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miércoles, 9 de octubre de 2013

ENTRE LA SANGRE Y LA GLORIA...

Se adentraba por la ventana esa luz que cierto día escuché decir a un buen amigo almeriense, que solo tenía esta ciudad y que cuando en ella se hacía, era propicio para caminar sus calles y embriagarse de su encanto. Amanecía por los tejados de la calle Martínez Montañés, casi ná, mientras dormíamos en el salón de un tercero; David, Pedro, Félix y este servidor, en el salón del amigo Iván al cual agradezco su enorme hospitalidad y amabilidad con nosotros para acomodarnos en su humilde morada, que para más, en calle dedicada a tan magna figura del orbe cofradiero de todos los tiempos. El silencio de la mañana, algo fresca invitaba a salir al balcón mientras las vista te descolocaban un poco… la verdad nunca fue esta estampa la que dejó mudas las emociones… era la torre Pelli, y con ella, despertábamos en Híspalis… en Sevilla.
Porque así me lo pide el alma, comenzaré por la segunda parte, por la del final, de la vuelta de este afincado en Bailén a su “tierra”, acompañado de amigos que también sienten esa misma sensación, por volver a pisar el orbe que marca su cultura, su ser y su pasión, esa que los lleva a la gloria. Y es que el fin de semana fue en pleno mes de octubre de pasión que te llevaba a la gloria, tanto que el éxtasis de la gracia se hizo música en los últimos resquicios del sueño, un sueño que también fue demoledor para el físico de este que les habla. Y así lo querrá que dejo para la segunda parte, la primera, donde la Victoria de María casi se podía liar en un cigarro, como no, por alguna legendaria cigarrera para saborear las grandezas de la nacida sin mancha, cuando allá por el barrio, del que un azulejo indica que es donde vive la Madre de Dios se hacía Divina Enfermera y a la vez como todo los vecinos del arrabal, se hacía Macarena, dos caras, una misma madre, siempre repartiendo Esperanza, sin olvidarme que los cerros andujeños de Sierra Morena bajaron por el Guadalquivir para en San Juan de la Palma, cambiar los silencios blancos y las amarguras, por la más morenita y pequeñita.










Sábado intensísimo que se reponía con el descanso de la noche sevillana, porque aún quedaba el domingo. Y el domingo comenzó temprano desayunando como gusta en Sevilla, rodeado de fotos de “santos” como dirían los menos doctos en cofradierismo, asomado al ventanal contemplando la enigmática imagen que un sueño escultórico recreo para ponerle cara al que tuvo la dicha de tallar para Sevilla, al que es el Hijo de Dios sin discusión alguna. Tendrá Sevilla plazas con encanto. San Lorenzo y la basílica esperándonos, en la puerta me traigo unos suculentos recuerdos, Cachorro, San Gonzalo (Soberano Poder) y como no,  el Gran Poder, el que una vez más me permitió la gloria de besar su divino talón. En su antigua morada, los bofeteros nos abrían la verja de su capilla por primera vez para deleitarnos con su Jesús, abofeteado –noventa tacos que cumple este anciano que cada Martes Santo cumple treinta y tres…- o crucificado por el Mayor Dolor del mundo, y su “gracia bajo palio”, dejando como siempre atónito a todo aquel que contempla su belleza castiza, aunque no me gustó como estaba vestida. A la vera, siempre omnipotente la Soledad de Sevilla…
Así comenzó un nuevo maratón de capillismo por la ciudad eterna  de los confines de Europa… incluso proyectado para saber de todo el programa cofradiero que nos podía ofrecer la ciudad en estos dos días. Curiosamente por fin he podido entrar en la capilla de la Vera Cruz sevillana, coqueta y encantadora, de rancio abolengo para el pequeño crucificado y la bella Virgen de la Tristezas. Fin de semana de besamanos, como indica el título, entre la pasión y la gloria. Por Orfila, la “Panadera” bendita, la Virgen de Regla me permitía sentir por primera vez su suave roce, revestida de nuevos bordados evocadores de los tiempos decimonónicos. A Félix le impresionó saber el autor del crucificado del Perdón, nuevo inquilino de la capillita de San Andrés donde sigue mandando el Soberano Poder del Prendimiento. A la vera, parafraseando a Carlos Herrera, Santa Marta volvía a impactarnos aun en la serenidad de su capilla, mientras a David le pegaba el pellizco al contemplar la tumba del genio que talló casi todas estas maravillosas imágenes.














Y el espíritu romántico, lo decimonónico, se apoderó de la siguiente paradita, en el Círculo Mercantil de la cofradierísima calle Sierpes, en la muestra dedicada a la figura del quizás primer gran capillita, aquel que seguramente con su legendario libro, cambió para siempre la percepción del mundo cofradiero conocido hasta su época, aquel que comenzó a llenar o a crear la cultura del capillita, con la pasión por conocer la historia y los datos de las cofradías… José Bermejo y Carballo, el que nos mostró que las cofradías podrían ser algo más que veneración y la simple contemplación de cofradías en las procesiones. Enseres de las que fueron sus cofradías realizados o conocidos por el mismo en su tiempo acaparaban la gran atención de la muestra, como los candelabros del misterio de la Carretería, espectaculares vistos de tan cerca, los candelabros o las marías del misterio de las Siete Palabras más los inconfundibles bordados de la época como la túnica de Pasión, Nazareno del Valle o el manto de la Soledad de San Lorenzo. Grato momento conversando con unos de los comisarios de la muestra, el profesor José Roda Peña sobre la historia y circunstancia por cómo se documentó el manto referido afirmándome que es totalmente factible y fiable documentar cualquier elemento a las noticias que figuran en la prensa, sin necesidad de contratos ni documentos protocolario; que en el siglo XIX y XX, las investigaciones y descubrimientos en la prensa han sido determinantes, alabando el trabajo de su compañero y comisario de la muestra, Rafael Jiménez Sampedro, que aunque no es historiador  sino aficionado a la investigación, ha aportado mucho en este campo, sin duda de esta forma documentó el manto conocido como de “los soles” de la Soledad de San Lorenzo y el actual de salida de la Estrella de Triana.








La ruta cofradiera siguió su curso, en busca de la iglesia de la Magdalena, que el amigo Guerrero aún no había podido contemplarla, pero antes paramos en una de esas iglesias a las que no se suelen entrar porque no hay cofradías de penitencia, el Santo Ángel. Aunque en el pasado si albergó a algunas, como la Lanzada, por ello buscamos al que fue su titular mientras las paredes carmelitas albergaron al Dios del que emana por su costado sangre y agua. El crucificado de los Desamparados, obra documentada a Juan Martínez Montañés nos hacía pensar que sería si hoy fuese este el que se pasease sobre el canasto neogótico cada Miércoles Santo, con lo que se le llena a Sevilla la boca al nombrar al “dios de la madera”. La Virgen del Carmen y sobre todo el Éxtasis de Santa Teresa terminaba por llamarnos la atención, las obras sevillanas de Francisco Romero Zafra sin olvidarnos del busto de la dolorosa… Pedro me decía: “esto si es un ángel…”




A Dios gracias que por fin mi últimamente nuevo escudero se encontraba la Magdalena abierta, y también la capilla de Montserrat, donde el crucificado de la Conversión siguió  dejándonos como siempre sin palabras, y sin palabras se quedó mi buen amigo al contemplar la iglesia de la santa de Magdala, de un corte muy a las iglesias granadinas, con el misterio del Descendimiento–sin la Quinta Angustia- y la capilla del Calvario, sin olvidarse del Amparo, porque él también es muy de las glorias, y más con esta que es una de las rancias.
Félix insistía en buscar la “posada” donde llenar el estómago, que nos podíamos quedar sin mesa… el objetivo era el rico adobo de la Puerta de la Carne, que la experiencia del lluvioso Martes Santo quedó grabada en los paladares… para que vean si andamos, que en el viaje de ida, en el callejón de Córdoba, parecía que el talón de la imagen que habló a Montañés nos llamaba. Por fin podía besar el talón del otro gran nazareno de Sevilla, por fin podía pedirle tocando al Señor de Pasión, como siempre sublime. Igual adjetivo utilizaré como siempre para la iglesia colegiata, donde estaba su paso en exposición permanente pero con la custodia ocupando el trocito de Jerusalén por el que camina cada Jueves Santo. Un poco más atrás, muy escondido la verdad, se encontraba expuesta muy acertadamente la imagen de Simón de Cirene que realizó Sebastian Santos para que cargarse con la cruz del Señor, tal como lo ideó el maestro de Alcalá la Real… la verdad no comprendo como los archicofrades pudieron decir que no a recuperar esta imagen para el paso… del Amor que más decirles, el Hijo de Dios muerto en la cruz, sin más.
Al salir por el acceso a la capilla de Pasión nos detuvimos unos segundos en la exposición de enseres de la misma, qué decir del patrimonio de una de las cofradías por antonomasia de la ciudad… curioso el cuadro donde se mostraban todos los elementos que se le sacaron a la imagen del nazareno en la importante restauración del IAPH.






















Así se llegó a los dominios de Santa María la Blanca, a los umbrales del barrio de San Bernardo, donde sin duda puedo sentenciar, hacen el pescaito más rico que en las mismas ciudades de costa, hubiese estado comiendo tan ricos manjares sobre el papel de la freiduría hasta la extenuación. Pero la tarde continuó por los Jardines de Murillo, adentrándonos por las callejas del barrio de Santa Cruz, el cual me hizo sentirme como si me hubiese marchado de la ciudad. Cuanto encanto, cuanto sabor, conocer la legendaria Cruz de Cerrajería –cruz de guía de la hermandad del barrio- o encontrarte en un callejón por donde no cabían dos como yo a lo ancho un azulejo de la más perfecta sacra-conversación de Sevilla. Que decir de la plaza de la Alianza… ¿podré contemplar alguna vez el azuelo mientras por ella pasa Santa Cruz o San Bernardo? Es un sueño, porque eso mismo tiene que serlo… buscábamos nuevamente el piso en Martínez Montañés para descansar de tanto trasiego y el calor que aun hace, pero nos detuvimos en la frescura de la iglesia del Sagrario, junto a la catedral, donde antes nos realizamos la típica fotografía en el Patio de Banderas que parece indicar algo así como “los afincados en Bailén en su tierra”… siempre con el fondo de la magna torre, primer rascacielos de la humanidad como me recordó una vez más Pedro Guerrero. En el Sagrario, descansamos junto al Cristo de la Corona, de actualidad por aquello de que han pedido oficialmente salir en Semana Santa y realizar la Carrera Oficial… otra vez Pedro me decía que como iba a ser eso si apenas tienen nazarenos… imponentes las esculturas en piedra de José de Arce mientras nos extasiábamos del retablo de Roldán y buscábamos los paralelismo de la Virgen del conjunto con la Esperanza Macarena.














Tras el descanso y una duchita, ante la insistencia del “intruso” trianero entre tanto macareno, me convenció para echar el resto y pisar el territorio de la vieja Cava, eso sí, ya fuimos en el coche, aunque hubiese que pagar parking, que al final nos van a tildar de “tiesos”. Por la hora solo estaba abierta la capilla donde vive la otra Madre de Dios, según la otra parte de Sevilla. De rojo se encontraba la que reparte Esperanza por Triana, en la intimidad de una capilla algo vacía, mejor así. Pedro me recordaba la gracia que le hace cuando mi madre le explica que ella es más de la Trianera y el por qué… “es que es más mujerona”, y es que mi madre ni David entiende que tanto Pedro, Félix y yo somos macarenos no por la belleza, porque en eso son las dos guapas a rabiar, sino que es por otras cosas… Junto a Ella, el Señor del Compás, el Cristo de tantos que se enamoraron de la sevillanas maneras con el peculiar andar del Cristo Caído de Triana por las calles de la Madrugá sevillana… cuanta oración y fragancia a incienso llevaba ya a las espaldas.










El rotundo maratón cofradiero abandonaba Triana y buscaba nuevamente el centro, donde ya se aproximaba la razón para estar hasta tan tarde por Sevilla, la salida de la imagen letífica de la hermandad de la Cena, la Virgen de la Encarnación, pero antes aun nos quedaba un besamanos, una nueva mano donde sentir la ternura de María. Por este viaje y asuntos personales en el día de ayer, hicieron que no pudiese besar este año la mano del Rosario, la mía, la de Linares, pero quizás me pude desquitar con la pálida y carnosa mano de otra Virgen del Rosario, el Rosario por antonomasia en Sevilla, la blanca y coronada Virgen que vive en la capillita de la antigua plaza de los Carros. Estos besos serán sin duda para mi inolvidables, contemplando la sublime belleza del Rosario de la calle feria, junto a la Oración de Dios en el huerto de los olivos y la siempre impactante figura del crucificado de la Salud, por favor hermanos de Montesión, saquen a este omnipotente Hijo de Dios y de Ortega Bru, por las calles de Sevilla en el jueves que reluce más que el sol… el corazón y el alma se lo merecen.




La jornada acabó disfrutando una vez más de la magia de las hermandades hechas cofradías, en este caso y lógicamente de gloria, cuando tras comerme el helado de tocinito de cielo más rico que haya probado, como no, de heladería Rayas, nos apostamos en la que ahora da gusto nombrar; calle Capataz Manuel Santiago. Ya venía por la calle Sol la dulce Señora de reminiscencias mesinas en una considerable altura de su típica peana de paso de gloria. La Virgen lectora, entregada a la causa de la Redención ante un imaginario Arcángel San Gabriel moviéndose al compás de la banda que una vez más me volvió a demostrar que no hay nadie como ellos tocando tras los pasos andaluces, por no decir del mundo. “Coronación de la Macarena” se elevaba al cielo del barrio de Santa Catalina, aun mostrando la triste imagen de su cierre y casi abandono. Por allí, en qué lugar mejor, se apostaba Antonio Santiago a presenciar la salida letífica del primer domingo del mes de octubre… este año he cambiado Jaén por Sevilla. En la calle en que su padre comenzó a forjar su romántica leyenda con las cofradías sevillanas, se exaltaba la esencia del cofradierismo puro de Sevilla, con presencias como la del ultimo joven pregonero de la Semana Santa de Sevilla, algo que intentaba explicarle una vez más, como el Sábado Santo a Iván, que se acercó con nosotros a contemplar la salida procesional.
























Tejera siguió dibujando la excelencia de la música cofradiera, con “Virgen de la Victoria” de Francisco Barril en busca de la calle Santiago, la cual comenzó a formar una bulla de las que solo Sevilla sabe organizar, de un completo desorden ordenado, donde caminaba la cofradía entre nubes de incienso colapsada de capillitas de la fotografía, de la música, del costal, con muchas chicotás a tambor y es que la filosofía de los Tristán sigue patente en la banda de la plaza de toros, de que una banda no es un disco y a veces es mejor dejar elegir marcha al director, y en este caso hay que estar de enhorabuena, porque es que esta banda no para de regalarme sorpresas, como cuando la Virgen llegó a una revirá con la calle Cardenal Cervantes y comenzó a sonar una obra que me trasladó a otra época… venia quejándose Pedro de que la banda venía muy “alegre”, era normal, estamos en las glorias y es que el esperaba más esa faceta que la está haciendo últimamente famosa, una banda de marchas fúnebres y de las buenas, incluso esperaba oír “Saeta Cordobesa” a lo que le espeté que quizás sería difícil… pero Tejera comenzó con sus genialidades de sabor clásico o fúnebre, pero con una obra que mezclaba los dos polos. Cuando acabé de grabar el video se podía mascar que a los presentes les había pegado el pellizco la marcha, porque lo que fue las revirás que vi, eran muy mejorables, no anduvo mal el paso, pero no lo vi al nivel de lo que luego son con el Subterráneo en lo alto el Domingo de Ramos. Por cierto el paso una maravilla, perfecta la altura como mandan los cánones pero vi la mesa algo pequeña y sobre todo el directo me confirmó que contemplar en Sevilla unos respiraderos con bordados como los mantolines de las cornetas de las bandas, resulta chocante, más de una hermandad como la Sagrada Cena. Pregunté a un músico y pude comprobar que Tejera sigue sorprendiéndonos, una marcha recientísima, de un cordobés, Alfonso Lozano dedicada a la hermandad del Cister de Córdoba, que llamó poderosamente la atención, supongo que a su director, para acertadamente incorporarla al quizás más selecto repertorio de España… la marcha le da nombre a esta crónica, porque en sí, así podríamos definir este inolvidable y agotador fin de semana… “La Sangre y la Gloria”. Hubo tiempo para deleitarnos llegando la Virgen a la “Pila del Pato”, donde una noche me enamoré del Señor de la Redención, a los compases eucarísticos de “El Corpus” de Uralde, volvía la magia letífica mientras Iván se reafirmaba conmigo, “es la mejor de Sevilla”… ante el Convento de San Leandro se detuvo la Encarnación de los Terceros, dibujándonos un ensoñador y evocador final, llegada la despedida y que mejor que concediéndole el sueño a Pedro, la Virgen ya lo sabía antes de que lo pensara siquiera, y para ella el maestro Gámez Laserna volvió a elevar a batuta desde el cielo para que Tejera bordara con notas de oro la “Saeta Cordobesa”…

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