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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Y VOLVIÓ A MIRAR A SEVILLA POR LA PARTE DE ATRAS...

La última vez que vio a Sevilla por la parte de atrás, venia enterita compungida, llorando borbotones de rabia que caían desde el mismo cielo en el comienzo de una triste pesadilla de la que no se despertaría hasta tres Semanas Santas después. La última vez que quiso ver a Sevilla alejarse, en lugar de ir hacia ella, su Padre no quiso que la ciudad no viera más bófeta alguna… la última vez que se paseó enamorando a la vieja Híspalis, esa que espera a que su galeón pase para verle la fría mirada del aguante imposible hasta el infinito, vio entre una ligera bulla, de muchos manchegos enamorados de su gracia, a esos otros que dicen por la baja que son “manchegos andaluces”, aceituneros de Jaén, caminar hacia su pecho en lugar de su espalda. Hacía cuatro primaveras que la noche del martes sagrado en la vieja Isbiliya no se tornaba en las tinieblas de la falta de luz, solar y divina, en aquella noche más desemejante de todos los tiempos que tuvo que sentir en sus entrañas la del más Dulce Nombre, donde se obraría la más bella historia de redención en el caminar de los tiempos, eso sí, pagada con el escarnio, la tortura y la sangre derramada de Dios convertido en carne y hueso como cada uno de nosotros…

Para gloria de la Semana de Dios, Jesús volvió a reencontrarse ante Anás en su casa, que podría parecerse por la penumbra, entre ligeras luces de hogueras convertidas en candelabros encendidos de rica talla sevillana anaranjado la plaza de San Lorenzo. ¿Qué osadía de comparación, verdad? situar a tan baja calaña en el mismo lugar donde vive el Gran Poder de Dios, el que además mira a la ciudad, siempre por la parte de atrás… las paradojas de Sevilla. San Lorenzo volvió a parecerse a sanedrín pacifico de la sevillania, porque la misma se hace Jerusalén por una semana, aunque la misma no pudiese evitar el atropello, aunque la misma siga sin poder agarrar la mano del hipócrita del Malco, o por lo menos así lo llaman desde las entrañas de la ciudad del Giraldillo. Venia Jesús caminando de espaldas, mirando cómo se alejaba el lugar de Getsemaní; comenzaba todo, comenzaba la farsa, es curioso, la humildad del Hijo del Hombre, hasta para su tormento buscó la absurdez mundana con la que los hombres hacemos más complicado el valle de lágrimas, es decir que matamos a Dios por nimieces, entonces que haríamos con el fruto seco... Venia Dios en busca de su juicio comiéndose las callejuelas llenas de encanto de su barrio, rasgando la plena madrugada como fue en aquel tiempo, mientras una turba pacifica lo espera y otra camina absorta en su mirada, es el único Dios que quizás no necesita cangrejeros, si lo que se busca en su mirada.

Busca el sanedrín comiendo calle, con la zancada elegante, con el estilo Bofetá que comanda unos Gallegos que se parecen a los primitivos hombres de abajo tan solo en el apellido, aunque quizás mas hubiesen querido aquellos rudos hombres de las tierras que bendijo con su palabra su enviado, el mayor de Zebedeo; el de los caminos de fe…Santiago, para poder gozar de un trabajo que hoy día es arte y fe. El espíritu de Lastrucci se refleja en los grafismos, en los escorzos, en el que se agacha en vil acusación, en la serenidad hipócrita de Anás, en la contemplación indiferente del centurión, en la mirada de ira del que solo sirvió en la vida para abofetear al más inocente de los nacidos… llega el paso, que en verdad podríamos llamarlo la máquina que no viaja si no que detiene el tiempo, con su elegante son, con su suave compás, siempre sobre los pies –pa´ qué más…- exaltando la magnificencia efímera entre el manto oscuro del universo siempre exaltado por la magia de la ciencia de la música, porque lo de Cigarreras es digno de estudio para la ciencia cuando Dios mira a Sevilla por la parte de atrás, siempre contemplando a sus músicos, tristemente allí no iba el que se aruña la cara viviendo y recordando el momento y que a su vez les habla, volviendo a escuchar en sus oídos el más Sagrado Decreto de los cielos antes esos padres de la iglesia que cobijan un templo salesiano. Y hacia tanto tiempo de su último paseo que mientras seguía proclamando la defensa más justa de todos los tiempos “Si he hablado mal... dime en que he hablado mal... pero si no ¿por qué me golpeas?” se preguntaba cómo le habría ido a otros Cristos caminando “Por Triana Soberano” e ensimismándose con la elegancia melancólica de “Y fue Azotado”, porque había llovido tanto, nunca mejor dicho, que para Él fueron novedad… seguramente cuando su pies, que son más de dos, pisan la alfombra de San Lorenzo, entre los perfiles fantasmagóricos de blancos nazarenos y la gubia bendita entre los dedos de Mesa, en busca del adiós esperado durante cuatro primaveras, como mandan los cánones, el chasquido de la mano contra su bendito pómulo tuvo que confundirse con el “forte” de la marcha en honor al Dios azotado de los Remedios mientras obviamente la burbuja de la gracia ya tiene conquistada a toda la plaza, la que presencia el hipócrita tribunal que se come las calles de la ciudad con Jesús buscándola por la parte de atrás, escuchando las acusaciones falsas entre quejios de corneta, esperando la pregunta y la respuesta que lo desencadenó todo allá por el Tardón, donde un “Costalero del Soberano” Hijo de Dios empuja y sumerge con fuerza y templanza, con la elegancia de los bofeteros a su Dios en San Lorenzo, bajo el umbral de la puerta, bajo la pétrea figura del que murió abrasado en una parrilla por tan solo creer en Él, en la gubia manierista de López Bueno, es el galeón que no necesita vuelta cuando se hace el prodigio, entre tanta oscuridad su mirada perdida y decidida de quien espera una “guantá” y volvería a dar la otra mejilla, se ilumina para el éxtasis de quienes lo esperaban para que todo comenzase… la historia de la salvación, bendita Bofetá… cuanto se te ha echado de menos…

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