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miércoles, 25 de junio de 2014

DIOS SALVE, EL CORPUS DE SEVILLA... (y III)

Acabada la comitiva de la procesión más importante del año, de toda la esencia de la celebración, ahora tocaba la última… ¿secundaria? A quien va a engañar un capillita si les digo que a Sevilla fui y no me podía ir sin ver lo que se avecinaba… se nos iba Dios Verdadero con marcha militar al cielo de la embriagadora montaña de piedra hueca que es la Catedral y hasta la Giralda se la presentía nerviosa, porque la gracia de su ciudad se iba hacer nuevamente por arte de magia. Se nos iba el de verdad, pero nos volvía a la calle uno de “palo” que no nos confunde, la verdad, yo creo que todos lo tenemos más que claro, incluso lo comprendemos más fácilmente que el de la Custodia, Sagrario errante, pero que si no es Dios, seguro que Él baja y se aposta siempre a la vera de estas esculturas para conmovernos y hacernos sentir su presencia, como más sencillamente necesitamos los que la profunda teología y la meditación más mística se nos queda más lejos de alcanzar. Hacía calor y la masa se movía pero no se dispersaba, las sillas seguían ocupadas, las sombras de los arbolitos me retrotraía a una escena mucho más triste que ésta, cuando eran desbordados de personas intentando refugiarse de una triste lluvia de Domingo de Ramos. Ahora buscaban el refugio que da la sombra, de un sol que aunque no quemaba como se podría esperar, si dejó sus marcas sobre los que tenemos las frentes más despejadas. Y Dios nos haría sentir un segundo Domingo de Ramos, que la verdad me esperaba que fuera así, pero no lo fue, Sevilla, como diría la canción, tiene también su color especial para el Corpus.








Así que el Dios de “la Sena” como se nombraba por allí en el ambiente, levantaría los repelucos de la gracia que se nos fue casi dos meses atrás, entrecortando su figura por la ciudad al sublime compás de los hombres de abajo y la perfecta banda sonora de su gente de las Cigarreras. En cierta ocasión, hace años, me contaron que la hermandad de la Estrella, o más bien las juntas de antaño, su sueño es llevar a las Cigarreras tras su Cristo de las Penas en el Domingo de Ramos, pero que la banda no dejaba a La Cena, simplemente por no perder este honor del día del Corpus, seguramente sea una falacia más para los aburridos de los mentideros capillitas –curiosamente con esta hermandad tocó por primera vez la banda en su historia-, pero en cierto modo lo podría comprender, porque lo que se vive y viví fue digno de unos de los días más mágicos del año, digno de relucir más que el sol. Así la ciudad se arremolinaba a las puertas del Palacio Arzobispal donde llevaba unas horas cobijado el Cristo del cenáculo sevillano. La percusión en paso ligero de las Cigarreras anunciaba el comienzo de la gracia y las cornetas pregonaban con sus sones, una especie de pasodoble o fandango adaptado, que por fin había llegado un nuevo jueves de corpus, que en su mediodía se colmaría con una nueva lección catequética, en la plástica del arte, de cómo Dios nos dejó su Espíritu Santo en el pan y en el vino, para que comiéramos de su cuerpo y de su sangre hasta el fin de los días en conmemoración suya. He aquí el hecho de porqué esta imagen tiene cabida en la fiesta de Dios Sacramentado, para explicar de cierta manera su origen, poner cualquier titular en un altar no es lo mismo, no procede, ya sea un Cautivo, Nazareno o crucificado, es más una asociación cofrade de Sevilla Este puso su imagen en un altar del recorrido y está siendo criticada por ello, de que en estos altares no caben imágenes pasionistas, normativas eclesiásticas incluidas.






Tenía mucha ilusión desde hace muchos años por vivir, cuando en aquellos coleccionables del Correo de Andalucía destacaban como curiosidad de esta hermandad, todo lo que había vivido en este día y lo que aún me faltaba. Entre la bulla salía el cortejo y rápidamente comenzó todo. La cuadrilla se reconvertía, las cosas de los cánones no escritos, del silencio a la mayor toma de licencias cuando la música toma la trasera de un paso. De los golpes de llamador de paso de silencio, a la llamá, a la contestación, a la dedicatoria, al sentimiento hecho palabras. Un “a esta es” renacía los repelucos del alma, como una inyección de metadona para el que esto es una droga bendita y los días grandes se le hacen aún muy cuesta arriba. Paso templo, algunas llamadas al silencio y el Giraldillo con un soplo de fe hace sonar sus campanas, porque aunque parecía pasión, la gloria se mascaba por todos los recovecos del apolíneo escenario. Un cornetín real, llamaba a la marcha de los reyes, porque el que salía, en este país se le tiene y debe tener siempre los mismos honores, aunque el que se paseaba por Madrid algún día tuviese que hacer nuevamente las maletas… aunque mis amigos los politizados aun no comprendan el sentido de estas mis apreciaciones. La marcha real lo inundaba todo y la cuadrilla cambiaba el chit, y marcaba “sobre los pies”, cambio de esencia de cómo la ida tal como dije y a repartir baberos por toda Sevilla, mas a mí se me caía algo más que la baba cuando las cornetas segundas entremezclaban la marcha real y enlazaban magistralmente con el himno eucarístico por antonomasia, el “Cantemos al Amor de los Amores”. Comenzaba la revirá y la burbuja no tardó mucho en envolvernos, en enmudecernos, algunas señoras entonaban la letra de Sagastizábal, la sinfónica de cornetas y tambores dando lecciones de musicología y sus infinitas posibilidades, los pateros llamándose a la gloria y Dios, porque ahí sentí que estaba Dios miraba a su reino reluciente y azul dispuesto a escuchar a todos los que se apostaban a su paso de caoba oscura y pureza en flor, espigas y uvas de vida. Era un sueño, y al Dios de la Cena le daba las gracias por estar allí disfrutando de tal forma, que cada vez, me es más imposible tratar de transmitir… bendito evangelio de los sencillos. Una nueva marcha dibujó el camino del Dios vestido de tisú de plata y primavera en el manto, con dedicatoria al nuevo monarca –si es verdad que algo hacen, que Dios lo guie…-, que buscaba el ojo de aguja de Placentines sin pasar por la Cuesta del Bacalao, ganándole el ojo a la razón, que hasta que no entró en la estrechez nadie lo hubiese creído que por allí pasaría, antes pareció que Cigarreras quiso darle también su homenaje al Giraldillo que corona la ciudad como “Alegoría de la Fe” en la marcha, despidiéndose también del Señor que me dejaba atónito ante la maestría de los músicos cigarreros revestidos con uniforme de verano.








Se alejaba el Señor al compás de la palillera, el banderín de Garduño enmarcaba la escena mientras arriba, la estrella madre apretaba, la sudor resbalaba casi como ríos y hasta ese momento apenas llevaba en el estómago un café, un zumo y una rebanadita pequeña de tostada, como media magdalena para que me entiendan –ojú como tienen que estar los impuestos en Sevilla, porque me lo cobraron como un bocata de lomo…- , eran pasadas las doce del mediodía y en los bares las cañas refrescaban hocicos sin cesar, y la visualización de ella, tan rubia y brillante, con su flequillito blanco parecía producirme como si tuviera un bacalao en salazón enroscado sobre mi lengua. Fue el momento del tentempié para poder tomar fuerzas y entregarme a lo que el Señor de la Cena me concediera. Un descansito, una cervecita, un montadito, una paellita –como les gusta a los sevillanos, diminutivo para referirse a lo que se disfruta-, que por cierto más de un lector de mi pueblo me está dando la razón en eso de que la Cruzcampo sevillana es sublimemente sabrosa y de un punto de frescor que por aquí no se alcanza. Día del Señor y día de coronación, el nuevo rey se paseaba para emoción y orgullo de los que le gusta costear eso sobre su coche de caballos del siglo XXI en el televisor del bar Gonzalo, en puertas de Argote de Molina, la verdad sea dicha, si estábamos allí celebrando lo que se estaba celebrando, en cierto modo, supongo, será por obra de su padre, don Juan Carlos, que trajo el tiempo de mayor paz social y convivencia ideológica que se recuerda al país. La anécdota del día fue que un equipo de TVE, del programa España Directo entró al bar a grabar un reportaje sobre como Sevilla estaba viviendo la doble celebración, que la verdad, sentí que la ciudad que allí se arremolinaba no le restó un mínimo de atención al nuevo monarca. Como curiosidad, me inmortalizaron para los televidentes mientras entrevistaban a un ciudadano más, con la anécdota capillita de que se trataba del conocido costalero de la ciudad, leyenda viva, patero de San Gonzalo, el “Canina” que igualmente estaría refrescándose para contemplar el caminar del Cristo del que es contraguía con la familia Palacios, aunque en esta ocasión la cuadrilla fuese la del Cristo de la Humildad y Paciencia, con Juan León al martillo, quien desarrollaría el trabajo, de arte y sentimiento de vuelta a los Terceros.






El siguiente punto fue en Francos, en la bocacalle de Chapineros, bajo el balcón que ganó el segundo premio de la modalidad donde se acomodaba mi amigo Carlos Madueño contemplado la vuelta de la comitiva. “Cordis Mariae” que significa el “Corazón de Maria”, una nueva genialidad del Rafael Vázquez, música trianera para Cigarreras, parecía como el dosel transparente de notas musicales que escoltaba al Señor, envuelto en la gracia del arte efímero, dibujando el perfecto cierre de la inspiración mundana, ante los altares del corpus, Él que era un altar de corpus errante para la ocasión, llevaba su más perfecto dosel, siempre ganándole metros, sin correr y ni contando adoquines, una nueva lección de cómo en menos de tres horas plantó al Señor ante las puerta su casa.
La Cuesta del Rosario es punto destacable de esta procesión, y por allí rápidamente se completó el cupo. Al buscar la sombra no lo veía venir por Francos, enamorando a la madres sevillanas con su amor, porque el himno cigarrero “Amor de Madre” apretaba los nudos y “El Dulce Nombre de María” marcaba el compás en la revirá que dio paso, si no recuerdo mal a una eterna y gran chicotá que posó a Dios en los dominios de la Costanilla. Algunas caras conocidas del “jartiblismo” capillita en Andalucía, como un compañero del Sepulcro de Córdoba,  se apostaba a los pies del Señor y la música se hacía “Divina Pastora de Cantillana”, para entonces ya había decidido que la mejor opción es esa de abrazar y acompañar los pasos mientras la marea sea controlable y embellezca más que indignifique. Uno de los detallitos del día, una cara famosa caminaba junto al paso, y una pincelada seguramente salida de las entrañas de la pasión por este mundo, colgaba una medalla en el cuello de Antonio Garrido, el actor presentador que orgulloso relevaba al aguaor del paso, para que vean los menos doctos en sevillania, lo que hasta allí es un honor. La verdad que cada chicotá fue homenaje a los sueños del alma, porque Cigarreras tiró de la gran mayoría de su míticos existos. Coronando la cuesta, la cara del Gran Poder venia al corazón y “Esa espina de tu cara” también se hacía dolor y oración musical para un día de plena gloria, qué disfruté con esta marcha. Por San Isidoro, con unos chavales, adivinábamos como Dios se acuerda también de sus “Reinas del Baratillo”. Éste que les habla se confundía con “Madrugá Sevillana”, quedando este “listillo” en evidencia con los chavales, pero quiso el Señor repartir verdades y en la siguiente sonó “Madrugá Sevillana”… lo que no pueda el Señor.









Ahí paró la eterna y genial chicotá, lo que hace el oficio, no dudaría que esto lo hubiesen andando sin apenas ensayos previos. Relevo de cuadrillas que ahora tocaba unas apreturas gloriosas que me trasladarían a lo que aún tengo que contarles que me pasó en el domingo de la gracia, cuando en ese mismo punto cogimos al Señor de la “zancadita” y los sentimientos me llevaban nuevamente a la burbuja de lo inexplicable. Por la especial disposición de la imagen en este paso, algo alto, por el sobre-canasto, no puede contemplarle la zancadita que le imprimió Santos Rojas. Boteros, buscando Sales y Ferré es uno de esos lugares, como diría Pascual González de “calleja prieta” para paladear las estampas de mayor sabor cofradiero. El sol tostaba, sofocaba y ya veía en el horizonte un heladito de la próxima plaza, pero esta calle nunca deja opción a la indiferencia. Pasar por ella me retrotrae a este Dios de mirada azulada, que no sé si más bien es que el cielo se iba reflejado en sus iris. Allí vería asomarse a Giulio Caccini que se dispondría a partirse la camisa de la emoción, solo ellos sabían lo que estaba por llegar cuando el pellizco más intenso de esta vuelta a los Terceros se prendió en el pecho. Cuando comenzó a sonar esta versión del “Ave María” de Caccini los corazones se dispararon, el silencio no hizo falta ni pedirlo, el italiano dirigiendo desde la gloria atónito de cómo esta rara “orquesta” emocionaba con sus sones de cornetas y tambores. Ni calor ni sudor, más bien escalofrío. El arte efímero convirtió el lugar en catedral improvisada de paredes encaladas en colores eucarísticos y bóvedas de azul cielo, donde ángeles revoloteaban a modo de frescos donde el Señor no paraba nunca de mirar, siempre invocando a su Padre Eterno. Las Cigarreras eran la orquesta y la corneta la voz angelical que nos trasladaba a otro mundo, a otra mística y a otro momento similar de inolvidable recuerdo tras un Dios Soberano bajo el Arco del Postigo. La percusión parecía despertar del sueño, siguiendo por las apreturas, siempre rodeado de gente y “En mis Recuerdos” terminaban por cerrar el momento del más puro arte efímero con la misma templanza que el sonido de las campanas tubulares.
No había cansancio, como se nota que si hago las cosas como creo que hay que hacerlas, los pies ni se resienten. Pero tras esto salí a tomar un helado de los Rayas, para llevarme cuando más pinta el sabroso recuerdo de sus magníficos helados, mientras el Señor se acercaba poderoso con esos clásicos de los clásicos, “Pasión, Muerte y Resurrección” y sobre todo “Y  Tú Estrella”, una de mis marchas preferidas. Comiendo calle, creo que la policía empujaba a ello, ya que la zona no estaba cortada al tráfico sumergió al Señor de la Cena, ante San Pedro, por doña María Coronel acariciando poco a poco los confines de su barrio. Así, en la esquina con Gerona lo esperé venir, que se acercaba con mucho sabor a Triana, abarcando con sus brazos el enfilado de naranjos, con un cortejo bien formado venia caminando con “Por Triana Soberano” para plantarse ante una nueva chicotás de las de pellizco. Antes, el capataz llamaba a sus hombres, y quizás aprovechando estos momentos más gloriosos del día del corpus, le daba juego a sus emociones y ánimos hechos palabras dedicándole la levantá, bella y emocionante a esas nuevas generaciones que se sienten atrapados por las cosas de Dios, de Dios según las cofradías. “Un Cielo para mi Virgen” marcó la revirá ante tan colosal obra del bueno de Bienvenido Puelles, el sabor de mi Cristo del Tardón se paladeaba en cierto modo muy patentemente en cada paso dado. Picaitos sublimes de sus compases finales entre marcando la estampa de Jesús jadeante, con su mantolín enroscado como la hojarasca de sabor romántico de los bordados buscando su casa en las últimas horas de la mañana. Los bares de la zona de los Terceros, como el legendario “Rinconcillo” -siglos de historia señores, sirviendo a los sevillanos- se colapsaban de las personas que celebraban el Corpus como siempre ha sido, con una mañana radiante de fiesta, de procesión y de buena ligá al medio día, gloria total porque allí esperaban la vuelta del Señor, porque lo esperaban, no como por otros lugares, que simplemente… se encuentran  y a veces el Señor y los creyentes tenemos que escuchar las borriqueces de los que no sirven nada más que para tragar cerveza y cubalibres.







El Señor se plantaba con su ser hecho música “Al Señor de la Sagrada Cena” enmudeciendo la aplastante vida cotidiana cuando nos llegaba con esa faz llena de una unción irrepetible, con sus hombres de abajo no perdiéndole la cara ni la pelea al paso, pero se notaba ya el peso de las chicotás y la temperatura que se tenía que respirar debajo. Caminaba ahora este que suscribe, viéndolo venir, donde los empujones de los diputados eran más constantes y cansinos, cuando los que no andaban era la cofradía, aunque me dirán que allí yo no tenía que estar. Pero cómo no estar cuando comenzó a sonar “Y fue Azotado” y de mi mente solo sabía salir “gracias y más gracias Señor”, caminado entre la bulla, casi cangregeando… el éxtasis final de la marcha era solamente para enmarcar su cara en el corazón y sentirse partícipe de toda su creación. Petalada de recibimiento al Vecino Bendito, porque así tratan los sevillanos a sus Cristos y sus Vírgenes que son la bandera de su vida y donde asientan sus raíces, en cada rincón de Sevilla tiene  que haber un Cristo y una Virgen que viaje en las carteras, y por la calle Sol, mientras el que le daba nombre apretaba ya qué daba gloria calorífica, viajaba como siempre han andado los costaleros, “Sobre los pies te lleva Sevilla” que plantó al lado más cofradiero del día del corpus ante una las puertas protagonistas  donde se obra el milagro de la Semana Santa cada Domingo de Ramos.








El llamador llamaba al aldabonazo a una mañana inolvidable, la bulla era menos densa, ni por asomo a lo del Domingo de Ramos de salida, pero daba igual, porque gusta sentirte entre los más locos de este mundo. Las trompetas llamaban al “Costalero del Soberano” y las cornetas alzaban sus últimas sinfonías de gloria al Altísimo, que altísimo iba en el paso, mientras las gotas de cera inundaba la tablazón de la mesa del paso, que dio poca luz necesitada al no haber oscuridad, pero que seguro iluminó allí en la gloria a tantos y tantos que necesitan salir de las tinieblas. Era el último momento, y se saboreó esta última revirá que llevó al Señor al interior del templo como las cofradías rancias, dándole el Cristo la espalda a su pueblo. Y los ecos reales se entrelazaron como aquella noche inolvidable en San Lorenzo viéndole la cara a un Dios abofeteado mientras, Él ya contemplaba a su Madre Encarnación, entretenida en la lectura en el altar de su día a día esperándolo, y otra vez “Cantemos al Amor de los Amores” para recordarnos que día estábamos viviendo, y que nos trasmitía Él con su bendición y el cáliz en la segunda mano, adentrándose en la oscuridad del templo, en el embrujador final a unas horas que no sé cuándo volveré a disfrutar pero que siempre recodaré cuando sea jueves de Corpus Christi…

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