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lunes, 18 de agosto de 2014

DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ...


Hay dos cofradías en la ciudad de la luz y las tinieblas, dos estados que paradójicamente te llevan a la gloria que te trae eso mismo, la luz y las tinieblas. Aunque es al revés, cuando por el centro de la vieja Isbiliya el rigor, el silencio, casi lo fantasmagórico te trae con paso solemne, porque en Sevilla, hasta el crucificado camina, la tragedia que en sí la Semana Santa debería mostrar, eso dicen los más puristas de misa diaria, de ejercicio espiritual y los que censuran la estela de luz que camina tras Ellos.
El lunes sagrado da sus últimos coletazos, mientras en los puntos cardinales de la ciudad se respira todo tipo, de los tipos de modos en que se vive allí la Pasión, Muerte y Resurrección de ese hombre Dios que para no ser sevillano, pareciese que es el sevillano más inmortal… nadie tiene más presencia que la figura de Jesús en la ciudad. Se apagan las luces de Alfonso XII, en esa calleja siempre tan llena de vida, de todo tipo de vida, donde se mezcla lo abstracto con lo rancio, según se mire las cosas de Dios. Al fondo un calvario viene errante, pareciese como cuatro zarzas en llamas subiendo hacia la oscura noche. Viene Él retorcido, serpenteante en la cruz, sobre un alto canasto dorado escoltado por cuatro de sus elegidos que le dan más valor al entorno, porque en sí, esas esculturas son dignas de museo… de bellas artes.
Manierismo policromado con falso barroquismo del siglo de los románticos, sobre cruz arbórea, como gusta al sevillano, tan sagrada esta forma como el vestido de flamenca para la mujer en feria. Arte excelso, de alguien que dicen, tiró los moldes al rio para que no hubiese Expiración igual en la faz de la tierra. Agonía suprema, creo que este Cristo, el de la Expiración del Museo, es el Dios que muere más tormentosamente, quizás en toda Andalucía. Arte sobre arte, del suave compás de sus artistas de la arpillera, cortando la sobriedad, atravesando el silencio, enmudeciendo a la muchedumbre que se comporta como manda el canon ante una hermandad de ¿silencio?

Se pierde por el portón el último aliento de Dios en el lunes sagrado, como debe de ser, en silencio, como si no hubiese nadie, como si nada hubiese pasado, al igual que cuando pasas por la plazuela  en las noches cualquieras que hasta Murillo parece no querer moverse para no estropear la tranquilidad… tranquilidad digo…se apagan las luces que nunca se encendieron y de las tinieblas vuelve la luz, bajo dosel dorado por donde el aire juega con los bordados. Vuelve la Madre, con un tocado que muchos pensarían que es propio de cualquier maría de un paso de calvario, pero Ella es la María por antonomasia. Pareciese que el mismo Murillo la hubiese arrancado de uno de sus lienzos, y convertirla en esta inmaculada dolorosa que mira a un cielo donde antaño se encontraba con la espeluznante curva de muerte del bendito fruto de su vientre. Pero las tinieblas dan paso a la luz, aunque todo siga semi apagado. Ahora su paso es solo la zarza en llamas, un ascua bendita que nunca quema, solo calienta los fríos corazones. Fría se quedó la muchedumbre en la plaza, la que como suele pasar por lógica, esperará a la Madre con similar frialdad, en estos casos, ni en el intervalo de espera entre nazarenos se alza el murmullo igual.
Tambores parecen casi molestar en la noche, apenas hay balcones poblados, pareciese un lunes más mientras las cornetas responde como queriendo armar el cotarro definitivo, como si quisieran estropearle el sueño al que temprano debe de volver al trabajo diario. La tiniebla da paso a la luz de una marcha que nos marca su nombre… “Aguas”. El movimiento de su palio sigue como en la década de la movida, curioso, quizás tiene algo que ver aquellos brucos movimientos que en el museo aún se respetan, manto azul como el cielo que siempre ve… apagándose, palio de los que tildan como jubilosos. La Oliva cerrando el contraste sublime, que los más puristas nunca entenderían, pero que para esta noche, todo parece valer… la tiniebla nos trajo el rigor, y entre ella emergió la luz que ni las aguas apagan.

Y la luz tuesta y casi dobla los cirios nazarenos en la hora nona del jueves que debe relucir más que el sol. Luz sobre luz, parece que no hay tiniebla, pero por el mismo centro de esta desprovista de murallas, la tiniebla camina sobre un calvario de exóticos colores. Para Él también llegará la oscuridad allá por los espacios de la Ronda, a fin de cuentas, la esencia de esta historia no está en si reluce o no el astro rey. De la claridad a la oscuridad de la piel, aunque Él sea blanco, Fundación le llamaron sus hijos negros, el que era el amparo de los pobres marginados por el color de su piel. No es de noche, pero podría serlo, pero se repite la estampa, Cristo crucificado camina ya muerto, con su barbilla hundida en el pecho, como así lo soñó un villacarrense eterno. No hay zarza en llamas, sino que parece que el callejero ha prestado sus faroles para iluminar una tiniebla bajo la radiante luz solar. Esa luz solar, que como la piel, parece broncear el altar errante donde paradójicamente vuelve a caminar un crucificado, paso moreno para el Dios de los morenos que traen a Dios en los días cruciales muerto, como manda los cánones de la ciudad que corona una veleta de fe, en silencio, sobriedad, rigor, y esos momentos en que en la burbuja apenas se puede respirar bien saboreando tal escena.
Debe de ser parecido, aunque de arriba venga rayos achicharrantes, pero la sensación de la espera tiene que ser similar. La flama que produce el incienso entre el madero, se tiene que clavar de tal forma que la explosión mariana que llega tiene que sorprender, aunque a Sevilla ya nada le parezca anormal cuando viene aquella que aunque Madre de Dios es también Reina y Señora de todo los ejércitos celestiales. Ángeles, blanquita, aunque a los negros también los quiere Dios como el estruendo de la música viene anunciándole en la tarde y también en la noche. Maria de los Ángeles, recubierta de páginas de historia, la del arte como no, porque hasta quizás los postulados de Vaticano II se quedaron bordados y cincelados a un paso palio sevillano. La Virgen de los Negritos trae la luz sobre la luz del Jueves Santo y como pasó con Aguas, va desprendiendo la paradójica alegría que sentimos los cristianos cofrades en la semana de la gracia. Son las dos cofradías irrazonables de todas las razones nunca escritas de la Semana Santa de Sevilla, a fin de cuentas una característica más que hace grande a la semana de Dios en la vieja Híspalis, dos cofradías, Museo y Negritos que traen las tinieblas y tras ellas la gracia y sobre todo la luz…

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