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jueves, 5 de marzo de 2015

LA DEDICATORIA DEL PREGÓN...

Como ya está en la calle y ya está llegando a las casas de los cofrades bailenenses, otra “tradición” o señal bailenera que nos anuncia la llegada de la semana grande, como es el cobro del recibo de hermano y la entrega del programa de actos, cultos y procesiones de la inminente Semana Santa, les dejaré con la humilde aportación a los textos del mismo que he escrito por ser el que como ya sabrán muchos, el próximo Pregonero de la Semana Santa de Bailén. Siguiendo el hilo al que les tengo acostumbrados cuento una historia de mi vida, seguramente el primer día que vestí una túnica y salí en una procesión de “penitente”, y con ello aprovecho para saludar al pueblo que supongo que espera ya mi “discurso” como me suelen decir ellos por las calles. En esta ocasión, les dejo el articulo para aquellos que quizás no puedan acceder a un ejemplar y con ello dar públicamente las gracias a la Agrupación de Cofradías de la ciudad por elevarme a este “altar” donde seguramente, lo haga bien o mal, me llevaré el cariño de todos los vecinos que me han visto crecer y de esos amigos, tanto de aquí como de fuera que quieren estar esa noche conmigo. Espero estar a la altura de la circunstancia y así dejar bien alto la apuesta que en mi persona ha realizado el gran impulsor de que el simplemente capillita, dé el Pregón de Semana Santa, como es José Cisneros Chica, actual presidente de la cofradía que como bailenense llevo en el corazón, la de la Santa Vera Cruz, persona pues que conocemos mi familia desde que tengo uso de razón, seguramente, al siguiente día de la historia que leerán seguidamente, el Martes Santo, él ya fuera bajo los varales del Señor de Medinaceli y por consiguiente de todos los pasos que procesionamos, él que se siente ante todo “crucero” y devoto de Dios a través de su cofradía.
El pregón va dedicado a muchísimas personas que han forjado mi personalidad, pienso que hasta los que me han hecho daño, pero sobre todo los que fueron un hombro donde apoyarme en la vida, desde mis padres, mis hermanos, familia, amigos, cofrades, capillitas… todos, a los que os llevaré aquella noche en mi corazón, pero como siempre solía decir mi madre cada vez que salía por la puerta con flores hacia el cementerio, ese era ya el único regalo que le podía dar a mi hermano… quizás hay más regalos, curiosamente hace tantos años, él sufrió una accidente de moto donde salió ileso, tan solo con unos moratones por los golpes. Aquel día, curiosamente fue el actual presidente de “La Cruz” el que pasando por el lugar, los conoció, los socorrió y los bajó a mi casa, eran dos simples niños. No creo que haya sido casualidad, que sea ahora José el que me suba al atril del “bailenensismo” y como ya pocas cosas materiales le podemos regalar a mi hermano, este pregón, que es texto escrito con el alma, supongo que se lo debía, e íntegramente muchos iréis en él, pero todo irá dedicado a su memoria… y a Dios no hace falta, es el protagonista de todo.


EN EL GÉNESIS DE LA VIDA
No calzaría muchas primaveras a las espalditas que cubrían aquella primera y pequeña inmaculada capa con cruz negra remendada sobre el hombro izquierdo. No poseía años suficientes para entender aquel “disfraz” que cobijaba la inocencia de un niño que había nacido en un entorno, que como mandan los cánones de la sangre lo llevarían hasta ese irrazonable lugar que lo envolvía. La prisión negra de la penitencia lo encarcelaba bajo aquellos ropajes, que lo asfixiaban y lo sumergían en el escalofrío del temor que invade a cualquier niño. La masa se apostaba entres las aceras mientras él era introducido en un pasillo de fantasmagóricas figuras cogido de la mano de sus hermanos, vestidos como él, sus protectores aquel día. Es curioso, uno de ellos se marchó a donde no podemos ir los ¿vivos? y aun siente, treinta y tres años después que sigue cogiéndolo de la mano y lo guía allá por donde sus pasos se encaminan. Aquellos seres de puntiagudas cabezas negras podrían haberlo asustado, pero no, tan solo le invadía el temor a sentirse desamparado cuando lo hicieron coger aquel largo lienzo de algodón blanco que se desplomaba por la espalda mientras la lecciones de la vida le anunciaban que aquello era un “penitente”, y que él era otro, quien sabe si el más chico de aquel lunes. Un nazareno que cogía una extraña bandera donde volvía a aparecer nuevamente los dos travesaños entrecruzados… la cruz, ¿pero que era todo aquello? Otros chavales de su misma edad seguían los pasos de aquel penitente con estandarte en mano, cogidos de su cándida capa que parecía abrir la senda de algo, porque dos hileras de otros tantos, muchísimos la verdad, comenzaban a atravesar la ciudad que lo vio nacer derramando un patente perfume a cera derretida.
Miraba para atrás, no sé si más asustado por verse solo, intentando adivinar cuál de esos “cipreses” anónimos eran sus hermanos –los cuales aún no me lo explico, llegó a identificar, cuando el llanto apareció entre los huecos que daban luz e imagen a sus marrones ojos bajo el caperuz y lo tuvieron que llevar junto a ellos- o que era aquello que los tambores y las cornetas anunciaban, esos mismos que tal vez, un año antes, le daban miedo escuchar, taponándose los oídos con sus pequeños dedos, entre la bulla cogido siempre de la mano de sus padres. Aquel temor ya lo había superado, pero veía salir algo de aquella que parecía como una segunda casa de su familia y que le habían enseñado a llamar “El Cristo”. Salía apresurado, unas ruedas como de un coche, como el que tenía su papa lo movía por el frio asfalto, seguramente él iría debajo conduciéndolo. Flores rojas, “claveles” con el tiempo aprendió, emanaban como de aquel portátil huerto donde surgía un pequeño olivo. Su ignorancia le hacía preguntarse cómo es que no se caía, sin llegar a entender cualquier tipo de proceso de sujeción. Giraba aquello y alguien extraño, como petrificado, parecía vivo pero sin poder moverse y se abatía con rodilla en tierra y miraba fijamente a otro ser semejante a Él, algo más pequeño, como si fuera un niño, aunque algo más mayor, que tenía algo que lo hacia destacar poderosamente, incluso diferente al que lo acompañaba en aquel extraño carruaje… tenia alas.
Aquel niño se preguntaba tantas cosas… ¿Por qué se formaba todo aquello? ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Por qué llevaba una vela que todos llamaban blandón? Solo sabía por su madre que aquel que iba de rodillas y “con cara triste” se llamaba Jesús, y que “era muy bueno y los hombres malos le hacían daño”. ¿Pero por qué? Si a los mayores aun nos cuesta entenderlo, imagínense a los niños que comienzan a empaparse del mundo, que empiezan a forjar y afrontar la nueva vida a la que han llegado. Pero así comenzó a sentirse hijo de Dios, a recibir la gratificación de conocer “La Verdad” que aquellos hombres malos no entendieron y lo llevaron al peor de los tormentos, por eso tenía cara triste, de agonía humana, el Hijo de Dios más hombre que nunca, despojado de toda autoridad divina, para que siendo más humano que cualquiera de nosotros nos diera la lección precisa para vivir en paz en este mundo y cuando acabase esta travesía, vivir, de verdad, para siempre. Aquello era una cofradía, fue la suya como lo pudo ser cualquier otra y para cualquier otro llamado a las filas de la gloria. Pero aquello tenía que estar guardado en el corazón, fue la primera lección de esta escuela de evangelización, que algunos llaman “Biblia de los sencillos”. Esa sencillez con la que creció intentando absorber todo aquello que le decían que servía para catequizar… y lo enganchó, a sus mañas y maneras para poder vivir en la confianza de que todo lo que vivimos pasa ante Él y por Él. La travesía ya se hace extensa, me pregunto si solo habrá sido casualidad y si puede simbolizar algo que justamente con la misma edad que tenía Jesús cuando vivió su Pasión, Muerte y Resurrección le toque a aquel asustado niño explicarle a todo su pueblo que era todo aquello, quien es Jesús o más bien quién es Él para él. Si les digo la verdad aquel niño se conforma tan solo con estar anónimamente entre la bulla o recubierto por aquello que se llamaba túnica y que por supuesto nunca había que tratar como un disfraz. Nunca ha aspirado a mucho más, su único sueño en esta vida y que paradoja es poder vivir cada año aquello que no entendía y que se alzaba con majestuosidad, porque les digo el último secreto, aquello, sin saber por qué, le dislocaba el alma, sabia ya que había nacido para formar parte de aquello, que ya su vida no tendría sentido sin esa semana en la que cada año vivía la vida entera, en la que le sobraban el resto de los días cuando sentía que un año más se marchaba por el callejón de los recuerdos. Pero aquellos señores pensaron que ese amor serviría para transmitírselo a los demás, y pensaron que aquel niño, que es quien suscribe estas palabras, podría pregonar aquello que es para él algo más que dos simples palabras formando un título… Semana Santa, allá en la tierra que lo vio nacer y crecer y donde se forjó su amor con aquel hombre de pelo largo y barba y manos traspasadas hasta convertirse en el referente, en la guía, en el modelo de vida que ojalá algún día pudiese ser digno de llegarle a desatar las sandalias.
Para alguien que nunca ha sospechado que podría enfrentarse a tal encomienda, es ciertamente un honor la oportunidad que me brinda la Agrupación de Cofradías de Bailén, una responsabilidad que afronto con la satisfacción de subirme al balcón del bailenensismo para hacer simplemente lo que más me gusta, hablarles de Semana Santa. No sé si haberlo afrontado con más años sobre las espaldas -que se volvieron costaleras- hubiese sido lo correcto, pero mirando a Dios a los ojos, ese que tiene que tener la cara del Cristo de la Expiración, siento que así lo habrá querido, que quiere que sea ahora aun con todos los prejuicios que me puedan encontrar por el camino y como no, que aquel que lleva ya veinte años viviendo y disfrutando de la luz de su rostro, el que nunca me soltó de la mano como en aquel Lunes Santo, y que ocupó su hueco en los varales eternos, sigue empujándome como aquel día entre las filas a alcanzar estas cosas que ni me podía permitir soñar. Este es el segundo pregón que pronunciaré en mi vida si nuestro Dios lo ve conveniente, aquel día me di cuenta que ellos dos me buscan todo esto, y le prometí que si algún día llegaba al de Bailén, mi pregón iría dedicado a su memoria, él lo tomó en cuenta, movió sus cartas y aquí estoy deshojando la margarita morada que nos llevará a la Semana de Dios, porque yo querré llevarlos simplemente… a la gloria.
…a la memoria de mi hermano Cristóbal, que como su nombre significa fue y sigue siendo en el cielo… un portador de Cristo.
Juan Pedro Lendínez Padilla,

 Pregonero de la Semana Santa de Bailén del año del Señor de 2015.

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