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miércoles, 19 de diciembre de 2012

EL DULCE ROCE DE LA ESPERANZA...


Fue hace tres años, era sábado y algo me dio o algo enviaron desde allí arriba que decidí hurgar en el mundo de Blogger y darle forma a este blog, luego vendrían las entradas y sobre todo el que mostraría y como lo haría. Hoy 19 de diciembre de 2012 y tres años después en el día de hoy me siento obligado a colocar una vela más en la tarta con aroma a dulce de Semana Santa cuando los polvorones y mantecados ya hacen tambalearse a mi eterno plan de adelgazamiento…
Y le doy gracias a la Virgen y como no, siempre al Eterno, de que hoy escribo esta entrada en este tercer aniversario feliz y con una sentimiento satisfactorio, y eso que la vida no lo está poniendo fácil. Que mejor que soplar las tres velas que quizás nunca imaginé que soplaría que con el regalo que tuve en el día de ayer de acariciar y besar las manos de la Esperanza. Si, ayer volví a pisar el asfalto y adoquinado de esa ciudad que hasta en Navidad huele a primavera, una vez más los abrigos medio sobran e incluso la bufanda tan solo se dio un paseo para decir que ella también ha pisado Sevilla. Pero no solo ella, ayer cumplí más que un sueño, un deseo y ese era tener a las Esperanzas de Sevilla bien cerca, tocarlas y sentir como dicen los más románticos… como me echan el aliento. Pero no solo yo, ayer tuvieron la dicha de sentirlas tan cerca y tan “humanas” mis padres y mi hermano Antonio, que se apuntó al viaje y donde sin quererlo se dio cuenta y quizás comenzó a palpar un poquito, que allí las cofradías son por la pasión y la dedicación de sus cofrades, otro mundo…
Hace dos años los llevé para que por lo menos, en la estancia de los pasos en las capillas o iglesias antes de Semana Santa pudiesen por lo menos ver algo de lo que son las cofradías sevillanas. Si entonces temía por la reacción ante su desmejorada salud de mi padre, este no iba a ser menos. Por desgracia, él que ansiaba una jubilación para disfrutar de la vida y del mundo, un varapalo lo jubiló pero no para dar muchos trotes y aun así seguir dándole gracias por estar entre nosotros a aquel que lo impresionó nada más entrar en su basílica del final de esa calle donde antaño tuvo un cliente de la alfarería, la calle Castilla. Siempre me dice olvidando su salud que cuando lo voy a llevar otra vez y la respuesta siempre era… algún día. Por eso hace poco por unas circunstancias que, perdonen, pero se quedan para mí, decidí que lo iba a llevar otra vez, si fue hasta Oviedo ¿porque no hasta Sevilla? y además tenía ganas de que mi madre besase a “su” Esperanza de Triana y a “mi” Esperanza Macarena… eran Ellas con perdón al resto de Esperanzas sevillanas nuestro objetivo.
Pero aun no sé qué retrasaba el día de la visita entre los días de besamanos, programado para el lunes, una jornada a mi razonamiento que no debería estar muy concurrida y con menos ajetreo para ellos. Pero el día amaneció lloviznando en este rincón de Andalucía… y un no sé qué me rondaba que al final desistimos de ir. Para el martes debería volver al trabajo al campo y con ello esperar una futura oportunidad. Pero esa lluvia hizo que el martes fuese también de “descanso”, unido a que por más webs o blogs que visitaba las miradas de la de San Gil y la calle Larga de Triana aparecían por todos lados y se me remordía un poco la conciencia.
Así que sin duda los Lendínez cogieron el camino rumbo a esa ciudad que a mí, me embruja y me hace sentir entrar en un paraíso de lo cofradiero, nada más salir le dije a mi padre: “ahora si puedes decir ‘vámonos pa Triana’…”. Así que entramos a la legendaria Cava por su evocador puente para aparcar en el parking del Altozano para buscar a la que es Reina en el arrabal y quizás mucho más allá, la Esperanza de Triana. La respuesta de mi hermano al contemplar la Capilla de los Marineros por primera vez es la más común de todo aquel en su primera vez ante los rincones emblemáticos de la cofradieria sevillana… “en la tele parece más grande”. Mi padre esperaba en un banco cercano al “calor” que desprende la Virgen de la Esperanza mientras nosotros esperábamos en la cola, al llegar a su altura se incorporaba con nosotros y besaba las desgastadas manos, aquellas donde los creyentes aunque veamos las betas de la madera, seguimos pensado que es Ella la auténtica Madre de Dios. Preguntas y sorpresas ante la nueva experiencia… ¿Por qué tapan el altar mayor?¿porque hoy se pone en besamanos?... una trianera respondía: “hoy es su santo” y ahí me di cuenta que todo lo que había pasado en días anteriores fue hilvanado por Ellas para que fuéramos además en el día de su santo. Ingenuamente mi madre me respondía que NO a mi pregunta de si le había echado el aliento…  mientras se maravillaba del nuevo retablo donde cae el que en una marcha llaman el Rey de Triana… Cristo del compás, vecino más antiguo de la calle Pureza y sobre todo moreno, Dios moreno de las Tres Caídas… evidentemente saltó la pregunta… ¿dónde está el caballo?….

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Estábamos en Triana, en un día grande y  así visitaríamos a la otra “Esperanza” de Triana, la Virgen de la O que también  baja de su cielo para quedarse en Sevilla, unos ángeles lampareros “sedientos” de restauración parecían emular tan romántica y eterna cita sevillana. Pero antes había que hacerles pisar San Jacinto y visitar, para interés de mi padre, casi obseso con todas las cosas e historias relacionas con la Guerra Civil, a la que en aquellos turbios tiempos fue la más “Valiente” delas vírgenes sevillanas… la Estrella de Triana. Juan Pablo II parecía recibirnos en la pequeña capillita, y la Estrella vestida de hebrea nos esperaba en su altar… “esta también es muy guapa” me decía mi madre mientras yo rendía visita a mi querido “Zapatero”, siempre imponente, implorante al cielo y eternamente “sentao”… y “sobrao” de compás…
Curiosamente al salir, unos pocos edificios más arriba, a los pies de un azulejito del Señor de las Penas se erguía un comercio de ropa de niños pequeños, donde mi madre vislumbró un abriguito del que se enamoró y no dudó en entrar para comprárselo y regalárselo a su nieto y sobrino de este servidor de ustedes. Curiosamente, si recuerdan la entrada que hace pocos días le dediqué al Señor de las Penas, el segundo video donde su paso llega y revira en la esquina de la calle Rioja con Velázquez, se lo puse en el televisor a mi sobrino que estuvo de visita. Se quedó absorto contemplando la magnificencia de su paso, del Señor que tallase José de Arce y del simpar movimiento de su cuadrilla al compás de la música de Dos Hermanas. Ni corto ni perezoso, a sus casi tres años entrelazo sus manos y comenzó a hacer unos movimientos que parecerían el “costero a costero”… parafraseando al Vizcaya, tal como acunaría la Virgen al Mesías Nazareno como cuando tendría la edad de mi sobrinito. Comenzó a imitar lo que veía y entrelazaba sus manos como el Dios de la calle San Jacinto para “trianear” al compás, se ve que el niño también esta sobrao...
Cuentan los legendarios escritos que Jesús adoraba a los niños, incluso nos dejó para el buen hacer en este vida, de que tratásemos ser como los benjamines para ganarnos el Reino de los Cielos… seguro que hasta el Señor de  las Penas se enterneció como nosotros viendo a mi sobrino imitarle, quizás fue su primera forma de rezar al que todo lo puede... Seguro que al Señor de la Penas y como no, a su Madre de la Estrella les encantó tal detalle que quiso que “algo suyo” fuera para aquel niño que lo imitaba como regalo en agradecimiento… muchos pensareis; casualidad y que incluso soy un friki, pero estoy seguro que lo que le dure ese abrigo –por talla y crecimiento- me seguirá recordando a aquel día y al “Zapatero de Triana” que estaba tan cerca e incluso en un azulejo en la puerta de la tienda.

Después tocó La O, mi hermano le llamaba la atención que un simple martes los alrededores de la iglesia de la O y el resto de hermandades de besamanos, parecían casi domingo donde varios grupos de hermanos de “etiqueta” rendían honores y cumplían con su hermandad… la verdad que por aquí eso no se ve, ni en un día de fiesta, he ahí las diferencias... También le pareció guapa la Virgen de Lastrucci a mi madre, mientras el Nazareno los sobrecogía en el altar de azulejería trianera y en la sala expositiva el refulgente oro del paso del Señor los maravillaba… curiosamente al ver la cruz de carey lo confundieron con el Nazareno del Silencio y mi hermano me preguntaba que porque en Semana Santa se la ponían “al revés”.
Al salir, les indico la dirección para buscar al que los siglos y quizás las evidencias, no es algo que opine yo aunque si lo note en el ambiente, es el considerado Dios y Rey de Triana… subiendo la calle Castilla, casi al final, vivía un gitano alfarero de la Cava de Triana que mirando al cielo… la vida, siempre eternamente, se le escapa. Había que caminar y advertía de la distancia mirando cómo no, por el poco aguante fisco que ya no posee mi padre, pero él quería ir y seguramente Él también… no los dejó indiferentes nada, es más tanto que dicen que los retablos barroquizantes distraen la mirada de lo más importante, nada más entrar en el Patrocinio y sin ni siquiera de cerca todos calificaron de “impactante” la inmortal figura que dio el mejor broche de oro al barroco sevillano, su autor: Francisco Antonio Ruíz Gijón, Él: el Santísimo Cristo de la Expiración, el “Cachorro de Triana”. No les miento que tras las sencillas palabras de alabanza de mis acompañantes, y tras un cierto rato, se cercioraron de que además había un suntuoso retablo, estreno de hace pocos años. La dolorosa, la Virgen del Patrocinio “Señorita de Triana” también les tocaba el alma mientras prácticamente estaban cerrando. Nuestro ritmo era lento pero llegamos, mi madre sabe de mi predilección con este crucificado tanto artísticamente como devocionalmente hablando –aquí he tocado con la banda yo, le dije…-, ella me dijo que Él nos estuvo esperando… sin duda. Intuí que mi madre se fue con la “pena” de no contemplar al Soberano del Tardón, ya que hasta en tres ocasiones me preguntó dónde estaba, pero había que seguir lo programado y comer, espero que el Dios de San Gonzalo no nos lo tenga en cuenta –a esa hora, las dos de la tarde seguramente ya estaba cerrada su iglesia- para después subir a los cielos de San Gil…
Con suerte encontramos aparcamiento por la plaza de Armas, con lo que comimos en la calle Alfonso XII, le mostré a mi hermano la Campana… una vez más “que chica es…” e incluso subimos a los “cielos de Sevilla”, al “Metropol Parasol” –las “setas” de la Encarnación- mientras rememorábamos aquella boda de mi prima en la Anunciación. Las vistas impresionantes donde se entremezclan un sinfín de campanarios, espadañas entre los modernistas puentes y las obras de la torre Pelli que algún día intentarán “echarle el pulso” a la torre de la torres sevillanas, aquella que corona un Giraldillo… mi madre se sorprendía cuando le señalaba los barrios cofradieros más periféricos y que tenían que venir desde esa distancia hasta la Catedral.
Mi dedo señalaba al norte, nuestro último objetivo, visitar la que sin duda es para los sevillanos la “alcoba” divina donde vive la Madre de Dios en Sevilla… había que buscar el barrio de los “macarenos”. Ya en el trayecto al coche mi padre si comenzó a quejarse del cansancio y me temí que tuviese que caminar más en la Macarena hasta el parking entre el Parlamento y el hospital que toma el nombre de la más ilustre vecina del barrio… la que un día revolucionó el día de la Esperanza bajando al suelo sevillano, como cuando la bajaron los ángeles del cielo, para recibir los besos de cortesía y de amor de no solo su pueblo si no del resto del mundo. Callejee por algunas de las calles del barrio sin éxito y así decidí dejarlos en la puerta mientras yo aparcaba en el parking referido. Pero nada más bajarse mi “tripulación”, llenándome del amarillo del arco, mientras Rodríguez Ojeda “miraba” al interior de la basílica, una voz parecía que me llamaba por la bocacalle de San Luís… pensé “daré un nuevo rodeo y si no al parking…” apenas dos minutos después me bajaba del coche diciendo, “sabía que me arias nuevamente un hueco, Esperanza” y no uno cualquiera, en las mismas puertas de San Gil…
Al entrar entre los ecos musicales que marcan su caminar cada Madrugá, la basílica casi repleta de personas que la ocultaban y casi había que entremeterse entre la gente para verla. Mi padre esperaba como en Triana, en un banco mientras mi madre me decía que había tardado muy poco… “ya sabes que hay una vecina que viste de verde que siempre me hace un hueco…” mientras asentía riéndose ante lo que seria los “milagros cotidianos” de Ella, La Macarena. Nada más entrar me dieron un papelito con un texto y una fotografía del primer e histórico besamanos de la Macarena y de todas las dolorosas, seguramente del mundo, pero no lo leí… solo buscaba y ansiaba esa primera vez por tenerla tan cerca, ya no serían fotografías ni videos, a apenas pocos centímetros de mí. Que le voy a hacer, seré “macareno” pero sentí que Ella tiene un no sé qué especial que ninguna otra tiene, sin duda su aliento no lo sentí pero si su aura que quizás es más importante, incluso creo que las mariquillas se le movían, y no menos la dureza de su mano te dejaba una sensación como si tu mente no hubiese estado segura si era madera o carne. Todos los intereses materiales se esfumaron y solo parecía que estaba ante la mismísima Virgen María, los últimos pasos hacia Ella fueron un mundo y pareció que todo se calló y el tiempo de detuviera ante Ella, la que dentro de pocos días nos mostrará cual don tuvo su existencia, dar a luz al Hijo de Dios. Acaricié las yemitas de sus dedos a lo que el acólito o monaguillo me regañó que no se podía tocar, no lo sabía y en ningún otro de otras imágenes recuerdo que se prohibiese esto. Horas después, ya en mi casa, leyendo el papelito que me dieron al entrar que se trataba de unas normas o consejos a seguir en el besamanos, donde se indicaba que solo se podría besar, no tocar por motivos de seguridad y conservación de la imagen… comprendido al máximo, pero si me permiten les diré que más quisiera su mismísimo “médico de cabecera”, el profesor Arquillo, tocarla con la delicadeza que siempre toco a las imágenes de la Madre de Dios por eso mismo, porque no las miro como si fuesen un objeto y la vez se dé su respeto como obras materiales y en muchos casos de gran mérito salido de la pericia humana.

Después me quedé en los bancos mirándola y hablando como siempre con Ella, mientras seguía repartiendo esperanza a la larga cola que todo estos días le acompaña. Mi hermano se detenía ante su hijo, “El Sentencia” que lo había maravillado y en fin, de la magnificencia de todo el templo cuando dimos por concluido esta visita a la ciudad eterna donde sin duda la Esperanza es lo último que se pierde siendo un nacimiento en un curioso portal de Belén, la Carreta del Simpecado del Rocío de la Macarena en la calle Parras lo que nos despidió para el viaje. Dar gracias a Dios y María porque sé que una vez nos esperaban y que además de darme a mí el lujo de esta primera vez en los besamanos de la Esperanzas –sin duda me quedé con las ganas del resto, pero no pudo ser-, se lo dieran a mis padres, él “macareno” y élla “trianera” aunque las dos, “que son la misma” como diría mi madre los colmó de satisfacción por la experiencia para así poder conocer un poco más y comprender más si cabe la locura de este simple capillita que cumple tres años ya, con esta ciudad y su simpar formar de rendir culto a Dios y su Santísima Madre, Esperanza en Sevilla y en la humanidad… y sin duda que les hubiese dado un poco más de Esperanza…

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