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martes, 3 de marzo de 2015

LA LUZ QUE ILUMINA A LAS TINIEBLAS... (II)

Uno año más elijo el primer fin de semana de cuaresma para visitar Sevilla, aunque la verdad es que suele coincidir con mis “findes” libres de ensayos, por ese motivo la crónica parecerá en muchas ocasiones un calco de los dos años anteriores, ya que algunas hermandades tendrán en sus reglas el desarrollar sus cultos en el primer fin de semana de cuaresma. La mañana del sábado se abrió como no me gusta ver a la vieja Híspalis, mojada por la lluvia de la noche, aunque ella sea bella en todas las caras que nos la muestre la madre naturaleza. El cielo gris sin duda no es su mayor reclamo aunque me hizo coger el paraguas que al final solo fue un lastre toda la mañana. Me gusta esa tranquilidad mañanera de los fines de semana de la capital de Andalucía, esa tranquilidad que se rompe al medio día. El día empezó fuerte, ya que subí al cielo, primeramente a pie, buscando las alcobas divinas, pasando por el barrio de San Vicente (Vera Cruz cerrada) para llegar a San Lorenzo donde la tostada sevillana que tanto le gusta a mi amigo Óscar cargó las energías para el largo día y el Gran Poder de Dios se enmarcaba entre una gran almeja de mármol donde en el silencio parece escucharse sus lamentos. La limpieza del San Juan en el directo chocaba menos que en fotografía, pero nada que objetar suelo entender el sentido de estas limpiezas a fondo, creo que la gran mayoría son profesionales aunque el tiempo nos dirá si fueron lo más correcto o borramos algo esencial de la vida. En San Lorenzo se alzaba en su pirámide de cera la Señora de la soledad y en la capilla del Dulce Nombre esperaba vacía la hornacina al Dios de la Bofetá que volvería a levantar la disconformidad de los amantes de la solera días después.


Subí al cielo andando a visitar al Dios de la ciudad y para seguir viviendo en la gloria buscaría nuevamente el urbano, aunque antes, por San Andrés un universo de cirios esperando el encendido de las estrellas abrazaban el siempre sobrecogedor misterio de Santa Marta, la visita a la tumba del maestro que obró el portento y para la despedida, contemplar como a Araceli le sienta bien eso de salir a la calle que hasta en su templo destaca más. Buscando el Duque para coger el bus, en un cartel de un establecimiento en Trajano, Silvio Melgarejo me recordaba su éxito más cofradiero y es que a ritmo de swing me fui buscando a “la más pura Concepción”, que como dice la canción, “su Sevilla, antes que Roma proclamó”. No se puede pensar otra cosa cuando ante el arco macareno te plantas y vuelves a entrar en el cielo, y esta vez ha sido una de las veces más místicas de las que he entrado, porque en el equipo de sonido de la basílica sonaba unas piezas sagradas que te hacían perderte en los ojos de la Esperanza, vestida como a mí me gusta que sea la cuaresma, de hebrea, y con el estilo primigenio siempre más o menos respetado. Hubo tanta suerte que pude volver a verle la cara, aunque fuese en un espejo, bien cerca en su joyero que tiene por camarín. Costaba marchase de la paz que se mascaba por los cielos de San Gil, dejándole esa luz para que Ella siga iluminándonos.



De San Gil a San Julián donde la Hiniesta extendía su mano, buen gusto el de su hermandad para los montajes donde destacaba extraordinariamente el besapiés del Cristo de la Buena Muerte, el cual mostraba a mi entender el magnífico trabajo de limpieza sobre su policromía en la reciente restauración, otro que parecerá del norte recién llegado a una playa cuando el sol lo ilumine, así lo quiera Dios, el próximo Domingo de Ramos. Los callejones de San Julián me llevaron por el laberinto “sin minotauro”, como diría Bunbury, a Santa Isabel, donde la Piedad Servita tendría su igualá, era la hora pero allí no había ni un alma. San Marcos, Mortaja y Terceros cerrados a cal y canto. Santa Catalina pareciendo resucitar poco a poco, ojalá por aquí nos moviéramos como en Sevilla para que gobierno e iglesia restaurasen las joyas que se nos caen a pedazos. San Ildefonso una vez más cerrada, ya sé que no tengo que ir un sábado por la mañana. La calle Imperial sonaba a lágrimas de cera de la Virgen de San Roque de vuelta, en San Esteban, su antiquísimo Cristo estaba de cultos, pero una boda hacia inaccesible el paso. La cera encendida… supongo que los novios serian de la hermandad y eligieron esta fecha para casarse con el mejor de los testigos delante. Luego llegó uno de esos momentos en los que echas a andar pensando que te vas a equivocar y al final aciertas. San Benito estaba abierta y por fin entraba sin ser un nefasto Martes Santo y podía colocar a las imágenes de la hermandad en este bello templo. El Presentado, parecía presentarse a Sevilla como su marcha nos indica entre una nueva cascada de cera, entre San Juan y la “Palomita de Triana” que mostraba igualmente su despojo del moreno de los siglos. Me encantó las capillas de la hermandad, sobre todo el recurso de los azulejos de las paredes, con iconografía queriendo siempre evangelizar con todo lo que le pongamos alrededor al Señor y María, un detalle que cada vez pasa más inadvertido en las cofradías que solo buscan volutas barrocas y poco mensaje. Soberbio el nuevo altar del Cristo de la Sangre, que se presentaba en besapiés pero no en ese momento, había que esperar a las horas de misa y cultos. De vuelta a Sevilla por los caños de Carmona, en San Esteban, el sochantre me miraba como un perro rabioso adivinando mis intenciones para entrar a morder mientras barría el arroz del enlace matrimonial, por ello, no molesté y la judería se abrió paso, ya sabiendo por donde había que tirar en ese nuevo laberinto y llegó el reencuentro con San Nicolás y el pequeño Nazareno de la Salud que ahora le tocaba estar en besapiés. Un placer contemplar los grafismos tan cercanamente de este Nazareno que nació para retablo y acabó paseándose por Sevilla recordando en el barrio el tormento de un Dios gitano. Es curioso, cuando te vas de allí, me suelo ir tarareando la marcha “Candelería” de Marvizón… de repente, se abre una puerta a escasos metros de la iglesia, buscando la Alfalfa, y sale el compositor, su esposa, la periodista cofradiera Charo Padilla y supongo que su hijo, que por su edad me recordó como Carlos Herrera anunció en su pregón el embarazo del mismo, ese pregón donde se estrenó “Candelaria”, porque al genio que nos llevó a la gloria aquel año y los de después, se empeñó en que sonara una marcha dedicada a su Virgen y supongo que escrita por su amigo. Fugazmente observé al joven, y pensé…. Como pasa el tiempo. Ayer mismo ensaye el pregón de Bailén y mi amigo Pedro Soriano me dijo, te sale el eco de Herrera… no es a caso hecho, pero la inspiración parte siempre de lo ya creado.



















Se acercaba la hora de la comida y en la Plaza del Pan hice carga de incienso casi para todo el año, aunque a este ritmo no llego a Semana Santa, ahora mismo echo la mente a volar oliendo a canela y clavo, incienso de los Gitanos, curioso, sin hacerlo adrede, me pongo a recordar viniendo de visitar a un nazareno que se llamó de la Salud en recuerdo del Dios calé sevillano. Pensé en ir a dejar las cosas al hotel y comer y con ello descansar para la tarde, que empezaría en el Salvador, pero fue antes… uno de los portentos de la ciudad nos acercaba su taladrado pie para regalarle lo que Él nos da cada día… Amor. Ese “primer orden”, como dirían unos amigos lucia por los cuatros costados de la nave de la epístola donde esta cofradía tiene su morada en tan suntuosa casa. El pelicano del amor parecía recibir a los devotos mientras el Cristo de Mesa sobrecogía como en la mañana en el camarín de San Lorenzo. Retablos que te hacían no querer irte, Pasión al fondo levantando el pellizco y San Cristóbal, portento documentado a Montañés recordándome que será protagonista de mi pregón, así que aconsejo a todo el que me lea y vaya a escucharlo busquen su historia para comprender una de las partes más “gongorinas” –salvando las eternas distancias- de la exaltación del día 21 de marzo.














En la plaza le daba un abrazo a Joaquín “el negro”, de Linares, del Prendimiento por pasión y devoción y corredor –allí estaba por la maratón- por afición, que quien me lo iba decir a esas horas que días después le envío los mejores deseos para que siga con esos mismos valores, pasión, devoción y afición al frente del paso palio de la Virgen del Rosario de Linares junto a mi capataz David Parra, que ha cogido el timón de los pasos de nuestra hermandad. El día podría haber sido intenso, por la plaza de San Francisco un costalero de la Candelaria me indicaba por donde ensayarían en apenas una hora, comí y deguste por primera vez una rica Cruzcampo en el mismo sitio e incluso pensé en visitar la galería de arte del museo de Bellas Artes, pero el postre me esperó en la campana y para que la cosa bajase me fui a visitar lo que habría que visitar siempre cuando se va a Sevilla… la Giralda. Pero había que descansar, tras esto, para eso había cama, que la tarde había que echarla.
Tras el descanso programé ir a Triana, volver al centro y acabar nuevamente en Triana… no salió lo planificado. Antes por la Magdalena el rancio abolengo se alzaba para abrazar al Cristo del Calvario y por san Buenaventura le besaba los pies a la Salvación del mundo hecho cristo crucificado queriendo bañarse del sol del Viernes Santo algún año. Reyes Católicos, el puente, Triana hervía, se llenaba de gloria de vísperas. San Jacinto enterita, un día más para visitar al Soberano que lo llenaba todo en su pequeñita iglesia de San Gonzalo, que gusto visitar así, sin nadie, yo desde el banco y el indicándome con su escozo a la peana, diciéndome... YO SOY. En la Estrella se esperaba casi como si fuera un Domingo de Ramos, pero la espera se alargaba, si se anuncia que se sale a las 19:30, ¿para que salió cerca de las nueve? Se desmantelaban los planes y me marchaba, con otra caminata a la capilla de la fábrica de tabacos donde el “Amarrao” sevillano igualmente recibía el rezo del Santo Rosario elevado sobre una pirámide morada. De vuelta a la Estrella, por la calle Larga me cruzaba a músicos en territorio “enemigo”, nunca más lejos de la gran realidad, la música convertían a Triana y Macarena en una sola Esperanza. Pero antes en San Jacinto el zapatero ya imponía sobre las andas, camino de Santa Ana, con la genialidad del flamenco Arce sobrecogiendo a todo el arrabal que colapsaba la arteria trianera. Pepe Luna mandando al Señor, el capataz de la que venía por detrás la cual comandada Manolo Vizcaya, capataz del Penas de Triana. Llegaba la Estrella, con su suntuosa sobriedad y detenía el tiempo, y es que como le digo a Miguelillo, amigo y su costalero, pocas dolorosas hay como el “Lucero de San Jacinto”. A mi vera se apostaba medio programa del Llamador, Javi Blanco, López de Paz, Cattoni y José Manuel de la Linde al que pude estrechar la mano y darle las gracias por el trocito de gloria que me brindo hace unos años.








Era tarde y el Arenal había hervido de vía crucis o traslados, pensaba acabar en la calle Feria y escuchar a Esencia en el Gran Poder. Pero parece ser que la Esperanza de Triana quiso que viviera una noche histórica, así que me fui para su casa que se colapsaba de los amantes de la música y es que la Centuria Macarena tocaba en el territorio de la “otra” Señora de Sevilla. La capilla a rebosar, en la santa misa, seguramente por muchos que no escuchan una en años, pero bueno, si rezan tocando nos podemos conformar. Parecía que iba a salir la cofradía, pero solo era un concierto. Intenté ya que iba a vivir la experiencia, entrar dentro pero solo me quede apretujado en el recibidor de la capilla de los Marineros. El eco inconfundible de la Centuria llenó la calle Pureza de Triana y en fila india se fueron apostando bajo la Señora de verde, llenando más si cabe del color de la esperanza el entorno con tintado de sus uniformes que tanto recuerdan a la madre y maestra del estilo en Sevilla. La presentación a cargo de Juan Miguel Vega, fue pues como son estos genios sevillanos, justa pero perfecta, para seguir aprendiendo, y es que la memoria y la emoción viajaron en el templo mientras lo escuchaba  hablar y aprendía de Sevilla, hace veinte años, escuchando su voz en aquellos videos de la Campana del periódico del Correo, yo era un niño soñador y ahora un menos niño metido en el sueño. Sonó Centuria, derrochando buen hacer, me sorprendieron, suenan a “reventar”, pero a mí me sigue gustando más las bandas que siguieron la evolución emprendida por Cigarreras, es decir con bajos, aunque me quito el sombrero con la cantidad de matices que han conseguido solo con cornetas en el viento. Sones que levantan la polémica hoy en día sobre si se debería llevar más instrumentación o ser fieles, como ellos, a la corneta y el tambor. La verdad, tocaron dos marchas más actuales de otras bandas, que no son de su filosofía y me di cuenta que la polémica es una auténtica tontería, “Sobre los pies te lleva Sevilla” y “Tres Caídas de Esperanza” me siguen sonando a cornetas y tambores, con más instrumentación y con menos.






















En fin, que yo podré contarle a las generaciones futuras: “yo estuve en el día en que los macarenos y los trianeros solo fueron de la Esperanza”, Ella tan guapa y sublime observándolo todo desde su camarín. Ya solo me quedaba buscar el ensayo de la cuadrilla de su Hijo de las Tres Caídas, pero antes me pasé por el Bar Santa Ana a cenar algo donde me encontré que el cortejo de la Estrella aún no se había recogido, por lo que pude contemplar la entrada en la “Señá Santana” del Señor de las Penas y la Virgen de la Estrella. Por cierto, en Sevilla suelo encontrarme los camareros más profesionales, pero lo son aún más cuando tiras de carta… con el estómago lleno me marché otra vez al Tardón que es por donde ensaya la cuadrillas del “Caballo de Triana”, con una primera incertidumbre de “a ver dónde carajo está esto”. Me metí por una calle por donde los vi el año pasado, a los pies de unos pisos donde un azulejo me indicaba que ahí nació Isabel Pantoja. A esas horas aparecía por la puerta en la solitaria calle una señora y no tenía a más nadie a quien preguntar. “Perdón, ¿ha visto por aquí un ensayo de costaleros?”. “¿el Tres Caídas no?”. “Si señora”. “Pasó hace un rato hacia allá”, y en esa dirección me fui pensando que solo podía estar en Sevilla ante su respuesta… otra curiosidad es que al final se abría una plaza, estaba en la calle Juan Díaz de Solís (buscada por google mapas) y había un casi solitario bar, con pocas personas y se imponía en presencia y voz el capataz Rafael Díaz Talaverón conversando con el resto… pensé, “como para buscarlo por toda la ciudad”, y es que allí ya solo había tranquilidad. Al volver la esquina, esa tranquilidad cambió, la bulla abrazaba el ensayo de Triana embutido en su esencia y estilo, fijándome en algunas cosas y en otras obviándolas, “esto es Triana” como dicen allí… pasaron a las puertas de la “Lola”, una confitería donde muchos de algunos amigos de Linares han vivido grandes momentos cada Lunes Santo antes de empezar a saborear a San Gonzalo. Hasta allí marchó el ensayo al compás de la banda blanca de la madrugá en el cassette. En San Jacinto veía caras de toda Andalucía, no era yo el único “loco”, pero la locura acabó con el cansancio y como estaba solo para decidir conmigo mismo, comencé a darle paso a la trasera hasta el Museo y a descansar para el último día que sería sólo la mañana…

CONTINUARÁ…

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