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domingo, 19 de febrero de 2012

AQUELLA IGLESIA ME SONABA...

Fue un día extraño, ultimo del mes de octubre, preludio del día de Todos los Santos del año del Señor de 2004. Bien temprano, Vicente y un servidor arribamos anclas junto al rio, en esa estación de Armas en unos tiempos en los que ir a Sevilla tenia que ser en autobús, por que aun no tenia el carnet de conducir. No estoy muy seguro pero creo que era mi segunda vez, un nuevo frente a frente con un paso sevillano. En la calle Feria, y más en concreto, en la plaza de los Carros era un día grande e histórico. La Señorita del Rosario se coronaba canónicamente y mi buen amigo y yo quisimos ir a empaparnos de la maravillosa experiencia que se recrea cuando Dios o su Madre Bendita se echan a la calle.

Esta estampa fue el culmen de aquel dia.
Un día que amaneció reluciente y que se fue apagando poco a poco, como para posponer la procesión al día siguiente aunque si nos regaló un trocito de gloria antes de que le lloviera por el andén del ayuntamiento.
Pero ese día lo recuerdo por muchas mas cosas. Fue un día muy cofrade en el cual asistimos a un certamen de bandas en la Plaza del Pan, y como no, la visita de multitud de capillas. Por entonces poco sabíamos andar por allí, como he dicho creo que era la segunda vez que pisaba la ciudad en plan capillita, pero esta vez solos y sin cicerones mas cualificados. A veces me pregunto que habrá sido de aquel mapa que compró Vicente en la misma estación, el típico de turistas con las que recorrimos un sinfín de calles, guiándome por lo que hasta entonces sabia, sobre todo el nombre de las iglesias donde había hermandades. No destrozamos los pies, creo que es imposible ir a tanta capilla en unas pocas horas de la mañana y aun hoy cuando paso por la Cuesta del Bacalao me quedo mirando a un establecimiento, que por entonces era un restaurante y en el que hechos polvo comimos.
Tomamos un rumbo perdido, adentrándonos por laberínticas callejuelas, sin saber siquiera donde nos encontrábamos y donde estaba el norte o el sur. Al llegar a Santa Catalina –la única vez que he visto a los titulares de la hermandad de la Exaltación- nos adentramos por esas calles de tanto sabor, algunas iglesias ignorándolas por que a veces resulta increíble como pueden estar tan recónditas. Otras como la capilla de Montesión casi nos la encontramos de casualidad mientras Vicente continuaba su camino absorto en el preciado mapa, que supongo aun lo tendrá guardado. Y así tuve mi primer encuentro, inesperado con una plaza y un Cristo al que cosas de la vida años después tendría un enlace afectivo con Él. Ciertamente mi participación en el boletín de la Lanzada me ha hecho acordarme de aquel primer encuentro, en que me puse frente a frente en su capilla. Por esas callejas que abrazan la iglesia de San Martín, nos adentramos en su embrujadora plaza. ¿Cuál es esta Juampe? Me preguntó Vicente… “joe no caigo, pero me suena muchísimo” le contesté. Entramos a la misma, porque me daba en la nariz que aquella iglesia la había visto en algún sitio o video, y que obviamente tendría alguna cofradía. Así fue, aun recuerdo a Longinos sobre su caballo en una capillita mientras observábamos a los titulares de la hermandad de la Lanzada en otra. Quizá fue una de las hermandades que no se te pasaba por la cabeza ver y me fui con el recuerdo de su serena muerte crucificada, por que por ahí Vicente lo que iba buscando era al Señor de Sevilla.

Unos cuantos años después, puede pisar suelo hispalense en un Miércoles Santo, y busqué aquel rencuentro. Y casi necesito aquel ilustrativo mapa de mi amigo Vicente cuando nos costó nuevamente dar con su casa. Aquello hizo que no pudiéramos embriagarnos como mandan los cánones de los pasos de esta cofradía y nos apostamos en un rincón algo alejado por donde el barco neogótico florido entornaba los ojos de los que contemplaban su poderoso caminar y el bello y sereno rostro de su madre del Buen Fin. No fue la mejor experiencia, a veces o por lo menos a mi me pasa, no puedes ver a todas las hermandades en momentos y ángulos de plena belleza. Pero el año siguiente quiso Dios que volviésemos al mejor miércoles del año y esta vez si iba preparado, y con antelación nos apostamos en la sombrita, frente a las puertas de su casa y revivir un encuentro que nos quedó marcado con tan sublimidad imposible de explicar. Aquella tarde asistimos impotentes a la lanzada de Longinos, Sevilla no la pudo evitar y aquella cofradía se clavo, como la lanza del romano santo en nuestro corazón.
Solo le pido que este año me de nuevamente el privilegio de presenciar su figura por las calles de Sevilla… de una de las cofradías con mas tronío y sabor de la ciudad, y muy desconocida por muchos.

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