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lunes, 30 de diciembre de 2013

"JUANILLO EL DE LA PALMA"

EL DISCÍPULO AMADO DE SEVILLA...

Que la Virgen de la Amargura es en Sevilla una de sus dolorosas más especiales y embrujadoras es una realidad que pocos se atreverían a negar. Tiene un todo contendido en su rostro difícil de catalogar, porque sus geniales grafismos, hacen del arte una de las ciencias más sublimes y enigmáticas, donde se mezcla talento con la belleza más humana  y a su vez muy mistificada, el mejor realismo salido de las entrañas del barroco, por eso ahora que está de moda ese exagerado hiperrealismo, creo que se debe a que esto es más fácil, que crear obras de la envergadura de la Amargura. Pocas como ella para representar a una verdadera madre y a su vez la divinidad de quien trajo a Dios hecho hombre a este mundo. Cada Semana Santa, en los días que haya procesionado, desde que posiblemente la tallase en el siglo XVII, seguramente un imaginero del círculo roldanesco, por no decir el mismísimo Pedro Roldán, viene levantando las emociones, la sorpresa, el escalofrío que el ojo humano experimenta ante simulacros iconográficos de tal altura como la Virgen que preside San Juan de la Palma. Por si sola se bastaría, suele ser así, cuando una imagen de tanta categoría, le sobra todo para alzarse como un magnifico instrumento para unir lo mundano con lo divino, misión imprescindible de una imagen sagrada, ilusión y aspiración del imaginero que se presta a realizarla y de reconocimiento cuando son en masa los que se acercan a Ella y se pierden en todos sus encantos, en sus enseñanzas sin terciar palabra y sobre todo en su servicio ante los ruegos… porque no olvidemos que son como imaginarios mostradores donde el dependiente es Aquel que nos escucha desde el cielo.
Mirada mágica aunque angustiada, perdida, con su llanto nos hace intuir sus señoriales pucheros, sin terciar palabra, sin escuchar ningún consuelo, incluso transmite tal sensación, que se nos figura que pararse a pedirle o rogarle, o tan solo rezarle es como entrometerte en su amargura, casi desprende vergüenza distraerla, como cuando el horno no está para bollos, y es mejor callar y seguir dejándola que se desahogue por los siglos de los siglos. Seguramente esto y muchísimo más tuvo que intuir un imaginero del siglo XVIII, así lo creen los más eruditos, quizás un imaginero que llegó a ser mayordomo de la hermandad Sacramental de San Juan de la Palma, autentico seguidor y perfecto renovador en la línea de tiempo del pensamiento y los nuevos modos de la esencias de esa escuela que sacó con total seguridad de la madera tan genial expresión de la Madre de Dios, discípulo de otro de los grandes de aquel siglo de setecientos, José Montes de Oca, que con una aportación, que podríamos catalogar como rotundamente secundaria creó el perfecto complemento, más bien uno de los complementos más inmortales del arte español, ante una genialidad que pocos creerían que necesitase si se gestara hoy día dicha idea y Ella nos hubiese llegado “sola” a nuestros dias, pero que los modos y modas del momento vieron conveniente para legarnos la inseparable figura, la inconfundible silueta de la Amargura de Sevilla, cuando nos viene  cada Domingo de Ramos errante al compás de otra de sus más geniales aportaciones  o postizos que conforman todo su ser, la marcha “Amarguras” de Font de Anta.

Este dibujo que ven, famoso él para los diletantes de lo cofradiero sevillano, pertenece a una idealización, a modo de fotografía de crónica casi periodística de un incendio que sufrió el paso de palio de la Amargura en 1893 a su paso ante el ayuntamiento cuando las llamas de la candelería prendieron las vestiduras de las imágenes. Y me detengo en este hecho, porque observando el dibujo contemplamos abocetado, casi como sombras  siluetadas la estampa del paso palio con el susodicho incendio, donde obviamente pocos podríamos  intuir que se tratase de la Amargura sin que nadie no los refiriera de quien se trata, pero  meteria la mano en el fuego de que no haría falta muchas pistas, porque esta tan magistralmente abocetado ese complemento secundario al que me refiero que rápidamente dibujamos en nuestro imaginario al paso palio de la Amargura, caminando con la marcha Amarguras.



Y es que así me lo ha pedido el alma, en mi más extenso homenaje en este blog por una festividad, la del discípulo amado, San Juan evangelista, el que dibuja esa inconfundible silueta “amargurista”, el mismo que lleva unido indisolublemente tantos y tantos años junto a la Amargura que no han sido pocos los que se han rendido ante esta imagen, que seguramente talló, ese baluarte del XVIII llamado Benito Hita y Castillo de Guzmán, aunque siempre se le ha llamado, quizás proveniente de una admiración romántica constatada a su figura, que pareciese ensalzar su legado enalteciendo su nombre, porque decir Hita DEL Castillo, nos puede dar síntomas de enaltecimiento, como más señorial, casi de linaje noble. Incluso los cronistas del periodo decimonónico se embelesaban mucho más en la descripción de este evangelista que de las portentosas imágenes cristífera y mariana de la cofradía del “Silencio Blanco” por antonomasia.
Algunos amigos capillitas en sus juicios de valor me han indicado en reiteradas ocasiones que no saben que le ven tan sublime tantos y tantos a la figura de este San Juan dieciochesco, quizás tallado en torno a 1760, sobre todo al contemplar su semblante frente a frente… “una imagen buena, sin duda de las antiguas y poco más” es lo que muchos  de ellos ven es su grafismo de adolescente refinado del setecientos. Pero siempre les insisto que no es una imagen para contemplarla sola, cara a cara, toda ella se creó y creo que con un talento impresionante para conformar un dúo, con una misión muy teatral, casi de misterio mariano – similares conceptos escénicos tomaría siglos después Castillo Lastrucci- , dos imágenes para crear una sola, un solo mensaje y a la vez cientos, que incluso puede que Hita del Castillo readaptase las imagen de la Virgen –está documentado una intervención sobre la realización de un nuevo cuerpo y candelero en 1763- para conseguir el inigualable efecto que hoy día sigue y sigue impactando a todos los que se plantan a los pies de su paso o en su camarín. Son muchas las voces que piensan que una sacra-conversación, más que sumar; resta, normalmente la figura de San Juan es la que para ellos sobra, que más que complementar lo que hace es tapar. Pocos son los ejemplos que salvarían, siendo ésta sin lugar a dudas la que pocos se atreverían a quitar, porque como digo, solo contemplando la siluetan que dibujan, rápidamente se intuye en nuestra mente a la Amargura de Sevilla, es como si San Juan fuese una parte más de su cuerpo, de su figura y así es como los siglos nos lo han venido mostrando, siempre viendo esa inclinación cortés, del que intenta consolar, mientras el giro de cabeza de la Virgen nos hace intuir una escena tan común y tan humana de la imposible compresión ante un hecho doloroso, del que no quiere escuchar, como en este caso, la condenación de un hijo vivido en las carnes de una madre, mientras Ella, más genialidad aun, resiste con tanta fuerza, al modo de las grandes y refinadas señoras  tal carga emocional, siguiendo el que tallase su figura tan acertadamente las directrices de Trento, donde la Virgen no podía dar una imagen de mujer derrumbada, su infinita amargura tenia que ser mostrada con entereza, aceptando los designios de Dios, en una nueva clase magistral de catequesis donde no se tercien palabras. Lejos estaba ya el llamado “pasmo”, si la Virgen se nos muestra derrumbada de dolor, como iba a poder hacer fuerte a aquel que le llega derrumbado pidiendo auxilio espiritual. San Juan es la humanidad y María le contesta, sin palabras, con la fuerza sobrehumana que insufla el de allí arriba.




Invita al espectador a imaginar en su mente que le puede estar diciendo a María, porque están tan complementadas ambas figuras  que sin decir palabra, solo con sus conseguidos gestos, están hablando sin hablar y están diciendo sin decir. Por ello esta silueta, este compañero inseparable, de una imagen que de por sí sola, la bastaría para levantar el asombro y la emoción, esta tan estrechamente unida en todos los sentidos, que no hay azulejo donde la silueta de este jovenzuelo de afilado bigote no figure en su inseparable conversación con la Virgen de la Amargura, siempre junto a Ella en los diferentes altares en los que ha recibido culto, -hasta cuando fueron escondidos en tiempos políticos convulsos-,  nunca separados como por ejemplo está la sacra-conversación de la hermandad del Gran Poder, donde sin duda se tomaría la referencia para crear esta perfecta sacra-conversación donde muchos nos les tiembla la mano al decir que está incluso la supera sobre todo por el magnífico trabajo realizado, seguramente por Hita del Castillo en el movimiento de la imagen de San Juan, donde incluso un personaje secundario provocaría una alteración en la postura de la titular mariana y conformar la genial estampa que se dibuja cuando llegamos ante la Amargura, que aunque nunca se nombre a San Juan, todos llevamos en el subconsciente encontrarnos con su encorvada espalda, su adelantada zancada y su poderoso giro de cuello, del que sería encomendada la protección de la Madre de Dios desde el mismo madero. Una genialidad iconográfica, que tildaría de indiscutible inspiración divina, que no sería de recibo olvidar la ejecución de las manos de ambas imágenes a cargo del gran escultor, desconocido para los diletantes del arte cofradiero en gran medida, Antonio Susillo –maestro de Lastrucci- que tuvo que realizar nuevos juegos de manos para ambas imágenes tras el incendio anteriormente referido además de la restauración de las dos imágenes, porque la expresión de la manos son sin duda un complemento igual de indispensable para la perfecta armonía en lo referente a iconografía y la expresividad y teatralidad de los personajes, “actores” que en este caso son siempre uno, un conjunto que todo el mundo llama Amargura de Sevilla…







Está tan idolatrada esta pareja, que en cuatro ocasiones la Virgen –la última en 2004-, para eso ostenta más “rango” ha procesionado sola bajo su impresionante paso de palio –donde igualmente Rodríguez Ojeda dibujó la más perfecta armonía de bordados para revestir a este “príncipe” de San Juan de la Palma, junto a su Reina-, algo que motivó el descontento de muchos, infranqueables a pensar que este San Juan sea un mero complemento, que lo es, pero a su vez un completo infracturable en el ideario popular de cómo siempre debe presentarse a la Amargura, sin duda que cuando la coronó el cardenal Segura, quizás hubiese tenido que darle un rango similar a su más fiel compañero. Y es que hasta el movimiento del nimbo de San Juan es una de esas cosas que levanta el escalofrío cuando camina en el portentoso paso de palio, una de esas estampas que cuando la imaginas, el ansia de pasión se desborda y cuando esperas la llegada de cofradía tan admirada, la gracia te pellizca el estómago y un nudo en la garganta te asfixia ante la emoción de contemplar una de las siluetas más inconfundibles de la Semana Santa universal, ver a la Amargura no queriendo escuchar al que inspiradamente Núñez de Herrera llamó el “Juanillo de la Palma”, porque sin duda es este San Juan sin discusión alguna el más predilecto de la vieja Híspalis, tal como lo tilda Andrés Ugarte en su instructivo libro sanjuanista… el discípulo amado de Sevilla.

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