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sábado, 19 de diciembre de 2015

BESOS DE ESPERANZA... Y PASIÓN.

Fue el día del recuentro con el beso, donde la Esperanza no solo sintió mis genes cuando mis labios rozaron sus desgastadas manos de amor, porque solo me quedo que cada beso es de amor y fidelidad de un pueblo con la Madre de Dios, se rece lo que se rece. Esa Madre de Dios que para mí en Sevilla es la que vive junto al arco. Yo no me pico, lo hago en plan sorna de vez en cuando, la Madre de Dios vive en los ojos de cada imagen que la representa y Ella ya, decide desde cual imagen pegarle el pellizco al que la busca. A mí me volvió a detener unos segundos en el abismo los ojos de las más buena moza de San Gil, a mí y a mis padres que Ellas quisieron volverse a encontrase con ellos y encima disfrutando las grandezas de su museo.
Días de emociones en la larga cola de la que para mí tiene la alcoba del cielo al lado de la muralla. Esperanza y besos que se trasportaron a la otra orilla donde mi madre cada vez parece más una nacida en Pureza que en la calle Granada de mi pueblo. Más Esperanza echando el aliento mientras en la O la expectación de María nos anunciaba la navidad con el perfume de la pasión. Una pasión que se volvió gloria, de esa misma expectación que no es O pero que en su día lleva O con el más Bendito de los nacidos en su seno. Que gloria más especial, a mi madre le pegó el pellizco, yo que le pedí más cuidados con, para eso es la más Divina Enfermera, con el que con garrote en mano y mente más allí que aquí cada día que pasa, y como no, por mis enfermeros más queridos que cada día de la expectación están en mi memoria cuando piso San Martín. No pudo ser mucho más, dije que se extasiaron en un museo y así siguieron porque la iglesia de Sevilla es un enorme museo que no paró de encandilarlos como cuando volvieron a pisar el Salvador más de veinte años después de aquella boda de las “goteras”. Fue un día de besos pero el día acabó con el beso más profundo de la jornada en el talón de la Pasión que ansío cuando veo al niño en el pesebre de cada rincón y balcón de Sevilla, que allí Papa Noel tiene prohibida la entrada.
Queríamos entrar en la alcoba del Dios de Montañés y no sabía por qué, aquello estaba abierto pero no terminaba el señor que abre por dejarme entrar. Debajo de la empinada escalera mi padre decía que ya no aguantaba más de pie y le pregunté al señor que mi padre no podía esperar que me dijera si abre o me iba. La estampa que desde arriba contemplé de mi padre no pudiendo subir las escaleras se me clavó en el alma y aquel señor rápidamente tuvo esa caridad que el de la cruz a cuestas tanto nos pide, y nos dejó entrar por otra puerta para evitarle el esfuerzo. Así ante el altar de plata se extasiaron de Salvador, y del Salvador al que alguien le puso un pero… solo le faltaba respirar. Subió unas escaleras mi padre eso sí, las que llevan a su talón… y es que en aquel gesto vi a Dios mostrando ese mismo Amor del crucificado vecino, vi que Él venía con nosotros, incluso cuando vimos “arringao” con el peso de quien creó el mundo, el San Cristóbal de Montañés, sentí que uno de los Cristóbal de allí arriba también se pegó a nuestra vera una jornada de gloria y besos a María, pero sobre todo el beso de amor que le di a Pasión por el gesto que tuvo, siempre humilde moviendo sus hilos, el que tiene el universo en sus manos… solo pude decirle; gracias Pasión.

Por cierto, seis años aquí, sé que la cosa no va como antes, pero aquí seguimos hasta que Dios convenga…


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