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viernes, 27 de junio de 2014

DOMINGO DE RAMOS... SEVILLA, PARAÍSO COFRADIERO. (IV)

La estrechura horaria que marcaba mi Domingo de Ramos en Sevilla me hacía dibujar viejas experiencias, volver a caminar lo caminado en el pasado. Ya sé que la Semana Santa siempre es igual y a la vez siempre es diferente, es el arte efímero, es la iglesia de Cristo en movimiento, buscando en lugar de recibir, pero no me gusta repetir situaciones, me encanta encontrar nuevos paisajes y nuevos momentos. Así que el Domingo de Ramos sería de mismos escenarios, en el mismo plató de la vida. San Roque siempre me sabía a plaza de la Encarnación o más bien plaza de San Pedro porque tras lo mismo había que situarse con antelación, porque el motivo lo requería, en uno de los momentos que hacen de la Semana Santa de Sevilla, una celebración que traspasa las fronteras de lo conocido. Así, mientras un manto “garduñense” se alejaba entre suntuosos barroquismos bajo la “nave espacial” de la Encarnación, el rumbo volvía a ser el de todos mis Domingos de Ramos a excepción del anterior. Me llevaba a Pedro y Antonio por Santa Ángela, ante la puertecita de su convento y el clamor de la calle ya tomaba el sabor de los nazarenos blancos que más pellizcan el alma en Sevilla. Se volvía a repetir el rito, aun a sabiendas de que no me iba a parecer ya rutinario. Lo cierto es que si no me hubiese tenido que volver traspasada la media noche, quizás este año la hubiese cambiado por la recogía, solo por vivir nuevas experiencias, quizás hubiese hecho como Cristóbal que a esas horas estaba viviendo una Cuesta del Bacalao en Domingo de Ramos y yo eso aún no lo he sentido como mandan los cánones.
Una hora antes, otros años podías llegar bien cerca de la puerta, aunque no podíamos moverte mucho del sitio en esos pocos más de sesenta minutos de impaciencia. Obviamente las puertas de San Juan de la Palma ya tenían gente, según algunos desde las tres de la tarde. Pero este año aquello estaba irrespirable… decían que poca gente este año, allí no, allí había ya una marea que en un principio me hacía sentir que vaya racha llevaba, que la salida de la Amargura no se disfrutaría como siempre. Seguramente hacia más calor que hoy, sin exagerar, pues imagínense meterte en la locura de una bulla buscando, la verdad, no sé qué… pero se hizo el milagro y pudimos llegar hasta al sitio más o menos privilegiado de estar casi frente a frente al portón donde sale la hermandad que hace del negro, el color blanco… el silencio; ecos de cornetas y tambores y una melodía siempre cargada de Amargura, que llamaba al silencio...










La hora se completó muy apretados, con mucha sudor, calor, con nuestro Antonio sintiendo lo que le advertí, los malos momentos de Sevilla para poder alcanzar la gloria. En algún momento tenía que llegarnos, pero hubo suerte, un año más teníamos lugar más que digno para contemplar la salida de una de las cofradías de “champions” como dirían algunos. Suerte es la que tuvieron Félix, Óscar y David que por el lugar más complicado aún, nos aparecían de la nada, habían conseguido el reto, pudieron completar el itinerario que les marque por tlf, que la verdad dudaba mucho que pudieran, y con algunos fallos y rodeos se introdujeron en la masa y nos encontraron, “menos mal” como decía Félix… sería que el Señor de la túnica blanca y su Madre la Amargura nos quería juntos otra vez, Ellos que saben de nuestra pasión por sus esencias. Por fin, como siempre, se abrían las puertas. Los toques planos de corneta afinando cesaron y la cruz de guía parecía un muñidor silencioso que llamaba a la calma, al silencio y a la impaciencia interior. La serpiente blanca de la Cruz de San Juan volvía a dibujar esas cosas que pocos saben describir, abriendo casi desde el principio la burbuja donde nos sumergiríamos hasta que viéramos por la esquina de Feria difuminarse un apoteosis de bordados juanmanuelinos…
Se mascaba un momento de nudo en la garganta, de pellizco, éste se encuentra sin necesidad de la sorpresa, quien quiera sentir lo inigualable y la supremacía de la Semana Santa de Sevilla que se vaya a ver salir la cofradía del Silencio Blanco. Silencio parecía gritar las paredes, porque yo creo que con la plaza vacía se escucharía más ruido, porque este pueblo cofrade sabe hacerse partícipe del Señor y guardar silencio ante palabras necias. Los ciriales advirtieron su llegada, mientras cientos de nazarenos dieron muestras de que se puede andar más rápido y no aburrir al personal. Poco a poco, como el que no sabe asimilar lo que se le avecina, su canasto con forma de peana con aroma a Madrugás, fue emergiendo, con esas trazas que nos muestra la grandeza de antaño y la presente solera que eso produce hoy día. Candelabro personalísimo, magnifico, esencial, no le cabe otro, iluminaba la desviada mirada del Señor del Silencio, ese grande y omnipotente Cristo de San Juan de la Palma, con su también perfecta túnica, porque en la Amargura todo es perfecto…
Poco a poco, otra rama de Villanuevas sacaban como si de una caja de cerillas se tratase el galeón del Silencio ante el desprecio de Herodes. Y como pasa siempre, otra vez me sabio a nuevo, una banda aflamencada sacaba su esencia más sevillana y aun con el trinar de cornetas en la plaza seguía escuchándose el Silencio… ¿qué palabras puedo utilizar para describir esas sensaciones? Se iba el calor, el sudor, el dolor de pies, para que todo fuese como siempre… Triana y su Silencio Blanco, paradójicamente como dirían los cantores, la magia de una corneta llamaba al silencio. La cuadrilla ya andaba sobre los pies, parecían como un barco fantasma pero sin sábana, como si allí no hubiese nadie, reviraban mientras le perdíamos la vista a los perfiles de Dios, con esa su nariz algo respingona. David decía que en la otra calle hubiese sido mejor, porque lo ves venir poderoso, quizás tenga razón, pero cómo perderse ese clima que se recrea con el galeón del Herodes en su plaza, con su silencio, con su marcha. Es curioso, en cuaresma vi ensayar su cuadrilla y me fui extrañado, no me había impactado, pero sería porque no llevaban ese particular paso en forma de V del arte de la rocalla, será la experiencia que hace que se permitan fallos de principiante, total, a cualquier estrella de fútbol se le va un control de balón. Pero ellos, al terminar la revirá me mostraron unos de los pellizcos de la Semana Santa de Sevilla, que no es otra que ver una revirá del barco de San Juan de la Palma, y ver con que poderío, único, imcopiable ves marcharse a Herodes, sentado en su trono, entre esos candelabros tan personalísimos comiéndose las calles de Sevilla… se había hecho la gracia, pasó como siempre y como siempre fue distinto e irrepetible, la magia del arte efímero, donde el mago es un pobre carpintero nacido en Belén hace dos mil años, que vive en esta plaza todo el año revestido de relucientes vestiduras…











Miraba la cara de Pedro y observaba que estaba ensimismado en la burbuja, parecía no despertar del sueño, había sido todo tan bello y a la vez embrujador que hasta se me olvidó que quedaba un plato aún más fuerte de cómo la música puede llamar al silencio. El lugar nos hacía ver como los hombres de Ollero movían a “paso templo” el palio de los palios del Domingo de Ramos para plantarlo ante el dintel por donde la amargura más deseada de los sevillanos saldría a enmudecer a la ciudad hispalense. Y nuevamente se prendió la chispa, y el poco murmullo desapareció. Un jardín de oro colgado entre varales parecía querer rozar el dintel, enroscarse como enredadera e igualmente ensortijado entre planchas de plata parecía querer besar los lados del portón, y una ascua de luz anaranjada, única, solo de Ella nos trajo la magnificencia del arte cristiano según Sevilla. Un caudal de mensajes envueltos entre María de la Amargura y su fiel acompañante, “Juanillo de la Palma” como me espetaba el amigo Guerrero. Recordaba mi vieja entrada sobre el mismo, cuando el pellizco me surgía cuando veía como se movía con tanto arte hasta su nimbo, y la verdad no sé si es un efecto que pasa porque si o buscado por la esencia estética de esta hermandad, porque en el Señor, el movimiento de sus potencias, es también una de las estampas indispensables que surgen dentro del universo de detalles que nace en la medula espinal de la Semana Santa sevillana. Absorto en el apoteosis que emergía de la verdaderamente llamada iglesia de San Juan Bautista, comenzó a sonar el himno no oficial de la Semana Santa de la ciudad, sin ninguna duda, por fin me encontraba con mis marchas favoritas, por fin Sevilla sonaba a rancio abolengo, a solera, era la cofradía que más le gustaba a David aunque me destacase que las restauración de los bordados, ciertamente lo que hace es re-bordar la joya que cosiera la hermana de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Aun así su esencia sigue ahí viva, mientras la cuadrilla movía el palio como creo que debe moverse ese palio, y digo esto, porque en otros lugares varía el movimiento de este palio, y aquí es cuando más retenido y firme va el asombroso conjunto artístico. Miraba a Antonio, todos con la mirada fija en un solo objetivo, ensimismados, sepa Dios lo que cada mente estaría pensando, y me decía a mí mismo “esto es la Semana Santa de Sevilla Antonio”, la que no deja indiferente a nadie. Es todo tan fugaz que te es imposible observarlo todo, de ahí que viniese bien la visita mañanera, porque aquí el arte efímero colmaba su techo, la joya en movimiento, con la joya de Font de Anta, igual que su Hijo seguía su marcha como si por ahí solo estuviesen los costaleros y el dúo de la Amargura más inconfundible de la ciudad, porque como ya dije una vez, San Juan forma parte de la silueta de la Amargura, y buscando la Feria, con la cascada de oro por bandera, así me lo volvió a descubrir dos años después… la Amargura ya caminaba por Sevilla, para algunos ya había comenzado la Semana Santa de Sevilla…
Todo acabó dejándonos llevar por una marea humana por Santa Ángela otra vez, Félix decía que era la calle que buscaba y no alcanzaba, ya se han enseñado y un día me pegan la patá… pero bueno, él gusta vivir la Semana Santa muy parecido a mí, seguramente que volveremos, así lo quiera Dios. Me los llevé a mostrarles esa carta, que ya les dije, tenía guardada en la manga, cosas de la experiencia, ya les dije que volví a trazar sendas que mis pies ya habían pisado. Por San Pedro, una calle prieta se abriría para recibir en su seno la cena más famosa de todos los tiempos…














Hace unos días les contaba mi pasión por La Cena de Sevilla, junto a su Señor, y la magia que desprende en un entramado de esquinas conformadas por Odreros, Boteros y Sales y Ferré cuando ya sea el Corpus o Domingo de Ramos vuelve de recogía a su templo. Hace unos años fue la sorpresa de la jornada que nos colmó de pura gracia, pellizco y todos los calificativos que le damos a las sensaciones sin nombre en el diccionario. Dudábamos donde colocarnos hasta el extremo, de que mis amigos nos dejaban nuevamente porque les parecía más atractivo llegarse más abajo a contemplar la salida del Amor. Y no pongo en duda que no lo sea, la he visto entrar y el momento fue irrepetible, pero para mí hay solo un Domingo de Ramos al año, y en mi objetivo es poder verlo todo, y encima uno de mis pasos sagrados de la jornada es el que formó Sebastian Santos con Luis Ortega Bru sobre ese paso que dicen que no le encaja… nos quedábamos, queríamos ración de cena y no precisamente el cordero de la cena de pascua. No sabíamos donde colocarnos y al final acabamos en la Alfalfa, donde la bulla era más densa con el consiguiente disgusto que me provocó una señora que con su carrito se apropió de la calle… perdóname Señor el cabreo que pillé porque no me dejaba pasar, ya sé que algún día le darás con la carrito en la cabeza por su egoísmo y a mí por guardársela…
Pero hay gente con más buen corazón y conocimiento de donde está y las molestias que se van a encontrar. Como ven Dios nos revolvió a todos mientras en la lejanía sonaba “En tus manos Soberanas”, entre pequeñitos puntos de luz que comenzaban a destacar porque la noche de ramos se hacía sobre la ciudad. Venia el galeón de la Cena y a todos esos tan dispares que estábamos juntitos esperándolo, nos hizo iguales los segundos que tardó en pasar ante nosotros. Venia el galeón, dicen que apretado, parco en su formas comandado por los Palacios, Rafael Díaz Talaverón y sus dos hijos, que siempre toman el segundo apellido del patriarca de la saga; Rafael Díaz Palacios como el distintivo de su grupo, equipo o como quieran llamarlo ustedes. El mismo “Fali” Palacios en televisión apuntaba estas cosas, que igualmente se las había trasmitido a la junta y también dio su opinión ante una de las novedades en el paso este año, la vuelta a los más conocidos faroles dorados que escoltan el cenáculo sevillano. Comparto aquella opinión, lo estaba viendo con mis ojos, incluso les dejo fotografías malas donde se puede apreciar, solo valen para eso, como muestra. Un farol a este paso no le da apenas luz ni belleza, parecía como un mastodonte de madera apagada, sin la gracia de la luz de la cera. Yo estoy en que este año han vuelto a los faroles por alguna superstición de que con los candelabros se quedó dos años en casa. Aun así el candelabro de los costeros lo llevaba y la verdad a mi parecer no calzaba con la estética tan rectilínea de los faroles.
Pero si además de toda la esencia artística que atesora este paso, de la magnificencia de la banda que lleva tras su pasos, es el andar que la familia Palacios le ha insuflado a un paso que hace diez años, ciertamente no era una locura verlo andar, lo que también me llevaba a no poder dejarme en el tintero al misterio de la Sagrada Cena. La fuerza y el poderío que traía el paso, con trece figuras en lo alto, era digna de ponerse el babero. No podía quedarse en ese paso fugaz ante mí adentrándose en Odreros, y la gente buena se abrió nuevamente para que nos encaramáramos a una trasera de un paso. Nueva experiencia para Pedro y Antonio, este último más reacio y cortado a estas cosas que parecen osadías, pero luego la satisfacción era tan enorme, que a veces me sentía como un padre haciendo disfrutar a sus hijos. Como el paso no es de los más demandados por los capillitas, no pega izquierdos ni nada por el estilo, tras la espalda blanca y burdeos del Señor apenas habíamos unos cuantos, donde iba Luisca, un viejo amigo del Rosario de Linares que iba impregnándose de la banda de sus amores. “María, Reina y Madre” marcaba el poderoso compás del Señor que llegaba a la estrechez de Boteros bajo la fragancia que la noche le da, mucho más sabor. Ciertamente se lo dije posteriormente a David, que me acordé de él sobre todo, por haberse ido y perderse el recital costalero que los hombres de los Palacios derrocharon. Nada más que como colocaron en la estrecha calle el barco para la revirá llamó poderosamente mi atención. El mismo se apretaba contra la acera en su costero derecho y dejaba el izquierdo bastante libre como para pasar por allí casi un coche. Lo cierto es que la revirá fue medida como si arquitectos de los pasos fuesen, aunque la gente sintiese en sus narices las maniguetas de caoba y el contraguía, el “Canina” guiase al mismo patero, que en su vida de costalero desempeña igualmente. Parecía ilógico, pero el barco quedó encuadrado perfectamente en Boteros para salir a ese “llanete” de Sales y Ferré. Las Cigarreras entonaban sus tristes melodías, “Stabat Mater Lacrimosa” y “Cordis Mariae” que enmudecieron al recoveco de ciudad que se extasiaba. Nosotros en una primera fila de privilegio, el Señor de la Cena nos esperaba, y seguía su camino poderoso, seguro que nos quería dar su personal pellizco como en la tarde nos lo dio su Madre.


Pedro se percataba del que el Cristo, más genialidad aun, posee una pequeña zancadita, que le gusta a Sevilla sus Cristos caminantes, que al estar más atrasado en la trasera se podía vislumbrar fácilmente, seguramente sea lo que le de ese señorío y personalidad al Señor de Sebastian Santos. Las agónicas conversaciones de las cornetas parecían preludiar la angustia de Juan y Pedro ante las palabras de traición que premonizaba, así, adelantando un poquito la zancadita. Seguramente en el arranque o tras la estrechura salió corriendo el pobre de Judas, que seguía sin comprender nada, como muchos de los que nos agolpábamos ante el pasar de la cena más famosa de todos los tiempos, pero que digo una cosa… ¡muchas gracias Judas! Fuerza y más fuerza, mesura, buen hacer, quien no lo sepa aun que lo busque, la Cena de Sevilla por fin cerró la parte indispensable para afianzar la magnificencia de su arte, con el efímero que crean los de abajo, la poderosa zancada en la estrechura acabó por regalarme un caudal de repelucos dignos de uno de los mejores Domingos de Ramos, el sello Palacios es muy grande.







Contemplando el video que les adjunto, me hubiese quedado allí toda la cofradía, nada más ver la revirá del palio hubiese sido impresionante, pero las circunstancias seguían marcando la tarde, y como ya daba casi por vista esta hermandad, ahora siguió tocando completar una hermandad más, en unos tiempos muy ajustados. Volvíamos sobre nuestros pasos, y atravesábamos en la noche la nave nodriza de Metroparasol por donde una banda de cornetas y tambores le tocaba a Sevilla, anunciándole que San Julián lloraba de pena porque no estaban su Cristo y su Madre de la Hiniesta. Pero este no era el objetivo, o casi… ahora tocaba buscar en Cuna a la hermandad del Amor. Nuevamente buscando las últimas del día, las más grandes como dirían muchos aunque al llegar a la confluencia entre Laraña, Orfila y tal y tal, allí aún no había llegado la cruz de guía. El motivo; se acumulaba retraso en carrera oficial y la hermandad decidía salir media hora más tarde antes que estar parada en la calle, decisión rara, más propia de una jornada de lluvia. ¡Pero qué iba a llover!, lo que seguía lloviendo era sudor y sudor, que calor hizo aquel día, no sé ni cómo no le daba a la gente esos desplomes que en otros años menos calurosos hemos contemplado. Pero eso lo sé ahora, en ese momento pensaba que simplemente nos habíamos adelantado, por ello quizás hubiésemos podido ver toda la cofradía de la Cena, pero fue lo que nos tocó en la lotería de cada Semana Santa…
Así pase al bar de la esquina, a desahogar la vejiga, pero uno estaba tan fresquito y las fresquitas pasaban tan escarchadas que al final me tome una, y dos y al final acabé cenando, mientras mis amigos se preguntaban por qué tardaba tanto. La verdad es que ya había llegado el cortejo, y gusta ver nazarenos de tan sabroso sabor a elegancia por la ventana, con una tan sabrosa en los morros, que me tintaba el bigote de blanco, que a ver quién era el que me levantaba. Pero salí y me quede en la otra acera, nuevamente con mucha gente pero con espacio para estar relajado tranquilamente, al final van a tener razón de que el Domingo de Ramos estuvo más despoblado que otros años. Así, al final, entre un mar de cirios color tiniebla venia dos cosas: la mundana, que no es otra que la portentosa figura del crucificado de Juan de Mesa, el Dios que hace más grande el título de su iglesia… el Salvador. Dios hecho hombre, y como la razón es mundana, era un Dios lleno de perfección humana, genialidad suprema heredada de unos tiempos donde Dios supo que se tendría que formar la bases esenciales de una de las mayores gracias para su iglesia, la religiosidad de los sencillos, el evangelio de los pobres. Esa era la razón mundana, la otra, la mística, era que venía el Amor crucificado, un niño abrió la magia de la gracia con “A Dios por el Amor” y Él crucificado, silente, sobrecogedor venía diciéndonoslo muerto en la cruz, aunque pareciese el Zeus cristiano, el Júpiter nacido en un pesebre, la belleza humana para explicar su belleza espiritual, sobre un suntuoso paso, dibujando la estampa más clásica de la Semana Santa sevillana. Todo fue rápido, con ese pasito cortito de los costaleros de silencio que cada vez me gustan menos, aunque a Él le siente tan bien, aunque quizás ver a este portento del arte y la divinidad con el compás más abierto tiene que ser otro de esos éxtasis escondidos que esperan la llegada del descubrimiento, porque en este mundo, nadie inventamos nada, descubrimos algo que se podía hacer pero no sabíamos como… las noches suelen acabar con negro ruan, con sobriedad, la herencia de los siglos, aún quedaban algunas cositas más, y una de ellas fue la sorpresa inesperada, cuando en la lejanía resonaban ecos de Arahal…

CONTINUARÁ…

 Fotos: Juan Pedro Lendinez, Antonio Pradas y Oscar Ortega.

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