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lunes, 23 de febrero de 2015

LA LUZ QUE ILUMINA A LAS TINIEBLAS... (I)

Una vez llegada la primera de las fechas más esperadas del año, aun sin darme cuenta que ya enfilamos la recta final, comencé este primer sábado de cuaresma en el mismo lugar de los últimos tres años, cuando aquel primero con motivo del frustrado vía crucis del año de la fe me acerqué hasta Sevilla y quedé prendado de cómo allí se vive la cuarentena hacia la gracia. Aquello que dijo en cierta ocasión Antonio Burgos eran tan cierto como que ahora es de noche en este rincón del planeta y desde entonces comprendí que irse un día, dos, un fin de semana, los cuarenta días si hiciese falta hasta la vieja Híspalis merecía rotundamente la pena. Pensaba que así obraba mucha más gente porque un mes antes ya era complicado pillar un hotel ¿Dónde está la crisis? ¿De verdad hay que preguntar al pueblo si quiere o no esto? Cada uno en su casa y Dios en la de todos… respetando, por ejemplo como aquellos a los que le gusta correr, buenos amigos amantes de esta nueva moda deportiva y también cofrades tengo, pero al parecer la celebración de una Maratón en la ciudad pudo ser la culpable de tal lleno hotelero, como para preguntarle también al pueblo si ve bien que se corte el centro de la ciudad porque a unos les dé por correr, ¿verdad que suena un poco absurdo? pues el mismo respeto y comprensión pedimos los cofrades, aun con nuestros fallos, cuando los llenos de espectadores en tantísimo evento cultual o cultural público no tuvo que envidiarle nada a la carrera, por no decir que en muchos casos fue superior.










Bueno, a lo que iba, que no hay mejor manera de inyectarse adrenalina con sabor a incienso, como el que me traje en grandes proporciones para la tierra - escribiendo esto olfateo al sabor de Santa Genoveva-, que sumergiéndose en la cuaresma sevillana, que por otra parte también vi que lleva a cofrades de todos los rincones a sentirla, en todas sus facetas. Siguiendo la directriz que yo mismo me he impuesto de no aburrirles con texto y más texto, aunque algunos les guste mi desglose de detalles, centraré la crónica en el justo comentario siendo las entradas más bien gráficas, ya saben que una imagen vale más que mil palabras, pero eso sí, destacando cada instante y cada momento, de esa continua burbuja de la gracia que me envolvía por toda la ciudad, sólo, a mi ritmo, yendo donde quería, con la velocidad que quisiese, quejándome porque algunos horarios estaban mal informados y también con suerte, porque creo que vi todo lo que me plantee y muchas más cosas, donde obviamente el pellizco de los indescifrable, de los caminos de Dios me lo fui encontrando paso a paso…
No había llegado aún al hotel, y ya me iba cruzando la esencia, un Ariza y la ciudad como suele ser en este tiempo, algunos con abrigo y bufanda, otros sin ellos e incluso algunos con manga corta. Me fui para Triana en busca un año más del vecino más antiguo de la calle Pureza que extendía su mano donde sostiene nuestros pesares caídos el Hijo de la Trianera, vestida de su peculiar estilo de hebrea observando como a su hijo de las Tres Caídas lo escoltaban y cuidaban unos militares que supongo serían de la Marina. Vistazo a las nuevas reformas del retablo del Señor y nuevo anuario para la colección al bolsillo. En el Altozano, mientras dos chicas criticaban el nuevo invento “palo selfie”… “pídele a alguien que te eche la foto como toda la vida de Dios”… razón no les faltaba, decidí subir hasta el Cachorro que dicen que los viernes puedes postrarte a sus pies, mientras por Castilla me cruzaba con más capataces, con Díaz “Palacios” Talaverón, y en la O, el Jorobaito se alzaba sobre la pirámide de cera roja y su Madre se revestía de hebrea entre un cielo de azulejos. No hubo suerte en el Patrocinio, al parecer ya estaban montando los cultos y en el altar se formaba un calvario con la “Señorita de Triana” y San Juan… que decir más de Él que no les haya dicho, su anuario tan bien me lo traje, más finito y más caro que el de la Esperanza de Triana por cierto.
Volvía a la otra orilla a dejarlo todo en el hotel y seguir una ruta sin freno. El chaval de recepción me aconsejaba sobre los Bus Urbanos, buscaba la Macarena y había que mirar por los pies durante tres días. Del Duque hasta la calle Feria, bendito acierto y en Ómnium Sanctórum se volvía alzar el Cristo de las Almas, que encoje el alma cada Martes Santo con su sublime compás. Sencillo altar, pero dentro de la austeridad que entiende Sevilla, recreando el monte calvario, a mí por lo menos me encantó. Estando allí una visita al Carmen Doloroso y a su nueva imagen titular letífica, la Virgen de las Maravillas la cual ganaba más en el directo.







Estaba en territorio macareno y dicen que los de ahí suelen ser muy del “Sentensia”, el que se revestía de su suntuosa realeza, como a mí me gusta verlo, es de los que mejor luce una túnica bordada en Sevilla y se asentaba sobre sus andas en un nuevo vía crucis por la calle Escoberos. Largas filas de hermanos, todos como debe de ser, con el rigor de un traje o la decencia en las féminas que hacían del vía crucis como si de una gran procesión se tratase, y es que cuando salen las de “primer orden” como diría dos buenos amigos, se nota en las calles el lleno total. Volví mis pasos hacia el centro, en Montesión era fecha señalada para su impresionante crucificado de la Salud que se encontraba de cultos entres los titulares procesionistas de su hermandad, pidiendo como siempre digo, en ese escorzo, un lugar en el Jueves Santo. San Juan de la Palma se abría porque paradójicamente una de las letíficas, esas que ahora duermen esperando el pistoletazo de mayo, se presentaba en sus cultos la imagen de la filial sevillana de la Virgen de la Cabeza de Andújar. Un giño al camarín, que “Juanillo” se extasiaba al verla vestida tan sencilla y sublimemente a la Amargura… Ella sabe que la tendré presente en el día más señalado de mi cuaresma, si lo tiene a bien claro. Triste me fui por no poder ver a su Hijo, y es que en su capilla se celebraba la misa. Igual razón me hizo no poder pararme mucho en la Anunciación, donde se palpaba incluso con la distancia y la altura esa blancura nueva de la piel del Nazareno del Valle tras su restauración que a los más rancios tanto disgusta, sin duda que esa policromía más reciente no calzaba con la talla del XVII, embellecida por la pátina del tiempo que se le ha eliminado.






















El objetivo era un nuevo vía crucis en el laberintico entramado de callejas de San Nicolás de Bari. Al entrar en la misma, que se podía, la estampa levantaba la envidia sana, sus hermanos dispuestos a estar con el culto a su pequeño Cristo, que se alzaba sobre las quizás más suntuosas andas de la ciudad para estos menesteres, las cuales están sustentando a estas horas al Señor de la Humildad y Paciencia en el vía crucis de las cofradías de Sevilla. Hermandad que parece no decir mucho pero que siempre me desprende tantos quilates, se apagaron las luces y lo que allí se respiró es solo digno de la ciudad del Giraldillo. La oscuridad se convirtió en tiniebla a la luz de la cera, solo se iluminaba la capilla donde la Reina del maestro Herrera rezuma a los campases de Marvizón llamados “Candelaria”. Pero sonó la música de capilla, la primera pieza de las “Saetas del Silencio” y el Nazarenito de la Salud atravesó la barroca iglesia levantando el escalofrío, que se acrecentó cuando la luz que entraba desde la calle dibujó una de esas estampas que hacen válido cualquier pechá de kilómetros. Ya en la calle, entre esas estrecheces me hacían sentir que quizás no tenía que envidiarle nada al de la “todapoderosa” Macarena. La Alfalfa bullía, ¿Dónde está la crisis? En uno de sus bares me asentaba a comer comida italiana y se dibujaba una estampa que si pasara por aquí saldría en los periódicos, allí, se aguanta el que no le guste... Larga cola de coches que venían por Águilas cortada por la policía para que pasase el vía crucis y ninguno hizo sonar el claxon del coche. Los camareros italianos se asomaban, es digno de ver a los extranjeros encontrarse estas cosas, aunque se les notaba su origen, Italia en esto se parece mucho al español, en la cultura de iglesia sabiendo que era un vía crucis y que eran esos colectivos sevillanos, el que me sirvió decía… “es el Silencio” y le preguntaba el otro: “¿Cómo lo sabes?”, a lo que respondió: “no sé, pero todos van callados…” me ahorré explicaciones… tras degustar una rica carbonara, recomiendo el establecimiento por cierto, volví a ver el vía crucis por la calle trasera dando por finalizado el encuentro con lo divino, ahora tocaba la noche y la noche suena al resoplo de los hombres en una levantá.
























Nos quejamos por estos lares de la respuesta del costalero a la hora de llegada a los ensayos, pero en San Juan de la Palma a la hora estipulada no había nadie. Por eso a esperar en el bar degustando algo fresquito hasta que la parihuela del Herodes comenzase a conquistar el centro de Sevilla. Uno va a disfrutar pero también a intentar a aprender, a fijarse en lo que la vista pueda captar. Este año nada más que decir, era la cuadrilla del galeón del Silencio Blanco, comía calle y repartía lecciones de oficio, aun así, los Villanueva también rectifican como humanos que son. Ensayo cortísimo, una vuelta a la manzana prácticamente, pasando por el estrecho de Sor Ángela ante una bulla que más quisieran otros en su mismo día de salida. Acabada la cosa tempranamente busque al palio de la hermandad del Buen Fin por San Lorenzo pero no hubo suerte. Un cafelito endulzado por la Campana, encontrándome por Alfonso XII el ensayo del paso Cristo del Museo, éste más despoblado de curiosos y un año más en busca del Tardón por donde andaría ensayando la cuadrilla del Zapatero de Triana. Larga travesía recompensada cuando en el mercado de San Gonzalo vi venir la que considero no la mejor, pero si la cuadrilla con cambios con más pellizco y elegancia del mundo. Vizcaya mandando, al cual ya verán, me lo encontré los tres días en la ciudad con las cofradías, si se quedó con mi cara se aburriría de mí. Que decirle más, lección magistral de buen hacer, encontrando siempre nuevos detalles del oficio de su gente de abajo, atravesando la calle, “su calle” decían, San Jacinto adoquinada hasta arriba donde un matrimonio mayor se “flipaban” de lo que estaban viendo, por el habla del norte seguro, impresionándose cuando anduvieron con el izquierdo, a lo que no pude evitar explicarles que es eso, agradeciéndomelo tan cortésmente, me marché siguiendo el ensayo hasta su final, donde en un apagado establecimiento, una cafetería –eran ya las 2:30 de la madrugada- me pareció recrear la estampa pasada de alguien disfrutando de un refresco tras haberse emborrachado de Soberano Poder en la Estrella en aquellos mis primeros Lunes Santos, supongo que si yo estaba ahí, en Sevilla viviendo y queriendo aprender, buscando estas esencias es porque algún día me crucé con él en la vida… gracias Capitán, no sabes lo que pude disfrutar, sé que desde el cielo tú también buscas la mirada de las Penas de Triana… 








CONTINUARÁ…

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