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domingo, 23 de marzo de 2014

¡SILENCIO! ...SEVILLA.

Hace unos años, no muchos, sumergido en la misma vorágine en la que nos encontramos, como cada año, gracias a Dios, de vivir la más intensa espera de la llegada de la gracia, me dio o más bien me enfrascaron en un proyecto radiofónico de temática cofradiera en mi pueblo. En aquel “Entre Varales”, que sin una necesidad ni ambición propia casi me eché a las espaldas, llevado por el momento, pues intenté insuflarle el estilo, de lo que es mi estilo y mi escuela de ver las cosas, y como no, el mundo cofradiero. El qué mostrar y cómo mostrarlo fue mi más o menos pequeño deseo, la verdad nunca me he sentido en la aspiración de ser un “periodista cofradiero” en Bailén, pero ya que estaba, y si sobre mi caía cierta responsabilidad, y obviamente si yo accedía a un puesto, la situación y atmosfera tendría que girar a mis pretensiones para que yo me sintiera a gusto, más cuando no había ningún sueldo -sino un amor al arte que ni pretendía-que me atara a otras alturas y poderes. El último año que lo hacía, más de una externa idea contraria a lo que es mi canon tuve que desechar, aunque siempre intento y sé que en este mundo, siempre hay que llegar a un consenso. Como decía en aquel año, en el ambiente musical que rodeaba el programa se me pedía más “alegría”-algo que en cierto modo no pedía ni necesitaba la audiencia-, como si ya de por sí, y si se fuera cofrade se entendería, que nuestras melodías tristes y casi fúnebres nos producen la mayor gracia de todo el universo musical porque para ello hay que sentirse simplemente capillita, para comprenderlo…
Teo Martínez, responsable de Radio Bailén me pedía que pusiera alguna sevillana cofradiera… y aunque no entraba dentro de mis planes este formato musical, al final cierto día puse una que se encuentra especialmente en mi corazón, la cual siempre me pega el pellizco “Cachorro” del eterno en esta especialidad… el sevillano Pascual González. Una sevillana bellísima a mi parecer, digna de la pluma de este siempre deseado por el pueblo para que un día pregone en el Maestranza el pregón de los pregones a la gracia de la Semana Santa de Sevilla. Bella y llena del compás de las sevillanas aunque yo seguía prefiriendo otro matiz para el programa y por ende para la Semana Santa, más estando en cuaresma. En aquel momento no me acordé de otra que sin duda también me pega el pellizco profundo del arte universal siempre al servicio de Dios… y que quizás hubiese visto más propia, cuando paradójicamente, antes incluso de que se conociera ya fue enjuiciada.
Y ahora tengo que volar nuevamente un poquito más atrás, habrán pasado unos diez años, ayer mismo, aunque ya me parece una eternidad y es que vaya manera que tiene el tiempo de darle la vuelta a las cosas… aun parece que estoy en mi viejo oficio alfarero, realizando la labor propia del oficio del alfar de colocar las asas a las piezas cerámicas, en concreto un gran pedido que tuvimos de una especie de chocolateras, lo que solemos llamar en el argot bailenés “ennasar” y comenzar a canturrear una sevillana muy especial para que mi tío se picase y comenzase a cantarla… él anti cofrade y reacio a todas las cosas que le parezcan que huele a iglesia, tuvo que tener una vieja cinta de cassette, de esas que se vendían en los bares del reconocido grupo sevillano de sevillanas “Cantores de Híspalis”, donde se encontrase esa particular sevillana, que con la continua audición de la misma cada vez que cogiera su viejo R-11, tuvo que metérsele en la “mollera” por lo que se la sabia enterita, sin ni siquiera pararse a pensar que significado tenían las frases que componían la misma. Aunque les parezca un poco friki, aunque así es en verdad la vida del mundo currante, con tan solo exclamar sumergido en mis quehaceres: “¡Silennnncioooo… Seviiiillaaaa!”, mi tío envuelto en su tarea diaria del torno - de “la rueda” que suena más bailenés- comenzaba casi automáticamente a cantarla.

Seguramente sería una cinta de grandes éxitos o quizás el mismo trabajo discográfico editado en 1985 titulado “El Autobús de la Primavera” donde se publicó esta sevillana, pero de corte fúnebre, si es que se le puede denominar así –Abel Moreno catalogó su marcha “Lloran los Clarines” como “pasodoble fúnebre”- que pronto calaría hondo en las emociones cofradieras de la ciudad sin discusión de la Semana Santa, porque es tan enorme la trascendencia de su fiesta mayor, que hasta la música reina de su otra fiesta, la feria, también aportó su esencia para honrar a las cofradías. Ya habían creado con anterioridad otros éxitos de sevillanas cofrades, que pronto habían calado en el corazón de las más puras esencias sevillanas, éste sin duda grupo musical revolucionario de las tradicionales Sevillanas.
El genio Pascual González, conseguía crear un tema dedicado a una hermandad especial, la popularmente conocida, como cofradía de penitencia más antigua de la vieja Híspalis y a su vez especial por su riguroso carácter, que quizás a pocos les entraría en la cabeza que un grupo de Sevillanas le dedicara una canción que se amoldase al canon de la cofradía del Dios que abraza los problemas del mundo, la cofradía de los nazarenos de “capirotes espigaos de color negro enlutao” de la ciudad, el Silencio de Sevilla. Fuertes llamadas a capela de los cantores llamando o pidiendo “silencio”, convirtiendo la guitarra en perfecto instrumento para la sobriedad, sobrecogieron a aquella generación y a los que seguimos emocionándonos cuando la escuchamos. Un especial  tono, y disculpen mis carencias para describirlo pero intentaré explicarlo como mis oídos y alma la sienten, con una sobria forma de cantar o casi recitar los vellos versos que siempre salen de la privilegiada mente de este enamorado de la hermandad de San Benito, Pascual González.
Ayer mismo, por casualidad escucho a los Cantores de Híspalis hablar sobre la misma, lo que me inspiró para contarles esta nueva historia con el énfasis de que nos siga prendiendo el pellizco que nos lleve hasta la gloria. Y lo que dijo Pascual González me tocó la fibra, me la traspasó. Al parecer, cuando deciden grabar este singular tema en el referido trabajo discográfico, el cual incluye la paradójica música que nos llama al silencio, las famosas “Saetas del Silencio”, ancestrales y archiconocidas piezas de música de capilla, por entonces, quizás no había la facilidad que hay hoy para conseguirlas, solicitan a la hermandad no sé si las partituras o el permiso para incluirla en una sevillana que tenían preparada, estas embrujadora y evocadoras melodías, ya que la misma iría dedicada a la hermandad del Silencio.


Las “cosas” tan especiales de la Sevilla cofradiera con sus esencias, hizo que saltara rápidamente la polémica, ya que la hermandad y quizás el pueblo más rancio verían inapropiado este estilo musical para la hermandad del Silencio. Los Cantores de Híspalis siguen fieles a sus ideas y la graban con la aprobación o sin ella de la hermandad. En Madrid consiguen formar un grupo de capilla de la Orquesta Real “Doña Sofía” que la grabaron sacándola de oído de una cinta que les proporcionó un hermano del Silencio llamado Benito Moreno.

Al final sale el disco, se escucha la polémica Sevillana y toda Sevilla queda sobrecogida por la canción, donde sin duda los Cantores de Híspalis consiguieron cantar y por sevillanas a algo tan complicado como es el “Silencio”. En la hermandad no pasó desapercibida, y fue un apellido ilustre de la misma, del que siempre leo y escucho hablar magníficamente, hasta aquí en Bailén, cierto día, don José Antonio Balboa me catalogaba a esta familia como de las más señeras de la ciudad. Decir Ibarra en Sevilla es sinónimo de; el Nazareno de la cruz al revés de la Madrugá sevillana, y fue precisamente Eduardo Ibarra, recientemente llamado a abrazar la cruz para la eternidad por su Nazareno,  el que los buscó hasta dar con ellos, en los cofradieros estudios de Alta Frecuencia y presentarles las más sinceras disculpas, “porque intentaron poner el parche antes de que saliera el grano” con un tema que se amoldaba magistralmente al espíritu de la más rancia hermandad sevillana, que les había encantado y que desde entonces la llevarían siempre en su corazón… y desde entonces, todos los que sentimos las sevillanas maneras, la utilizamos para emocionarnos imaginándonos al Dios que abraza los problemas del mundo surcando la oscura noche de la legendaria Híspalis hacia el Calvario, “con un respetuoso y fervoroso SILENCIO…”

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