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sábado, 28 de junio de 2014

DOMINGO DE RAMOS... SEVILLA, PARAÍSO COFRADIERO. (y V)

Se nos iba el Amor, un crucificado en Domingo de Ramos como muchos de mis paisanos se extrañan al contemplar de que no se siga como un orden cronológico de la Pasión, Muerte y Resurrección. Pero Él es el último crucificado del primer día de la gran gloria, y este se temía que se iba a perder un Domingo de Ramos más al primer crucificado de la Semana Santa, que al mediodía sobrecoge con su morena muerte al barrio de San Julián. La última vez y única que lo he contemplado por la calle fue en el 2009, entrando a la plaza de la Encarnación desde Puente y Pellón y desde entonces los avatares de los Domingo de Ramos me han hecho perdérmelo, los dos últimos por culpa de la lluvia que hizo que no traspasara las fronteras de su barrio. Pasaba el Amor y los ecos inconfundibles de su banda de acompañamiento se presentían en la distancia. Cuando fui en busca del Amor, la banda de cruz de guía se encontraba en aquel mismo punto y aquello me hizo pensar que mientras vería el Amor, Él ya habría pasado. Aquel 2009, después de verlo, en Cuna-Orfila solo pudimos ver a la Virgen del Socorro, en esa idea me iba basando pero quizás el Cristo de San Julián no quería que me fuera con la pena de un Domingo de Ramos más de no disfrutar de su esencia, quizás eso motivó el retraso en la salida del Amor, porque cuando el Amor aún no se perdía por Lasso de la Vega, ya íbamos corriendo, Laraña arriba en busca de esta oportunidad única de extasiarnos con el crucificado de los crucificados de Castillo Lastrucci, otro que tuvo que renacer de las cenizas en los tiempos en que en España no había rey.






Pero correr, no andar rápido, para que así, Antonio no se fuera con el disgusto de perderse el Socorro. El paso de caoba y plata y cirios color tiniebla no se encontraba en la setas, sino casi lamiendo la iglesia de San Pedro, lo que hacía más largo el camino, sorteando a la gran cantidad de personas que se encontraba en la Encarnación. Pero hubo suerte, al fin nos encontrábamos con la hermandad de la Hiniesta entera, aunque fuesen partidas, podíamos contemplar cofradía enteras al fin y al cabo. Buscaba Doña María Coronel, que bella es esa calle, para adentrase en busca de los callejones de su barrio. Ciertamente me hubiese gustado verla por ahí, pero no podía ser, así que nos conformamos con el no menos bello telón de gracia que dibujó la arboleda de la plaza del Cristo de Burgos, donde una maravillosa luna llena, la más ansiada por los capillitas iluminaba la tostada piel del Señor de la Buena Muerte, y el hombro desnudo de esta atrevida María Magdalena, la imagen más representativa de la pecadora arrepentida de Magdala de todo el cofradierismo sevillano. Fue un alarde de hermosura, todo, fue fugaz, no podíamos darnos más lujos al tiempo, pero los hombres de Ariza continuaron su trabajo de vuelta a San Julián mientras por la luna asomaba una batuta que en todo el domingo fue guiando a sus legendarios músicos. No sé si fue las ansias o que de verdad Manuel Rodríguez Ruíz desde arriba los empujaba, pero me quedé absorto con la potencia y finura que desprendía por sus instrumentos la agrupación musical de Santa María Magdalena del Arahal, alzando al cielo, que hasta la luna se introdujo en la burbuja de la gracia mientras sonaba su mítico “Puente de San Bernardo”. Lo cierto es que no voy a negar de que siempre me he considerado contrario a estas marchas con un crucificado, pero es que la esencia de décadas pasadas que desprendió el momento te hacia viajar a mis años de niñez y mi incipiente ilusión que me desprendía la Semana Santa de Sevilla. Hoy, el Cristo de la Hiniesta es la bandera que se alza por Sevilla guardando aun los aires de aquellos tiempos, y lo cierto es que el sabor y el paladar que nos dejó ese momento efímero, valió la pena para que en próximos Domingos de Ramos, Él no se me vuelva a escapar.


Tan breve fue, como la nueva carrera en busca nuevamente de la hermandad del Amor, que en apenas dos minutos ya estábamos otra vez entre Cuna y Orfila esperando a la Virgen del Socorro. Le espetaba a Antonio que podía ser, y así fue, cuando poco a poco, al son de una solitaria caja vino el palio fúnebre del Amor, serio por la idiosincrasia de la cofradía, y por la música que se le toca hoy en día, aunque las trazas de su imponente catedral errante nos pueda evocar a hermandades más “gloriosas”. Pero la malla tan fina de su palio, nos alude igualmente a finura y elegancia, no desentona, las paradojas de Sevilla cuando esta bella Señora, con mucha esencia del maestro Buiza, aunque dicen que con un posible corazón Mesino se nos aproximó con su cara anaranjada por el poder embelesador de las candelerías de los pasos de palio. “Parece que suena a Marvizón”, esa fue la impresión escuchando las improntas sonoras, porque la música también se influencia de la personalidad artística de sus autores, así era, “Amor” de Manuel Marvizón fue el telón de fondo con el que caminaba el Socorro de Sevilla en busca de la Campana, sones fúnebres del siglo XXI para esta joya de hermandad que hunde sus raíces en los confines de los tiempos. Majestuosidad, apoteosis, éxtasis del arte errante que se nos marchaba fugaz, con ese compás con que me gusta ver andar a los palios, de un palio que se cierra con una de las más portentosas obras de arte que haya salido para honra de Dios y su Madre bendita, con el manto que Joaquín Castilla ideara para la dulce Señora del Divino Salvador, esa fue otra de las traseras que como le comentaba a Antonio, elevaban a Sevilla a la cúspide del cofradierismo… esa era la Sevilla que le prometí que le enseñaría.





Se apagaban las luces de la gloria, se mascaba el adiós, y esa despedida se volvería flamenca y jubilosa, porque no me podía ir de Sevilla, aunque ya fueran casi las doce de la noche sin ver caminar a los “seises de Triana” que llevaban las Penas más alegres de Triana por los confines baratilleros. Seguí confiando en el radar mental, les señalé el punto donde cogeríamos al Cristo de la hermandad de la Estrella, por lo que la búsqueda del Arenal no la hicimos con prisas. Ahora que lo recuerdo, va a ser verdad eso de que el Domingo de Ramos fue más tranquilo que otros años, por la calle Cuna no había la bulla imponente de todos los años. Aun así al llegar al cruce de la plaza de San Francisco, el mismo si se encontraba bien cargado, mientras por la carrera oficial caminaba la serpiente blanca de San Juan de la Palma. ¿Eran del Cristo o de la Virgen? Comenzó la policía a dejar paso, y como siempre me pasa la bulla me arrastra para atrás y mis acompañantes se me alejan y pasan antes que yo, y cuando voy a cruzar me paran en primera fila y mis amigos se marchan. Me preocupaba que el parón nos complicara el Baratillo pero cuando miro para Sierpes, la gracia bendita se alzaba nuevamente, la silueta más inconfundible de dolorosa en Sevilla descasaba bajo un jardín de oro. Ella seguía mirado a su derecha, seguía pasando de toda palabra de ánimo, que Juan, el magistral discípulo amado de Sevilla le iba susurrando a la Madre de Dios. Otra sorpresa que nos regalaba Dios en la Semana Santa de este 2014, que era ver alzarse nuevamente a la Amargura y volver a sentir el silencio ensordecedor de la salida, mientras nuevamente los ecos de su marcha volvían a electrizar los repelucos por todo nuestro ser. Se hizo nuevamente la burbuja, quien se acordaba ahora del Baratillo, con ese mismo compás, ni rápido ni lento vino y paso la Amargura haciéndonos a todos una vez más, por segundos, iguales ante sus ojos irrepetibles. A mi lado se apostaba mi amigo Carlos Madueño, que llevaba mí mismo rumbo. Ni se dio cuenta, le di un toque y su mirada se fue hacia mí como la que tenían todos, como hipnotizados por la magia del momento, seguro que él también sintió que fue uno de los regalos inesperados de la jornada. Me decía “mira que nos vemos en los mismos sitios” y yo le decía “que nos gustan las mismas <<discotecas>> y que mal tienes que estar aquí con todas estas cosas…”


Yo creo que la Amargura nos quería regalar un momento más de su fragancia porque cuando pasas el cruce, la policía no deja que se vuelvan los que ya han pasado, pero Pradas y Guerrero se volvieron y también lo vieron en primera fila, pero en la de enfrente y nadie les dijo nada, eso seguramente, fue un pequeñito milagro de la Amargura para que por lo menos los que nos íbamos nos fuéramos llenos de la gracia de su mirada, llenos de la gracia que solo en su tierra se desprende.

Ahora sí, tocaba atravesar el laberinto que nos llevara hasta la Puerta de Arenal, a ver si ya había llegado la cruz de guía, o si teníamos que irnos otra vez al Postigo, la verdad que este año iba casi descentrado. Al llegar a Arfe parecía que no había ni llegado la cruz de guía, pero no, fue un efecto óptico porque lo que había allí entre la masa de gente eran los músicos de la Presentación al Pueblo de Dos Hermanas… casi llegamos tarde, pero se llegó justo, también el Dios de la calle San Jacinto nos iría echando una mano. Me alteraba, correr sin miedo, atravesando el público y buscando un año más la trasera donde un centurión controla los preparativos de la crucifixión. Entre las prisas, Pedro parecía querer intentar detenerse y asimilar que estaba tras el “Zapatero” bendito de Triana. Ahora tocaba cambio de esencia, de todo lo que habíamos saboreado en toda una tarde de gloria. Llegaba la otra filosofa que algunos no entienden, en esta vida parece que tiene que haber los que son de un lado y los que son de otro, pero yo intento ser de centro, y si venía de disfrutar de mucha esencia seria y recta como siempre ha sido, ahora tocaba sentir como los costaleros de Triana “bailan” a Dios en sus congojas y lamentos mirando al cielo.
Obviamente para mí no lo van bailando, van moviéndolo al compás de otros tipos de pasos, pero evidentemente como ya hasta un famoso capataz lo ha definido, van dibujando coreografías al son de la música de las bandas. Otra forma de entender la Semana Santa, pero tan sevillana como las demás, quizás no es correcta, pero a mí me llena y me traspasa la fibra. Adriano estaba a rebosar, quizás para deleitarse con un espectáculo, pero un espectáculo que estoy seguro, pone los pelos de punta a toda la masa que allí se agolpaba, una masa que durante el año, cuando pasen por San Jacinto tenía que ir a rezarle al “sentaito” de Triana, soñando y pidiéndole izquierdos que les consuelen las penas, para eso Él es el Dios de las Penas de Triana. En nada el galeón del Vizcaya se plantó en el esperado encuentro con las Reinas del Baratillo, este año en la banda parecían que se comprometieron a que allí no se metiera nadie, había menos gente, pero éste se metió, porque así es como se le presentó el Domingo de Ramos. Todo un año soñando con el reencuentro, lo siento señores pero el Domingo de Ramos sigue siendo sagrado para este que suscribe, el vivirlo en Sevilla, son demasiadas emociones y devociones a Dios y a sus esencias la que se presentan en la calle. Venía de lejos, y me quedaba enfrentarme a un viaje de vuelta, algo que el que quería echarme constantemente de ahí no sabría, aunque ya está uno enseñado, y con no hacerle ni caso había suficiente, aunque Antonio se nos agobiara, lo cogí del brazo y le dije que aguantara, era el único precio que el que iba “sentao y sobrao de compás” nos pedía. “Una Vida de Esperanza” salía de la banda nazarena, y comenzó “el espectáculo”, costero, izquierdo, tres pasos, etc… la esencia del “Flamenco de Triana”, como así lo llamaba aquella noche de ensayo su capataz Manolo Vizcaya y la tensión se mascaba entre la multitud que rodeaba sus suntuosas andas. Apretujones, el cansino –pensé incluso que habrían leído mis crónicas y que me tenían fichado, porque solo me lo decía a mí…- que me decía que me saliera, pero a donde voy a ir con esta masa… daba igual, y la cuadrilla trianera le daba aire hasta llegar al Baratillo, revirá y la Piedad dibujaba una leve sonrisa, porque se aguantaba tirarle un olé a su Hijo que venía apenado con la alegría de Triana. En las aceras saludaba a Cris con Rubén, al final todos nos reencontraríamos, yo seguía el camino de cada año, solo así pude disfrutar de mi único día en la ciudad de la Semana Santa por excelencia.
Ojos entornados, miradas fijas, cientos de personas viendo venir a Dios, que con su particular gracia recluta a sus pies ejércitos enteros de almas, todo por un izquierdo por delante... Aire para el Señor y “Aire para mis Penas” en el reencuentro baratillero, emociones difíciles de contar, repelucos a más no poder, casi las lágrimas saltadas, este año se ponía complicado y Él me concedió que me reencontrara aunque solo fuese mirándolo con sus manos entrelazadas mirando al cielo baratillero. Se detenía el tiempo, aunque pareció que todo pasó en segundo, la verdad es que este año pareció que nos metimos como en una catarata y lo vivido pasó intenso pero rápido. Dicen que es una coreografía, pero estas coreografías me acercaron hasta Jesús en dos caras diferentes, Penas y Soberano. Que la gente ve esto como un espectáculo… pero lo cierto es que los repelucos explotaron, viendo el perfil de las Penas de Dios y en mi interior surgió uno de los Padre Nuestros más profundos que yo haya rezado, fue la emoción por la recompensa, entre empujones que ni sentía, con el tío diciéndome “salgase por ahí”, que hacia su trabajo, pero no sabía que el jefe bendito me iba a dejar que me acercara a Él…







Le mostraba a Pradas el premio al mal momento, la gloria hecha misterio ante la capilla del Baratillo. El aldabonazo se echaba mientras Palazin espetaba a su músicos: “el refugio…”, la corneta avisaba, encima el culmen iba a ser grandioso, cuando Dios siguió trianeando, a la mañas y maneras del barrio más universal, diciéndole adiós a la Piedad y la Caridad como Él mejor sabe, con izquierdos por delante, la pura esencia más elegante, para este que les habla, de Triana, será que al martillo va el hijo del que envenenó a la Sevilla actual con esta gracia. Los ecos de “El Refugio de una Madre” me trasportaban a otras vivencias del recuerdo en este mismo lugar, me sobrecoge esta marcha, criticada por los que solo quieren vivir en los momentos que sentí minutos antes con el Arahal, pero que traspasa la nuevas esencias de la música cofradiera. Todo culminaba, nuevamente la trasera con el romano era nuestra estampa, un izquierdo y aire para sus penas que se marchaban una vez más poniendo en pie al Baratillo, colmando del éxtasis a todos, haciéndonos a todos aunque hubiese sido por unos momentos, mejores hijos de Dios.
Ahora le daba una alegría al que quería echarme, cuando le dije que en la primera calle me saldría, que ya tocaba la despedida hasta otro nuevo año con la Semana Santa que marca mi pulso, mi existencia, ¿habrá algo que un día me borre esta pasión? Nos íbamos para el puente, que los dos querían cenar y se nos había olvidado que tenían que comer las criaturas, la hora casi rozaba las una de la madrugada y nos adelantábamos por fuera de la masa para verle la cara al Señor de las Penas que se marchaba por Pastor y Landero, y decir nuevamente adiós, yo ya no volvería en esta bendita semana de Dios a la vieja Híspalis. En Puerta Triana, observando el minarete catedralicio, hasta el Giraldillo me parecía que me alzaba la mano para despedirse, de un intenso día que comenzó a las ocho de la mañana, viviendo mi mayor afición al máximo, con sinsabores que ya no importan, dejándome en el tintero al Cristo de las Penas de San Roque y la Valiente de Triana, todo no pudo ser. Había que cruzar Andalucía, en un viaje que fue duro y el desgate de todo el día hizo mella, pero menos mal que Dios según Sevilla seguramente se vino a nuestra vera para afrontar una nueva Semana Santa que se abría  por la puerta grande…

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