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lunes, 7 de julio de 2014

MARTES SANTO... EN LA MAGIA GRANADINA. (I)

El Martes Santo lo vi amanecer con el sol lamiendo las hojas afiladas de los olivares de “Martingrande”, y clareaba como llevaba tres años sin verlo, limpio, color inmaculada, con un sol que le devolvía la ilusión al mundo cofradiero de esta nuestra Andalucía que llevaba tres años pasándolo mal, de ver como sus devociones se quedaban en la magia detenida del arte que no se completaba, es decir, sin el arte efímero de los retablos errantes tomando vida por las calles de nuestra tierra. La noche de trabajo había transcurrido bien, aunque el sueño pesaba más que un galeón “masiso” de kilos, y como se había recuperado lo perdido no volvería al tajo hasta nuevamente la mañana del miércoles, de la semana sagrada. Por ello, había que reposar las fuerzas en la mañana para en la tarde volver a sentir en mi alma lo que era un Martes Santo, por mis preferencias no sería donde tres años me quedé soñando con ver florecer el día dedicado al dios Marte, dios de la guerra para que el único Dios del amor lo conquistase como lleva haciendo desde la noche de los tiempos en que nuestra Santa y Madre Iglesia apostase por esta forma de evangelizar, con Dios en la ciudad…
Hoy pienso que un bus, quizás un tren, a primeras horas del día buscando información me podía haber llevado hasta mi vieja Híspalis, y aunque hubiese sido una paliza, hubiese disfrutado del martes de Dios junto a Félix y Óscar, para entre otras cosas escuchar el sonido seco de una bofetada en el moflete bendito del Hijo de Dios, y al cubrirse por las tinieblas de la noche volver con ellos en el coche… pero ni lo pensé, tenía claro que la tarde había que optar por nuevas alternativas. Por eso, las opciones buscaban ciudades con más hermandades, aquí en mi provincia para eso hay que esperar prácticamente al Jueves Santo. Como dije fue la Semana Santa donde se me abrían nuevas alternativas, esta fue una sorpresa inesperada, quizás tuve que pagar con el Lunes Santo para vivir un Martes Santo, que también sería especial y mágico. Hace unos años, cuando trabaja en Semana Santa visité el cordobés, no fue como desearíamos por que la lluvia se lo cargó, pero este año ante las circunstancias tenía ganas de pisar una nueva jornada de la ciudad de Granada, a sabiendas ya de que el miércoles iba a ser un nuevo día sin apenas poder disfrutar de cofradías como a mí me gusta, con intensa jornada de búsqueda de pasos.
La verdad no sabría explicar el qué me hizo decantarme por Granada, quizás que el viernes sería una pieza más para que se hiciese el Viernes Santo en Córdoba. Así, gracias a la apenas hora que nos separa por carretera, tras comer me encaminé hasta la ciudad que baña el Darro con la compañía de Pedro Guerrero, que se vació fotografiando a las cofradías granadinas, por ello en esta ocasión encontrarán quizás las crónicas más ilustradas de este año. A Dios gracias que cuando entrabamos por el acceso a la ciudad por Recogidas, el sol bañaba la inmortal ciudad, y por las avenidas del Zaidín en busca del centro por donde siempre suelo aparcar, una carpa de plástico se convertían en el sueño barroco por donde Dios saldría a la ciudad en busca de la Santa Iglesia Catedral. Al emerger del Parking, en un principio pensamos en buscarla, pero la Lanzada quizás aún estaba lejos, aunque ellos siempre vengan comiendo calle, el crucificado de Barbero Gor esperaría a ese pellizco que se produce en la ciudad cuando las hermandades zaidineras van de vuelta…



Así que nos adentramos en busca de la legendaria ciudad, mientras en el cruce de la carrera oficial, a la salida de Ángel Ganivet comenzaba a montarse el operativo, porque en la ciudad de los reyes católicos se comenzaba a hacer la magia de la Semana Santa y me encanta comprobar que la misma paraliza el ritmo y la rutina de las ciudades y pueblos. Isabel parecía vernos apresurarnos en busca del inicio de la calle más bella del mundo, mientras a sus pies músicos de la corneta afinaban para comenzar a dibujar estelas cofradieras inolvidables un año más. Era la banda del Gran Poder, aquel que en Plaza Nueva, desde su casa de San Gil y Santa Ana esperaba en su forzado escorzo salir a la ciudad a pasear con extremo esfuerzo los pecados de los hombres. Picaba el sol en la plazuela, volvía a sentir las aglomeraciones más reducidas de estas ciudades con su Semana Santa, prácticamente te ponías el primero al llegar. Se abría la puerta del templo escoltado por cipreses –mira si soy rancio, que me encanta los parajes adornados por el árbol que parece los capirotes de la gracia- y con ella se habría una nueva experiencia en la vida, conocer en vivo una nueva jornada cofradiera de la ciudad, que corona esa edificación que en toda la jornada nos enamoraría como perfecto dosel del caminar de Dios y María, la Alhambra…
Siempre lo vengo contando, es ingrediente casi indispensable en mis apreciaciones capillitas granadinas; la Semana Santa de Granada me gusta porque aúna de la mano, casi a un 50% Granada con Sevilla. Un templo granadinísimo se abría, pero la esencia que comenzaba a emerger de su interior me retrotraía a esa Híspalis que disfrutaban algunos de mis amigos a esas horas. Al final la escuela sevillana fue la que definitivamente se impuso para el primer paso de la hermandad de la Esperanza de Granada, que paródicamente, pienso que no tienen nada que ver, integra las advocaciones más fervorosas de la ciudad de Sevilla, Gran Poder y Esperanza, sin Triana ni Macarena, pero como luego veríamos con mucha esencia de San Gil, esta Esperanza que también vive en un San Gil. Comenzaba a dibujarse el plateado paso del Señor, paso que aún me falta de mis viejas series de “plata para tus divinas plantas”, la orfebrería se alzaba tupida de lirio morado para sustentar a este Nazareno neobarroco, que en cierto modo viene a aportar movimientos y una iconografía bastante peculiar al Nazareno en el arte andaluz. Forzadísima postura, desgarrado caminar y desgarrado rostro del Cristo que gubiase el sevillano Manuel Ramos Corona, se llamaba Gran Poder y su presencia era angustiosa y tormentosa en su camino hacia el calvario, pero no recordaba al que vive en San Lorenzo. A la misma, se le tenía que quitar el travesaño superior para salvar el dintel del templo, y poco a poco el sol fue iluminando al Nazareno de San Gil y Santa Ana, quizás el más sevillano en su hechura aunque en sí, no se parezca a ninguno de la capital de Andalucía. Sería una tarde de nazarenos con escorzos particulares. El paso la verdad es a mi entender de líneas sencillas, no es un portento de la filigrana orfebre, con los cuatros evangelistas del tetramorfos escoltando y embelleciendo el paso, no me extrañaría que algún día en esta cofradía se apueste como está pasando en toda la ciudad, por la búsqueda de un nuevo paso que enriquezca a más altos quilates el patrimonio cofradiero de la ciudad. Herencia de cuando la Semana Santa comenzaba a pensar como en Sevilla, Roma no se hizo en un día…
Paso quizás algo pequeño, aunque en Granada se tienen que adaptar mucho al tamaño de las puertas, cuando se hicieron estos templos nadie imaginaría que al final en la ciudad grandes galeones pasearían a Dios y su Madre por sus calles. Sonaba la marcha real y al Señor aun no le había dado el sol en su desgarrada cara de dolor y esfuerzo, quizás algo falto de unción por la opción de remarcar las expresiones a un mayor realismo que lo que demanda la divinidad en el arte. La percusión de la banda de la hermandad marcaba el andar de los costaleros, que hicieron un trabajo digno, en sí, esa fue la sensación que me llevé de las cuadrillas granadinas en la jornada, que todas apuntaban buenas maneras. El primer pellizco que me regaló Granada no se hizo esperar cuando el Señor comenzó a bajar, siempre sobre los pies, como deben andar los nazarenos a mi entender, la empinada rampa que salva la escalinata de Santa Ana. Tiraba Dios de la cruz para abrir las puertas del cielo, unas puertas al que debemos de llegar como lo estaba haciendo Él, poquito a poco, aunque a veces haya que abrir el compás, tirando de nuestros problemas con la aceptación que Él lo hacía, parecía que su abrazo a la cruz era el del más profundo amor… por amor, solo con eso llegaríamos hasta las puertas que Jesús nos abrió con su entrega y su resurrección, quizás por ello la banda, muy del estilo Presentación al Pueblo –aquí tocó por cierto el actual solista de la banda nazarena “Dani de Baza”-comenzó a entonar una marcha que me encanta, me levanta los repelucos, ni en sueños me la esperaba en esta visita a Granada, pero los aires del Rosario gaditano se alzaron a las plantas de la calle más bella del mundo, y el Señor, Hijo de la Esperanza nos enmudeció con “El Amor” hecho música.



Se posaba el Señor ante nosotros después del trabajo de sus hombres, por whatsapp se lo comunicaba a Cris que estaba en Sevilla y también le encanta esta marcha. Comenzaba bien la tarde, me gustaba lo que estaba sintiendo, no es lo que yo más ansiaba, pero tampoco era un segundo plato, Granada como el año anterior me volvía a embrujar. Ahora sí, los recuerdos del domingo erizaron mi vello capilar, cuando un tambor destemplado me recordaba vivencias baratilleras, cuando a Dios se le da “Aire para mis Penas”, este Dios granadino no tomaba ese aire, al revés apretaba los corazones de sus costaleros subiéndolo poquito a poco, a pulso para comenzar su camino de penitencia, que a los cofrades nos sabe a gloria por las calles de su tierra… se marchaba ganándole metros, pero pausado, era la salida, lógicamente siempre le cabe algo más de recreación, aunque dicen los costaleros granadinos más sevillanizados que en su tierra parece que no gusta que un paso ande y gane metros poderosamente, tampoco es que gocen de muchos metros, en Granada prácticamente todas las hermandades tienen la catedral a dos pasos, en sí, tan solo tres calles y esta hermandad y casi todas estarían en la plaza de Mariana Pineda comenzado el itinerario oficial. Quizás la marcha de cornetas y tambores hecha en Granada para Granada más famosa marcaba nuevamente el son del Nazareno que como su nombre, desprende un gran poder a quien lo contempla, sonaba “Amargura en tu Oración” mientras la cruz rasgaba el cielo pareciendo aquello un triste medio día rozando el Gólgota, como si en la Chancillería se firmase su sentencia de muerte…


Pero siempre queda la Esperanza, no hay ser humano que la pierda nunca. De los pasos que tenía más interés en conocer de esta ciudad, ese es el de la Virgen de la Esperanza. Aquí, Granada con Sevilla se amasijan para mayor gloria de la Semana Santa granadina. Sevilla en sus andares, en la plata, en el arte efímero y Granada que dibujaba un verde muy patente para esta bellísima Señora que enamora cada mes de diciembre a los granadinos cuando extiende su mano. Sevilla que vistió de verde a una dolorosa con nombre de gloria residente en San Gil, Granada también viste de verde a su más buena moza de San Gil y Santa Ana, a Ella que no nació Esperanza y vestía de negro, pero el cofradierismo la rebautizó como la Señora del sentimiento con color verde, y la glorificó sin borrar lo más mágico que tiene Ella, la pena de su sublime rostro, con la caída de parpados más impresionante que le he visto yo a una talla de la Madre de Dios, no hay desmayo, ni dulzura, ni suspiro ni esa mirada perdida en el infinito como el suyo… para ello, hay que viajar a la noche de los tiempos, tendríamos que detenernos en los inmortales obradores con los que esta ciudad se repartió la riqueza artística que atesora Andalucía. José Risueño, uno de los más inmortales creadores de los perfiles divinos en Granada regaló para el éxtasis de la devoción y del arte esta joya que cada Martes Santo sale desde San Gil y Santa Ana a enamorar a la ciudad con su agotado dolor. Entrelazadas fueron sus manos, los doctos en arte piden a gritos su recuperación pero las nuevas corrientes se las abrieron para marcar más el dolor agotado de María como cree Sevilla que es mejor, y estos granadinos entendieron, que sin duda también le da un sabor indescriptible, así cuando la O se dibuja en su vientre por diciembre, como pasó en el San Gil macareno, también echa el aliento a los granadinos.
Y de su casa salía con rodilla a tierra, la verdad ahí comprendía, por esa puerta porque el paso me pareció algo pequeño, ya que en videos o fotografías me parecería de las proporciones más perfectas para el rico trabajo que tiene en la orfebrería. Los bordados parecen ser lo más granadino que se respira, los del palio no me convencieron, aunque el mismo se corona de algo que últimamente parece que se quiere recuperar de lo que fue sus esencias antiguas, dotar a los palios de unas cresterías talladas y acabadas en pan de oro, en contra de cómo serían las sevillanas, en orfebrería. Algunos palios granadinos ya están apostando por ello, y lo veo magnífico, aunque vuelvo a lo de siempre, el espíritu de la sevillania tiene más presencia en esas futuras cresterías. La de la Esperanza es más granadina, supongo que puede que en un futuro ese palio siga la misma suerte, acertadísima suerte del suntuoso manto que cubría a la Bella Reina del cielo en Santa Ana, ya que Sebastian Marchante (Málaga) se basó en el antiguo manto para realizar una joya más recargada, de más grados de calidad, otra vez lo digo, Sevillania, basándose en granadinismo para crecer, no copiar, siempre inspiración, por eso me gusta siempre destacar estas cosas aunque estemos en una crónica.

Volviendo a la crónica la Señora salía poco a poco con sus costaleros de rodillas y gracias a la cámara podía acercarme a contemplar esa mirada indescriptible. Se alzaba su palio y la percusión de la banda marcaba el compás hasta que el palio estuvo en tierra firme. Aquí esperaba nuevamente una buena cuadrilla, trabajando los palios como a mí me gusta, aunque quizás por la pendiente, el trabajo duro de la salida, el palio bajó algo descontroladillo. Como su Hijo, la Esperanza se posó ante nosotros, para embelesarnos con su belleza, para darle gracias por vivir el éxtasis que supone tan solo con perderse en su mirada. Granada en estado puro, pero con Sevilla recorriendo sus venas, se alzaba al cielo, buscaba algo que le hiciera alzar su caída mirada, quizás la fachada del gran Alonso en Pasiegas y lo hizo con un himno que ha sonada este año más que nunca, “Coronación de la Macarena”, que hizo que el joyero de la Esperanza granadina se marchara esta vez sí, con un compás más elegante, dándole el son que precisan los palios elegantes… la hermandad de barrio –aunque sin cera enrrizá-, en pleno centro se marchaba y la Carrera del Darro se abría como siempre majestuosa para que paradójicamente buscásemos el silencio y la rancidez en una hermandad de barrio, y no uno cualquiera, el Albaicín, buscábamos una cofradía que sería como en Sevilla ver venir a las Penas de San Vicente por el Puente Triana, y esta cofradía haría que no olvidase nunca el Martes Santo de Granada en el año del Señor de 2014…

CONTINUARÁ…

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