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domingo, 10 de agosto de 2014

BENDITA NIEVE DE AGOSTO EN SEVILLA...

Como el devenir del blog no me lo ha permitido desde junio que mejor que volver a mostrar las glorias de Sevilla en estas páginas, esa más humildes corporaciones que a veces parecen estar colocadas en un segundo plano, cuando en realidad no saben que como las penitenciales, su tiempo es igual de admirado e imitado, motivo de inspiración, en el resto de Andalucía y fuera de la misma que como código, ocurre con las hermandades de Semana Santa. Ahora en agosto, el tiempo letifico solo se resume en la salida de la patrona de la archidiócesis, la fernandina Virgen de los Reyes el próximo día 15, en lo que se refiere al culto público, las procesiones tras los “Carmenes” se tomaron unas “vacaciones” hasta la vuelta a la vorágine procesionista de septiembre, octubre y el ocaso en noviembre y diciembre.
Pero hoy nos quedaremos con una hermandad, que aunque tiene estipulada su salida procesional en octubre, tiene sus festividad en estos días, más en concreto el día 5 de agosto festividad de la advocación protagonista en esta entrada, la Virgen de las Nieves. Y es que ya sabemos de las características especiales de las hermandades de gloria en Sevilla, de optar la gran mayoría por escoger días diferentes a su onomástica para su salida procesional anual por diferentes cuestiones, como que siempre un fin de semana va acaparar más expectación o en este caso, que quizás sacar un paso en pleno agosto, aunque sea a última hora se puede considerar en la capital hispalense un auténtico martirio, además de la dispersión a las playas, sobre todo onubenses de los sevillanos, siendo curiosidad muy patente de la sevillania la costumbre de muchos, el volver el día quince solo para rendir pleitesía a la patrona y volver al disfrute estival.





Aunque ya conté la historia de esta curiosa advocación, de “Las Nieves” con tan disparidad lógica al celebrase su onomástica en un día donde difícilmente nevará si no es por cuestión divina. Y es que esta advocación proviene de un milagro en que la Virgen hizo nevar un cinco de agosto, como les vuelvo a recordar nuevamente:
“Cuatro siglos después de que el Hijo de Dios nos abriera las puertas de la Gloria, curiosamente y humildemente apartando la piedra de un lúgubre sepulcro, en la Roma cristiana vivía una piadosa pareja. Él se llamaba Juan Patricio, el nombre de ella se desconoce. Habían sido bendecidos con abundancia de bienes  y también de fe, pero no tenían hijos para compartir estos dones, por lo cual decidieron nombrar heredera a la Santísima Virgen y le rezaron  con devoción para que los guiara en la asignación de esta herencia. En la noche del 4 de agosto, la Madre de Dios se apareció en sueños a Juan Patricio y a su esposa, manifestándole su deseo de que construyeran una basílica en el monte Esquilino –una de las siete colinas de Roma-, en el mismo punto preciso que Ella señalaría con una nevada en pleno verano… cuenta la leyenda que también se le apareció al entonces sucesor de Pedro, el papa Liberio (352 – 366) o que tan solo, el matrimonio le comunicó la voluntad divina…
A la mañana siguiente, tal día como hoy, pero de un año que se pierde en la noche de los tiempos, en el que brillaba el sol, la ciudad quedó sorprendida al ver un espacio nevado sobre el referido monte, sobre el cual se levantó la futura basílica. La misma, pronto se convirtió en uno de los templos más insignes de Roma y de toda la cristiandad, venerándose allí la milagrosa “Madonna” llamada de la Salud o Auxilio del pueblo romano, cuyo culto seria popularizado a través de copias por los Jesuitas. Pio XII, que celebró su primera misa ante esta efigie, la coronó solemnísimamente el día de Todos los Santos de 1954, jornada en la cual instauró la fiesta de María Reina. Por esta circunstancia milagrosa comenzó a conocérsele como la Virgen de las Nieves, celebrándose la fiesta solemnemente cada 5 de agosto en su basílica. En el siglo XIV se extendió a toda Roma y finalmente, San Pio V la declaró fiesta de la iglesia universal en el siglo de oro de la veneración popular, por lo menos en España, el siglo XVII”.
En una de las iglesias más bellas de la ciudad, la que se levanta sobre una antigua sinagoga en la misma judería sevillana, Santa María la Blanca se levanta la devoción a esta ancestral advocación de la Virgen Santísima. Una auténtica joya en su interior donde entre otros inmortales artistas trabajó el gran pintor Bartolomé Esteban Murillo aunque hoy en día la iglesia no cuente con las pinturas que realizó para la misma tras ser saqueadas por la francesada. En 1732 consta como el documento más antiguo que se posee sobre la única hermandad residente en tan magnificente templo, letifica ella obviamente que rinde culto a la imagen de la Virgen de las Nieves o la Virgen Blanca como indica el mismo título de la iglesia.







Curiosamente, cuando la misma se hace cofradía en un octubre con sabor a agosto, emulando con petaladas aquella nevada bendita, quien toma el martillo de la cuadrilla de costaleros, la familia Reguera, los curiosamente capataces de la hermandad de penitencia que se fundó en este templo aunque su residencia canónica la tenga en Santiago, la hermandad de la Redención, la cual hace unos pocos años por un aniversario fundacional varió su recorrido de vuelta, por lo que dibujó unas estampas nuevas y de gran belleza por toda esta zona de la vieja Híspalis para plantar al misterio del beso y a la dolorosa rociera ante las puertas de la Virgen blanca por antonomasia de Sevilla.
Un valor añadido de significancia, para mí y para los amantes de la música procesional, es perderse por este callejero contemplando la blancura y grácil belleza de la Virgen, sobre un singular paso a los siempre emocionantes sones y sobre todo de gran calidad de la banda del Maestro Tejera. Una advocación que se pierde en la noche de los tiempos, pero en el siglo del romanticismo, se tuvo que sustituir el antiguo icono –del que se desconoce su paradero-por la actual imagen como se constata en 1864, aunque no consta el autor de la imagen, fiel reflejo de las características neoclásicas marianas de la época, exaltando una exuberante belleza natural donde sobre todos destacó el gran Juan de Astorga, a quien se atribuye la hechura de esta imagen, aunque el mismo ya estuviese fallecido (1849) en el año donde se consta la sustitución de la imagen. Podría ser una imagen existente que se reaprovechase, aunque sin ánimo de contradecir a los expertos a mí me queda más bien claro que lo que se hizo en 1864 fue una imagen nueva, la cual pudo ser de alguno de los imagineros coetáneos a Astorga que en cierto modo trabaron similarmente a los postulados del de Archidona, como por ejemplo su hijo Gabriel de Astorga o Manuel Gutiérrez Reyes-Cano, autores de fácil confusión con las improntas astorguianas. Es el típico simulacro de Virgen de gloria, con el divino infante en sus brazos, revestida de blanco total y tocada por la inconfundible ráfaga, tan del gusto letifico y  de las glorias sevillanas.






Dibuja chicotás que hielan como la nieve los repelucos del alma por el barrio de la Puerta de la Carne sobre un singular paso, con unos de los respiraderos más personales del programa iconográfico y procesional de la capital hispalense. Su autor fue Fernando Cruz Suárez en sus talleres de calle Recaredo. Se estrenó el domingo 4 de septiembre de 1949 y costó alrededor de los 20.000 duros, lo cual ya era un dinero en aquel tiempo. Dicen que 125.000 pesetas, más otras 25.000 su plateado y dorado, tarea ésta última que efectuó entonces el galvanizador Esquembre en sus talleres de calle Vidrio. Está constituido por respiraderos de compleja traza, los cuales se subdividen en secciones homólogas (dos el paño delantero, tres los laterales). Su anchura máxima alcanza hasta la mitad de la parihuela, por cuya razón producen un efecto algo grávido o compacto, artísticamente contrapesado por su enorme personalidad y fuerza decorativa. Ofrece además un cromatismo bicolor, por alternar la superficie plateada con algunos elementos dorados. Unos respiraderos cargadísimos de motivos marianos que se completan con los candelabros de guardabrisas y la singularidad de un querubín entre lo que es la entre calle de la candelería, de carácter glorioso que posee este paso.
Una gloria más que completa el amplio abanico de advocaciones de la ciudad, signo inequívoco de la personalidad tan especial de esta ciudad y su apuesta integra con todo lo que huele a Dios, por eso tienen lo que tienen, por eso allí todo parece tan fácil, de donde aprendo tantas y tantas particularidades de la historia religiosa de España y por ende del mundo, agosto es su tiempo grande, antaño lo fue, por octubre con rodilla en tierra los hombres de Reguera vuelven a sacarla a Sevilla, para que las Nieves de la gloria la vuelvan a santificar, ella que inconmensurablemente lleva siglos coronada por la fe como veleta que mueven los aires de la gracia.

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