Cuando el aroma del incienso, el rumor de multitudes, de cientos de pasos rozando el pavimento, del atronador son de bandas, de los silencios más impactantes, del sonar de bambalinas contra los varales, de refulgentes dorados elevando a Dios clavado en el Santo Árbol de la Cruz, etc… que aun nos parecen tan cercanos, que aun los seguimos saboreando, y a la vez aguardando en un nuevo año de espera, la ciudad de Sevilla ha vuelto fiel a su idiosincrasia de abrir su “segunda semana santa”, en la que mucho de lo descrito anteriormente vuelve a resurgir para gozo de devotos, cofrades y sobre todo de los que el procesionismo es la sangre que fluye por sus venas para disfrutar de la vida, los capillitas. Si, un año más las Glorias ocupan la primera plana en la religiosidad popular de las calles en la vieja Isbiliya, pasamos de la gran gloria de la Pasión a la verdadera Gloria litúrgica que abre la Resurrección, que se abrió por San José Obrero, barrio y cofradía en su rama penitencial que ya he podido conocer y el Pregón de Glorias con la salida extraordinaria de la Pastora de San Antonio pero que con motivo de esta feria de abril por mayo, no ha sido hasta este fin de semana cuando de verdad se ha calado en el alma como cuando la luna del Nissán ya ilumina la noche del Domingo de Ramos y el capillita ya consigue situarse de que está inmerso en la misma Effetá.
Pero en este sábado día 17, fecha que como sabrán está muy marcada en mi vida, también pasará a la historia de una corporación cincuentenaria de la ciudad. Si uno busca información de la hermandad filial sevillana de la Virgen de Araceli, como puede ser en la imprescindible obra documental del profesor Martínez Alcalde, lo primordial que va a encontrar es que era una hermandad sin culto externo, es decir, no tenía instaurada una salida procesional anual como la gran mayoría de las letificas sevillanas. Pertenecía a ese grupo de hermandades que se sustentan en el culto interno a sus advocaciones, esta misma, fundada por un grupo de lucentinos residentes en Sevilla en 1944 en honor de la Patrona de Lucena y del Campo Andaluz. Tan solo algunos traslados o alguna salida extraordinaria, como en 2006 donde en un paso provisional y comandado por Antonio Santiago, iluminada por los famosos –para esta casa- candelabros errantes de la Divina Enfermera hizo acto de presencia ante el que es su pueblo, aunque su espíritu sea cordobés.
Y es que uno ve fotografías o videos de la procesión del pasado sábado y no puede nada más que sentir una envidia, pero muy sana al contemplar como en Sevilla parece tan fácil montar una procesiona a niveles más que dignos, que en otros lugares tildaríamos de sublimes. Una devoción más desconocida, a esta imagen réplica salida de las manos del fecundo artista Antonio Castillo Lastrucci, por la que no cobró nada ya que la que tuvo la dicha de traernos a este genio de la gubia al mundo se llamaba como la patrona de Lucena, con reminiscencias romanas, Araceli Lastrucci del Castillo. La imagen fue bendecida el 12 de octubre de 1944. Estas pasadas fechas, incluso el Domingo de Ramos me he podido postrar antes sus divinas plantas en varias visitas que he realizado a su sede canónica, San Andrés, donde convive con la señorial hermandad de Santa Marta, siempre recordando que su hermandad por fin conseguía tomar un rejuvenecedor auge y cambiar ya los datos de las guías y programas donde una nueva cofradía de gloria abandona su carácter interno para darle mayor realce a la devoción a la Virgen María, con su apuesta clara de llevarla al encuentro de un pueblo que se vuelca con la religiosidad popular.
El centro se tornó otra vez del olor del incienso, y el eco bendito de la música procesional y el racheo de los hombres de abajo, para traernos la gloria, esta vez de estreno, para pegarnos el pellizco que en Sevilla apenas descansa en todo el año.
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