón de sus números de habitantes. Seria antes de 1991, tal vez aquel inolvidable 1990, y digo esto porque desde ese año siempre he puesto la línea de salida a mis recuerdos más patentes sobre Semana Santa. En aquel tiempo, el Domingo de Ramos en mi pueblo tenía la tarde para todo menos para la semana de la gracia y por ello supongo que mi padre optó aquel año por lo que hacían muchos bailenenses entonces, viajar hasta Linares para contemplar la cofradía que si llenaba allí la primera tarde de la semana de Dios, aquella que nos mostraba al Hijo del Hombre entregando su cuerpo y su sangre a aquellos que eran sus amigos en aquella última y Santa Cena con ellos.

Me resulta curioso que desde niño, en Bailén siempre se ha anhelado entre los comentarios cofradieros que prácticamente surgían llegada la Semana Santa, que a aquel Bailén que intentaba revolucionarse a sí mismo con su aparato procesionista, lo que le faltaba era una Santa Cena, y aun muchos lo siguen diciendo. No sé el por qué, pero sería el monumental conjunto de trece imágenes lo que supongo que mis paisanos verían como algo que vendría a impactar la cultura de este pueblo. Aun hoy, cada vez que le digo a alguno que salgo en la cofradía del Prendimiento de la vieja Cástulo, si es algo mayor de los cuarenta años, acaba refiriéndome sus conocimientos sobre la Semana Santa linarense con un: “yo fui un año a ver la Santa Cena, es increíble”... Pues yo también fui un año a verla, tal vez aquel 1990, luego les diré por qué, de manos de mis padres y mis hermanos. Como buen bailenense, mi primera vez con la Semana Santa vecina fue ante la Santa Cena, pensaba que serían siete años más tarde con la Borriquilla, curiosamente, como ya les conté fue en la Feria de Linares sobre aquellos mismos años cuando contemplé la primera imagen pasionista de Linares en una capilla, quien si otro que mi Soberano y su bendita Madre del Rosario. Pero casi seguro que mi primera procesión en Linares fue ante la magnitud de la Santa Cena, aquella que tenía “un trono muy ancho y que iba a ruedas porque a ver que cuadrilla de costaleros podría llevar una Santa Cena…” otro de los comentarios típicos cuando en la vieja Baécula se hablaba de la Santa Cena de la vieja Cástulo.
Aquel viejo camino, carretera nacional entonces, de Linares, allí le decían el camino de Bailén - anterior al nuevo tramo de autovía hasta Albacete, aun inconclusa-, tuvo que dibujarse en la oscuridad iluminada por los faros del R 11 blanco de mi padre, el que aparcaría en los jardines de San Agustín, como siempre. Aquel mundo que veía desde la baja estatura de mi infancia, como observando un mundo de gigantes, perspectiva que aún vive en mi memoria de aquellos años. Aún recuerdo el lugar, un privilegiado me considero porque era la Carrera Oficial, aquella que alzaba su tribuna oficial en la plaza de Santa Margarita donde entre tanto gigante y las filas de nazarenos blancos y amarillo dorado podía ver el apagado coso linarense. Aun me parece ver aquellas sogas que unían cada penitente, que eso de nazareno aún me quedaba para aprenderlo y como cualquiera, porque es inevitable, comparábamos y sentíamos no sé cómo decirlo, como más glamour en aquella Semana Santa con la nuestra. Era tan pequeño que llegó un primer paso, a ruedas y al intuir unas alas pensé pues que era la Oración en el Huerto como la de mi cofradía, hasta que aquella masa de gente comenzó a abrirse, y abrirse y de repente llegó un colosal trono de madera, como los que tenía mi cofradía bailenense –o más bien esa fue mi intuición juvenil y poco docta- pero de un tamaño que me sobrepasaba, que me hacía más insignificante en aquel instante. Los fotogramas de la memoria se diluyen cada vez más pero aun puedo sentir la sorpresa de ver que el volante iba por fuera del faldón a comparación de los de mi pueblo. Cuando aquello pasó, porque no pude ver nada se dibujó la espalda del Señor entre las cabezas de los apóstoles. No sabía ni por qué el Señor se juntaba con aquellos señores a cenar, aun me quedaba tanto por aprender… pero un sentimiento florecía igual de fuerte que hoy; estaba en mi mundo, aquello no era algo más ya en mi alma.
Aquel fue el primer impacto, con los años lo conocería en su magnitud con la fotografía que abre esta entrada, sacada de aquel coleccionable del Diario Jaén que me hizo comenzar a forjar mi “erudición” con la Semana Santa de mi provincia. También aprendí que el chasis era de un armón de artillería de la II Guerra Mundial, sin saber siquiera que fue aquella guerra –mejor aprender antes de cofradías ¿verdad?-, quien era un tal Víctor de los Ríos y que aquel trono lo hizo un tal Francoso. Pocos años después mi padre me llevaría una mañana lluviosa de domingo hasta Santa María, también aprendí donde se establecía, donde en una capilla del Sagrario, donde se asienta canónicamente, en obras, la volví a ver con mis ojos aunque tapada por un plástico mientras mi padre le decía a su hermano mayor -que se nos presentó y nos recibió- que si el plástico hacia resudar al barro poca cosa buena le podría hacer a las imágenes. La lluvia siguió estropeando mi cita definitiva con la Santa Cena linarense en un Domingo de Ramos aciago donde nació Laura, la hija de mi prima Loli, allí, en el Hospital de San Agustín insistía e insistía a mi padre que me llevase a ver la procesión, aunque me dijera que con la que estaba cayendo no iba a salir, y así fue y me llevó y la Santa Cena sacramental se quedó allí para otra ocasión… cada vez que veo a la niña que ya más bien es una mujer me acuerdo del monumental conjunto linarense. Al final llegó el encuentro, yo ya alcazaba edad como para ser “costalero” en mi pueblo, en la actual Carrera Oficial de Isaac Peral, la colosal obra se movía lentamente, dibujando una Semana Santa muy particular aunque ya para aquel tiempo lo que ya terminó por impactarme fue el andar del palio de su Madre, la Virgen blanca de la Paz y es que Sevilla ya había infectado toda mi alma… por cierto, pienso que fue aquel primer año 1990 porque tras el Señor no vino el palio, Ella haría su primera salida en 1991.

Antiguo misterio linarense.

Málaga





Granada

León.

Y es que la verdad es que la Santa Cena de Linares es algo más que un paso procesional en la idiosincrasia del viejo pueblo minero, el cual en el esplendor que le otorgó la minería se fundó esta cofradía en los cofradieros años veinte del pasado siglo, donde procesionó un paso de la Última Cena de Cristo realizado por la escuela escultórica de influencia de la época, la valenciana, donde se intuye posiblemente la mano de Pio Mollar, un artista que realizase una casi idéntica para Málaga, hoy también tristemente desaparecida en un incendio que no fue como el que destruyó la linarense, las llamas iconoclastas de la Guerra Civil. Su Semana Santa se levantó humildemente, sin llegar a ostentar una Semana Santa a la altura de las grandes de entonces hasta que en los cincuenta llegase el artista nacido en el pueblo de las mejores anchoas del mundo, la santanderina Santoña para insuflar un nuevo modelo y una mayor prestancia a la Semana Santa de Linares. Es curioso que Álvarez Duarte, el autor de la Virgen dijese en una conferencia en la ciudad que por entonces solo se conocía de Jaén allá por Sevilla, el Abuelo de Jaén y la Semana Santa de Linares por las muestras artísticas tan genuinas que dejó Víctor de los Ríos Campos en la vieja ciudad minera, donde insufló ese estilo castellano como muchos lo tildan en el procesionar junto a sus obras que en realidad respondían a esa escuela contemporánea de nuevas formas y conceptos que no seguían a raja tabla los llamados neo barrocos. Incluso creó un cortejo quizás poco usual donde un pasito servía como de cruz de guía o elemento que abría el cortejo, era aquel ángel de mis recuerdos que no era la Oración en el Huerto, era un ángel eucarístico, una alegoría del misterio de Jesús Sacramentado, era como aquel ángel del Señor que va a anunciando a la ciudad lo que está por llegar.






Un paso de trece imágenes, todas talladas completamente, con su ropajes de sección más plana, de ligeras ondulaciones, alejándose de los barroquismos, con un Jesús más de nuestra era, seguramente influenciado por las obras cinematográficas de la vida de Jesús que llenaban los cines del “nacional-catolicismo” y del que se tomó como modelos a presos de la cárcel de Carabanchel para los apóstoles. El conjunto rompía con los cánones de arte cofradiero demandado, una nueva escuela plantaba su esencia en Linares y venía a levantar el aplauso y la aceptación hasta el punto de que Víctor de los Ríos modelaría la esencia cofradiera de la época y su arte se quedó indisolublemente unido a los símbolos del linarensismo, como su monumento al Minero, el San Francisco de la fachada de la iglesia del mismo nombre o hasta el punto de que la cofradía más popular de la ciudad se atreviese a romper con la estética que fue la veneración de los siglos en la ciudad, porque al ser destruida la venerada imagen del Nazareno de la ciudad en la guerra de las dos Españas, Martínez Cerrillo intentaría dejar en su nueva obra la esencia de la destruida. Tal calado tenía ya en la ciudad la obra de Víctor de los Ríos que la misma abrió su corazón para convertir a un Cristo totalmente diferente en su Dios, como si el Nazareno de Víctor de los Ríos fuese… el de toda la vida. Una imagen que se parece a otro Nazareno del santanderino, como la Santa Cena se asemeja también a la que el escultor tiene en León, de ahí que a la de Linares se la conozca como él mismo la tildó, “la santa cena del sur”, la cual sobre todo sigue impactando por la disposición procesional de la misma, la cual, en lugar de disponerse toda su imaginería en zona vertical o “a lo largo” como siempre hemos dicho, se dispone la misma en horizontal o “a lo ancho”, lo que recrea un ancho trono o paso descomunal que aún sigue impresionando como lo hizo a mí de niño a aquel que intenta sumergirse en la última cena del Señor con sus apóstoles, tal como lo ideó Víctor de los Ríos al crear este paso, sin pensar en otro formato o modelo procesionista que pudiese afectarle esto, sin duda creó su Santa Cena para que tal vez nunca pudiese caminar a costaleros tal como tomaría el rumbo la ciudad en la década de los ochenta de la pasada centuria. La Semana Santa cambió, el modelo, la idiosincrasia, etc… ahora el movimiento sevillano llamaba más la atención que la rigidez estática de los pasos de De los Ríos. Todas sus imágenes se adaptaron a esta nueva corriente, lo tenían más fácil pero la Santa Cena siguió igual, inalterable. Las cosas de los tiempos, hay quien se lamenta de la pérdida del anterior conjunto valenciano, porque ese seguramente si se hubiese podido adaptar a un paso a costaleros. En cierta ocasión me comentó un experto que restauró a alguna de las imágenes que este conjunto, al igual que ocurrió con la Santa Cena de Granada, de similares características se podría cambiar de disposición para poder ser llevado por una cuadrilla de costaleros pero entonces, tal vez la Santa Cena perdería todo ese encanto, fama y genuinidad que la hace ser unas de las banderas del linarensismo en el mundo, un ejemplo de grandeza para mis paisanos cada Domingo de Ramos. En este tiempo eucarístico, con poco tiempo y pocas ganas, los blogs declinan señores y señoras les quería hablar de una Santa Cena y la de Linares lo merecía…

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