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lunes, 16 de junio de 2014

DOMINGO DE RAMOS... SEVILLA, PARAÍSO COFRADIERO. (I)

Atravesando en la oscura noche los naranjos de la plaza del Museo, la misma se abría placida y tranquila, apenas unos pocos salpicaban las barras de los bares de la zona y todo sonaba a sosiego, nuestros pasos sonaban a viejos ecos de sereno callejero. Parecía, se intuía que la ciudad se prepara para algo grande, para esos días de festivo, que en otras tierras han perdido toda la luz y el esplendor de antaño, en que parecía que el Domingo de Ramos era como esas mañanas de Jueves de Corpus Christi, el que está a la vuelta de la esquina en Sevilla y que aún más ha perdido toda su brillantez en muchos puntos de la geografía cuando se pasó al domingo, por eso y por más cosas… Muchos critican la sevillania, no aguantan su idiosincrasia, pero que quieren que les diga, gente buena y tontos hay en todos lados, pero para estas cosas según mis sentimientos, hacen que me quite el sombrero. Nos acostamos tarde y la luz del día más mágico entró pronto, para mi demasiado quizás, por mis pupilas, sobre todo cuando compartes habitación con alguien que la verdad es de corto sueño, y eso que en mis planes personales no entraba el iniciar una nueva Semana Santa dándolo todo, será la edad, el peso también o será que ya uno las pasiones por descubrir los sueños se han tornado de otro matiz más tranquilo.
Asomarse a la ventana, que este año pillamos ventana en el hotel y observar el infinito azul, observando una de las tantas y tantas espadañas que coronan la ciudad, sin saber bien de que se trataba, “la Magdalena no puede ser, ¿San Vicente? Esta está más cerca, ¿en el Museo hay espadaña? que antaño fue un convento…”. Las escena te llevaba al sosiego, al sabor de lo que se avecinaba, que parecía como resonar en el alma la Suite nº 1 “La Mañana” de la obra “Peer Gynt”, inmortal obra –donde se incluye “La Muerte de Ases”, obra adaptada a marcha procesional- del noruego romántico Edvard Grieg (ahora el lector la buscará en youtube…). La genialidad más productiva de la mano humana, arte inexplicable de lo mundano ciertamente ponían perfecto telón de fondo al caudal de sentimientos que se avecinaban. Como dije, las intensas mañanas de ramos, de visita a los templos y capillas, hace ya unos años que entendí que no era lo mejor para mi pies en lo que se convertiría una tarde de andar mucho no, si no demasiado. Pero conmigo estaban, sobre todo Pedro, dos deseosos de apurar hasta el último segundo de su primer Domingo de Ramos en la ciudad de la Semana Santa por antonomasia.
De no querer andar mucho a poner rumbo  a un lugar, que por la circunstancias, o era este día o si no rompía mi tradicional tradición; visitar a la Señora de Sevilla descansando sobre su mejor altar, su paso palio, el cual por fin hace unos días pude contemplar como mejor cierra su magnitud, en movimiento y con el palio. De por sí, la caminata ya se planteaba gorda, por ello tras dejar el equipaje en el coche, donde ocurrió una de esas circunstancias que no pensamos que pueden llegar a pasarnos, pero nos pasan, tuve el acierto, así lo creo, de utilizar algo que te ahorra desgaste y te lleva a los rincones de la ciudad de la forma más cómoda por tan solo un poco más de un euro; el transporte público. El urbano nos recogía en una avenida de Torneo tan tranquila, que parecía un domingo más, pero obviamente no sé qué luz tendrá Sevilla en su semana grande, que el aire sabia ya a cera e incienso. Serían las ocho pasadas de la mañana, a esas horas otros años quizás estaba aún hasta acostado en el otro costero de Andalucía. Apenas en unos minutos ya contemplábamos el arco de la gloria, total no nos quitamos nada, si me hicieran más caso los tantos acompañantes que han venido conmigo, a mi aventura cofradiera sevillana, seguramente mis pies hubiese sufrido menos “disgustos” que ya son históricos.




Pero en esa jornada, también se llevarían su ración bien servida, curioso pensaba tomármela tranquila, y al final fue la mañana de ramos más intensa que he vivido, al final siempre me acaban engañando. Merece la pena sin duda, lo que pasa que no es acta para aquel que tras muchas horas intensas, tenga que pegarse un viaje de algo más de dos horas en plena madrugada, que la verdad en Montoro, de vuelta no se me perdió nada pero el “morrinón” necesitaba despejarse. Al final el dolor de pies fue casi similar a los de otras Semana Santas más sufridas. Como irme sin ver a la Madre de Dios en Sevilla, sin besar la mano de su Hijo bendito. Además me dije que de este año no podía pasar ni uno más sin ver un paso que ya era hasta sacrílego que este simple capillita aun no conociese. Así que la ruta estuvo magníficamente bien marcada. Pedro disfrutaba de los repentinos cambios de ritmo y el anuncio de la hermandad que íbamos a ver pero antes tocaba aquella que cierto día, “el plata” me dijo que siempre había que dejar para lo último… pero la ruta comenzaba allí y temprano, que hasta el bar del arco tenia medio bajada la persiana aun, para rendir pleitesía ante aquella que en el azulejo deja claro que es la Madre de Dios en el corazón de los sevillanos aunque tenga allí su casa. Aun así, la basílica ya presentaba mucha gente –con sus mejores galas como mandan los cánones- ante Ella y el Sentencia, revestido de primavera decimonónica.


A esas horas Pedro le sacaba humo al móvil compartiendo por la redes sociales, una día que para nosotros es como estar en el cielo, para él aún más ante lo novedoso y al final la ruta comenzó a calentar los motores. Noche engañosa que me hizo ponerme un jersey sobre la camisa, por si acaso, aun más cuando el amanecer fue fresco y pintaba, pero fue dejar atrás San Gil, por San Luis, y rápidamente Sevilla nos mostró su carta más famosa, allí siempre hará más calor que en otro punto de Andalucía, en todas las estaciones. Lo que no sabíamos es que nos enfrentábamos a uno de los Domingos de Ramos más calurosos que se recuerdan, pero aún era temprano. “Adiós Macarena, en mayo, si Tú quieres nos veremos”, así nos marchamos, y así lo quiso la Madre de Dios aunque Pedro la vería en la noche mágica de la Madrugá. Ramitas de olivo prendidas a las manos de los y las sevillanas, sobre todo los más ancianos de una misa que la verdad me hubiese gustado escuchar en algún lugar, pero la agenda nos llevaba a no parar en todo el día. En Santa Marina contemplábamos el fin de la gloria, sin saber de qué Ellos pagarían los platos rotos de tan buen tiempo durante la semana. Acertadísimo el proyecto de enriquecimiento del paso del Resucitado, la verdad era un paso demasiado pequeño y la ciudad siempre exige las proporciones perfectas, habrá que esperar a que todo esté concluido. Aurora, como siempre radiante… a Guerrero le incidía que este modelo me gustaba para su otra Señora…
Los callejones estrechos del barrio parecían llevarnos a un laberinto, pero sin Minotauro como diría la canción, allá por donde dicen que vivió el gran Pedro Roldan nos esperaba esa iglesia cercana a la Puerta de Córdoba, donde una Virgencita entre retamas de hiniesta proclamaba en otras tierras que era su morada. De no pisar nunca San Julián, como en la Trinidad, ahora estoy allí cada dos por tres. Aquí pudimos escuchar algo del jubiloso evangelio del primer Domingo de Ramos, donde una humilde borriquita fue la que le marcaba el compás al mejor de los nacidos. San Julián engalanado, se nota que las cofradías son el alma de estas parroquias y que cuando llegan sus días grandes, las iglesias presentan sus mejores galas, y me dicen que soy obsesivo alabando el pensamiento de los sevillanos… la dolorosa de azul y plata y su Hijo de la Buena Muerte, sobre su personal paso esperaban impacientes por fin volver a las calles sin sobresaltos, y Ellos por las mismas, eran para mi este año una cuenta pendiente…
Los callejones que dibujarían en la noche del domingo la vuelta de esta sevillanísima cofradía, de sorprendentes estrechuras, nos llevaron a uno de esos lugares que hacen a la ciudad patrimonio de la humanidad, porque habría que derramar hasta la mismísima sangre si hiciese falta por mantener esas cosas tan embriagadoras que de vez en cuando sale de tan dañina mente y mano como es la humana. Plaza de Santa Isabel, no pudo ser este año contemplarla en la noche del sábado previo a la gracia de la resurrección, pero por lo menos la capillita adosada a San Marcos se encontraba abierta para poder contemplar detenidamente una cofradía que a mí, cada día que pasa me apasiona más y más. Sobre todo su paso de cristo, con esa Piedad que desprende una paradójica rancidez heredada desde el mismísimo “siglo de las luces”. Aroma servita, incienso y luctuosidad, que cosas, nos llenaba el alma, parecía resonar en el alma el trio de “Servitas de San Marcos”, poema musical del genio de La Vega que supo describir las sensaciones que desprende ésta más humilde y a la vez grandiosa cofradía sevillana, incluso la obra citada de Edvard Grieg con la que estremece cada año a la ciudad que la contempla en las puertas de su morada. Cuanto sabor en tan poco espacio, cuanta envidia sana. Siete puñales simbolizaba el sentimiento de estos hermanos, siete puñales, que llevaba buscando hace tiempo y al final pude traerme... será que crecí viendo “siete cuchillos” clavados en un púrpura corazón de Maria y esos se me clavan al estar ante los Servitas de Sevilla, porque los sueños se esfuman y es Sevilla la que me presta una salida ante la decepción. La verdad que suerte tienen los amigos cordobeses que sacan a la joya de Montes de Oca, ojalá algún día…






Llevaba ya dos del Sábado Santo a las espaldas, seguramente me querían transmitir de que este año solo lo iba a poder disfrutar así, sin la magia del arte efímero. Al final se cumplían los objetivos, porque alcanzábamos una de mis metas impuestas para este año, aunque antes el templo de la Sagrada Mortaja se nos presentaba cerrado a cal y canto, y eso que dicen que el Domingo de Ramos abren todas las cofradías… quizás abrieron más tarde, porque era temprano, es más, el secreto para este día es comenzar bien temprano, como tantas veces muchos de mis maestros me han enseñado con los años, así pude comprobarlo, aunque algunos de ellos a esas horas estarían cerca de los dominios hispalenses. De Bustos Tavera a la calle Sol, donde en la tarde olería a jueves de Corpus, ya que la eucaristía se alzaría al son del “Cantemos al Amor de los Amores”. Los Terceros se abrían para que los amantes de la Semana Santa se pegaran el primer bocado de lo que en la tarde se alzaría casi mágicamente. El interior de esta iglesia por si sola es una de las maravillas, de tantísimas que esconde la ciudad. En el presbiterio esperaban los tres pasos que los hombres de la gracia los llevasen por Sevilla, qué me gusta esta cofradía… de derecha a izquierda, el palio romántico del Subterráneo me pedía su caminar fúnebre de Tejera, en medio el galeón que en la tarde ya les contaré, me pegó uno de los pellizcos gordos, volviendo a los más conocidos faroles, para mi desacertadamente, los candelabros le daban más vistosidad a mi parecer, pero aquí si entra aquello de que “para gustos los colores”, porque ambos elementos luminarios, con sus pros y sus contras cierran magníficamente este impresionante conjunto, al que yo le añadiría mantolines bordados como hace unos años mostró en la salida extraordinaria del Corpus, le dan aún más sabor, porque pienso que esta cofradía tendría que ser aún más clásica y más rancia. A su lado cuarenta cumpleaños, que se dice pronto, cumplía el Cristo de la Humildad y Paciencia sobre su magnífico paso, el cual volverá a tomar vida el próximo jueves si así Dios lo quiere portando al Cristo de Sebastian Santos, mientras Pedro por whatsapp enviaba una fotografía a alguien y le preguntaba, ¿en qué piensa el Señor? Pero el objetivo no era solamente la Cena, si no que por fin pude contemplar el galeón de la Exaltación. Más de diez años sin ver al crucificado tumbado de Sevilla –en Santa Catalina, eso lo dice todo-y a su Madre de las Lágrimas, la cual ahora comprendo a aquellos que no se explican cómo su paso no tiene tanta publicidad, porque nada más que el manto de Olmo era totalmente de infarto.

No me defraudó la mole de los “Caballos”, atestado de imágenes, del sabor de los siglos, puro barroco andante, aunque lo cierto es que el paso como me dicen algunos, no es tan grande como nos puede parecer, pero lo cierto es que sus trazas y volúmenes nos habla de lo aplastante que tiene que ser su peso, sobre todo cuando los hombres de Mariano Falcón lo pasean como si el mismo no pesara ya… Exaltación de Sevilla, sin duda excelencia y solera a raudales, esa que hace a la Semana Santa de Sevilla la envidia de hasta las más pudientes de fuera de las murallas de la vieja Isbiliya. Algún año habrá que conocerla sorprendiendo a la ciudad, exaltando además del Señor, los repelucos. Tras salir por un acceso que te llevaba a la misma plaza de Ponce de León –donde se encontraban los capataces Hermanos Villanueva por cierto-, ahora tocaba más solera, de la gorda, la que en la tarde se encargaría de proclamar que la Sevilla eterna se echaría a la calle. La mañana en si mereció la pena por poder estar tranquilamente contemplando los apoteosis de pasos de San Juan de la Palma. Tantos Domingos de Ramos, siempre algo alejados, con la fugacidad de sus andares, el estar parado ante el misterio del Desprecio de Herodes y sobre todo ante el de la Amargura, bien mereció una silla y perderse las horas extasiándose. Quizás en el misterio el disfrute fue menos intenso, tal vez es que al estar acostumbrado a verlo con su zancada poderosa, sea esto un ingrediente imprescindible para su contemplación, necesita de su particular arte efímero para enmudecer… El paso de palio, ídem de lo mismo, su movimiento con “Amarguras” es lo que hace que la Semana Santa haya que vivirla, pero observar su manto, era como contemplar un mapa de vegetación y ríos de otros tiempos, no hay palabras para describir aquello y qué decir de la genialidad de su fiel escudero, que hasta por detrás, consiguió salirse del parche el que ideara al discípulo más amado de Sevilla, si parecía que podíamos escuchar lo que hablaban, seguramente de que un año más volverían a Sevilla…


El rosario de templos y capillas se sucedían, al final te tenías que dejar algunas, como las de la calle Feria, si es que Sevilla planta una cofradía en cada esquina, bendita sea entonces Sevilla. Como había otro objetivo indispensable, la marcha siguió por las estrechuras de la primera Pastora y revivir un Miércoles Santo que ya será para otra ocasión, ante otro de los temidos, por decir algo, paso de la Lanzada y ante su Madre del Buen Fin. Por cierto, un gustazo desayunar en San Juan de la Palma aunque el mismo fuese ya casi de merienda por la hora, es lo que tiene dejarte llevar por el día de la gracia, porque cada vez parecía más que ya era la hora... Y a la vera, como diría el pregonero, Santa Marta, siempre Santa Marta y esa sensación de los entierros… y más a su vera los Panaderos, el Prendimiento pelado de olivo y la Virgen de Regla, pasiones que este año no disfrutaría, para un año que el cielo dejaría. Un solo día de gracia y no podía volverme sin visitar nuevamente en Sevilla el reino de la gloria que en la ciudad se levanta, para cuando Ellos se dejan caer por la metrópoli. De San Gil, donde está la alcoba de María, hasta el salón real que se expande por todo el barrio de San Lorenzo, en San Martín descasaba el maese Mesa y hasta San Lorenzo en busca de su hijo más amado. Allí un año más, el Hijo de Dios nos mostraba el Gran Poder de su mirada, de su tacto, de su todo… sobrecogedor para mis acompañantes, ahí por fin nos apareció Antonio, y no menos para mí, pero no era a Dios gracias la primera vez, aunque sentir de cerca esa expresión que solo Él pudo guiar en la mano de Mesa, siempre sigue siendo como la primera, en una basílica abarrotada, tras una larga espera, este año no podría aprovechar una meridional hora en día de lluvia y había que guardar cola bajo un ya achicharrante calor que cada vez me hacía más dudar de que el jersey no iba a pasar de ir colgado todo el día sobre los hombros. Peticiones, que son siempre las mismas, gracias porque la verdad las merecen, como por ejemplo estar un año más aunque fuese poco en su Reino de gloria –y ya le tengo preparada otras más- y también perdones, porque también me equivoco, y me seguiré equivocando, pero ya de por si es un avance el querer admitirlos, y perdóname esta nuevamente Señor, pero lo malo es aquellos de golpe en pecho que se los come su arrogancia y ese ego absolutista, y su mala no, malísima fe que te besan y se siguen creyendo más que nadie porque Tú los recibes como el padre al hijo prodigo, guíame Señor del Gran Poder para saber digerirlos como tú los haces magníficamente, pero si son lejos de mí, mejor. En San Lorenzo la Bofetá esperaba por fin el milagro de un Martes Santo, mientras su Madre del Dulce Nombre le veía el cogote al cura en la misa, este año ya sabíamos en este mismo día que por fin volvería la Semana Santa de Sevilla a tener Martes Santo y junto a ellos la Soledad de las soledades regalándonos ese peldaño más de Sábado Santo que no saborearía este año.












Ya iba tocando el descanso a una mañana sin parar y el objetivo se convertía en restaurante, porque las cañas del bar de la plaza, hacía que se le cayeran los sudores hasta el Juan de Mesa de bronce. La hora ya estaría cerrando templos, la hora digo… ¡ya era la hora! para los elegidos que se apostaban a las puertas de San Sebastian abriéndose a la gracia blanca de plata de la primavera en el Porvenir. La Paz, un año más, como nosotros los capillitas más deseamos, con el sol traspasando su calado palio, mientras Santiago según ordenes de la junta esquivaba las petaladas de la gloria, convertían en realidad la única magia que existe, no era obra de ilusionistas, la “Jardinera del Porvenir” proclamaba que se hiciese la Semana Santa de Sevilla, el mayor “espectáculo” de fe de toda la humanidad. Nosotros estábamos lejos, por Cardenal Spínola buscábamos el plato que nos diera fuerzas y me fui a enterar de todo esto, este año al no haber lluvia no llevaba radio, por boca de una leyenda viva de la Semana Santa andaluza, con mucha gracia sevillana adosada a sus canas, alguno lo calificó que parecía más de la calle Castilla que del Realejo… No pude evitar saludarlo, me sorprendió la vitalidad a sus años de seguir disfrutando de la gloria –éste sería uno de los que conocieron, eso que dije en la anterior entrada, de ir a la Semana Santa de Sevilla y ver todo hecho campo de las nuevas edificaciones- que nos anunciaba ya se abría por el barrio de la Plaza de España, su hijo, legionario del Porvenir iba bajo las trabajaderas a las órdenes del hijo del que lo envenenó para siempre. Desde Graná a Sevilla, Pepe Carvajal nos pegaba el pellizco, cada vez quedaba menos para volver a la burbuja más esperada del año. Aun así hubo tiempo para desilusionarnos al encontrar el Silencio o Vera Cruz cerradas, pero ahí estaba un año más con su misa de palmas la fúnebre hermandad del Santo Entierro para mostrarnos el fin al que tendría que llegar el que nos llevaría a la gloria, mientras Pradas se nos mosqueaba ante la sorna tan sevillana que le da tan alto rango al paso más mediático -él que es tan mariano-, para bien y para los del “marfario” de la Canina, que por su popularidad, y no se me ofusquen, tendría que ser también coronada, total, esta distinción está ya completamente desvirtuada en sus cánones originales. Este fue el fin a la mañana de ramos más intensa, tocaba comer como mandan los cánones, donde siempre, porque la agenda ideada así nos lo marcaba. Oscar y Félix este año seguían otros rumbos, por Triana, al final también fue un Domingo de Ramos completamente nuevo, no exactamente el planificado, pero me ofreció nuevas vivencias, aunque siempre parezca lo mismo…

CONTINUARÁ…


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