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domingo, 5 de febrero de 2012

EL SILENCIO VESTIDO DE INOCENTE...

Me resultará complicado olvidarme en tal fecha como hoy, que además de que un servidor cumple una nueva primavera, lo hace también un fenómeno y un estilo de cofradía que me llega muy hondo. Ese estilo que cada Domingo de Ramos se apodera del barrio de la Feria y de Sevilla entera desde San Juan de la Palma cuando una infinita serpiente blanca de nazarenos anteceden al largo, solemne y encantador caminar del barco del “Herodes”.
Porque popularmente así se le llama al misterio de la Amargura donde un misterioso Cristo revestido de blanca túnica preside el imponente misterio del desprecio del rey Herodes al Salvador del mundo. 101 años cumple en el día de hoy la sobrecogedora puesta en escena de la que sin duda es una de las grandes cofradías y hermandades de la capital hispalense. Ntro. Padre Jesús del Silencio en el Desprecio de Herodes es el epicentro de un paso que llama poderosamente la atención por muchas cosas, desde el punto artístico, imitado en muchas ocasiones al punto “artístico” de sus hombres de abajo, que han conseguido formar uno de los caminares mas admirados del mundo del costalero, alabado en Sevilla y fuera de sus fronteras.

Ese Cristo que indudablemente nos retrotrae por sus grafismos a la eterna escuela de Pedro Roldan, pero es que su taller fue de unas características muy especiales y diferentes a tantos otros, donde al parecer se convirtió en una autentica fabrica de arte religioso donde trabajaron muchísimos artistas que también han pasado a la gran lista de oro de los grandes autores de todos los tiempos. Muchos de ellos hijos, hijas, yernos y un amplio árbol genealógico, que con sus consabidas diferencias fueron instruidos en el arte y estilo que nos legó para la posteridad el viejo Roldan. Es una difícil tarea para los historiadores ponerle nombre y padre a muchos de aquellos artistas y sus posibles trabajos, pero que poco a poco están saliendo a la luz. Y uno de ellos es el hipotético autor del Señor del “Silencio Blanco”, el que hoy en día se la ha venido a definir como “el Maestro del Silencio”, el cual tuvo que estar activo en el taller a finales del siglo XVII. Un artista que definió en el Señor de San Juan de la Palma unos rasgos de su personalidad artística, como pómulos muy marcados, ojos un tanto achinados, de parpados mórbidos, así como un perfil en el que la frente y la nariz, algo respingona componen una “S”.

Y el mismo fiel a los evangelios, no a una moda, viste de túnica blanca, simbolizada por judíos en aquellos tiempos y marcada para el revestimiento de los locos, por que esa fue la impresión que tuvo el rey Herodes al contemplarlo, ante el absoluto silencio que Jesús guardó ante sus preguntas, en el énfasis del Sanedrín por eliminarlo y matarlo, y la cobardía de Pilatos por quitarse el bulto de encima, pero la historia estaba escrita y debía de cumplirse para mayor gloria del hombre y su liberación del pecado.
Un color por otro lado, que quizá tampoco se puede asegurar que fuese por lo que conocemos como blanco. Posiblemente la representación de la túnica blanca venga de las reinterpretaciones iconográficas. Desde el mismo día de su bendición, el Señor apareció revesito por una túnica que los judíos utilizaban para marcar a los locos, que definían como “resplandeciente”, una idea recogida en el evangelio de San Lucas mediante el término “lamprós”, que luego, una traducción libre al latino “veste alba”, verificada por San Jerónimo en su celebre “Vulgata”, convirtió en blanca.
En este sentido, conviene recordar que de la nomina de adjetivos que realmente le cuadraban: “fulgidus”, “clarus”… quizás fuese “candidus” el mas preciso, por significar radiante, deslumbrador, pero también puro, inmaculado, blanco brillante. No en vano, en Roma los candidatos a cargos públicos usaban la toga “cándida”, por conllevar dicho color la idea de inocencia, básica por otra parte en toda representación pasionista del Mesías y en este pasaje con mayores motivos, porque durante siglos se aplicó el substantivo inocente a los dementes. Así en la Historia de la Sagrada Pasión, sacada de los cuatro evangelios por el padre Luis de la Palma, provincial de la Compañía de Jesús en la provincia de Toledo y natural de la misma, en la pagina 250, se puede leer: “Mandóle vestir Herodes con una vestidura blanca, como a un inocente y mentecato, y no quiso conocer de su negocio, sino volverle a Pilatos, con libre facultad de hacer de Él lo que quisiese”.

Y es que los brillos simbolizaron siempre en el Arte Cristiano, desde Bizancio, la Santidad. Por eso para la indumentaria de las personas sagradas, en especial Cristo y su Madre Bendita, y para los elementos litúrgicos se elegían tejidos irisados, cubiertos de bordados, de recamados de oro, etc… de ahí que de haberse mantenido la purpura regia, la escena no hubiese quedado suficientemente identificada. La confusión iconográfica con cualquiera de los tribunales anteriores al Escarnio hubiese estado servida.
Por eso, desde los primeros momentos lo vistieron con telas ricas, adornadas con cenefas y galones, porque el áureo metal, aparte de tales connotaciones de bienaventuranzas, conlleva la realeza, dos aspectos consustanciales en la representación del Salvador.

Asimismo Dios camina por Sevilla revestido de inocente, como dije al principio, no por una moda si no como el gran distintivo por el que es reconocido en la escena representada en su paso de misterio, donde siempre tiene que ir revestido reluciente, lo que hemos interpretado como blanco. Seguramente la visión del mismo durante siglos trajo consigo la utilización de estas túnicas “relucientes” en otros pasajes pasionistas que históricamente no tuvieron que ocurrir aunque los tiempos y la liturgia han deparado revisiones sobre esta circunstancia y sobre todo las modas “capillitas” por qué ciertamente es un color que suele sentarle bien a cualquier Cristo.

Un pasaje, el sevillano que vino a completarse hace poco años con la incorporación a la Semana Santa sevillana del misterio de Jesús Cautivo y Rescatado de la Hermandad de Polígono de San Pablo, en la que queda representada una escena algo anterior, donde Cristo viste la túnica morada de la penitencia mientras un servidor de Herodes se dispone a vestirlo como a un “inocente mentecato”, con túnica blanca en mano como representó el autor de todas las obras, Luis Álvarez Duarte.

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