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miércoles, 13 de agosto de 2014

MI PIEDAD SERVITA DE SAN MARCOS...

No sería hasta que a la Banda Municipal de Sevilla se le ocurriese incluir en unos de sus trabajos discográficos dos marchas muy especiales cuando el autor de ambas comenzaría a tomarse en serio, que digo en serio, a tomarlo como un genio desaprovechado durante su vida y que por este motivo, no sería hasta sus últimos años cuando las cofradías vieron un gran aliciente en encargarle marchas al cordobés José de la Vega... Aunque lo cierto es que escuchando todo lo que escribió para seguir el compás de un paso de palio y de Cristo también, me tengo que quedar como sus dos obras más cargadas del pellizco de la genialidad para el procesionismo con su “Valle de Sevilla”, muchos años tachada incompresiblemente de la lista del Jueves Santo y la que hizo para un paso de cristo muy especial… “Servitas de San Marcos”.






Esta obra fúnebre pero con ese encanto que impregnó De la Vega a sus marchas me sirve de perfecto telón, o más bien de dosel –para eso hablamos de cofradías-musical para la gracia para hablarles, meditar y soñar con este especial paso, el de la Piedad de la hermandad que nació para el culto a los Siete Dolores de Nuestra Señora, como se llama la calle de su capilla, adosa a la legendaria con puerta ojival San Marcos. Ya sabrán muchos que este paso es una de mis predilecciones, por su especial composición, por su especial son y por su especial dolorosa, porque aunque lleva al Cristo de la Providencia en su regazo, lo cierto es que en estos conjuntos suele tomar siempre más protagonismo la imagen de la Madre de Dios, en sí la advocación siempre se resume en Ella. Y la historia dice que se convirtieron en siervos de María, en Servitas de la nacida sin mancha en sus más profundos dolores ante el escarnio de su bendito Hijo. Luego se hicieron cofradía y plantaron su cofradía, la de San Marcos -aunque unos reclamen que tienen su capilla propia- en la Catedral y como no, La Campana. Es para mí una cofradía con el sabor de lo nuevo, pero siempre buscando el aroma de lo antiguo, en ese cortejo que abren servidores de librea y una de sus únicas características, que hacen que este cortejo sea el que más me sabe a la tristeza de la muerte, como si de un entierro señorial del romanticismo se tratase, es verdad, ni el Santo Entierro o Santa Marta me producen esa sensación, y las demás hermandades de silencio y rectitud solo me invitan a eso mismo, al rigor. Música de capilla nos trae a su cruz de guía y sus negros nazarenos con ese corazón traspasado por siete puñales, siete dagas de dolor. Una cofradía con dos pasos de Virgen, aunque la verdad creo que todo el mundo coincide en que el paso de esta cofradía es el de la Piedad, aunque en la Soledad también se haga un magnífico trabajo, donde destaca el singular dibujo de sus bambalinas exteriores, el único palio de cajón netamente de corte clásico, sin figuras raras que camina con música, ni al de la Victoria lo incluyo.




El paso de la Piedad o lo que es lo mismo; la Virgen de los Dolores y el Cristo de la Providencia es el culmen a ese giro de tuerca más al estilo clásico y sobrio, lo rancio extremo sobre un paso. No hay documento que lo atestigüe, ni fecha exacta pero los grafismos indican a que son obra de José León Torrenueva, más conocido inmortalmente por la historia del arte por José Montes de Oca, al menos León y Torrenueva eran los apellidos de sus padres, sin que se sepa que lo pudo llevar a adoptar este sobrenombre, supongo que artístico. El genio de Montes de Oca, tan solo por los ojos y las cejas de ambas imágenes ya nos habla de su gubia. Los que les hubiese gustado conocer al antiguo “Manué” es decir, al Cristo de los Gitanos destruido en la Guerra Civil, que miren al Cristo de la Providencia, porque es el Señor de la Salud dormido y desnudo sobre el regazo de su Santísima Madre. Un conjunto que originalmente cuenta con un San Juan y una Magdalena -solo utilizadas para el culto interno- y para el que se basó en los modelos clásicos, en pleno siglo de las luces, Montes de Oca fue a cerrar el “siglo de oro”, el de los tiempos oscuros en la sociedad, así lo consideraron los eruditos, como el ultimo grande de aquellos imagineros irrepetibles. Esas pátinas del tiempo que hicieron a los neobarrocos morenos, como el Señor de la Salud en los pinceles de Fernández-Andés, siguiendo el legado fotográfico de Montes de Oca, pero que seguramente aquel Cristo tuvo que ser igual o parecido a la palidez de la Virgen o quizás la del Señor, la que ocultó Dubé de Luque en una restauración y que en la última del IAPH se volvió a rescatar, aunque a los más capillitas no les agradara.













Se recuperó la esencia de esta gran Piedad, en arte y tamaño para que siguiese haciendo las delicias de ese Sábado Santo que Ella estrenó como hermandad netamente de esta jornada, las otras tres venían de otros días procesionales, sin contar a la última, el Sol. Todo es singular y a mi modo, bello de contemplar, como que en un paso de cristo vaya sobre una peana, con ese par de angelitos pasionistas como se destilaba más por Granada y su área de influencia en tiempos remotos. Una cruz arbórea, que dicen se cambiará por una de carey o en su variante de imitación, donde hasta el sudario es punto y aparte, en su confección y como va dispuesto sobre la cruz y su caída sobre el paso. Una andas que dejó hace pocos años de ser calvario para convertirse en un trocito de altar errante, porque visto desde arriba nos parecerá que la Piedad esta como en besamanos caminando por Sevilla. Caminado sobre un también paso de los de tener en cuenta, aunque para muchos pase desapercibido. Impresionante trabajo de la talla en el canasto donde otro Vega, Antonio Vega Sánchez, el gran tallista sevillano, deja su genialidad en sus impresionantes cartelas y en las esquinas el genio de Ortega Bru nos lega los cuatros  profetas mayores: Daniel, Ezequiel, Isaías y Jeremías. Una obra en madera oscura, como manda el canon tan fúnebre de la corporación que culminó Guzmán Bejarano en los respiraderos, todo ello coronado por unos de los faroles más personales y bellos que se han creado para la Semana Santa sevillana y que también han marcado tendencia.












Todo ello llevado por una gran cuadrilla, como todo lo que lleva la familia Villanueva, con sus cuatro componentes mandando su último paso de la Semana Santa. Una cuadrilla que se mueve al compás de banda de música, como ya no es lo más común en Sevilla, por lo que se llevaron críticas en aquellos años setenta, aunque solo hiciesen recuperar algo que se había perdido y era encima lo más común, es curioso, hoy es su seña de identidad, con algunos brotes de inspiración fuera de la vieja Híspalis de cómo debería ir un paso, que se le considera de Cristo porque no lleva palio y las trazas de su paso siguen el modelo opuesto, con la primera música de banda que se creó para la Semana Santa en aquel siglo XIX. Música fúnebre, como la referida, la que me describe perfectamente la esencia de este paso, “Servitas de San Marcos” o también de De la Vega “Cristo de la Providencia”. Pero este paso me suena a “Mater Mea”, en sí pareciese que Ella fue la musa de Ricardo Dorado para sus composiciones, a nadie le encaja tan bien "Mater Mea", y tambien me suena a “Quinta Angustia” o “Solea dame la mano” y todo lo más funebrísimo para marcarle su son. También suena a esa “Muerte de Ases” que como dije hace ya unos añitos, que al final también tomamos un poco de pátina, dibuja los inconfundibles reflejos de los Servitas cuando salen a Sevilla en estación de penitencia o vuelve a su recoleta capilla por el embrujador entorno de la plaza de Santa Isabel, donde también estas mojas le cantas a la Piedad, donde no suena pero el sabor me transporta a la melancolía y agonía de un “Getsemaní” de Ricardo Dorado para esta bella Señora, porque lo es, aunque su belleza sea de otra época y otro canon, sublime en su arte, dibujando el buen gusto en el epilogo de la Semana Santa. Sus costaleros la llevan rápido, al son de tambores destemplados, otro sello de San Marcos, sin alardes para la galería, sin esquinar el paso en la revirás, llamándose los pateros en cuanto la huelen, como si fuese un paso en silencio aunque con banda sonora detrás, vamos, como eran antes las procesiones, donde la música era un sublime complemento no el protagonista, esto consigue la Piedad de los Servitas cada Sábado Santo, sintiendo “Servitas de San Marcos” de José de la Vega, estas son la sensaciones que viene a mi alma, aquel momento ante las hermanas de la cruz se quedaron grabados en mi corazón el cual como el de Ella lleva clavados siete puñales de amor a María…

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