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martes, 10 de junio de 2014

VIERNES SANTO... BAJO EL JOYERO MANIERISTA DE DIOS EN CÓRDOBA. (y III)

La noche del Viernes Santo mostraba sus últimas cartas, el sabor a la despedida se palpaba por las céntricas calles, con los edificios de las Tendillas enmarcando el altar errante de ese Dios dormido que ya buscaba, siempre con el mismo son su casa de la Compañía jesuita, la Iglesia del Salvador y Santo Domingo de Silos. Aun me quedaba un trabajo, como se define en el argot de los costaleros, bueno yo diría dos, pero en la calle uno. Mas pausados en nuestro andar, casi con la sensación de que ya estaba casi todo cumplido, este talismán que quizás con su llegada se le antojó al Señor del Santo Sepulcro desprenderse esa etiqueta popular de ser el “Cachorro” de Córdoba, por aquello de chincharle la meteorología adversa la estación de penitencia, y de gloria, a todos los que quieren formar parte de su paseo por la ciudad. Que gran Viernes Santo, que gran Semana Santa, hasta el “Gitano de la Cava” estaría a esas horas también volviendo a sobrecoger a su ciudad. Pensaba que lo iba a echar de menos, la verdad que viendo que el Viernes Santo volvía a la normalidad en este año de 2014, mi cosilla me dio, pero es la circunstancia de que en todo sitios coincida en la misma semana, pero este año tocaba otra experiencia más para el álbum de la vida. Satisfecho, sudado, cansadito porque la pelea es dura, pero la verdad es que el itinerario se te hace “volao”.
La alta traspasaba las ultimas calles con la gloria manierista, mientras la baja, casi cuadrilla de palio esperaba el último relevo, contemplando el sabor que desprende la plaza de la Compañía cuando el manto oscuro del universo la cubre, bajo las columnas, que pareciese una procesión por la capital de la cristiandad, como en la cuadrilla se le llama al punto de relevo, con el frescor apretando algo más que las sudaderas ya abrigaban más que las camisas y llenaban de formalidad institucional a los hombres del “Muerto” de Córdoba. Allí esperábamos para otro caramelazo, como es recoger en la iglesia al Señor, que también es de tintes manieristas, razón por lo que su aun rezumante a estreno de su paso fuese construido en su honor con este viejo y legendario estilo del arte. Lo que estaba por venir, era solo para paladares exquisitos y elegidos, pero antes tocó una charla con la gente de abajo que ha estado ahí conmigo en esta nueva experiencia en mi vida, sonrisas que sonaban a la despedida, la verdad yo no podría pararme casi nada, y ahí quizás el Señor me eligió el momento. Ahí esperaban durmiéndose David y Pedro, que llevaban despiertos desde el Jueves Santo que se fueron a Sevilla, Madrugá y llegar a Bailén y montarse otra vez en el coche para vivir el Viernes Santo cordobés y me inmortalizaron con Miguel, que sin duda es un honor haber compartido palo con él y bajo uno de los pasos más admirados de la ciudad, pienso muchas veces que quien me lo iba a decir hace ya una década que saldría con él bajo un paso, entonces que me daba miedo ser costalero. El buen hacer de gente como él hacen que los pasos pesen a gloria bendita, pero la verdad no tenía que sorprenderme, los cofrades, capillitas, en definitiva los amantes de esta forma de vida es normal que caminemos juntos o cerca en este maravilloso mundo, lo cierto es que somos muchos, pero en verdad somos los justos.











Y como olvidarme de Martín, que desde la misma igualá se acercó a este desconocido en la barra de “La Trabajadera”, que solo conocía a Federico y rápidamente me abrió la simpatía y el buen corazón que desprende su ser. En cada ensayo siempre ha tenido una buena cara, un saludo para mi persona, una preocupación por cómo iba, un amigo en Córdoba, las cosas buenas que me ha traído esta afición con sabor a Dios, además va y me toca en su mismo palo, y encima es uno de los hombres de confianza abajo, el que nos guía apoyando las voces de los de chaqué, él que fue de los valientes que venían de sacarlo en el antiguo paso de caoba, con menos gente y convirtieron también en emblema de culto el ser costalero de cofradía rancia en una ciudad donde como pasa en todas, las cofradías alegres son lo que más despiertan la admiración de las masas. Quizás por eso pensé que Federico me lo mandaría para que me fuera integrando, y no fue así, vi que Martín tiene ese corazón extrovertido y sin duda me ayudó una barbaridad para que me sintiera un orgulloso costalero del Santo Sepulcro de su tierra. Supongo que Dios así lo querría, porque Martín tenía un deseo que era ser costalero del Gran Poder de Andújar, que lo había conocido por motivos familiares en la calle el año anterior y lo embelesó… y fue a hablar sobre eso, con un costalero y amigo de su capataz… este Jueves Santo paseó al Gran Poder de Andújar, con un exultante Rafael Mondéjar, orgulloso de que hombres de sus maestros y amigos quieran salir con él. Y es que son maestros de capataces porque debajo van capataces de la ciudad, he incluso de fuera, como de La Carolina o Puente Genil.
Tras esto, ni Julio Romero de Torres hubiese podido plasmar en un lienzo la estampa que venía dibujando esa bola arquitectónica de fuego manierista, mientras sus pies entrelazados y traspasados nos indicaban, de que todo seguía bien, el Señor seguía plácidamente dormido. Tocaba la última en la calle, y el peso de Dios ya no era lo que copaba mi mente, esta gente ha hecho que me guste ir de kilos hasta mi altísimo flequillo. Sonaba nuevamente la voz de Curro que había dejado en una esquina en su Desconsuelo a la Madre de Dios, que no quería escuchar ni a Juan ni a la de Magdala, rota e ensimismada en las voces colares, que se convertían en improvisados ángeles consolado su amargura. Sonido seco, potente y rotundo al levantar la urna ante las columnas, suena rotundamente a la esencia de aquellos gallegos del puerto... Mis amigos, Óscar, Félix, etc… comenzaban a extasiarse ante la nueva experiencia, embobándose ante el impacto que supone contemplar este paso. Todo siempre fue igual, es lo que tienen estas cofradías, el eco de la música de capilla ya sonaba a templo y volvíamos a la rampa de piedra de la despedida. La cofradía se recogía y quizás tocaba comenzar a revivir emociones de una intensa tarde que ya se esfumaba picando en el roce del palo y la arpillera. “Venga de frente” espetaba contundentemente el discípulo del eterno Manolo Santiago, aquel al que las cofradías de este corte le “temían” para que no se les escapara un “que cojones tenéis” a sus valientes o legionarios costaleros del Señor y María. Sentíamos nuevamente el terreno marmóreo de la casa de Dios, y más silencio, las cortas llamadas en el eco sagrado y la voz de Martín volvió a invocar algo que sería costumbre y desconocía. Se rompió el protocolo, la promesa de silencio y penitencia, y dormido se acercó hasta el altar mayor mientras en sus oídos se susurraba un escalofriante “Padre Nuestro” – que los sacapasos creen también en Él a sus “mañas y maneras”…-, el que Él mismo nos enseñó para cuando no supiésemos que decirle a Dios, y se lo rezaban esos privilegiados que pueden rezar como ningunos otros, con los pies… y una salva de desconsuelo hecho “Ave María” para la que venían por detrás a sobrecogernos el alma en su otro joyero de gloria.
El son cansino de las revirás volvía a taladrar nuestros cuerpos, girando el paso porque tocaba revivir la estampa que tanto Curro, Federico, Francisco Castaño “el Sony” e incluso el joven hermano mayor de la cofradía me trasmitieron, de que si tenía la suerte de hacer la entrada del paso, no olvidaría jamás ver entrar a su Madre. Se colocó las andas a modo de exposición en el mismo altar, en el lado del evangelio y nos salimos, en silencio, por el costero derecho con la orden de que no se tirara ni una foto y muchos menos un video. La hermandad si no me equivoco tuvo el gesto de invitar a las cuadrillas que no hacían la entrada a que entrasen por las dependencias anexas del templo y pudiese vivir lo que estaba por llegar. En silencio, el templo apagado, solo iluminado por los cirios de los nazarenos de la cofradía, aun cubiertos, en su rigor disciplinario, casi colocados estratégicamente por el templo como si de un altar de cultos semi-humano se tratase, con insignias, el Simpecado imponente y sobrado de solera, esperábamos el palio de esta singular Virgen en la extensa producción de Álvarez Duarte, donde para mí se mezcla su inconfundible estilo con esencias de las escuelas más remotas, donde se aunaba el academicismo y belleza realista que Duarte hereda de Astorga con las pautas entre el manierismo y el primer barroco, si se me permite este aficionado análisis artístico.






Entraba los últimos tramos, ejemplaridad de cofradía, yo tengo claro que si algún día tengo que volver al caperuz y el cirio, ha de ser en una cofradía de negro, porque creo que se sienten más rotundamente los cánones de lo verdadero, más esencia que folclore. Cierto día me lo describió muy someramente Federico… “la música coral, solo se escuchan las ordenes de Curro…” así fue, de repente el paliazo, lleno de vida aparecía entre la ventana astral que dibujaba la puerta de la iglesia de los Jesuitas, encendida en luz, envuelta en la gracia del arte efímero, las bambalinas de orfebrería comenzaban a lamer los dinteles, el eco que tanto le gustaba al maestro, el racheo del costalero, se elevaba por el aire del templo… “Poco a poco”, “la derecha atrás”, “venga de frente” en el inconfundible eco de la voz de Curro se abrió en una sobriedad que ponía los pelos de punta, mientras las tinieblas del templo se iluminaban como si de una antorcha se tratase, adentrándose en las catacumbas de la humanidad. No se podía dibujar mejor la esencia del día, esa que algunos capillitas llaman aburrida, lo que pasa es que estos momentos no están abiertos para cualquiera, porque seguro que esto tiene que amedrentar hasta al más escéptico. Voces angelicales marcaban su son, creo recordar que fue una pieza algo ya más gloriosa, seguramente porque sabemos que en el fin de nuestra misión cofradiera de la jornada, se daba paso a la gloria y a la resurrección, dos mil años conmemorando y dando gracias de que el que dormía en la urna, nos dio una nueva oportunidad. Racheo, silencio, Federico me insistía ante tanta severidad en buscar el mejor lugar para contemplarlo todo, con vergüenza a que me llamaran la atención, él que sabe que a mí me gusta, tal como él diría, mucho “la melva”… en Córdoba seguramente me entiendan…  el paliazo de la sacra-conversación de Córdoba se situaba junto al catafalco dorado de su Hijo, y ante la escena planteada, magistralmente, de un regusto que no alcanzo a describir, el mismísimo obispo de Córdoba, se acercó hasta la Compañía para con unas reflexivas palabras terminásemos nuestra estación de penitencia.








Su última palabra, pareció que despertó a la resurrección, acabó el rigor, todo estaba cumplido, para estos hermanos, tres años después volvieron a vivir su silente penitencia, que seguro les sabe a la gloria. Se levantaban antifaces, se hacia las voces y se salía de la burbuja de la gracia ante una nueva preparación para marchar a esperar la llegada de una nueva Semana Santa, sin duda que dejar la recogía de la cofradía nada más que para los participantes me encantó y lo aconsejo desde esta tribuna, es mucho más espacial, el que quiera vivirlo, que saque la papeleta de sitio. Pero el trabajo aún no había terminado, ya que esta hermandad guarda su impresionante paso de cristo en la misma iglesia, había que terminar con “la desarmá” en ese mismo instante, eso sí, sin bajar al Señor, el paso lo introducimos en el capilla donde duerme el letargo de la espera durante el año, supongo que cuando todo terminó, el Señor se trasladó a su capilla. No me quedó mucho más tiempo que despedirme de los que pude, Federico y Curro – una foto con ellos ante el paso, me faltó-, contraguías, costaleros… subir corriendo a por la bolsa del costal, coger el bocadillo y volver pasadas las una de la madrugada hasta el pueblo, donde cuatro horas después me esperaba una cadena de fabricación de ladrillos, que también les cuento soporté como si horas antes no hubiese pasado nada, quizás fue el premio del Señor de la Compañía por haber dado todo lo mejor de mi bajo su divina espalda recostada en fastuoso manierismo…












En la plaza esperaba mis amigos, encaminándonos hacia el coche que estaba en “la Triana de Córdoba”, el Campo de la Verdad, atravesando las más apagada noche de vida de la ciudad que ya, en algún lugar, alguien soñaba con que se hiciera nuevamente la magia de la Semana Santa… con permiso del Resucitado, que mira por donde, la lluvia, aunque fue poco al final se tuvo que cargar una Semana Santa que fue antológica, cruzándonos a la hermandad del Descendimiento, que enmarcaba preciosamente a su misterio en la Puerta del Puente, pero las prisas y la necesidad hizo que solo lo viésemos fugazmente, con niños aun pidiéndome estampitas al ver la Cruz de Jerusalén en el pecho, y con ella, Pedro Guerrero me inmortalizó en el mismo lugar que horas antes me embriagaba pensado que me disponía a ser costalero en Córdoba, y me marchaba diciendo, yo saqué al “Muerto” de Córdoba…

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