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miércoles, 28 de agosto de 2013

IÑAKI Y LAS COFRADÍAS... Y NO ES SOBRE LA ROSA.

Haces pocas fechas coincidí con un amigo que iba un poquito colado de copas, al cual tengo aprecio y de vez en cuando hemos “discutido” sobre algo que yo creo que le apasiona: la política. Aunque ciertamente yo casi nunca debato en lenguaje político, no me considero ni de derechas ni de izquierdas, aunque como rancio, algo de conservador y también de moderno tengo, simplemente intento exponer como veo la vida y cuáles son las erratas de los políticos y de aquellos que le aguantan la vela. Este amigo pues es de izquierdas, y sin encasillar y mucho menos generalizar, pero como buen estudioso, o eso creo, del mundo político y sus típicos tópicos, se considera ateo y como no, piensa sin vacilación ninguna que la iglesia es un cáncer para la humanidad, y por supuesto que los cofrades, eso sí con respeto me lo suele decir, aun colado de copas, somos unos ignorantes, falsos e interesados, y razón no le faltara con muchos, pero es que el cofrade es humano y vida está llena de gentuza que nace para ser así simplemente… creo que no hace falta que les ponga ejemplos con la clase política…
No dudaba en afirmar que era muy simple pillarnos, dejarnos sin respuestas, y lo cierto es que el cofrade suele ser sencillo, la clase más popular en mayores porcentajes, así que la formación tanto cofradiera y cristiana pues suele lucir por su ausencia, por ello para estos defensores de la única verdad material y no mística, no les tiene que costar mucho callarle o creer que lo consiguen, la boca a los cofrades, más en un pueblo como el nuestro: Bailén, porque la verdad aquí hay que trabajar muchísimo más en este campo. Uno no es que se crea el “sursum corda” y piense que conmigo lo tendrían más difícil, pero su estado me hizo desistir en aquel momento de haber entablado nuestras pacificas discusiones… por eso hoy les dejo un artículo que he encontrado en los viejos Boletines de las Cofradías de Sevilla, del número de cuaresma de 1998 que me ha resultado bastante curioso e enriquecedor, incluso puede que hasta se lo enlace, para intentar mirar las cosas desde otro prisma, en este caso la Semana Santa española, en este caso la sevillana, sin politizar ni encasillar en ninguno de los dos grandes bandos ideológicos de este país. De todos es sabido, sin generalizar ni encasillar, que suelen ser las personas de derechas los grandes defensores y exaltadores de las grandezas de la Semana Santa, pero en la casa de Dios cabemos todos, incluso los que lo niegan. Seguramente para este amigo, que sin encasillar, es admirador de todo tipo de famosos de todas las artes y los medios de comunicación afines pues de los símbolos del izquierdismo en este país, seguramente uno de ellos, será el periodista donostiarra Iñaki Gabilondo, que para sorpresa quizás de muchos como este amigo mío, dios a través de las cofradías le tocó su corazón y se hizo cofrade para siempre, porque cuando conoces la verdad de este mundo, jamás, incluso con las adversidades y las falsedades, te dejas de emocionar con el mundo de Dios visto desde la óptica de las cofradías…
Una rosa roja sobre un mar de lirios son el legado, sello inequívoco de esta historia de amor entre Gabilondo y la Semana Santa, en este caso la de Sevilla, por ello les invito a que lean, como se puede ser de izquierdas, cristiano y cofrade.

LA CASA QUE ESPERO Y SE QUE ME ESPERA
“He cumplido de largo mis bodas de plata con la Semana Santa sevillana, el fenómeno que más me ha impactado en mi vida. Y a estas alturas, después de haber sido vehemente y apasionado propagandista, he llegado a ser incapaz de verbalizar impresiones y sensaciones. Sin duda porque ha llegado a ser algo tan mío, tan interiorizado, que hablar de la Semana Santa es ya confidencia íntima, médula y esencia de mi visión de la vida, confesión. Un proceso de años, de afuera adentro, de algo que pasaba a algo que me pasaba. Lo que soy, lo que no soy, lo que me importa, lo que me pregunto, aquello en lo que creo y en lo que no sé si creo se concentran en ese punto del tiempo y el espacio. Sevilla, Domingo de Ramos, es mi rito de año nuevo. En ese punto de tiempo y del espacio me descubro, suspendido, vivo y atónito de estar vivo, lleno de emociones y ebrio de sensaciones, abrasado de preguntas sin respuesta. Feliz de estar en casa, en la casa que espero y sé que me espera.
Antes, al principio, cuando las impresiones eran fraccionadas, la Semana Santa era un embeleso. Diría que en el principio fue el hechizo, la belleza, la exaltación de la sensualidad. Y podía hablar de mis primeros relámpagos: la salida del Gran Poder, con San Lorenzo estremecido de silencio, Candelaria en los jardines, y las noches tibias, y cada salida, y cada entrada. Y cada rincón. Y la cera, el esparto y las almendras garrapiñadas. Era la ceremonia iniciática de reglamento, la de millones de fascinados antes que yo.
Aunque nunca, ni en los muy primeros años, participé en esa disputa tan sevillana entre sensualistas y capillitas. Enseguida resolví que no había confrontación, que nos hallábamos ante un binomio inseparable, y que sólo la dificultad sevillana para sumar encontraba una excusa para jugar a las disyuntivas.
Luego, la Semana Santa fue penetrando en mí como en cada sevillano lo hace, engarzándose a experiencias de vida, a seres queridos que se fueron, al amor, a la memoria y a la melancolía. Entonces, con historias directas de gran intensidad, Amargura o Santa Marta pasaron a ser cosa mía, parte de mí, de mi yo más íntimo. La Semana Santa dejaba de ser espectáculo y se convertía en biografía personal y sentimental. Comprendí así otro registro: a la sensualidad y a la religiosidad había que agregarle una miríada de extractos de vida sevillana. Cada barrio, cada grupo, cada hombre, cada mujer, han tejido una tupidísima red de historias con cada Hermandad, o con su Virgen o su Cristo. Componen lo que llamo ornamentos invisibles, y que, junto a las flores y las velas, engalanan cada paso, se ciñen a los varales y se cuelan por los respiraderos: las pequeñas vivencias de los habitantes de la ciudad, vivos y muertos, que se transmiten de padres a hijos, como un manto de millones de estrellas.
La tercera fase, la que significa la entrada de la Semana Santa en los territorios más secretos, tiene poco que explicar. Es el enigma mismo de la vida, que todos tenemos que afrontar. Y que en mi caso lo excita de forma múltiple el estallido del Domingo de Ramos. Las batallas que se libran en el rincón en el que uno no puede esconderse, el sentido y el sinsentido de que habla Eugenio Trías, la frontera de la racionalidad con sus vecinos los misterios, me parecen desfilar con Estudiantes en la Plaza de la Contratación, al compás de la marcha Jesús de las Penas. La orteguiana línea intermedia entre el mundo y el ultramundo, la patria de todas las perplejidades, se traza para mí con Amargura ante las monjitas mientras suena en Sor Ángela de la Cruz la marcha de Font de Anta.
La sensualidad, los recuerdos, la belleza, la emoción, el temblor inquietante de todos los enigmas se citan conmigo a hora muy temprana cada Domingo de Ramos. Los salgo a buscar en mi primer paseo matinal, cuando casi todos duermen todavía. Antonio Burgos tiene razón: en ese momento Sevilla estrena aire. Y soy feliz al respirarlo cuando acaba de nacer”.

IÑAKI GABILONDO.

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