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lunes, 17 de marzo de 2014

SEVILLA MORADA... SÁBADO (I).

La jornada del sábado morado en Sevilla evidentemente iba a ser la más intensa en actos y horas recorriendo sus calles, la que acabaría trastocando el aguante de los pies como para llevarme a sentirme en esta pre-Semana Santa con los mismos achaques que cada año dibujan mi pasión por la senda de mis pasiones. Aunque no era muy temprano, era la hora exacta para comenzar cualquier día con un buen desayuno, con esas tostadas tan características sevillanas de un “moñete” o bola de pan en lugar de los bollos o trozos de barra más acostumbrados por mi tierra. Pero curiosamente para algunas iglesias de la ciudad, a las diez de la mañana es aún muy temprano, como por San Vicente, iglesia de las que cuesta horrores encontrarla abierta como no sea a la hora de misa, lo que hizo que definitivamente me perdiese la contemplación del altar de cultos del Nazareno de la Divina Misericordia. Por la vecina capilla de la hermandad de la Vera Cruz ídem de lo mismo, lo cual hizo que cuando marchara hasta mi hogar estas fuesen unas de las que no pude tachar positivamente en el programa previsto. La noche anterior, quizás un pellizco especial nos atraía como un imán nuevamente hasta la zona de la Macarena y San Julián, porque la verdad no estaba en mis planes pegarme largas distancias durante el día, sin duda que el sábado estaba centrado al casco antiguo y la visita a Triana por el traslado a Santa Ana de los titulares de la Estrella. Por ese motivo la ruta que nos llevaba hacia esa zona de la vieja Híspalis fue escogida para contemplar nuestra primera visita a una hermandad en cultos, contemplando un año más, no era la primera vez, la curiosa cascada de cera, que espero no equivocarme, me parece de color negro. Con la duda de preguntar a sus encendedores me quedé, los cuales estaban llenando de luz el triste caminar de los Santos Varones portando al Dios muerto de la Caridad. Es curioso, últimamente dicen que está de moda esto de poner mucha cera en los altares de cultos. Yo desde que tengo uso de razón u conozco el orbe cofradiero sevillano, más o menos siempre los he visto así como para que ahora se diga que es una nueva moda, será tal vez que antes eran pocos los que reparaban en los cultos y ahora con la fiebre capillita es cuando los están descubriendo y hablan sin conocimiento de causa… un guiño a la lucentina-sevillana Virgen de Araceli que el próximo mes de mayo incrementará un poco más esa “segunda semana santa” que comienza cuando pasa la de verdad…








Siguiente parada buscando uno de los sabores más especiales de las viejas formas, paradójicamente combatiendo ante la luminosidad abrumadora de unas modernistas setas. Por la antigua capilla de la Universidad, la cascada era como últimamente vengo definiendo, del color de las tinieblas, qué menos para están rancia y clásica hermandad del Valle, que alzaba a su Nazareno a sus siempre imponentes pirámides de la divinidad. Es curioso, en todo el fin de semana, saltó a la palestra un grandioso video de la Casa “Momentos Cofrades” en la que la hermandad de la Hiniesta se encuentra en los últimos tramos de su estación de penitencia, en los llamados “callejones de San Julián”. Estrechuras que en la penumbra de la noche de ramos abrazan los pasos de esta sevillanísima cofradía con un sabor digno de paladear. Por esa callejuela de Hiniesta, Lira o Duque Cornejo pudimos alcanzar la ojiva, aunque antes de llegar hasta los dominios del azul y plata, pude por fin, después de 12 años desde la última y primera vez visitar a la madre de los pobres en Sevilla… volvía a pisar el altar de la pobreza, por ese mismo zaguán que el Sábado Santo me levantó los repelucos del alma, que me pareció tan pequeño al verlo vacío y donde se arrodillan los angelitos del cielo como diría el maestro Rafael Palacios. Mucha multitud, mucha piedad, hombres que no nos lo parecería envueltos en la mística del rezo del rosario y estampas que sin duda sobrecogían de aquellos que llegan ante la gran sierva sevillana del Señor, ella que tiene buena mano con el Jefe, la que parecía dormida bajo la mirada de la pequeñita Virgen de la Salud, salud que tanto le pedirán a esta santa que sigue siendo tan cercana y  la vez tan divina, Sor Ángela de la Cruz… sin duda que cuando te vas de allí, la paz inunda tu alma y no sé el por qué…














Al final llegamos ante la famosa ojiva de Domingos de Ramos eternos y ecos legendarios de Arahal, y valió la pena la caminata porque fue la primera vez que pisaba este histórico templo y la primera vez que tenía tan cerca a sus titulares, los cuales apenas he podido disfrutar en tantos Domingos de Ramos que llevo a Dios gracias, a las espaldas… a ver si este año ya puede ser. Que buenas vibraciones por San Julián, nada más entrar mi mirada se alzaba a la techumbre y la imaginación me trasportaba a algunas de esas estampas que conformaron su historia, como la que tuvieron que vivir en aquel 1932 aquellos que no veían lo que yo sí, lo que consumió las llamas del odio y la ignorancia, incluso llegué a imaginarme como tuvo que ser aquel día de 1380 en que un tal Mosén Per de Tous devolvió a la Señora que se encontró entre retamas de hiniesta proclamando su sevillania. Viejas grandezas escondidas en un rincón de San Julián, quizás, símbolo como resultado de los cambios de la vida, porque la gloria cedió su opulencia a la dolorosa a la que dio tan curiosa y significativa advocación. Bajaba de su trono real la Virgen de la Hiniesta para recibir besos de amor de todo el que la buscaba, observada detenidamente por el tostado Cristo de la Buena Muerte, modelo primigenio de crucificado llevado hasta la extenuación por Lastrucci, pero que como pude contemplar, como este, ninguno… enternecedora estampa de un padre con su hija pequeña ante la Virgen, inculcándole bien lo que tenía toda la pinta de ser un auténtico devoto de la Virgen que por dos veces renació de la cenizas iconoclastas, por su altura quizás hasta fuese su costalero, envidia sana de ver estos detalles tan familiares y a su vez tan bien entendidos alli, de un orgulloso devoto mostrándole a su pequeña a la Madre de Dios, y posando con Ella con la familiaridad y la gracia especial que tienen las cofradías sevillanas mientras el padre le decía a su niña: “mira Hiniesta, dos Hiniestas juntas”, habrá mayor muestra de cariño que llamar a una hija no María, sino con la advocación que se lleva en el corazón… por momentos, en el alma resonaban ante la estampa los ecos de Marvizón para la Señora del azul y plata Juanmanuelino, como rotunda “Madre Hiniesta”.
También, ya que uno también es de gloria pudimos conocer a la Virgen del Rosario de San Julián y por ultimo postrarnos ante el genio que se respiraba por cada rincón de la legendaria parroquia, ante la tumba de Antonio Castillo Lastrucci, que como no podría ser de otra forma descansaba bajo una Piedad salida de su gubia, propia de la genial mente que atesoró el maestro sevillano, la cual, la fiebre capillita también ha reclamado para que salga a la calle.




Y el broche final por estas sevillanas collaciones tuvo su génesis cuando el bueno de Pedro Guerrero me avisaba vía whatsapp de que la alcoba de la Virgen María estaba abierta para que la Madre de Dios en Sevilla recibiese las visitas de todos sus hijos. Bulla mañanera en el arco de una cuantas novias casi haciendo cola para casarse ante la Esperanza de Sevilla, para eso es su Señora, de San Gil, de los macarenos, de todo el universo creyente que se rinde ante sus divinas plantas, revestida según los cánones cuaresmales que idease aquel “bigotón” y de cabeza despoblada en el frio bronce que rodeaban los chaqués de los invitados a los enlaces matrimoniales ante el amarillento arco, aunque el impusiera, no sabemos si con el criterio meditado o porque no había otra cosa, curiosamente con la Señora que veníamos de visitar, el aro o nimbo de estrellas y no una diadema como los nuevos priostes han querido presentar a la Esperanza en esta bendita cuaresma de 2014, porque lo que se refiere a mi opinión, para esta vestimenta sigo siendo muy fiel a las leyes no escritas del clasicismo. El Señor de la Sentencia de blanco, con su pasito de vía crucis semi-desmontado ya, sobre la tumba de Queipo de Llano, casi como preludio de lo que estaba aconteciendo en la basílica y los tonos blancos de pureza de los vestidos de novia, nada que ver con el Cristo de nuestra siguiente visita, el siempre revestido de reluciente blanco como a un mentecato, loco y pobre inocente… cómo pasar por San Juan de la Palma, encontrarla abierta y no pasar a rendirle una visita al despreciado de Sevilla y su Madre Amargura, siempre acompañada de nuestro bendito “Juanillo” más predilecto como le comenté a Cristóbal. Un pellizco en el pecho al ver en el camarín a personas contemplado la Virgen con el de Cafarnaúm, que nos hizo pensar que íbamos a completar la visita perfecta subiendo a su camarín, pero al parecer estos eran “VIP” ya que unos muchachos se nos adelantaron en intenciones y recibieron, la verdad, una respuesta muy descortés poco propia de la elegancia de los hermanos –porque supongo que sería un hermano y no un sochantre- de esta elegante hermandad. El manotazo en el pecho para frenar su marcha que se llevó uno de ellos por el señor –por llamarlo de alguna manera, porque tenía pinta de ser un distinguido señor, pero con una rotunda falta de clase sin duda- que custodiaba la puerta de acceso al camarín dio vergüenza ajena a todos los que lo vieron y se encontraban en la iglesia… hablando con el Señor del Silencio Blanco y su dolorida Madre, casi le di gracias de que no me hubiese pasado a mí, porque sin duda me hubiese marchado con un sin sabor muy grande de esta para mi idolatrada hermandad, la cara del joven lo decía todo y es que las formas como diría un buen amigo mío, siempre son las formas…






















Se consumía la mañana y el alboroto de vida por el centro, por Campana y Sierpes era digno de la luz y temperatura que hacía, el don idolatrado y codiciado en todo el mundo de nuestra Andalucía. Tiempo de cuaresma, es últimamente casi sinónimo de “Círculo de Pasión” en el mercantil de la calle más famosa de Sevilla y en esta oportunidad tendría la ocasión de contemplar una muestra dedicada a la hermandad del Buen Fin. Una idea sin duda digna de aplauso estas exposiciones que muestran al mundo el tesoro oculto de la gran mayoría de las cofradías sevillanas, más de cerca, detenidamente a lo que es una estación de penitencia donde lógicamente siempre hay que mirar lo que hay que mirar. La falta de museos propios de las hermandades, como el de la Macarena o el Cachorro hace pensar a la ciudad en la necesidad de la creación de algún museo, enorme, que diese oportunidad al mundo de mostrar auténticas joyas que duermen todo el año en almacenes o salas expositivas en casas de hermandad casi inaccesibles para muchos ocultados de la luz del mundo, como se podía escuchar entre los visitantes. El arte y la historia de la hermandad se abrían camino en las salas expositivas, y también la caridad con un montaje de lo que sería una sala de juegos para los niños de su gran “Centro de Estimulación Precoz Cristo del Buen Fin”. Nos recibía la cruz y los viejos santos varones del misterio que gubiase Duarte, un misterio que me gustaba y no encontraba impropio ni desentonante con el crucificado. Piezas de su singular paso, coraza del romano, potencias y dos documentos a destacar, el contrato de hechura del Cristo y un curioso proyecto de Ortega Bru para la restauración del crucificado franciscano, donde me llamó poderosamente contemplar escritura salida del mismísimo puño y letra del genial artista de San Roque (Cádiz). La otra sala dedicada a la Virgen de la Palma, con su igualmente singular palio, digno de los diseños y atrevimientos que al parecer hoy son incapaces de acometer los cofrades sevillanos. Reconfortante experiencia al encontrarme bajo el palio, contemplando la corona de coronación que me hizo viajar en el tiempo a aquella jornada que una vez más tuve la dicha y la suerte de vivir. Manto de salida, orfebrería e incluso una copia pequeñita de la dolorosa del Miércoles Santo completaron nuestras curiosidades, que nos llevarían hasta otra exposición en el “Círculo de Labradores”, sobre pinturas a la Semana Santa y unos curiosos mini-pasos de palio realizados en papel. La última estación de la mañana, antes de marcharnos a nuestro bodegón de costumbre para comer, fue el Salvador o mejor dicho, la capilla de Pasión donde los reflejos de lo que está por llegar seguían inflándonos el ansia y los sueños, de esos hermanos que limpiaban la plata que se echarán a la calle si así lo quiere el Dios que entre suntuosa plata vive cortando la respiración a todos los que se postran ante el altísimo Jesús de Juan Martínez Montañés…







CONTINUARÁ…

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