Una espinita que se me quedó clavada en mi época de músico, bueno una de ellas es no haber pisado una Semana Santa que siempre que me paro a observarla, me sorprende. Por la lejanía y por las buenas bandas con las que cuenta la ciudad -que en número se bastan para abastecer el número de hermandades que procesionan- veía complicado tocar con mi Rosario de Linares en Huelva… pero luego baje hasta Cádiz y Jerez de la Frontera así que de todo pudo haber pasado.
Y una de las hermandades que me hubiese gustado acompañar es la que les muestro hoy, los Mutilaos. La Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Victoria, Nuestra Señora de la Paz y San Rafael Arcángel recibe este curioso apelativo debido a los momentos sociales que se vivían en el año de su fundación 1943, en plena postguerra civil cuando unos excombatientes del bando “vencedor”, heridos de guerra y marcados para siempre en su cuerpo decidieron fundar una nueva hermandad dentro de aquel fenómeno que sería conocido como el “nacional-catolicismo” con unas advocaciones muy significativas…”Victoria” para el señor y “Paz” para la dolorosa. Unas advocaciones que aun acordes a las figuras de Nuestro Señor, como Victorioso Redentor y la advocación hasta entonces más acorde a la figura gloriosa de María que en sus misterios dolorosos de la Virgen de la Paz tenían o eso parece un doble sentido, con los sucesos que vivía la España de entonces, más si cabe por las ideas de los “vencidos” con todo lo que oliese a clero y mira por donde que ellos lo tenían más claro que los mismos cofrades, que las cofradías son iglesia. Circunstancias y momentos similares según algunos los que motivaron la fundación de la hermandad sevillana del barrio del Porvenir con idénticas advocaciones – que no iconografía del misterio- o la de Ayamonte, también en la provincia de Huelva donde se repite la advocación de la Paz, amén de la cofradía malagueña que merece un estudio aparte.
El ayamontino Antonio León Ortega, bienhechor del resurgir dela imaginería onubense – el Lastrucci onubense- con su arte para resucitar de las cenizas algunas de las imágenes destruidas y además crear los nuevos titulares de las nuevas hermandades fundadas entonces, que al igual que Jaén doblaría la nómina de cofradías de la Semana Santa de Huelva. En 1944 realizaría la imagen de la Virgen de la Paz que luego sería restaurada en 1993 por el sevillano Luis Álvarez Duarte, que como suele o solía acostumbrar remodeló las facciones de la imagen e imprimió muchos aspectos de su estilo, no teniendo en algunos casos “piedad” de imágenes realizadas en los siglos de oro como puede ser la Esperanza de Málaga, por no mentar a la Esperanza de Triana.
Esta sería una de las intervenciones que han sufrido varias de las imágenes de León Ortega, motivo por el cual surgieron varias polémicas entre los herederos y guardianes del arte del ayamontino. En 1945 realizaría la imagen del Señor, aquel que desde hace años me tiene enamorado que siempre soñé con haberlo acompañado musicalmente aunque sabía de la dificultad. La imagen es uno de los mejores ejemplos de los estereotipos a los que tuvo que amoldarse León Ortega cuando se le requería más “sevillanización” en sus trabajos, basta con observar la talla de los cabellos de sus Cristos tan “montañesinos”, y en este caso se nota que sigue el modelo del Señor de Pasión de Sevilla.
Como curiosidad destacar que la imagen es de talla completa, que ya en sus primeros años procesionase completamente desnudo, una estampa que se recuperó o recordó el pasado año del señor de 2010 aunque particularmente, semi-revestido con su túnica morada le da un sello y personalidad muy especial. Tras el su Madre Bendita de la Paz, que como suele ocurrir con estas advocaciones procesiona con un paso palio completamente blanco en sus partes textiles caminando la dolorosa sobre un palio bordado por otro bordador a tener en cuenta de la ciudad, Rafael Infantes -el techo de palio es obra de Francisco Contioso, que aún se mantiene del conjunto anterior- y los trabajos orfebres de Eduardo Seco Imbert y los hermanos Delgado. Conforman este inconfundible paso palio onubense, con un aire alegre, de barrio como se diría llenando de pureza blanca y paz la verdadera victoria, la de su hijo.
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