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miércoles, 10 de diciembre de 2014

LAS PENAS DE ORTEGA BRU...

Como siempre se ha escrito, Luis Ortega Bru tuvo que vivir deteniéndonos solamente en su faceta profesional y también artística -porque a veces lo primero no tiene que ir unido con lo segundo-, orgulloso por la buena crítica y dolorido y decepcionado por lo contrario, la fuerte diatriba sobre su manera de concebir el arte. En realidad, esto es algo que tienen que padecer todos, pero quizás él por su carácter y pasado aún más. En Andalucía y sobre todo en Sevilla, sus Cristos abrieron una nueva dimensión en el arte cofradiero hispalense. Implantó por decirlo de alguna manera el icono que debería seguramente con más excelencia representar las grandezas artísticas del periodo, así lo pensamos muchos hoy, eruditos y simples aficionados, quizás entonces con menos contundencia, de que podríamos llamarlo el mayor imaginero que trabajó para Sevilla en el siglo XX.





Sevilla y sus cofradías tan aferradas a los modelos heredados del pasado, sobre todo a partir del barroco, es poco dada a sentir la fe y el pellizco del arte con las formas artísticas en que desembocó el siglo XX en España, donde quizás fue en el círculo madrileño donde más se avanzó o se siguió una línea artística coetánea a los tiempos, sin la urgente necesidad de seguir copiando el pasado o recurrir a los “neos”. Desde mi poco cualificada opinión, porque mientras uno no cuelgue un título universitario en el dormitorio no es tomado en serio –aunque con él se siga sin aportar nada-, pienso que los imagineros o escultores que tocaron la imaginería procesional en el siglo XX si llegaron a conjuntar ambas experiencias, lo clásico con lo contemporáneo, es decir que los neos no son meras copias de Mesa, Montañés, Ocampo, etc… como algunos siguen sentenciado, sino la evolución del arte que siempre se asienta sobre las herencias del pasado. Obviamente  esos modelos siguen aportando su rotunda alma a aquellos nuevos trabajos, como fue el caso de Ortega Bru, donde su pasado fue la escuela castellana y las corrientes más contemporáneas a su tiempo, aunque cuando la ciudad del Giraldillo llamó a sus puertas, aquel barroco se tuvo que volver algo más andaluz, lo que se suele decir, se endulzó…







Cuando la hermandad de Santa Marta decide erigir un paso de misterio al convertirse en hermandad de penitencia tuvo que tener más que claro los conceptos sobre el aspecto que quería de sus imágenes, aunque solo apuntaré al de su dolorosa, la Virgen de las Penas, la cual debería ser bella sin duda. Sebastian Santos era el “Astorga” –imaginero de vírgenes en el XIX- sin ninguna duda de la época, aunque Illanes o Fernández-Andes ya hubiesen realizado jóvenes y bellas dolorosas paras las cofradías en aquel tiempo. Santos, fue otro imaginero que sin duda mezcló clasicismo con contemporaneidad, pero al beber más del barroco sevillano, como los anteriormente mencionados, el resultado de sus obras no estarían tan entredicho, si es que lo estuvo, como si le ocurriría a Ortega Bru, el cual realizó un impresionante paso de misterio que seguramente, si no hubiese sido por desavenencias con la hermandad –al parecer económicas- hubiese gubiado Santos Rojas. Basta con observar que la imagen más antigua actualmente del paso de misterio del Traslado al Sepulcro, es la imagen que da denominación a la cofradía, la santa de Betania, Santa Marta, obra de Sebastian Santos y que la actual iconografía escenográfica bebe de un boceto claramente influenciado por el que llegó a modelar el de Higuera de la Sierra (Huelva). Un misterio que de haberse realizado podía recordarnos a un Nicodemo como el Cirineo de Pasión o un Cristo de la Caridad como su Cristo Yacente de Jódar (Jaén) para hacernos una idea.



Como ya comenté en esta misma página hace años, y como recientemente expuse para De Nazaret a Sevilla (pinche aquí), los ideólogos del misterio de Santa Marta, no sabría decir si se movían entre apostar por artistas con ideas que quizás no hubiesen sido entendidas, por aportar simplemente algo novedoso o que sencillamente era lo que había en el mercado –Juan Luis Vasallo talla nuevo cuerpo para el Señor del Silencio de la Amargura-. Se desechó a Enrique Pérez Comendador entre otras cuestiones porque su idealización de la dolorosa principalmente no encajaba con lo que los fundadores de la denominada hermandad de los hosteleros tenían en mente –seguramente obsesionados con las dolorosas de Sebastian Santos- donde en tantas ocasiones se ha comparado los grafismos de aquellos artistas contemporáneos con los que Sevilla gusta, de la mujer bella, no realista, pero una belleza que esté perfectamente ungida de unción sagrada, de la cual están sobrados por cierto prácticamente desde el siglo XVI hasta nuestros días, ya que sobre los años setenta de la centuria pasada, la nueva hornada de imagineros sí volvieron a incidir en los modelos clásicos como Duarte o Dubé de Luque.



Se desecha a Comendador por su apuesta más “modernista” y se van a Ortega Bru, que ya había entrado con buen pie en la ciudad con el Cristo para la Piedad del Baratillo –una iconografía por cierto muy similar a lo que buscaban- donde se encontrarían con sus temores cuando el sanroqueño gubió y policromó a la imagen que representó por primera vez a la Madre del Cristo de la Caridad, para seguir el triste y lúgubre cortejo al sepulcro cada Lunes Santo, como ya he dicho tantas veces, adelantando en tantos días el triste Viernes Santo. El acabado y expresionismo de los rostros masculinos, incluso de las marías seria entendido, al fin y al cabo una imagen secundaria es un simple complemento, la estética de su rostro no tiene que llamar a la veneración con el poderío de Jesús o su Madre. Con la Virgen es diferente, como he apuntado varias veces, Sevilla y el andaluz está acostumbrado a quedarse embobado de la Virgen bella, y en muchas ocasiones joven. La nueva imagen de la Virgen de las Penas –donada por el Sr. Ponsati, del Hotel Madrid al precio de 12.000 ptas., recordemos que cada imagen la sufragó el director de un hotel hispalense, al ser Santa Marta su patrona- no contempla lo segundo, es una madre madura de una persona de treinta y tres años, un rigor histórico que la icnografía cambió -¿se imaginan representar a una virgen y madre con una casi anciana?- y que el sur de España tan bien aceptó. Sobre su belleza, muchos dirían que no lo era, yo diría que a comparación de otras dolorosas no lo seria, pero qué duda cabe que el nivel artístico si la dotaba de una belleza que cualquier espectador o devoto en la iglesia o en la calle no asimilaría.
No sé si fueron los mismos hermanos o que la ciudad presentara su disgusto en los mentideros cofradieros, pero D. Luis se llevó el primer varapalo y tuvo que cambiarla por una nueva que si conseguía en cierto modo endulzar el impactante rostro de la primera imagen que aún conserva la hermandad en sus dependencias. Expresiones que repetiría en prácticamente todas sus dolorosas fuera de Sevilla, pero en la antigua Isbiliya al final se le dio la razón a aquella primera idea que no apostó por misterios que van más allá de los cánones clásicos. Llegó una nueva dolorosa pero tampoco terminó de cuajar, Bru no estaba dispuesto a gubiar “muñecas bonitas” como así definía el concepto de dolorosa que la ciudad demandaba, el que intentaba reflejar el drama y el suyo propio de la Guerra Civil en sus imágenes, las penurias de las madres españolas que vieron perder a sus familias en la cruenta contienda de las dos Españas en el rostro de María de las cuales decía que eran como “sueños torturados” intentando llenarlas “de amor y misticismo”… el no veía a una hermosa joven llorando a su hijo fusilado como así él vio a sus padres. Su amargura fue que quizás no consiguió transmitir esa idea al pueblo sevillano.

La nueva obra se endulzó más, ganó en el estereotipo de belleza andaluza aunque tampoco cuajó, a mí personalmente me retrotrae a su dolorosa que al parecer ha conseguido asentarse en la Semana Santa sevillana bajo palio, la Salud de San Gonzalo, otra imagen que sin duda muestra otro canon de dolorosa y de la que por cierto, en ciertos foros, según algunos “eruditos capillitas” he llegado a escuchar las descripciones más variopintas, algunas rozando el menosprecio de los que parecen que más que expertos en arte, son tipos anclados en otra época que no han sabido ver la línea evolutiva del tiempo, y lo dice uno que piensa que el XVII fue el punto y aparte sin discusión.

Ortega Bru se tuvo que dar por vencido, su segunda dolorosa se convirtió en María Salomé y al final la hermandad consigue que Sebastian Santos gubiase a la como no podría presentar más duda, la bella Virgen de las Penas, coetánea en la línea evolutiva e impronta de la Concepción del Silencio o los Dolores del Cerro, que aun con estilos dispares se encaja tan perfectamente con el misterio de Ortega Bru, incluso tal vez, a mi percepción le da como cierto misticismo a la Virgen, al cual sobresale entre los demás acompañantes camino del sepulcro, en un efecto de marcación de quien es Ella y quien son las demás. Tampoco me extrañaría que una posible obsesión por una dolorosa de Sebastian Santos fuese la zancadilla constante a las Penas de Ortega Bru cuando en Sevilla hay otra dolorosa que sin duda sigue aquella escuela que se ha venido a definir como la “contemporánea”, la Virgen de la Quinta Angustia de Vicente Rodríguez Caso, donde novedosas líneas, de una mujer más madura, aunque lo cierto que de líneas más suaves al dramatismo de las Penas de Ortega Bru se asentó magistralmente en el impresionante misterio de tintes roldanescos del Descendimiento de la parroquia de la Magdalena, y todos coinciden en exaltar la perfecta conjunción…




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