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jueves, 13 de marzo de 2014

SEVILLA MORADA... VIERNES.

Casi con un día de antelación comenzaba para este que les habla la mejor cuenta atrás de todo un año, la de la cuarentena más placentera si el que mira bombea sangre morada por su venas saboreando los tiempos de la penitencia, que en cierto modo cada vez tiene menos de penitencia.  En la intimidad del primer día de quinario del Soberano de Linares, el vía crucis del suntuoso recogimiento del primer día en la oficialidades o el también primer día de triduo del Señor de la Humildad y Misericordia en el poblado me hicieron entrar en la cuaresma de la pasión intima, muy diferente a la que nos desborda los sentidos, pero también muy sabrosa y digna de ser descubierta. Pero el viernes lo tenía marcado como el día que tendría que disfrutar de esa cuaresma que cierto día, el ínclito periodista Antonio Burgos vino a definir, con la sencillez con que endiosamos los andaluces, como los “cuarenta días y las cuarenta noches, pero qué cuarenta días y qué cuarenta noches…” y así, lo pude comprobar en un intenso fin de semana que llevaba tiempo queriendo disfrutar, aunque en los últimos años siempre me he escapado algún día para vivir algo de la cuaresma allá en la ciudad que para mí se escenifica  la vida, porque aunque sea Pasión, Muerte, la pre-Semana Santa nos lleva a la plena Resurrección de lo inexplicable y la más rotunda gloria, allá donde para los que miran como yo, se alza la gracia, se alza la vida que lo mueve todo…
Iba a vivir tres jornadas solo, las circunstancias me llevaban a ello, aunque no me importaba, si hubiese sido así también me servía para desconectar de una rutina que a veces me consume y no sabemos cómo detenerla, pero a última hora se me enganchaba a la búsqueda de las nuevas experiencias que nos seguirán mordisqueando la ansiedad por una nueva Semana Santa, mi amigo Cristóbal, que volvía conmigo a nuestra siempre endiosada ciudad de los sueños o de la esperanza, porque puede venir a ser lo mismo ya que es allí donde siempre la esperanza nos sigue pellizcando el alma. Y en el llamado “viernes del Cautivo”, primer viernes de marzo, al medio día se surcaba nuevamente el siempre deseado y codiciado sur de España, esta nuestra Andalucía para llevarnos a su capital y buscar la orilla bendita de una Cava que ante todo siempre huele a cofradías. Por la calle Pureza, su vecino más antiguo, el tostado por los siglos y los rayos mañaneros de madrugadas por el Altozano, aunque caído en tierra bajaba de su retablo, el que aún espera el áureo pan que no se come de la divinidad según les mentes mundanas para recibir los besos devotos en esa mano que acaricia a la piedra más envidiada del mundo. Aún no había dado tiempo a asimilar que estábamos en Triana y los Marineros se abrían a esa Esperanza morena que nada más contemplarla volvió a prender la chispa que alimenta el fuego de las calderas de los seres humanos, ese fuego verde, vestida de hebrea que se llama Esperanza y por apellido Triana. La primera vez que acaricio y tengo tan cerca al Señor de las Tres Caídas, y como suele pasar normalmente, ese cercanía te hace redescubrir matices nunca antes experimentados, incluso me pareció verlo enorme, porque en si es enorme y eso no se lo ha dado Madrugás de izquierdos por delante y para atrás…







Un primer bocado, comenzaba ese “pero qué” de los cuarenta, seguido, según fuese la hora, del día o la noche, contemplando la multitud que mueve la cuaresma en Sevilla. Lo cierto es que no sé si será siempre así, últimamente se está promocionando hasta la cuaresma Sevillana con vistas al turismo, algo que me pareció palpar en todas las jornadas, lo que a veces me hacía pensar si tanto “vender la moto”, pudiese  llegar a desvirtuar algo tan puro y normalmente respetado en la idiosincrasia de los hombres, sobre todo en Sevilla… la verdad, no sé si cuando llega cuaresma hasta el del quiosco de chucherías tiene marchas puestas  incluso con incienso, pero eso para los que somos del otro costero de Andalucía nos sigue chocando. Me marchaba de Triana con un anuario impresionante bajo el brazo sin saber que cada día traspasaría el portón encalado de la casa de la Trianera más bendita en busca del hotel y un aparcamiento definitivo del vehículo. Por cierto nuevo hotel para los anales de mis viajes de Sevilla, con excelente resultado. Y abarcando las últimas horas de la tarde, hasta la madrugada, las vivencias serian aún más intensas. Rápidamente por Alfonso XII la casa del “Muerto” de Sevilla nos esperaba, con los cultos al Yacente de Mesa, aunque no haya documentos que lo acrediten sobre un sencillo montaje de cultos con elementos goticistas de sus antiguos pasos, escoltado por San Juan y su Madre de curiosa y extraña advocación; Villaviciosa que tiene en Córdoba a lo que podríamos llamar su hermandad matriz. En frente, nuestros pasos nos llevaban y mi mente a la homilía cuaresmal del triduo en la bailenense parroquia de San José Obrero, donde nuevamente don José Antonio Balboa nos trasladó a esa segunda catequesis que le fue impartida en su vida por las cofradías sevillanas para intentar hacernos sobrellevar lo inevitable de la vida y sus inevitables problemas… íbamos buscando a Aquel que a, no solo sus problemas, sino a los de toda la humanidad, de todos los tiempos y vidas vividas decidía abrazarlos amorosamente en la pose de nazareno que aún se sigue viendo tan extraña aunque la misma sea más antigua que la disposición más común. El patio de San Antonio Abad rebosa de lo que decía anteriormente, de vida, de masa que luchaba contra las llamitas de fe que inundan el habitáculo, buscábamos gloria y encontrábamos penitencia, rezos y ruegos… la vida misma desde que la vida es vida. En el interior Jesús cargaba su cruz o la abrazaba más bien, no otra nueva Madrugá pero si otra jornada de Besapiés para una de las grandes de la urbe hispalense. Y el sabor de lo que socialmente hemos venido a nombrar como la “rancidez” se alzaba por todos los rincones, que hasta la mesa petitoria nos pegaba el pellizco, estábamos nuevamente como tantas veces hemos dicho, ante ese “otro mundo”…
Nuevamente la cercanía que da estos actos piadosos clavó la mirada de Jesús Nazareno en el alma y la congeló, costaba observar su rica túnica, el carey inconfundible de su cruz “al revés”, el montaje efímero e incluso que la solera pátina sigue recordando los tiempos en que no existían las limpiezas tan de actualidad… supongo que algún día le llegará, porque lo cierto es que cada vez más, la gente comienza a ver más suciedad que empaque de los siglos… tras besar por primera vez su desgastado talón, visita de cortesía evidentemente a su Madre de la Concepción y a continuar el rumbo donde había que llegar hasta la collación de Santa Marina. La primera parada en San Lorenzo visitando la capilla de la Bofetá y sin poder detenernos a admirar la impresionante cascada de cera que ilumina a la Madre de Dios que más años lleva llorando por la Semana Santa de Sevilla, la Soledad, por estar ya comenzada la misa de la iglesia que la cobija y le da sobrenombre, San Lorenzo… y decir San Lorenzo es decir siempre, alcoba del Hijo de Dios, aunque la premura hizo que no pudiese detenerme mucho rato, aunque si pude contemplar la soberbia planta del Señor de Sevilla y su Madre del Mayor Dolor y Traspaso que también estaba de cultos semi-presidiendo la basílica, vistiendo por cierto el manto de Garduño.
Sevilla respiraba vida por los cuatros costados, gente y más gente por todos lados, atravesando bajo la sombra de las columnas de la Alameda llegamos a la Feria, donde en Montesión también se alzaba el arte efímero de la preparación cuaresmal según Sevilla. La capillita presidida por ese imponente Ortega Bru en los grafismos, del crucificado que me sigue pareciendo que en su escorzo lo único que pide es: calle… Salud de Montesión, salud y pasión es lo que se pedía, junto al Dios orante y su Madre del Rosario. De la antigua plaza de los Carros a la casa de la Reina de noviembre donde se alzaba la magia de la cera tiniebla para iluminar a las Almas, de ese Dios Moreno y dormido de los Javieres sevillanos, mostrándonos una y otra vez la sencillez que da la suntuosa sobriedad, sin olvidarnos de la hermandad del Carmen y la Madre del crucificado, sola con San Juan en su capilla, Gracia y Amparo de Sevilla. Se acababa la visita íntima para alcanzar por las estrechas callejuelas al preludio de Dios en la calle en la ya noche cuaresmal, y qué noche… porque paradójicamente aún no he visto a la que yo llamo LA COFRADÍA de Sevilla en la calle pero si a su reina en momentos extraordinarios y ahora por un vía crucis vería a su Bendito Hijo… por San Luis, calle extensa que comienza en el arco de la gloria y casi termina en Santa Catalina, si nos referimos a calle sin cortes venia un largo cortejo, de hermanos y hermanas de gala, como mandan los cánones, que no he visto otra ciudad donde se gaste tanto un traje de chaqueta. Nos llegaba la cruz de guía de la Macarena y una serie de cruces portadas por jóvenes que la verdad desconocía cuál era su sentido en el lugar que ocupaban después he conocido que según se completaba una estación, su correspondiente pasaba a acompañar al cortejo tras las andas del Señor.









La calle se llenó, parecería Semana Santa sino fuera porque no venían nazarenos, ni sonaba la Centuria y el áureo barco que le gubiase Fernández del Toro no nos traía enmarcado por las plumas de avestruz al que vino a definir magníficamente una señora… “el Sentensia”. Por fin contemplaba el perfil del Dios de los macarenos auténticos acariciado por la brisa sevillana, pero envuelto en el sobrecogimiento de los cánones hispalenses, estrenando una nuevas andas, sencillas pero siempre con ese pellizco suntuoso de las sevillana maneras, siguiendo la senda de los cánticos y la música de capilla… tan solo bastaron 400 hermanos con cirios y debidamente vestidos, un cuerpo de acólitos, la música sacra, unas andas; con faldones y llamador, cuatro guardabrisones -nada de foco, y el Señor se veía magníficamente, ¡cuánto tendré que explicarlo por donde lo tengo que seguir explicando!…- y la sobriedad del pueblo, había algunas diferencias, pero no tan significativas como lo que pude experimentar el Miércoles de Ceniza… esta es la sobria suntuosidad que se completaba con una nueva estampa que no me disgustó pero hubiese preferido el clásico modelo macareno que tan poco necesita de la “originalidad”… una nueva apuesta de la priostía y “el Sentensia” se paseó vestido como el Dios de San Juan de la Palma, de reluciente túnica, de blanco, que me reitero no me disgustó, cuantos cautivos van de blanco, pero me hubiese gustado verlo caminar con sus increíbles túnicas bordadas aunque pude vivir una circunstancia histórica por otro lado. Abarrotadas las calles por donde discurrió, en un itinerario que la verdad no se podía hacer cansino, pronto encaminó sus pasos de vuelta por unas calles que nos refrescaban la magia de una tarde de “tosantos” y sones de Tejera…


Era el aldabonazo al lado sacro, por San Julián la ojiva ya se encontraba cerrada y había que buscar esa otra cuaresma de las madrugadas cuando se apagan las cascadas de cera y los Cristos y dolorosas esconden sus manos desgastadas de besos, y las calles toman un protagonismo de bullas que como me diría un buen maestro de los pasos y la vida, surgieron hace cuatro días, antes nadie iba a ver los ensayos, porque como capillita y costalero había que terminar la jornada disfrutando y aprendiendo de cómo se anda en Sevilla… y no fueron dos pasos cualquiera, tras una cena de cánones italianos por la Feria, como el pasado mes de noviembre, llegamos hasta San Juan de la Palma, comenzaba sus ensayos una de las cuadrillas más idolatradas, la del Herodes aunque evidentemente quien manda en el paso es el Señor del Silencio. Pero allí obviamente no había nada, era tarde y ahora a ver dónde estaban. Incluso algunos jóvenes nos preguntaban por el mismo objetivo y la verdad que el plan se te convertía como buscar una aguja en un pajar en el casi laberíntico casco antiguo de Sevilla. Aunque por Santa Ángela un señor nos apuntaba a la vuelta de la esquina, casi bajo las setas y por fin pude ver ensayar el misterio de la zancada poderosa del Domingo de Ramos, sin música en los cassette, que a los Villanueva no les hace falta. Barco de hierro, cargado de vigas y me llamó la atención la veteranía de muchos de los costaleros y la experiencia de sus andares aunque la verdad, quizás me llamen loco, no me sorprendieron tanto como para lo que es un Domingo de Ramos esta mole por las calles. Por lo que se vio, ensayo corto porque ya iban de vuelta, en buscan de una cochera, como decimos en Andalucía, vecina con la capilla de la Pastora primigenia…












Y había que seguir la senda planificada, desde la Macarena a Triana, atravesando una ciudad que regaba y barría los desechos que la vida fue dejando durante la tarde-noche, aunque lo cierto es que cada día me parecía sábado del ambiente que había, creo que ni el año pasado por motivo del vía crucis magno del año de la fe contemplé tantas ganas de calle de los sevillanos y foráneos, como ese guiri “flipao” que grababa el ensayo del Herodes, incluso por el vía crucis macareno pude escuchar a alguien decir ; “será por el buen tiempo”, y es que quizás las cofradías cada día siguen sumando más y más en la idiosincrasia de los capillitas, porque al fin y al cabo todos somos capillitas. Larga caminata como supondrán los que conocen el territorio, embelesándonos de la belleza de la noche iluminada por la Giralda, la Torre del Oro, el campanario de Santa Ana, o el joyero regionalista que un tal Aníbal González le dibujó al Carmen del Puente… estábamos en medio, suspendidos en la siempre eterna estampa de Sevilla. Por Triana andaba ensayando la cuadrilla de un “Flamenco” que hasta “sentao anda sobrao de compás”… su casa cerrada a cal y canto, obviamente eran más de las doce de la noche, qué decir de San Jacinto, que hasta parece como abandonada, Cris me comentaba qué cómo sería ver salir la Estrella de San Jacinto… igualmente a buscar el ensayo y aquí hubo suerte pero tras una gran caminata que nos llevó casi al Patrocinio para acabar en la misma plaza de San Gonzalo donde los hombres de Manolo Vizcaya se encontraban nuevamente moviendo esas parihuelas que nos darán paso a los retablos andantes de Dios, en este caso del Dios de las Penas de Triana. Aquí si había cassette, bulla,  mientras los sones de Presentación al Pueblo de Dos Hermanas nos hacían soñar con un nuevo Domingo de la gloria y el Vizcaya seguía dando rienda suelta a su forma de mandar, con esa sevillania como diría el viejo maestro Alberto Gallardo que las nuevas generaciones no llegan a desarrollar, y aquí no había ni cámaras ni micrófonos de Campana, aunque lógicamente la gracia tomaba un abanico más amplio de caminos a comparación de las más correctas formas qué cuando arriba ya si va la imagen del Hijo de Dios… incluso me esperé una levantá ante las puertas de la apagada puerta del Soberano del tardón por el que nos enveneno con la esencia del izquierdo por delante, donde aún no olía al perfume de la Semana de Dios; el azahar… acompañamos el ensayo hasta su final, por toda la calle San Jacinto y lo cierto es que a mi compañero y a este servidor nos colmó sobradamente las cualidades mostradas por la cuadrilla, fue una auténtica lección tras otra la que pude observar en los andares del “Zapatero” o el “Flamenco de Triana” como lo llamaba el Vizcaya, en lo básico y en su particular forma de “trianear”, en las maneras de mandar e incluso anécdotas graciosas del mundo de abajo que pude grabar y que espero que no haya ningún problema en mostrar… la verdad me marché por el puente repitiéndome que qué sería ese “arribi la boba”…

CONTINUARÁ...

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