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lunes, 25 de febrero de 2013

REMEMORANDO EL TIEMPO DE LA FE... (II).


Con el frescor de la mañana, de una Sevilla casi desértica y donde las pocas personas que entraban a cualquier iglesia, era las que iban a escuchar la misa dominical, casando no sé si por acostarme cerca de las tres de la madrugada y levantarme a las ocho de la mañana o por la paliza que ya me metí en el cuerpo la tarde anterior, sentados en un banco de la plaza de San Pablo (Magdalena), donde casi solo nos acompañaban los árboles y el suave movimiento de sus hojas con la brisa de estos últimos coletazos del invierno, llegaron David, Ricardo y Félix. A partir de aquí el objetivo de David lo viviríamos en persona, cuando nos hizo retomar el mismo camino en busca de Pasión… quizás la gran maravilla entre las grandezas, y no pocas, que atesora el llamado segundo templo de la ciudad, la Colegiata del Divino Salvador…
Cada vez que atravieso sus canceles viajo en el tiempo y recuerdo aquella oscuridad con la que la conocí, seguramente siempre refiero  a todo aquel que vaya conmigo, aquel día lluvioso del Pilar del noventa y uno… cuanto ha cambiado con la restauración, cuanta luz para tanta magnificencia. Pero este día la iglesia ya tomaba su culmen, en medio, reinando entre tanto cielo retablístico, la joya de plata de Cayetano sustentando al Señor de Pasión, el de Montañés. Impactante, así lo definían, y eso que venían del otro gran Nazareno de Sevilla, aunque la misma no dude cuál es el que “manda”, aunque ciertamente un Miércoles Santo me encontré que hay cierta rivalidad entre los devotos del Gran Poder y Pasión… absurdeces vamos, ante tal magnitud solo vale disfrutar. Basta ver como David se detenía en cientos de detalles, de su rostro, de su túnica, de su paso, de los exornos que ya dicen que son el resultado a las subidas de impuestos…
Maravilla tras maravilla, el Dios de Montañés y el otro Dios del discípulo –curiosamente los dos no están totalmente documentados a los artistas que por grafismos despejan cualquier duda-, “el crucificado”, así definía David al Señor del Amor, en esos claros oscuros, en su capilla junto al Socorro y “la Mulica de Sevilla”, tal como la definí cuando la vi aquella mañana intempestiva del noventa y uno, cuando tenía nueve años, así entre risas, bajitas eso sí, se lo decía a Cristóbal cuando aún era un analfabeto de esto, y vamos y no es que haya cambiado mucho desde entonces…





























Fotos: David Parra Luque.

CONTINUARÁ...

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